Orar con el Santísimo

¡Qué bien se está contigo SEÑOR junto al SAGRARIO!
Qué bien se está contigo, ¿por qué no vendré mas?
Hace ya muchos años que vengo a diario y aquí te encuentro siempre -AMOR SOLITARIO- solo, pobre, escondido, pensando en mi quizás!….. TU no me dices nada ni yo te digo nada; si TU lo sabes todo ¿que voy a decirte? Sabes todas mis penas, todas mis alegrías, sabes que vengo a verte con las manos vacías.
y que no tengo nada que te pueda servir.

Siempre que vengo a verte, siempre te encuentro solo
¿Será SEÑOR que nadie sabe que estás aquí? no sé; pero se, en cambio, que aunque nadie viniera, aunque nadie te amara ni te lo agradeciera, aquí estarías siempre esperándome a mi….. ¿Por qué no vendré mas? ¡Que ciego estoy, que ciego! Si se por experiencia que cuando a TI me llego siempre vuelvo cambiado, siempre salgo mejor.

¿A donde voy Dios mío, cuando a mi Dios no vengo?
¡Si TU me esperas siempre! Si a TI siempre te tengo
si jamás me has cerrado las puertas de tu AMOR.
Por otros se recorren a pie largos caminos,
acuden de muy lejos cansados peregrinos o pagan grandes sumas que no han de recobrar.

Por Ti, nadie me pregunta, de TI nadie hace caso,
si alguna vez te visitan es solo así de paso; aquí eres TU quien jamás paga si alguno quiere entrar.

¿Por qué no vendrás si se que aquí, a TU lado, puedo encontrar, Dios mío, lo que tanto he buscado mi luz, mi fortaleza, mi paz mi único bien?
¡Si jamás he sufrido, si jamás he llorado SEÑOR sin que conmigo llorases TU también! ¿Por qué no vendré mas JESUCRISTO BENDITO?

¡Si TU lo estás deseando! si yo lo necesito! Si se que no soy nada cuando vengo aquí….. Si aquí me enseñarais la ciencia de los santos como aquí la buscaron y la aprendieron tantos, que fueron tus amigos y gozan de TI….

¿Por qué no vendré más, si sé yo que TU eres el modelo único y necesario que nada se hace duro mirándote a TI aquí….?

El SAGRARIO es la celda donde estás encerrado…..
¡Que pobre, que obediente, que manso, que callado,
que solo, que escondido……nadie se fija en TI!
¿Por qué no vendré más? ¡ Oh Bondad infinita!
riqueza inestimable que nada necesita, y que te has humillado a mendigar mi amor Abreme ya esa puerta, sea esa ya mi vida olvidado de todos, de todos escondida,
¡Que bien se está contigo, que bien se está SEÑOR !

Amén

Juan Pablo II: Una oración para comenzar con serenidad la jornada

CIUDAD DEL VATICANO, 30 mayo 2001 (ZENIT.org).- En la oración de la mañana, el cristiano pone su día en las manos de Dios, experimentando una tranquilidad y serenidad únicas. Una experiencia para que la que el pontífice ha recomendado en su intervención durante la audiencia de este miércoles el rezo del Salmo 5, tal y como propone la Liturgia de las Horas en las Laudes.

De esta oración, explicó el Papa, “el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino””.

Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis que Juan Pablo II pronunció en la audiencia general.

1. “Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, y me quedo aguardando”. Con estas palabras, el Salmo 5 se presenta como una oración de la mañana y, por tanto, se sitúa perfectamente en el contexto de las Laudes, el canto del fiel al inicio del día. El tono de fondo de esta súplica está más bien marcado por la tensión y el ansia, por los peligros y las amarguras que están por suceder. Pero no desfallece la confianza en Dios, siempre dispuesto a sostener a su fiel para que no tropiece en el camino de la vida.

“Sólo la Iglesia tiene una confianza así” (Jerónimo, Tractatus LIX in psalmos, 5,27: PL 26,829). Y san Agustín, llamado la atención sobre el título que se le da al Salmo y que en su versión latina dice: “Para aquella que recibe la herencia”, explica: Se trata, por tanto, de la Iglesia que recibe en herencia la vida eterna por medio de nuestro Señor Jesucristo, de modo que posee al mismo Dios, adhiere a Él, y encuentra en Él su felicidad, según lo que está scrito: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra” (Mateo 5, 4) (Enarr. in Ps.,5: CCL 38,1,2-3).

“Tu”, Dios
2. Como sucede con frecuencia en los Salmos de “súplica” dirigidos al Señor para ser liberados del mal, en este Salmo entran en escena tres personas. Ante todo aparece Dios (versículos 2-7), el “Tú”, por excelencia del Salmo, al que el orante se dirige con confianza. Ante las pesadillas de la jornada agotadora y quizá peligrosa, emerge una certeza: el Señor es un Dios coherente, riguroso con la injusticia, ajeno a todo compromiso con el mal: “Tú no eres un Dios que ame la maldad” (versículo 5).

Una larga lista de personas malvadas, el malhechor, el mentiroso, el sanguinario y traicionero, desfila ante la mirada del Señor. Él es el Dios santo y justo que se pone de parte de quien recorre los caminos de la verdad y del amor, oponiéndose a quien escoge “las sendas que llevan al reino de las sombras” (cf. Proverbios 2,18). El fiel, entonces, no se siente solo y abandonado cuando afronta la ciudad, penetrando en la sociedad y en la madeja de las vicisitudes cotidianas.

“Yo”, el orante
3. En los versículos 8 y 9 de nuestra oración matutina el segundo personaje, el orante, se presenta a como un “Yo”, revelando que toda su persona está dedicada a Dios y a su “gran misericordia”. Está seguro de que las puertas del templo, es decir el lugar de la comunión y de la intimidad divina, cerradas a los impíos, se abren de par en par ante él. Entra para experimentar la seguridad de la protección divina, mientras afuera el mal se enfurece y celebra sus triunfos aparentes y efímeros.

De la oración matutina en el templo el fiel recibe la carga interior para afrontar un mundo con frecuencia hostil. El Señor mismo le tomará de su mano y le guiará por las calles de la ciudad, es más, le “allanará el camino”, como dice el Salmista, con una imagen sencilla pero sugerente.

En el original hebreo esta confianza serena se funda en dos términos (hésed y sedaqáh): “misericordia o fidelidad”, por una parte, y “justicia o salvación”, por otra. Son las palabras típicas para celebrar la alianza que une al Señor con su pueblo y con cada uno de sus fieles.

“Ellos”, los enemigos
4. Así se perfila, por último, en el horizonte la figura oscura del tercer actor de este drama cotidiano: son los “enemigos”, los “malvados”, que ya estaban en el fondo de los versículos precedentes. Después del “Tú” de Dios y del “Yo” del orante, ahora viene un “Ellos” que indica una masa hostil, símbolo del mal en el mundo (versículos 10-11). Su fisonomía está caracterizada un elemento fundamental de la comunicación social, la palabra. Cuatro elementos boca, corazón, garganta, lengua, expresan la radicalidad de la maldad de sus decisiones. Su boca está llena de falsedad si corazón maquina constantemente perfidias, su garganta es como un sepulcro abierto, dispuesta a querer solo la muerte, su lengua es seductora, pero “llena de veneno mortífero”(Santiago 3, 8).

5. Después de este retrato áspero y realista del perverso que atenta contra el justo, el salmista invoca la condena divina en un versículo (versículo 11), que la liturgia cristiana omite, queriendo de este modo conformarse a la revelación del Nuevo Testamento del amor misericordioso, que ofrece también al malvado la posibilidad de la conversión. La oración del salmista experimenta al llegar a ese momento un final lleno de luz y de paz (versículos 12-13), después del oscuro perfil del pecador que acaba de diseñar. Una oleada de serenidad y de alegría envuelve a quien es fiel al Señor. La jornada que ahora se abre ante el creyente, aunque esté marcada por cansancio y ansia, tendrá ante sí el sol de la bendición divina. El salmista, que conoce en profundidad el corazón y el estilo de Dios, no tiene dudas: “Tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor”(v. 13).

Juan Pablo II: Cómo salpicar el día con la oración

CIUDAD DEL VATICANO, 4 abr 2001 (ZENIT.org).- La recitación de los salmos en diferentes momentos del día constituye una práctica privilegiada para que el cristiano bucee “en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Se trata de una costumbre, como explicó Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles, que descubrieron ya los primeros cristianos, ayudados por las oraciones propuestas por la ley de Moisés.

“Al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla San Pablo, con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre””, explicó.

Ofrecemos a continuación, el texto íntegro del discurso que pronunció hoy el Papa en la plaza de San Pedro del Vaticano durante el encuentro con los peregrinos.

1. Antes de emprender el comentario de los diferentes salmos y cánticos de alabanza, hoy vamos a terminar la reflexión introductiva comenzada con la catequesis pasada. Y lo hacemos tomando pie de un aspecto muy apreciado por la tradición espiritual: al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu, presente en las Escrituras, y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que rezar con sus propias palabras, se hace eco de esos “gemidos inefables” de que habla san Pablo (cf. Romanos 8, 26), con los que el Espíritu del Señor lleva a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: “¡Abbá, Padre!” (Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6).

Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad, que no se preocupaban por cantar los salmos en su propio idioma materno, pues les era suficiente la conciencia de ser, en cierto sentido, “órganos” del Espíritu Santo. Estaban convencidos de que su fe permitía liberar de los versos de los salmos una particular “energía” del Espíritu Santo. La misma convicción se manifiesta en la característica utilización de los salmos, llamada “oración jaculatoria” que procede de la palabra latina “iaculum”, es decir “dardo” para indicar brevísimas expresiones de los salmos que podían ser “lanzadas” como puntas encendidas, por ejemplo, contra las tentaciones. Juan Casiano, un escritor que vivió entre los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes descubrieron la extraordinaria eficacia del brevísimo “incipit” del salmo 69: “Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme”, que desde entonces se convirtió en el portal de entrada de la “Liturgia de las Horas” (cf. Conlationes, 10,10: CPL 512,298 s.s.).

2. Junto a la presencia del Espíritu Santo, otra dimensión importante es la de la acción sacerdotal que Cristo desempeña en esta oración, asociando consigo a la Iglesia, su esposa. En este sentido, refiriéndose precisamente a la “Liturgia de las Horas”, el Concilio Vaticano II enseña: “El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, […] une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino”(Sacrosanctum Concilium,83).

De modo que la “Liturgia de las Horas” tiene también el carácter de oración pública, en la que la Iglesia está particularmente involucrada. Es iluminador entonces redescubrir cómo la Iglesia ha definido progresivamente este compromiso específico de oración salpicada a través de las diferentes fases del día. Es necesario para ello remontarse a los primeros tiempos de la comunidad apostólica, cuando todavía estaba en vigor una relación cercana entre la oración cristiana y las así llamadas “oraciones legales” es decir, prescritas por la Ley de Moisés, que tenían lugar a determinadas horas del día en el Templo de Jerusalén. Por el libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que los apóstoles “acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu”(2, 46), y que “subían al Templo para la oración de la hora nona” (3,1). Por otra parte, sabemos también que las “oraciones legales” por excelencia eran precisamente las de la mañana y la noche.

3. Con el pasar del tiempo, los discípulos de Jesús encontraron algunos salmos particularmente apropiados para determinados momentos de la jornada, de la semana o del año, percibiendo en ellos un sentido profundo relacionado con el misterio cristiano. Un autorizado testigo de este proceso es san Cipriano, quien a la mitad del siglo III escribe: “Es necesario rezar al inicio del día para celebrar en la oración de la mañana la resurrección del Señor. Esto corresponde con lo que indicaba el Espíritu Santo en los salmos con las palabras: “Atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios. Porque a ti te suplico. Señor, ya de mañana oyes mi voz; de mañana te presento mi súplica, y me quedo a la espera” (Salmo 5, 3-4). […] Después, cuando el sol se pone al acabar del día, es necesario ponerse de nuevo a rezar. De hecho, dado que Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, al pedir con la oración que volvamos a ser iluminados en el momento en el que terminan el sol y el día del mundo, invocamos a Cristo para que regrese a traernos la gracia de la luz eterna” (De oratione dominica, 35: PL 39,655).

4. La tradición cristiana no se limitó a perpetuar la judía, sino que trajo algunas innovaciones que caracterizaron la experiencia de oración vivida por los discípulos de Jesús. Además de recitar en la mañana y en la tarde el Padrenuestro, los cristianos escogieron con libertad los salmos para celebrar su oración cotidiana. A través de la historia, este proceso sugirió utilizar determinados salmos para algunos momentos de fe particularmente significativos. Entre ellos, en primer lugar se encontraba la “oración de la vigilia”, que preparaba para el Día del Señor, el domingo, en el que se celebraba la Pascua de Resurrección.

Algo típicamente cristiano fue después el añadir al final de todo salmo e himno la doxología trinitaria,”Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. De este modo, todo salmo e himno fue iluminado por la plenitud de Dios.

5. La oración cristiana nace, se nutre y desarrolla en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el Misterio pascual de Cristo. Así, por la mañana y en la noche, al amanecer y al atardecer, se recordaba la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida. El símbolo de Cristo “luz del mundo” es representado por la lámpara durante la oración de las Vísperas, llamada también por este motivo “lucernario”. Las “horas del día” recuerdan, a su vez, la narración de la pasión del Señor, y la “hora tercia” la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La “oración de la noche”, por último, tiene un carácter escatológico, pues evoca la recomendación hecha por Jesús en espera de su regreso (cf. Marcos 13, 35-37).

Al ritmar de este modo su oración, los cristianos respondieron al mandato del Señor de “rezar sin cesar” (cf. Lucas 18,1; 21,36; 1 Tesalonicenses 5, 17; Efesios 6, 18), sin olvidar que toda la vida tiene que convertirse en cierto sentido en oración. En este sentido, Orígenes escribe: “Reza sin pausa quien une la oración con las obras y las obras con la oración” (Sobre la oración, XII,2: PG 11,452C).

Este horizonte, en su conjunto, constituye el hábitat natural de la recitación de los Salmos. Si son sentidos y vividos de este modo, la “doxología trinitaria” que corona todo salmo se convierte, para cada creyente en Cristo, en un volver a bucear, siguiendo la ola del espíritu y en comunión con todo el pueblo de Dios, en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el Bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Oración de la Noche

Señor, ya es tarde; ya viene la noche.
Quiero agradecerte por este día.

Fue duro, con sufrimientos e inseguridades,
pero lleno de amor, y vivido en la alegría de la esperanza.

Gracias, Señor por este día que acabo de vivir.
Intenté vivirlo en Tu amor y nada me faltó.

En tu compañía soporté mis sufrimientos y no fue un día perdido. Confié en Ti y acepté tu voluntad. No fui perfecto, pero intenté ser bueno. Perdona mis faltas, Señor, y recíbeme.

Dame una noche tranquila y, por Tu gracia, restaura mis fuerzas, disminuya mis dolores y consérvame en salud.

Haz que mañana yo esté listo para cumplir tu voluntad
y para aceptar a todos mis hermanos.

Amén.

La dimensión cósmica de la oración, según Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 2 mayo 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha releído con los peregrinos una de las páginas más bellas de la Biblia, el cántico de tres jóvenes israelitas salvados de la muerte por Dios, para mostrar cómo los cristianos pueden inspirar su oración en los cánticos judíos.

“Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos”, concluye el himno recogido por Daniel (3, 57). En este cántico, dice el Papa, “en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador”.

El cristiano, como Francisco de Asís, aclaró el Papa, al elevar esta alabanza “se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo”.

Ofrecemos a continuación la intervención íntegra del pontífice en la audiencia general de este miércoles.

1. “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos” (Daniel 3, 57). Una dimensión cósmica impregna este Cántico tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas propone para las Laudes del domingo en la primera y tercera semana. De hecho, esta estupenda oración se aplica muy bien al “Dies Domini”, el Día del Señor, que en Cristo resucitado nos permite contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y la historia. En él, alfa y omega, principio y fin de la historia (cf. Apocalipsis 22, 13), alcanza su sentido pleno la misma creación, pues, como recuerda Juan en el prólogo del Evangelio, “todo ha sido hecho por él” (Juan 1, 3). En la resurrección de Cristo culmina la historia de la salvación, abriendo la vicisitud humana al don del Espíritu y al de la adopción filial, en espera del regreso del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre (cf. 1Corintios 15, 24).

2. En este pasaje de letanías, se repasan todas las cosas. La mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales. El llamamiento se hace después universal: interpela a los ángeles de Dios, alcanza a todos los “hijos del hombre”, y en particular al pueblo de Dios, Israel, sus sacerdotes y justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diferentes voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Recitado a la luz de la revelación cristiana, el Cántico se dirige al Dios trinitario, como nos invita a hacerlo la liturgia, añadiendo una fórmula trinitaria: “Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu Santo”.

3. En el cántico, en cierto sentido, se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas –Ananías, Azarías y Misael–, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49).

De este modo, el Cántico se pone en la línea de los cantos de alabanza por haber evitado un peligro, presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria referido en el capítulo 15 del Éxodo, donde los antiguos judíos expresan su reconocimiento al Señor por aquella noche en la que hubieran quedado inevitablemente arrollados por el ejército del faraón si el Señor no les hubiera abierto un camino entre las aguas, echando “al mar al caballo y al jinete”(Éxodo 15, 1).

4. No es casualidad el que en la solemne vigilia pascual, la liturgia nos haga repetir todos los años el himno cantado por los israelitas en el Éxodo. Aquel camino abierto para ellos anunciaba proféticamente el nuevo camino que Cristo resucitado inauguró para la humanidad en la noche santa de su resurrección de los muertos. Nuestro paso simbólico a través de las aguas bautismales nos permite volver a vivir una experiencia análoga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte de Jesús para beneficio de todos nosotros.

Al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el Cántico de los tres jóvenes israelitas, nosotros, discípulos de Cristo, queremos ponernos en la misma onda de gratitud por las grandes obras realizadas por Dios, ya sea en su creación ya sea sobre todo en el misterio pascual.

De hecho, el cristiano percibe una relación entre la liberación de los tres jóvenes, de los que se habla en el Cántico, y la resurrección de Jesús. Los Hechos de los Apóstoles ven en ésta última la respuesta a la oración del creyente que, como el salmista, canta con confianza: “No abandonarás mi alma en el Infierno ni permitirás que tu santo experimente la corrupción” (Hechos 2, 27; Salmo 15, 10).

El hecho de relacionar este Cántico con la Resurrección es algo muy tradicional. Hay antiquísimos testimonios de la presencia de este himno en la oración del Día del Señor, la Pascua semanal de los cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamadas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor.

5.”Bendito eres en la bóveda del cielo: a ti honor y alabanza por los siglos” (Daniel 3, 56). Al cantar este himno en la mañana del domingo, el cristiano se siente agradecido no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.

Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento e el cuerpo y en el espíritu, compuso el “Cántico al hermano sol” (cf. “Fuentes franciscanas”, 263).

Nuestra Más Grande Necesidad

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de dinero,
Dios hubiera mandado a un economista.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de conocimiento,
Dios hubiera mandado a un educador.

Si nuestra más grande necesidad
hubiera sido de diversión o entretenimiento,
Dios hubiera mandado a un artista.

Pero como nuestra mayor necesidad
era de amor y salvación.
Dios mando a su Hijo, un Salvador.

Nada te Turbe

Nada te turbe,nada te espante
todo se pasa Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza
quien a Dios tiene nada le falta
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe.

A Jesucristo sigue con pecho grande,
y, venga lo que venga nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo? es gloria vana;
Nada tiene de estable, todo se pasa.

Aspira a lo celeste, que siempre dura;
fiel y rico en promesas, Dios no se muda.

Ámala cual se merece, Bondad inmensa;
pero no hay amor fino sin la paciencia.

Confianza y fe viva mantenga el alma,
que quien cree y espera todo lo alcanza.

Del infierno acosado aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos, cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro, nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo, Id, dichas vanas;
aunque todo lo pierda Sólo Dios basta.

Mi Pesebre

Te

ngo una gran esperanza en todo lo que significa el pesebre: ese abandono que padeció Cristo y la sencillez y amor infinitos con que asumió todo sin echar nada en cara a nadie. Yo leo y leo los evangelios y veo que nuestro Divino Redentor nunca recriminó nada, como si él se mereciera todo lo que le pasó.

Y si es verdad que María guardaba todo en su corazón, Dios Santo: ¡cuántos tesoros tendrá el Corazón de Cristo, que vio todo, sintió todo, escuchó todo, y todo supo iluminarlo, entenderlo, perdonarlo!

El Niño del Portal, el Niño de nuestras esperanzas, el Niño de nuestras canciones, el Niño de nuestros dolores… todo mira hacia ese Niño, que fue recibido con un diluvio de indiferencia y de odio, y fue despedido con una lluvia de azotes y de insultos.

Pero ese Niño es nuestro Niño, es el que nos conoce bien por dentro y que ha dejado en sus llagas lindas, y en sus lágrimas lindas toda la poesía del amor que Dios nos tiene.

Fr. Nelson Medina, O.P.

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Te

ngo una gran esperanza en todo lo que significa el pesebre: ese abandono que padeció Cristo y la sencillez y amor infinitos con que asumió todo sin echar nada en cara a nadie. Yo leo y leo los evangelios y veo que nuestro Divino Redentor nunca recriminó nada, como si él se mereciera todo lo que le pasó.

Y si es verdad que María guardaba todo en su corazón, Dios Santo: ¡cuántos tesoros tendrá el Corazón de Cristo, que vio todo, sintió todo, escuchó todo, y todo supo iluminarlo, entenderlo, perdonarlo!

El Niño del Portal, el Niño de nuestras esperanzas, el Niño de nuestras canciones, el Niño de nuestros dolores… todo mira hacia ese Niño, que fue recibido con un diluvio de indiferencia y de odio, y fue despedido con una lluvia de azotes y de insultos.

Pero ese Niño es nuestro Niño, es el que nos conoce bien por dentro y que ha dejado en sus llagas lindas, y en sus lágrimas lindas toda la poesía del amor que Dios nos tiene.

Fr. Nelson Medina, O.P.

Mi Cristo Roto

A mi Cristo roto, lo encontré en Sevilla. Dentro del arte me subyuga el tema de Cristo en la cruz. Se llevan mi preferencia los cristos barrocos
españoles. La última vez, fui de compras en compañía de un buen amigo mío.

Al Cristo, ¡Qué elección! Se le puede encontrar entre tuercas y clavos, chatarra oxidada, ropa vieja, zapatos, libros, muñecas rotas o litografías románticas. La cosa, es saber buscarlo. Porque Cristo anda y está entre
todas las cosas de éste revuelto e inverosímil rastro (bazar) que es la Vida.

Pero aquella mañana nos aventuramos por la casa del artista, es más fácil encontrar ahí al Cristo, ¡Pero mucho más caro!, es zona ya de anticuarios.
Es el Cristo con impuesto de lujo, el Cristo que han encarecido los turistas, porque desde que se intensificó el turismo, también Cristo es más caro. Visitamos únicamente dos o tres tiendas y andábamos por la tercera o cuarta.

– Ehhmm ¿Quiere algo padre?
– Dar una vuelta nada más por la tienda, mirar, ver.

¡De pronto! frente a mí, acostado sobre una mesa, vi un Cristo sin cruz, iba a lanzarme sobre él, pero frené mis ímpetus. Miré al Cristo de reojo, me conquistó desde el primer instante. Claro que no era precisamente lo que yo buscaba, era un Cristo roto. Pero esta misma circunstancia, me encadenó a él, no sé por qué. Fingí interés primero por los objetos que me rodeaban hasta que mis manos se apoderaron del Cristo, ¡Dominé mis dedos para no acariciarlo! No me habían engañado los ojos! ¡No!. Debió ser un Cristo muy bello, era un impresionante despojo mutilado. Por supuesto, no tenía cruz, le faltaba media pierna, un brazo entero, y aunque conservaba la cabeza, había perdido la cara.

Se acercó el anticuario, tomó el Cristo roto en sus manos y…
-¡Ohhh, es una magnífica pieza, se ve que tiene usted gusto padre, fíjese que espléndida talla, qué buena factura!
– ¡Pero! está tan rota, tan mutilada!
– No tiene importancia padre, aquí al lado hay un magnífico restaurador amigo mío y se lo va a dejar a usted, ¡Nuevo!

Volvió a ponderarlo, a alabarlo, lo acariciaba entre sus manos; pero no acariciaba al Cristo, acariciaba la mercancía que se le iba a convertir en
dinero.

Insistí; dudó, hizo una pausa, miró por última vez al Cristo fingiendo que le costaba separarse de él y me lo alargó en un arranque de generosidad ficticia, diciéndome resignado y dolorido:
– Tenga padre, lléveselo, por ser para usted y conste que no gano nada 3000 pesetas nada más, ¡Se lleva usted una joya!.

El vendedor exaltaba las cualidades para mantener el precio. Yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo. Me estremecí de pronto. ¡Disputábamos el precio de Cristo, como si fuera una simple mercancía!. ¡Y me acordé de Judas! ¿No era aquella también una compraventa de Cristo?

¡Pero cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, y en él a nuestros prójimos! Nuestra vida es muchas veces una compraventa de cristos.

¡Bien! cedimos los dos, lo rebajó a 800 pesetas. Antes de despedirme, le pregunté si sabía la procedencia del Cristo y la razón de aquellas terribles mutilaciones. En información vaga e incompleta me dijo que creía procedía de la sierra de Arasena, y que las mutilaciones se debían a una profanación en tiempo de guerra.

Apreté a mi Cristo con cariño, y salí con él a la calle. Al fin, ya de noche, cerré la puerta de mi habitación y me encontré sólo, cara a cara con mi Cristo. Que ensangrentado despojo mutilado, viéndolo así me decidí a preguntarle:

– Cristo, ¿Quién fue el que se atrevió contigo?! ¿No le temblaron las manos cuando astilló las tuyas arrancándote de la cruz?! ¿Vive todavía? ¿Dónde?
¿Qué haría hoy si te viera en mis manos? ¿Se arrepintió?
– ¡CÁLLATE! Me cortó una voz tajante.
-¡CÁLLATE, preguntas demasiado! ¿Crees que tengo un corazón tan pequeño y mezquino como el tuyo?! ¡CÁLLATE! No me preguntes ni pienses más en el que me mutiló, déjalo, ¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!, yo ya lo perdoné. Yo me olvidé instantáneamente y para siempre de sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas como vosotros. ¡Cállate! ¿Por qué ante mis miembros rotos, no se te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren, explotan y mutilan a sus hermanos los hombres?. ¿Qué es mayor pecado? Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva, de carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Ohh hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera, mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al que mutila física o moralmente a los cristos vivos que son sus hermanos.

Yo contesté:
– No puedo verte así, destrozado, aunque el restaurador me cobre lo que
quiera ¡Todo te lo mereces! Me duele verte así. Mañana mismo te llevaré al taller. ¿Verdad que apruebas mi plan? ¿Verdad que te gusta?
– ¡NO, NO ME GUSTA! Contestó el Cristo, seca y duramente.
– ¡ERES IGUAL QUE TODOS Y HABLAS DEMASIADO!

Hubo una pausa de silencio. Una orden, tajante como un rayo, vino a decapitar el silencio angustioso.
– ¡NO ME RESTAURES, TE LO PROHÍBO! ¿LO OYES?!
– Si Señor, te lo prometo, no te restauraré.
– Gracias. Me contestó el Cristo. Su tono volvió a darme confianza.
-¿Por qué no quieres que te restaure? No te comprendo. ¿No comprendes Señor, que va a ser para mí un continuo dolor cada vez que te mire roto y mutilado?
¿No comprendes que me duele?

– Eso es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo; rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos los olvidan y les vuelven la espalda. ¡No me restaures, a ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele, a ver si así, roto y mutilado te sirvo de clave para el dolor de los demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos, en luces, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes.
Hay muchos cristianos que tranquilizan su conciencia besando un Cristo bello, obra de arte, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. Esos besos me repugnan, me dan asco!, Los tolero forzado en mis pies de imagen tallada en madera, pero me hieren el corazón. ¡Tenéis demasiados cristos bellos! Demasiadas obras de arte de mi imagen crucificada. Y estáis en peligro de quedaros en la obra de arte. Un Cristo bello, puede ser un peligroso refugio donde esconderse en la huida del dolor ajeno, tranquilizando al mismo tiempo la conciencia, en un falso cristianismo.

Por eso ¡Debieran tener más cristos rotos, uno a la entrada de cada templo, que gritara siempre con sus miembros partidos y su cara sin forma, el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos los hombres! Por eso te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti, aunque amargue un poco tu vida.

– Si Señor, te lo prometo. Contesté.

Y un beso sobre su único pie astillado, fue la firma de mi promesa. Desde hoy viviré con un Cristo roto.

Mensaje de Navidad

Dicen que por la Navidad todos nos ponemos blanditos. El niño o la niña que llevamos dentro sale a flote, y de repente nos sentimos capaces de soñar, de recordar, de estremecernos de alegría o de dejarnos invadir por la ternura.

Tal vez no soportaríamos dos Navidades en un año; pero no soportaríamos tampoco un año sin Navidad.

¡Cuánta falta nos hace volver al pesebre y sonreír maravillados ante el milagro del amor que se esconde entre pajas y se abriga entre los pliegues del manto de María! Del pesebre aprendemos que tal vez las grandes respuestas sean más sencillas que nuestras grandes preguntas. Quizá lo hemos complicado todo sin verdadera necesidad.

Las cosas se complican no cuando amamos sino cuando creemos que tenemos que buscar razones para no amar. ¿Has visto que frase tan larga y tan fea: “creemos que tenemos que buscar razones”…? Es una frase complicada, fatidiosa, esterilizante. Y así son nuestras disculpas: nos complican, nos fastidian y nos esterilizan.

El Niño del Pesebre es el niño sin disculpas. Es el amor que ya no pide más permisos sino que de improviso se lanza a una aventura de vértigo. Y desde Belén hasta el Calvario, este Niño, que no supo dejar de amar, dibujó sobre la faz de la tierra el rostro de un Amor capaz de rescatar a las víctimas del pecado y de la muerte.

La dulce simplicidad del pesebre nos enamora. Este bebito a todos acoge, a nadie rechaza. Es el Dios Amable. Su casa, aunque es pequeña, tiene espacio para todos. No hay grandes pinturas, salvo el rostro extasiado de María, ni hermosas esculturas, salvo la perfecta adoración de San José.

En esta humilde casa no hay música de orquestas, aunque sí unos cuantos coros de ángeles. No hay mucha elocuencia de palabras, porque la Palabra Encarnada a veces calla y duerme, a veces llora y canta.

Belén, ¡bendito milagro! Me transportas a tu misterio, me envuelves con tu melodía, me sacias con tu dulzura.

9. La Felicidad De Jesucristo

9.1. Piensa que tu alma no tiene fronteras. Eres infinito hacia adentro, y, como ya te dije alguna vez, mi tarea es guiarte hacia adentro, porque esa es la dirección del infinito. Aquellos primeros padres de la raza humana, Adán y Eva, fueron llamados por Dios hacia el infinito del amor y del conocimiento. En vosotros, que sois sus hijos, está ese impulso que os hace buscar el conocimiento más allá de la utilidad, y el amor más allá del placer.

9.2. Pero en el estado en que quedó la humanidad cuando Dios quiso que la muerte fuera remedio a la rebeldía del pecado, el modo de felicidad del puro conocer y más disfrutar, modo que de suyo es infinito, se ve truncado por la muerte y por sus señas en la vida, que son la enfermedad y la vejez, pero también el cansancio, el tedio y el absurdo. Por eso muchos piensan que la felicidad no es posible ya para la raza humana, porque sólo admiten aquella felicidad que quedó frustrada después de la obra del pecado.
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Máximas del Padre Pío

La presencia de Jesús en el corazón:

Confieso que para mí es una gran desgracia no saber expresar y explicar este volcán eternamente encendido que me quema y que Jesús hizo nacer en este corazón tan pequeño.¡Bendigo a Dios, que por su gracia, otorga santos sentimientos!

Todo lo podría resumir así: me siento devorado por el amor a Dios y el amor por el prójimo. Dios está siempre presente en mi mente, y lo llevó impreso en mi corazón. Nunca lo pierdo de vista: me toca admirar su belleza, sus sonrisas y sus emociones, su misericordia, su venganza o mas bien el rigor de su justicia…¿Cómo es posible ver a Dios entristecerse por el mal y no entristecerse también uno?

Conocimiento y amor

Las cosas humanas necesitan ser conocidas para ser amadas; las divinas necesitan ser amadas para ser conocidas

Santa Misa:

Sería más fácil que la tierra se rigiera sin el sol, que sin la santa Misa.

María Santísima

Si no hubiera Fe los hombres te llamarían diosa. Tus ojos resplandecen más que el sol, eres hermosa, Madre, me glorío, ¡Te quiero!

Oye, Madre, yo te quiero más que a todas las criaturas de la tierra y del cielo;… después de Jesús, es claro; te quiero tanto. Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Seamos inmensamente gratos a la Virgen. ¡Ella nos dio a Jesús!

Oración

Solo quiero ser un fraile que reza… Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración…

La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no solo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle solo con el corazón…

El don de la oración está en manos del Salvador. Cuanto más té vacíes de ti mismo, es decir, de tu amor propio y de toda atadura carnal, entrando en la santa humildad, más lo comunicará Dios a tu corazón. En los libros se busca a Dios, en la oración se lo encuentra.

Crecimiento

Para crecer, necesitamos del pan básico: la cruz, la humillación, las pruebas y las negaciones.

Crítica

No tolero la crítica y la habladuría sobre los hermanos. Es cierto que a veces me divierte aguijonearlos, pero la murmuración me da náuseas. Tenemos tantos defectos que criticarnos a nosotros mismos ¿Por qué perder tiempo en lo de los hermanos?

Enemigos

Jamás pasó por mi mente la idea de una venganza. Recé por los detractores y rezo por ellos. Quizá alguna vez le dije al Señor: Señor, si para convertirlos es necesario algún fustazo, hazlo, con tal que se salven.

Humildad

Si necesitamos paciencia para tolerar las miserias ajenas, más aún debemos soportarnos a nosotros mismos.
En tus diarias infidelidades, humíllate, humíllate, humíllate siempre. Cuando el Señor te vea humillado hasta el suelo, te tenderá su mano. Él mismo pensará en atraerte hacia Él.
Has construido mal; destruye y reconstruye bien.

Pruebas

Ten por cierto que si a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba. Por tanto, ¡Coraje! y adelante siempre.

Por muy altas que sean las olas, el Señor es más alto. ¡ Espera!… la calma volverá.

Las pruebas a las que Dios os somete y os someterá, todas son signos del amor Divino y Perlas para el alma.

Pobres

En todo pobre está Jesús agonizante; en todo enfermo está Jesús sufriente; en todo enfermo pobre está Jesús dos veces presente

Sufrimiento

Casi todos vienen a mí para que les alivie la Cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla.

¿Por qué?

Lo importante es caminar con sencillez ante el Señor. No pidas cuenta a Dios, ni le digas jamás: ¿Por qué? Aunque te haga pasar por el desierto; Una sola cosa es necesaria: Estar cerca de Jesús. Si nos cita en la noche no rehusemos las tinieblas.

Amor y sus hijos espirituales

La caridad es la reina de las virtudes. Como el hilo entrelaza las perlas, así la caridad a las otras virtudes; cuando se rompe el hilo caen las perlas. Por eso cuando falta la caridad, las virtudes se pierden.
La caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos.
La humildad y la caridad van de la mano. La primera glorifica, la otra santifica.

Amo a mis hijos espirituales tanto como a mi alma y aun más.

Al final de los tiempos me pondré en la puerta del paraíso y no entraré hasta que no haya entrado el último de mis hijos.

La escalera al cielo

Donde no hay obediencia, no hay virtud. Donde no hay virtud no hay bien. Donde no hay bien no hay amor y donde no hay amor no está Dios; si no está Dios no se va al paraíso. Esto forma como una escalera, si falta un peldaño uno se cae.