Jesús en tu Casa

Un día estaba un joven en su casa y alguien tocó la puerta.

Al abrir la puerta como sorpresa encontró al diablo quien lo agarró del pelo, lo pateó, lo golpeó y se luego se fue.

¿Y dijo el muchacho que debo hacer?

De pronto cuando el diablo se había marchado vio pasar a Jesús y pensó…

¡Si Él esta en mi casa el diablo no va a entrar!

!Entonces lo invitó a pasar y le mostró la casa y le dijo, puedes venir mañana cuando el diablo pase por aquí…

Y Jesús le dijo que sí.

Al día siguiente el diablo volvió a tocar la puerta y ya Jesús estaba dentro de la casa.

El muchacho muy tranquilo abrió la puerta y el diablo volvió a darle una golpiza.

Entonces el muchacho muy molesto le reclamó a Jesús que porqué no hizo nada por defenderlo y dijo: No hice nada porque no estoy en mi casa, sólo estoy de visita.

El muchacho pensó un poco y lo invitó a vivir en su casa, le mostró su cuarto y dijo:

Vas a seguir viviendo aquí, éste será tu cuarto y Jesús aceptó.

Como era ya costumbre al día siguiente tocaron nuevamente la puerta, y era otra vez el diablo, el joven muy confiado abrió la puerta pues ya Jesús vivía en su casa, y el diablo nuevamente le dió la golpiza.

El joven, molesto fue donde Jesús y dijo: Ya vives en mi casa, ¿qué más deseas para defenderme?

Y Jesús contestó: Yo sólo vivo en tu casa, en mi cuarto. Mientras no estés en mi cuarto no te puedo defender.

Entonces el joven reflexionó un poco y dijo:

De hoy en adelante ésta es tu casa, yo estaré aquí como un invitado si me lo permites.. Y así fue.

Al otro día tocan nuevamente la puerta, pero esta vez no fue el joven quien abrió la puerta pues ya no era él dueño de la casa, al abrir Jesús la puerta el diablo se disculpó pues pensó que se había equivocado de casa.

Queridos amigos, como consejo quiero decir que no es suficiente el decir dentro de nosotros que Jesús vive en nuestro corazón, tenemos que entregar de corazón nuestra vida para que Él pueda actuar por nosotros.

Jarra de Miel

Una jarra de miel que se hizo añicos

derramó su dulce contenido

en un charco viscoso y pagajoso.

Las golosas moscas acudieron a darse un atracón:

tanto comieron que sus alas se pegaron.

Con tirones y vanos forcejeos

quisieron escapar entre jadeos

y en dolor aromático murieron.

Moraleja:

Ay de las necias criaturas que por gozos fugaces se destruyen.

La Actitud – Leyenda China

Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y fue a vivir con el marido y la suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con los hábitos de la suegra, que frecuentemente la criticaba. Los meses pasaron y Lili y su suegra cada vez discutían más y peleaban. De acuerdo con una antigua tradición china, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo.

Lili, no soportando más vivir con la suegra, decidió tomar una decisión y visitar a un amigo de su padre. Después de oírla, él tomó un paquete de hierbas y le dijo: “No deberás usarlas de una sola vez para liberarte de tu suegra, porque ello causaría sospechas. Deberás dárselas lentamente para irla envenenando porco a poco. Cada dos días pondrás un poco de estas hierbas en su comida. Ahora, para tener certeza de que cuando ella muera nadie sospechará de ti, deberás tener mucho cuidado y actuar de manera muy amigable. No discutas, ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones”.

Lili respondió: “Sí, Sr. Huang, haré todo lo que el señor me pida”.

Lili quedó muy contenta, agradeció al Sr. Huang, y volvió muy apurada para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra.

Pasaron las semanas y cada dos días, Lili servía una comida especialmente tratada a su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controló su temperamento, obedecía a la suegra y la trataba como si fuese su propia madre. Después de seis meses, la casa entera estaba completamente cambiada. Lili había controlado su temperamento y casi nunca la aborrecía. En esos meses, no había tenido ni una discusión con su suegra, que ahora parecía mucho más amable y más fácil de lidiar con ella. Las actitudes de la suegra también cambiaron y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.

Un día Lili fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo: “Querido Sr. Huang, por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y la amo como si fuese mi madre. No quiero que ella muera por causa del veneno que le di”. El Sr. Huang sonrió y señaló con la cabeza: “Lili no tienes por qué preocuparte. Las hierbas que le di, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en su mente, en su actitud, pero fue echado fuera y substituido por el amor que pasaste a darle a ella”.

Huellas que dejó el amor

En un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz.

Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vió con horror lo que sucedía. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.

Oyéndole el niño se alarmó y miró nadando hacia su mamá.

Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos.

Justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer jalaba determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.

Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.

Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se remango las mangas y dijo:

“Pero las que usted debe de ver son estas”. Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza. “Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida”.

Moraleja: Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.

Dios te bendiga siempre, y recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma, es porque Dios, te ha agarrado demasiado fuerte para

Hoy es el Tiempo: Los Hijos no Esperan

Durante muchos años,

Hay un tiempo…

Para anticipar la llegada de un bebé, consultar al médico, hacer dieta y ejercicio y ver cómo se va modificando mi perfil. Para preparar el ajuar. Para soñar lo que ese niño puede llegar a ser cuando crezca. Para pedir a Dios que me enseñe a criar al hijo que llevo en mis entrañas.

Para preparar mi alma y alimentar la suya.

No dejaré pasar el tiempo, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para alimentarlo a la noche, calmar sus pequeños dolores y esforzarse para sacarle una sonrisa, Para mecerlo y pasearlo por la habitación. Para moldear con paciencia su voluntad cuando todavía no se ha hecho presente la razón.

Para mostrarle que su suave mundo es difícil y exigente, pero que también tiene mucho de amor y de esperanza.

Para contemplarlo y maravillarme por lo que en realidad es: ni mascota, ni juguete, sino una persona diferente de mí misma, un ser creado a la imagen divina.

Para reflexionar acerca de mi mayordomía sobre él: no me pertenece, no es mío, solo he sido elegida para amarlo, educarlo y disfrutarlo.

Haré lo mejor que pueda durante este tiempo, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para tenerlo en mis brazos y contarle la historia más hermosa que jamás haya oído.

Para enseñarle que Dios existe en el cielo, en la tierra, en cada detalle de la naturaleza y de su cuerpo.

Para enseñarle a sentir asombro y a emocionarse por las cosas que realmente lo merecen.

Para dejar de lado los platos sucios y llevarlo al parque para que pueda correr, respirar a pleno pulmón, mirar la luna, sentir la lluvia sobre su cabeza y descubrir cada secreto de la naturaleza.

Para jugar con él una carrera, hacerle un dibujo, atraparle una mariposa y darle todo el alegre compañerismo que necesita.

Para señalar el camino de la verdad y enseñarle a amar a Dios con sus sentimientos de niño.

Este tiempo es corto, y si me descuido se me esfumará, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para cantar en vez de rezongar, sonreír en vez de fruncir el seño, reflexionar en vez de airarme, comprenderlo en vez de llorar por el jarrón roto, compartir con mis mejores sentimientos mi amor por la vida y la familia.

Para contestar sus preguntas, antes que llegue el momento cuando no quiera escuchar mi respuesta.

Para enseñarle firme y paciente a obedecer, a disponer un lugar para cada cosa y a poner cada cosa en su lugar.

Para mostrarle la paz del deber cumplido y comunicarlo con la Fuente de la paz.

Este tiempo es breve, aprovecharé cada minuto, porque los hijos no esperan.

Hay un tiempo…

Para verlo partir valientemente hacia la escuela y entonces extrañar su ruidosa presencia a mi lado.

Para aceptar que ahora hay otros que atraen su interés, y esperarlo cuando regrese de la escuela.

Para escuchar las largas descripciones de lo que sucede cada día.

Para enseñarle a ser independiente, responsable y sobre todo, a ser el mismo.

Para guiarlo con afectuosa firmeza y disciplinarlo con amor.

Para dejarlo partir y soltar los lazos que lo sujetan a mi falda.

Para atesorar cada instante fugaz de su niñez y adolescencia: sólo dieciocho preciosos años para inspirarlo y prepararlo para la vida.

No cambiar este derecho natural por la posición social, la reputación profesional o un cheque de sueldo. Una hora de dedicación puede evitar años de dolor mañana. La casa puede esperar, el auto puede esperar, la ropa puede esperar, pero los hijos no esperan.

Habrá un tiempo…

Cuando las puertas ya no serán cerradas a golpes, ni habrá juguetes en la escalera, ni peleas entre los hermanos, ni marca de lápices en las paredes, entonces podré recordar con gozo los años pasados y pensar que fue poco lo que perdí en comparación con lo mucho que he ganado.

Cuando lo vea labrarse un futuro en la universidad.

Entonces será para mí el tiempo de trabajar fuera de casa, de dedicarme a todo lo bello y útil que he postergado durante tantos años. Entonces será mi tiempo, yo sí puedo esperar.

Habrá un tiempo…

Para mirar hacia atrás y ver que los años de madre no fueron desperdiciados.

Para verlo un hombre formado, íntegro y sirviendo a los demás.

Para verlo disfrutar gracias a todos los tiempos que no dejé escapar.

Para afirmar sin equivocarme que cada momento de su vida fue importante para mí.

Para reconocer sin dolor que no hay carrera mejor, ni trabajo más remunerado, ni tarea más urgente que la de aceptar con alegría la gracia de ser madre.

Entonces recogeré el fruto de haber respetado los tiempos de mis vástagos, de haber postergado los míos, de haber sido consciente de que esos tiempos eran breves y de no haberlos hecho esperar.

El Hijo Preferido…

Cierta vez le preguntaron a una madre cual era su hijo preferido, aquel que ella más amaba.

Y ella, dejando entrever una sonrisa, respondió:

“Nada es más voluble que un corazón de madre.

Y, como madre, le respondió:

”El hijo predilecto, aquel a quien me dedico de cuerpo y alma.

Es mi hijo enfermo, hasta que sane.

El que partió, hasta que vuelva.

El que está cansado, hasta que descanse.

El que está con hambre, hasta que se alimente.

El que está con sed, hasta que beba.

El que está estudiando, hasta que aprenda.

El que está desnudo, hasta que se vista.

EL que no trabaja, hasta que se emplee.

El que está de novio, hasta que se case.

El que se casa, hasta que conviva.

El que es padre, hasta que los crie.

EL que prometió, hasta que cumpla.

El que debe, hasta que pague.

El que llora, hasta que calle.”

Y con un semblante bien diferente a aquella sonrisa, finalizó:

“El que ya me dejó, hasta que lo reencuentre.”

La vida es como un viaje

Para cada uno de nosotros

la vida es como un viaje.

Nacer es el comienzo de este viaje

y morir no es su final sino su destino.

Este es un viaje que nos lleva

de la juventud a la madurez;

de la ingenuidad al despertar;

de la ignorancia al conocimiento;

de la necedad a la sabiduría;

de la debilidad a la fortaleza, y muchas veces de vuelta;

de la ofensa al perdón;

del dolor a la compasión;

del temor a la fe;

del fracaso a la victoria, y de la victoria al fracaso,

hasta que llega un punto en que,

mirando atrás o hacia adelante,

entendemos que la victoria no consiste

en llegar a una cierta cumbre en el camino

sino en haber hecho el camino

con todas sus etapas.

(Adaptado de una antigua plegaria judía)

Esto tiene que saberse

Hay historias muy tristes de abusos de poder o de abusos sexuales causados por sacerdotes o religiosas. Esas verdades, dolorosas como son, deben ser conocidas. Pero debe saberse también que hay muchas calumnias. Y sobre todo, debe saberse que incluso en lo más espeso del barro hay espacio para muestras de virtud cristiana de proporciones heroicas.

Lo que sigue es de la vida real. Aconteció aquí en Irlanda y lo que ofrezco es traducción de partes de The Irish Times del 2 de diciembre de 2005, página 3.

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Bendición Irlandesa

¡Que el camino salga a tu encuentro!

¡Que te sea favorable el viento!

Sobre tu rostro, el sol amable,

y en tus campos, lluvia suave.

Y hasta volver a encontrarnos,

¡te sostenga Dios en su mano!

(Original inglés)

El Documento reciente del Vaticano

Algunos amigos me han preguntado por qué no he escrito nada sobre el reciente documento del Vaticano sobre la homosexualidad, o para ser más precisos, la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Órdenes sagradas, del 4 de noviembre de 2005, emitida por la Congregación para la Educación Católica y suscrita por el Papa Benedicto XVI.

La razón para mi silencio es muy sencilla: estoy de acuerdo con cada una de las palabras de la citada Instrucción, a la cual considero muy respetuosa con todos y muy clara sobre la mente de la Iglesia en esta materia tan importante.

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Gratitud al invisible

Se cuenta una leyenda de dos jóvenes vagabundos que comentaban irónicamente el hecho de que la gente acudiese a la iglesia a adorar a un Dios que no se ve.

Un rico caballero, compadecido de aquellos miserables de cuerpo y alma, hízoles llevar, cuando se hallaban dormidos, a un palacio situado en una isla. Allí las comidas aparecían por encanto y si se empeñaban en vigilar su aparición las encontraban dispuestas en otro aposento. Un coche del mejor modelo estaba a su disposición a la puerta del jardín. Las luces y la calefacción se encendían a su hora por mano invisible.

Notaron que la parte del edificio que a ellos era dable recorrer no era más que una mitad y nunca se abrían ante sus ojos las puertas azules que daban acceso a la otra. Intrigados empezaron a dirigirse en voz alta a su benefactor invisible, y muchas veces, aunque no siempre, veían cumplidas sus demandas. También daban gracias, a grandes voces, expresando su deseo de conocer a su generoso protector.

En una de tales ocasiones abríase una de las azules puertas y apareció éste sonriendo, rodeado de una multitud de criados.

Podéis comprender ahora, les dijo, por qué muchos hombres inteligentes rinden culto a un Dios que no ven. Tienen motivo para ello pues, ¿no encuentran preparada todos los años su comida por las fuerzas de la providencia? ¿No las ilumina y calienta su sol todos los días? ¿No pasean su ser mortal en un maravilloso vehículo de carne y huesos cuyo motor no para nunca? Justo es que sean como vosotros agradecidos a Quien, no dejándose ver corporalmente, se hace visible por sus obras.

Religiosas, ¿qué futuro? (1)

¿Habrá religiosas en el panorama de la Iglesia dentro de diez años, cuarenta años, cien años? ¿Qué tan relevantes serán para ellas cosas como el uso del hábito o la oración en común? ¿Qué tipo de obediencia o de relaciones de autoridad, en general, existirán entre aquellas mujeres? ¿Será muy diferente la situación en los distintos países y culturas, o habrá fuertes estándares globales? ¿Es cierto lo que algunos dicen, que el Estado terminará de asumir lo que hoy llamamos obras asistenciales, y también la educación, de modo que quedará sólo espacio para la vida contemplativa? Las nuevas formas de consagración seglar y el impulso atrayento del compromiso laical ¿dejan espacio para una vida religiosa con todas sus exigencias de comunidad?

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Gracias, Emilia

Emilia pertenecía a una familia de clase media en un país europeo que sufría estragos y carestías después de una prolongada guerra nacional. Hambre y epidemias amenazaban a toda la población. Emilia desde pequeña había tenido una salud delicada, que no había podido mejorar por las condiciones en las que vivía. Siendo muy joven, se casó con un obrero textil y se establecieron en una población nueva lejos de familiares y conocidos. Poco tiempo después nació su primer hijo, Edmundo, un chico atractivo, buen estudiante, atleta y con gran personalidad. Unos años más tarde, Emilia dio a luz a una niña, que sólo sobrevivió pocas semanas por las malas condiciones de vida a la que la familia estaba sometida.

Catorce años después del nacimiento de Edmundo y casi diez de la muerte de su segunda hija, Emilia se encontraba en una situación particularmente difícil. Tenía cerca de cuarenta años y su salud no había mejorado: sufría severos problemas renales y su sistema cardiaco se debilitaba poco a poco debido a una afección congénita. Por otro lado, la situación política de su país era cada vez más crítica, pues había sido muy afectado por la recién terminada primera guerra mundial. Vivían con lo indispensable y con la incertidumbre y el miedo de que estallase una nueva guerra. Y justamente en esas terribles circunstancias, Emilia se dio cuenta de que nuevamente estaba embarazada.

A pesar de que el acceso al aborto no era sencillo en esa época y en ese país tan pobre, existía la opción y no faltó quien se ofreciera para practicárselo. Su edad y su salud hacían del embarazo un alto riesgo para su vida. Además su difícil condición de vida le hacía preguntarse: ¿qué mundo puedo ofrecer a este pequeño? ¿Un hogar miserable? ¿Un pueblo en guerra?. Emilia desconocía que sólo le quedaban diez años de vida a causa de sus problemas de salud.

Trágicamente, también Edmundo, el único hermano del bebé que esperaba, viviría sólo dos años más. Algunos años más tarde, estallaría la segunda guerra mundial, en la que el padre de la criatura que estaba por nacer también perdería la vida. Emilia optó por darle la vida a su hijo, a quien puso el nombre de Karol.

Ese niño, ahora anciano, todavía vive y cada vez que pasa por las calles de muchos países, millones de gargantas exaltadas le gritan: “Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo”…

¡Gracias, mil gracias, Emilia!

Gracias, Dios, por crearme

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una Fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado.

En aquel momento me dije: “Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda”.

Ahora es tu turno.

Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona.

Puedes disfrutarlo y florecer o puedes marchitarte en tu propia condena…

Gansos perdidos en la nieve

Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.

Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.

– ¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa. Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.

Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana.

Dos gansos muertos yacían al pié de su ventana y en su potrero descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella granja sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.

– Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más.

Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.

– ¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevasca?

Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

– Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.

Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:

– Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!

Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día:

– ¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.

Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevasca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad.

Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:

“¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!”