JESÚS Y EL PERDÓN
(Mateo 18, 21-22; 23-35; Jn 8, 1-11; Jn 20, 22-23)
En el tema anterior vimos cómo el Padre se nos ha revelado como misericordioso. Siendo Jesús uno con el Padre, no podía actuar de forma distinta. Una característica de Jesús fue la de interesarse por las personas, pues cada una es fuente inagotable de riqueza, de dignidad, también de necesidades. Esto le permitió ubicar debilidades al interior de las personas, de las comunidades. Entre las principales debilidades se encuentran el egoísmo, la violencia, el rencor, la prepotencia. Las personas alimentan, también, odios personales o ancestrales, trasmitidos de generación en generación, y aceptados como naturales, lógicos e inalterables. Jesús rompió con esos odios y explicó que eran parte de la levadura del pecado. Por ello, en el NT, san Mateo nos habla de manera especial de la necesidad de practicar el perdón, de la responsabilidad de los creyentes respecto al perdón y del desafío de construir, con el perdón, las comunidades del Reino de Dios.
Necesitamos mirar a Jesús, para aprender lo que significa ser mansos y misericordiosos; lo que significa buscar la justicia, ser limpios de corazón, trabajadores por la paz. Con nuestra mirada fija amorosamente en él, descubrimos el sendero del perdón y de la reconciliación en un mundo a menudo devastado por la violencia y el terror. En el amanecer del 11 de septiembre del 2001, el mundo vio con una claridad dramática el rostro trágico de la demencia humana. Vio lo que sucede cuando el odio, el pecado y la muerte toman el control de la vida. Pero eso, necesitamos contemplar a Jesús y oír su voz, que resuena en medio de nosotros. Su voz que es voz de vida, de esperanza, de perdón; voz de justicia y de paz. ¡Sólo tenemos que escucharla y dejarnos educar por ella!

Para poder entender mucho mejor el perdón, les propongo acercarnos y hundirnos en la adorable persona de Jesús, que en todo momento nos ha enseñado que Dios es Perdón, que el Padre es perdón, que El es perdón. Fascina la persona de nuestro Salvador. Es totalmente cercano, pero aparece trascendente en su manera de obrar, actuando como Dios al perdonar los pecados de los hombres. Porque “el Hijo del hombre tiene en la tierra el poder de perdonar los pecados” (Mc 2,10). El Jesús que nos presentan los evangelios es un Jesús que cautiva, fascina, seduce y deja en nosotros una marca imborrable, apareciendo también como Maestro. El nos enseña con su palabra y con su vida.
Mi post anterior sobre el Nacionalismo recibió un número apreciable de comentarios en
El título es ya explosivo. Un sacerdote amigo llegó a Tarragona y empezó a preguntar sobre las razones del visible nacionalismo catalán. Alguno lo interpeló pronto: “Oiga, ¿a usted quién le enseñó a hablar?” “Mi madre”–respondió el aludido. “Pues eso–concluyó el otro–ya sabe de qué se trata cuando se habla de la lengua.” Mi amigo sacó la única conclusión posible: hay temas que son tan profundamente viscerales que parece imposible entrar en razones. Sencillamente, lo tomas o lo dejas.