Escribir

En ratos de ocio de estos días, ando leyendo un libro de divulgación científica sobre fisiología humana: Life at the Extremes, de Frances Ashcroft. Los “extremos” a que se refiere esta autora británica son las condiciones de mucho frío o calor, humedad o sequedad, velocidad o presión, a que se ve sometido el cuerpo humano en ocasiones, sea por accidente, necesidad, gusto o experimento.

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Crecer con esfuerzo

Tiempo atrás, yo era vecino de un médico, cuyo “hobby” era plantar árboles en el enorme patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar árboles y más árboles, todos los días.

Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de que él jamás regaba los brotes que plantaba. Pasé a notar, después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer.

Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no creciesen, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, él me describió su fantástica teoría. Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de encima. Como él no las regaba, los árboles demorarían más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar para lo más profundo, en busca del agua y de las varias nutrientes encontradas en las capas más inferiores del suelo.

Así, según el, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a las intemperies. Y agrego que él frecuentemente daba unas palmadas en sus árboles, con un diario doblado, y que hacía eso para que se mantuviesen siempre despiertas y atentas. Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino.

Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo. Varios años después, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes. ¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!

Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno.

Entretanto, al aproximarme al patio del médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: prácticamente no se movían, resistiendo estoicamente aquel fuerte viento.

Qué efecto curioso, pensé…

Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido.

Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido. Frecuentemente rezo por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de éste mundo… He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis ruegos.

Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es muy fácil.

Al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a rezar para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles.

Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos bravamente, en vez de que seamos subyugados y barridos para lejos.

El Corazón más Hermoso

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamo que él poseía el corazón mas hermoso de toda la comarca.

Una gran multitud se congrego a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños.

Coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven sé sintió más orgulloso aun, y con mayor fervor aseguro poseer el corazón mas hermoso de todo el vasto lugar.

De pronto un anciano se acercó y dijo: ¿Porqué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío? Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, este estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor.

Es mas, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió, ¿Como puede el decir que su corazón es mas hermoso?, pensaron…

El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.

– “Debes estar bromeando”, dijo. “Comparar tu corazón con el mío… El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.”

– “Es cierto,” dijo el anciano, “tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo… Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mí corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.”

“Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos – dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón.”

– “¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?”.

El joven permaneció en silencio, lagrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con el tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldo, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho mas hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

Y tu corazón… ¿cómo es?

Un Contestador en el Cielo

¿Qué sucedería si Dios instalara un contestador telefónico automático en el cielo? Imagínate orando y escuchando el siguiente mensaje:

Gracias por llamar a la Casa de mi Padre. Por favor selecciona una de estas opciones:

* Presiona 1 para peticiones.

* Presiona 2 para acciones de gracias.

* Presiona 3 para quejas.

* Presiona 4 para cualquier otro asunto”

Imagínate que Dios usara esta conocida excusa:

“De momento todos nuestros ángeles están ocupados, atendiendo a otros clientes. Por favor manténgase orando en la línea, su llamada será atendida en el orden que fue recibida.”…

¿Te imaginas obteniendo este tipo de respuestas cuando llames a Dios en tu oración?:

* Si deseas hablar con Gabriel, presiona 5.

*Con Miguel, presiona 6.

*Con cualquier otro ángel, presiona 7.

* Si deseas que el Rey David te cante un Salmo, presiona 8.

* Si deseas obtener respuestas a preguntas necias sobre los dinosaurios, la edad de la Tierra, donde esta el Arca de Noe, por favor espérate a llegar al Cielo.

¿Te imaginas lo siguiente en tu oración?:

Nuestra computadora señala que ya llamaste hoy. Por favor despeja la línea para otros que también quieren orar…

O bien: Nuestras oficinas están cerradas por Semana Santa. Por favor, vuelve a llamar el Lunes.

Gracias a Dios que esto no sucede!

Gracias a Dios que le puedes llamar en oración cuantas veces necesites!

Gracias a Dios que a la primera llamada, El siempre te contesta!

Gracias a Dios porque la línea de Jesús nunca esta ocupada!

Gracias a Dios que El nos responde y nos conoce por nuestro nombre!

Gracias a Dios que El conoce nuestras necesidades antes de que se las manifestemos!

Gracias a DIOS porque de nosotros depende llamarle en oración!!

Consejos para la Vida

Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía prácticamente de limosnas. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:

“Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos; voy a buscar un empleo y a trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida mas cómoda y digna. No sé cuánto tiempo voy a estar lejos; sólo te pido una cosa: que me esperes, y mientras estemos separados, seas fiel a mí, pues yo te seré fiel a ti”.

Así, siendo joven aún, caminó muchos días, hasta que encontró a un cierto hacendado que estaba necesitando de alguien que se hiciera cargo de una finca. El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente:

“Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que debo irme, me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que salga, usted me dará el dinero que yo haya ganado”.Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, prácticamente sin vacaciones y sin descanso.

Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo: “Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa”. El patrón le respondió: Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo que antes quiero hacerte una propuesta, ¿está bien?

“Te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero, y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”. El pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo: “QUIERO LOS TRES CONSEJOS” El patrón le recordó: “Si te doy los consejos, no te doy el dinero”. Y el empleado respondió: “Quiero los consejos”. El patrón entonces le aconsejó:

1. NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos más cortos, pero desconocidos, te pueden costar la vida.

2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.

3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, porque puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:

– “AQUÍ TIENES TRES PANES, dos para comer durante en viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa”.

El hombre entonces tomó su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa, a la que tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó: “¿Para dónde vas?” El le respondió: – “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”.

La persona le dijo entonces: “Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días”. El joven, muy contento, comenzó a caminar por el atajo; pero se acordó del primer consejo, y entonces volvió a seguir por el camino normal.

Días después supo que el atajo llevaba a una emboscada.

Después de otros días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, donde poder hospedarse. Pagó la tarifa por día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado con un grito aterrador, como de una película de miedo. Se levantó de un salto y se dirigió hasta la puerta para averiguar qué había detrás de ese grito singular y sepulcral, que le hacía recordar historias de su infancia. Mas cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. Entonces regresó y se acostó a dormir.

Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado el grito, y él le contesto que sí lo había escuchado. El dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?” El le contesto que no mucha. Y el dueño le respondió: “Ud. es de los pocos huéspedes que han salido vivos de aquí, pues mi único hijo a veces tiene crisis de locura, y su técnica son los gritos estridentes; cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el lote aledaño”.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó un poco más, y vió entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola. Anduvo un poco más y vio que ella tenía sobre sus piernas a un hombre, al que le estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiró profundo, apresuró sus pasos, pero… recordó el tercer consejo.

Entonces se paró y reflexionó, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al amanecer, ya con la cabeza fría, se dijo: – “NO VOY A MATAR A MI ESPOSA. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Sólo que antes, quiero encarar a mi esposa y mostrarle que siempre fui fiel a ella!”. Se dirigió a la puerta de la casa y tocó.

La esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente. El trató de quitársela, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo: – “Yo te fui fiel y tú me traicionaste…” Ella espantada le responde: – “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años”. El entonces le pregunto: – “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?” Y ella le contesto: “AQUEL HOMBRE ES NUESTRO HIJO. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy nuestro niño tiene veinte años de edad”.

Entonces el marido entró, conoció, abrazó a su hijo y les contó toda su historia, mientras su esposa preparaba la gran cena. Se sentaron a comer el último pan juntos. Después de la oración de agradecimiento, con lágrimas de emoción, partió el pan, y al abrirlo, se encontró todo su dinero: el pago de sus veinte años de dedicación.

Muchas veces creemos que los atajos “queman etapas” y nos ayudan a llegar mas rápido, lo que no siempre es verdad…

Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno…

Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después fatal y tardíamente nos arrepentimos…

Espero que tú, así como yo, no te olvides de estos consejos, y sobre todo: no te olvides también de confiar, con la debida medida, aunque tengas muchos motivos para desconfiar.

Confesándose con Dios… por medio del sacerdote

Cierto día, en Misa un amigo dirigiendose a otro le comentaba:

– Me alegra que por fin te hayas decidido a confesarte… y a comulgar.

– ¿Confesar yo?, decía el interpelado. No, no soy tan tonto. Los curas no son necesarios; son hombres como tú y como yo y lo que hago es confesarme con Dios: le cuento lo que me pasa, le pido perdón y listo.

– Es asombroso, respondió su amigo, lo inteligente que eres. La verdad es posible que tengas razón, y que todos los demás seamos unos imbéciles, pero lo que no me cabe en la cabeza es como un hombre de tu inteligencia se queda en la mitad.

– ¿La mitad?. No te entiendo, preguntó a la vez el otro.

– Sí hombre, contestó. Tú has comulgado y te has arrodillado ante el Sagrario. Pues bien dada tu mente inteligente y abierta lo más logico sería que fueses al mercado comprases un poco de pan, lo consagrases tú, comulgases, y te guardases el resto en una urna, ¿no? Pero a quedarte a medias….

– Yo no puedo consagrar; ese poder Dios se lo dió solo a los sacerdotes, y -gracias amigo, me has hecho ver claro. Tengo suerte, aún hay un confesionario.

Cómo templar el acero

Durante muchos años un herrero trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada perecía andar bien en su vida; muy por el contrario sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día. Una tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó: “Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado”.

El herrero no respondió enseguida, él ya había pensando en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

“En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo, enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada, luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura.

Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta, una sola vez no es suficiente. ”

El herrero hizo una larga pausa, y siguió: “A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de fierro viejo que ves a la entrada de mi herrería”.

Hizo otra pausa más, y el herrero terminó: “Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de fierro viejo de las almas”.

Espera, no tan rápido…

Cuentan que una vez un científico soberbio fue con Dios y le dijo:

– Señor, convocamos a una junta científica mundial y hemos decidido que ya no te necesitamos.

El señor con su infinita paciencia oyó al hombre y le preguntó:

-¿Ah sí? ¿Y cómo llegaron a esa decisión?

– Pues ya hacemos trasplantes de prácticamente cualquier miembro del cuerpo, podemos hacer bebes para parejas que no pueden tener hijos, crear vida artificial, clonar a la gente y hacer todas esas cosas que antes se consideraban milagrosas.

Dios sólo lo escuchaba y luego atinó a decir:

– ¿Pueden crear vida?

– Así es. Respondió el científico.

– ¿Qué te parece si hacemos un concurso de crear vida? Lo hacemos del modo antiguo, así como yo formé a Adán; tú sabes.

– Me parece bien. Contestó el científico.

– Está bien, pues comencemos. Exclamó Dios.

Entonces el científico tomó un puño de tierra, y le dice Dios:

– Espera, no tan rápido; consíguete tu propia tierra.

Democracia “made in China”

El presidente chino, Hu Jintao, rechazó ayer las peticiones de su homólogo estadounidense, George W. Bush, para que emprenda reformas políticas y dé más libertad a sus ciudadanos, y le respondió que China “continuará construyendo su propio tipo de democracia de acuerdo con las condiciones nacionales”.

Así reportaba el periódico El País de España el magro balance de la visita del presidente de los Estados Unidos a China.

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Un Cambio de Vida por una Partitura

Nueva York, agosto de 1980. Nunca supo Jim Lacey que aquella noche del sábado iba a tener tanta trascendencia para su vida. Él la vió, como tantas otras, propicias sólo para su especial “profesión”. Era un ladrón y las sombras nocturnas le servían siempre de oscuras cortina protectora. Apagó la luz de su miserable cuartucho, se metió un formón en el bolsillo y salió a la calle. Su plan era meditado y de seguros resultados; comenzó a caminar con aparente tranquilidad, sin dejar de mirar, con disimulo, el interior de los coches aparcados juntos a la acera. No había transcurrido aún media hora y el paseo de Jim Lacey llegó a su fin: un Ford comenzaba a detenerse en un espacio vacío, a pocos metros de él, apeándose el conductor poco después. Aquel hombre, al que Lecey juzgó de buena posición, cerró la portezuela con llave y salió presuroso.

No fue difícil para Jim Lacey hacer saltar la cerradura, auxiliado por el formón. Sin perder su tranquila compostura, levantó en vilo las dos maletas que había en el interior del coche, las sacó, volvió a cerrar y se alejó pausadamente.

El contenido complejo de las maletas no podía satisfacer por completo al ladrón. Había prendas de valor, pero había también demasiados papeles. Separó con cuidado la ropa, la empaquetó y tiró por los suelos hastiado, infinidad de partituras. Luego se dirigió a la casa del prestamista, un hombre que nunca hacía preguntas indiscretas, y tras unos momentos de regateo salió de allí con varias papeletas de empeño y dos mil dólares.

Ya de nuevo en su sórdida vivienda comenzó a recoger los papeles de música que había por el suelo para meterlos en un saco, de pronto se detuvo. En una de aquellas hojas había una frase familiar, que le retornaba a la infancia allá en Chicago. “Ave María … “Ave María…” Le llamó también la atención un himno, cuyos últimos versos quedarían grabados para siempre en su mente y su corazón. Decían “…pero ¿qué amigo podría compararse a ti, Señor?”. Guardó ambas partituras en una gaveta y cogiendo el saco lleno de papeles fue a vaciarlo a la calle.

Por los periódicos conoció Jim Lacey la continuación de los acontecimientos. El dueño de las maletas era un famoso director de orquesta, que pedía desolado le devolvieran los papeles, los que comprendían el programa del concierto que debía dirigir, sólo tres días más tarde, en la ciudad de Búffalo.

Dos días después la policía informaba del hallazgo de las partituras en un depósito de basura y, aunque no estaban todas, parecía que el profesor se daba por satisfecho; la pérdida de ropas y enseres no significaba tanto para él como para apesadumbrarse demasiado.

Jim Lacey sintió un extraño placer tras conocer la noticia. El se decía que lo importante de todo aquel asunto eran los dos mil dólares conseguidos; pero había algo que fallaba, algo que se desplomaba dentro de él cuando releía las dos composiciones con que se había quedado: el himno: “Todos buscan un amigo” y el “Ave María”.

No habían transcurrido aún muchas semanas, cuando el compositor recibió una carta sorprendente. Un hombre le decía que gracias a él vivía honradamente y que sus canciones religiosas le habían impulsado a volver a la Iglesia “He ido ya tres veces y cuando tenga suficiente valor, me confesaré. Yo estoy contento porque mi vida ha cambiado por completo”. No había firma; sólo dos letras: J.L., y dentro del sobre varias papeletas de empeño.

El compositor acostumbraba asistir a Misa cada domingo a la Iglesia de San Francisco de Asís, en New York. Allí fue una mañana dominguera de octubre y cuando se disponía a levantarse, un sacristán le tocó el brazo y le señaló a un hombre joven, de cabello rojizo, que estaba arrodillado antes el altar de San Antonio.

– Quiero hablar con usted.

Salieron. En un café cercano, con gran sorpresa para el músico, Jim Lacey le entregó dos mil dólares.

– Siento mucho haber tardado tanto. Tuve que ahorrarlos antes de hablar con usted, pero le he visto frecuentemente en la Iglesia. Ya me confesé. Desde que robé sus maletas nunca más he vuelto a robar. Ahora estoy dispuesto a recibir mi castigo; puede avisar a la policía.

El músico le tendió la mano emocionado y le ofreció su amistad. Periódicamente recibe cartas firmadas con dos letras, “J.L.” Por ellas ha sabido del matrimonio Lacey, de sus ascensos, de la llegada de un hijo… de la nueva vida de un hombre arrepentido que había encontrado a Dios.

Bendiciones y Desgracias

En un pequeño pueblo vivía un anciano con su hijo de 17 años. Un día, el único caballo blanco con que trabajaba saltó la reja y se fue con varios caballos salvajes.

La gente del pueblo murmuraba: ¡que desgracia la suya, don Cipriano! Y el tranquilo, contestaba: “quizás una desgracia o quizás una bendición”.

Días después, el caballo blanco volvió junto a un hermoso caballo salvaje,y la gente saludaba al anciano diciéndole: “¡que bendición!”, a lo que don Cipriano replicaba: “quizás una desgracia o quizás una bendición”.

A los pocos días, el hijo adolescente, mientras montaba el caballo salvaje para domarlo, fue derribado y se fracturÓ una pierna, a raíz de lo cual empezó a cojear, y la gente le decía al anciano: ¡que desgracia la suya, buen hombre, a lo que replicaba: “quizás una desgracia o quizás una bendición”.

Días después inicio la guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron llevados al frente de batalla, pero a su hijo no lo llevaron por su cojera, y toda la gente del pueblo saludaba al anciano y le comentaba: ¡Que bendición la suya, don Cipriano!. Y él, con su fe inquebrantable, contestó una vez mas diciendo: Solo Dios lo sabe, quizás sea una bendición o quizás sea una desgracia.

Efectivamente, sólo Dios sabe, El nunca se equivoca. Por eso debemos agradecerle a Dios todo lo bueno y lo malo que nos sucede a lo largo de nuestra vida, porque todo tiene una razón de ser….. Y él jamas nos mandaría algo que no pudiésemos soportar o superar a traves de la fe y el amor a Dios.

Ayudar a Ganar a Otros

Hace algunos años, en los Juegos para-olímpicos que se desarrollaron en Seattle, 9 concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos.

Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos, es decir, menos uno, que tropezó en el asfalto, dio dos vueltas y empezó a llorar.

Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron… ¡todos!

Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo: “Eso te lo va a curar”. Entonces, los 9 se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos.

Por qué?

La gente que estuvo presente aún cuenta la historia…

Porque dentro todos sabemos algo: lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo verdaderamente importante es ayudar a otros a ganar, aun cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el rumbo.

De “Ser humano y trabajo” por Esteban Owen

Avivar la Llama Interior

Cuentan que un rey muy rico de la India, tenía fama de ser indiferente a las riquezas materiales y hombre de profunda religiosidad, cosa un tanto inusual para un personaje de su categoría.

Ante esta situación y movido por la curiosidad, un súbdito quiso averiguar el secreto del soberano para no dejarse deslumbrar por el oro, las joyas y los lujos excesivos que caracterizaban a la nobleza de su tiempo.

Inmediatamente después de los saludos que la etiqueta y cortesía exigen, el hombre preguntó: Majestad, ¿cuál es su secreto para cultivar la vida espiritual en medio de tanta riqueza?

El rey le dijo: “Te lo revelaré, si recorres mi palacio para comprender la magnitud de mi riqueza. Pero lleva una vela encendida. Si se apaga, te decapitaré”.

Al término del paseo, el rey le preguntó: “¿Qué piensas de mis riquezas?”

La persona respondió: “No vi nada. Sólo me preocupé de que la llama no se apagara”.

El rey le dijo: “Ese es mi secreto. Estoy tan ocupado tratando de avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas de fuera”.