La Mujer en la Vida de la Iglesia (5 de 9)

Esponsalidad

Varias veces a lo largo de este diálogo Ud. ha insistido en la metáfora de la pareja, referida al ministerio ordenado. Si le entiendo bien, su argumento general va en esta línea: Dios aparece sólo como esposo (parte masculina); Cristo es la plena revelación de Dios y aparece como Novio y Esposo (parte masculina); los ministros ordenados representan a Cristo, luego deben ser tomados también de la parte masculina de la humanidad, es decir, de los varones. Pero es muy discutible la evidencia que Ud. alega porque el hecho fundante, es decir, que Dios sólo aparezca como la parte masculina podría ser algo completamente circunstancial, ligado sencillamente a las circunstancias en que fue escrita la Biblia.

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La Mujer en la Vida de la Iglesia (4 de 9)

Testimonio Bíblico sobre la Mujer

Si no se tienen en cuenta los condicionamientos culturales al leer la Biblia en el tema del género, ¿entonces, qué? ¿Hay que creer en el muñequito de barro y en que Moisés escribió todo el Pentateuco? ¿Va Ud. a echar por tierra doscientos años de estudios bíblicos de la más alta seriedad?

El resultado de mi crítica a la crítica no es que volvamos a una visión ingenua, ni que digamos que el universo tiene cerca de seis mil o siete mil años de edad.

Más bien es asunto de situar en perspectiva y en su lugar lo que puede brindarnos la crítica científica e historiográfica. En resumen, el punto es que conocer sobre las condiciones o características de un texto (por ejemplo, en su estructura literaria, su entorno cultural o su génesis en relatos previos) no nos autoriza a considerar su verdad propia como la simple sumatoria de nuestros resultados. El texto es más que el agregado de las condiciones que lo hicieron posible y más que los elementos que podemos reconocer adentro de él. Fue muy sabia la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II cuando nos recordó que el proceso de comprensión, interpretación y aplicación de los textos pasa por la búsqueda diligente de qué quiso decir el autor sagrado y qué quiso Dios darnos a entender a través de sus palabras. En este sentido, el Concilio asumió los dos siglos de estudios bíblicos de lo que Ud. habla, peor fue más allá, mucho más allá.

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La Mujer en la Vida de la Iglesia (3 de 9)

Hacia una Hermenéutica del Género

¿Sí se justifica que las diferencias anatómicas o genitales marquen tantas cosas en la Iglesia? ¿No pertenece todo ello a una etapa de la Historia de la cual felizmente el mundo ya va saliendo, a medida que las discriminaciones quedan atrás?

No creo que sea buena idea reducir el género a la genitalidad. Esa no es buena antropología ni mucho menos buena teología. Dios no hizo dos seres idénticos a los que luego añadió mecanismos apropiados de copulación. Ser hombre o ser mujer no es en la Biblia asunto de cromosomas, como de tanto en tanto se plantea. Para saber qué es ser hombre y qué es ser mujer hemos de buscar el plan de Dios en la creación y no simplemente ir al ADN o a revisar la anatomía.

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La Mujer en la Vida de la Iglesia (2 de 9)

Primera Aproximación al Género en la Biblia

¿Preguntar por el género del Mesías no es ir demasiado lejos para responder una cuestión relativamente sencilla: por qué no ordenar mujeres?

Sobre temas tan profundos y existenciales como el orden sagrado no caben cosas como citar versículos (eso se ha hecho casi hasta el abuso) ni citar el magisterio (eso ya se hizo también). ¿De ahí qué sigue? ¿Dar la razón a los que ven en el ministerio una función y decir que ya el mundo evolucionó y que esa función la pueden ejercer las personas humanas sin distingos de sus inclinaciones o prácticas sexuales? ¿Decir que como sacramento estaba ya dado a las mujeres en otros tiempos de la Iglesia? Eso no nos convence a muchos. No vemos que sea fiel a la Biblia. Los documentos son más que cuestionables. Pero mostrar por qué no nos parece fiel y sí cuestionable no es un asunto de dos versículos, ni de una visión o acelerada o integrista. Toma tiempo. Requiere mirar a fondo qué es ser hombre y qué ser mujer. Y por cierto: ¡ese viaje es bello! Dios nos hizo con amor y con belleza y no veo por qué haya que estudiar con odio o con desconfianza el ser sexuado que él nos regaló.

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La Mujer en la Vida de la Iglesia (1 de 9)

Introducción

¿La decisión de Juan Pablo II sobre no ordenar mujeres realmente cierra el tema?

Desde el punto de vista del Magisterio de la Iglesia, sí. Las palabras del Papa fueron claras en el sentido de que, aunque no se tratara de un dogma definido, sí debíamos considerar definitiva la enseñanza de que la Iglesia �no está autorizada� para conferir el sacramento del orden a las mujeres.

¿Por qué ese rodeo diplomático de decir que la Iglesia �no está autorizada�? ¿No podría dar su autorización el Papa y zanjar el asunto?

Depende de cómo se entienda la Iglesia. Quienes tienen una concepción de Iglesia como sociedad solamente humana que se da reglas a sí misma se sorprenden del lenguaje usado por Juan Pablo II. Sin embargo, una noción de Iglesia basada en el testimonio de las Escrituras no deja duda: la Iglesia, considerada delante de Dios, no es mi mucho menos autónoma ni independiente ni soberana. La Iglesia no puede darse las leyes que le parezcan y el Papa no es un funcionario que deba obrar según el parecer de las mayorías, las presiones de los lobbies o la propaganda de los medios masivos de comunicación. Precisamente: esos tres elementos, las mayorías, los lobbies y la propaganda, son quizá las tres ambigüedades más serias del sistema democrático, ¡y pretendemos que la Iglesia las asuma sin más!

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Sobre el futuro próximo de la Iglesia

Al pensar en el futuro inmediato de la Iglesia he recordado un dicho de Will Durand, el historiador y pensador protestante norteamericano. Después de analizar extensamente argumentos religiosos y teológicos en torno a la Reforma y la Contrareforma, su lacónica conclusión es que esa discusión la ganará quien tenga más hijos. Es pragmatismo rampante pero aporta una visión nueva de las cosas y nos recuerda que los números sí importan. Tal vez no debería ser así, pero es así.

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Bienaventurada Laura Montoya

Siendo yo todavía un niño, ciertamente rollizo, encontré en casa de mis abuelos, en Barranquilla, una biografía de la Madre Laura. Ella y San Martín de Porres, un humilde hermano dominico, fueron los dos únicos santos por cuya vida me interesé a esas edades. Y hoy puedo hablar públicamente de la santidad de la M. Laura, porque gracias a Dios, este mismo domingo será beatificada por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. De la página del Vaticano tomo lo que sigue. ¡Laus Deo!

Madre Laura Montoya Upegui

Laura Montoya (1874-1949)

La Madre Laura Montoya Upegui, estando en la Basílica de San Pedro en el mes de noviembre del año 1930, después de una viva oración eucarística escribe: «Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones; pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!».

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Dormido

La semana pasada tuve un sueño que no se me ha olvidado.

Fue un sueño muy raro. Estábamos en un auditorio gigantesco de una especie de hotel; uno de esos auditorios que tienen el techo relativamente bajo y en los que hay una mesa central desde la que habla la gente.

Yo no sé cuál era el tema de esa reunión, pero había muchos religiosos, religiosas, vírgenes, sacerdotes y también muchos laicos. el P. Fernando Piña estaba casi en la última fila, de hábito. En algún momento se dijo algo con respecto a Lutero, y entonces el P. Piña, que no tenía micrófono se levantó y dijo que tenía una poesía sobre Lutero. De hecho sacó un papel y empezó a leer; era sobre el drama interior de Lutero; de lo que había signfiicado para él, como persona y como sacerdote decidir lo que decidió.

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Un compañero de camino

Fray Stephen Peterson, O.P., es un joven estudiante dominico, natural de las islas de Trinidad y Tobago donde la Provincia Dominicana de Irlanda ha estado en servicio de predicación y misión muchos años.

Fr. Stephen terminó su noviciado en la ciudad de Limerick, en Irlanda, ahora va a hacer un año, y ha estado estudiando en este convento de St. Saviour’s desde entonces. Volverá al Caribe hacia julio o agosto. Ha sido un gran hermano que ha expresado espíritu de solidaridad, fraternidad y alma genuinamente joven. Dios te bendiga Stephen; ¡te vamos a echar de menos!

¡Por cierto! El hombre tiene su página.

Una Carta Llena de Preguntas

“Nuestro Dios es amor, pero ha creado un infierno eterno para sus hijos que no le piden perdón o que no quieren estar con Él, allí echará a sus hijos por toda la eternidad, aún habiendo dado la vida de su Hijo para salvar a sus hijos, el que no lo reconoce irá al infierno para siempre, vaya amor el de nuestro Dios. ¿Tenemos que perdonar a los que nos traicionan? ¿Por qué Él no perdono a Judas que lo traicionó? ¿Por qué Él no perdona a los que no lo aman? ¿Por qué Él le da la paz a los que lo aman solamente, por qué no se la da también a los que lo rechazan? ¿Nosotros para seguirle sí tenemos que hacerlo, aún sin el buen ejemplo que Él no nos da?”

Sobre lo de que Dios no perdona a los que no lo aman, ya hemos hablado antes: su perdón está ofrecido y el castigo, y el infierno mismo no es otra cosa que rechazar ese perdón, rechazar la oferta del amor de Dios. En cuanto creaturas libres puede decirse que nosotros construimos el infierno en la medida en que nos cerramos a la gracia que Dios ofrece. Es lo mismo que una persona que en día soleado se encierra en su cabaña, tapa todas las ventanas y agujeros y luego maldice la oscuridad.

También hemos hablado sobre la diferencia entre perdonar nosotros y el perdón de Dios. Lo de nosotros es casi más un acto de sensatez y de sanidad mental y emocional; lo de Dios es la generosidad de su amor que se ofrece pero que no siempre es aceptado. Y precisamente: la vida que el Hijo dio para que todos fuéramos hijos es la mejor prueba de que Dios tiende la mano, pero no la impone, pues Él mismo dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

¿Perdonó Jesús a Judas, el traidor? La Biblia no dice que lo haya condenado al infierno. Muestra además que Cristo perdonó a Pedro y a los demás que también lo negaron. La Iglesia tampoco ha declarado nunca la condenación eterna de Judas ni de ningún otro ser humano así como con nombre y apellido. Sabemos que existe la posibilidad espantosa de cerrarse al amor de Dios y sabemos que una persona podría perseverar en esa negativa hasta el final, encerrándose en su odio y soberbia. Esa situación, que no puede ser violentada en todos los casos sin quitarle la libertad a la persona, es lo que desemboca en lo que la Iglesia llama “infierno.” ¿Le ha sucedido eso a Judas? No lo sabemos. La terrible expresión de Cristo, “más le valiera no haber nacido” (Mc 14,21), no implica forzosamente que se condenó. No se nos olvide que Job, a quien suele llamarse “el santo Job,” en un cierto momento consideró que era mejor no haber nacido, pues a tanto llegaba su dolor y su situación de angustia (Job 3,1-26). Así que no podemos considerar “mejor no haber nacido” como sinónimo de “condenarse.”

Una última palabra sobre lo de la paz. Tú dices: “¿Por qué Él le da la paz a los que lo aman solamente, por qué no se la da también a los que lo rechazan?” Ya hemos aclarado un poco sobre el sentido de la paz, aplicado a la obra de Cristo en esta tierra. Pero quisiera añadir algo que dijo Santa Catalina de Siena. Enseñó esta Santa que Dios, en su misericordia, sabe a menudo “intranquilizar” a quienes andan errados, para despertar de algún modo su conciencia y hacerles ver a qué destino se aproximan.

Así que, muy al contrario de lo que tú dices, yo pienso que Dios, especialmente en su revelación en Cristo, nos ha dado ejemplo, según aquello del apóstol Pedro:

Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; y quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia; y El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados. Pues vosotros andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Guardián de vuestras almas. (1 Pe 2,21-25)

A la hora de mi muerte, llámame

Esta plegaria la escribí hace unos años y la siento hoy tan actual como el primer día.

Oración al dejar esta tierra

¡Oh Señor Jesucristo!

Llegado el momento de partir de esta tierra hacia tu cielo, recuerdo y bendigo el día glorioso en que quisiste venir del cielo a la tierra, a recorrer nuestros caminos para hacerte Camino nuestro, a sanar nuestras heridas con óleo de tu Santo Espíritu, a rescatarnos de la ceguera con la luz del padre Eterno, y a cantar el sublime canto de la redención desde el altar augusto de la Cruz.

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El día que me muera

Yo estoy de acuerdo –¡cómo no estarlo!– con aquella piadosa súplica de los devocionales católicos clásicos: “¡Líbranos, Señor, de la muerte repentina!

Si place a Dios, yo no quisiera una muerte repentina; quisiera estar preparado y tener tiempo y conciencia para arrepentirme, y sobre todo para confiar más en el Señor, darle gracias y más gracias por todos sus bienes y ofrecer también ese momento último por la Santa Iglesia.

Si estar así consciente me lo permite Dios, sé que cuando llegue esa hora me sentiré triste por el bien omitido, incompleto; por el amor que no se dio y las oportunidades de gracia que se desperdiciaron. Sin embargo, pienso que va a primar la alegría y que será más fuerte la gratitud.

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