Olga Clemencia

Conocí a Olga Clemencia en el final de sus días. Desde el primer momento me dijo: “sé que me voy a morir“, y también, con un cariño muy grande: “quería conocerlo antes de irme, porque muchas veces lo oí por la radio, y me sirvió“.

Olga Clemencia tenía cáncer. Ya lo había vencido una vez, pero él, como fiera herida, había retornado con mayor fuerza y se dejaba sentir adentro del cuerpo de Olga. Pudimos hablar varias veces, gracias a Dios, incluso unas horas antes de mi viaje Bogotá-Dublín. ¡Cómo le agradezco al Señor que me haya permitido estar ahí, y hacer presencia, y aprender tantas cosas… esas que sólo se ven a plena luz cuando las luces de esta tierra anuncian su final!

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Hijos Predilectos

Desde hace unos años se ha popularizado la expresión “hijos predilectos” para referirse a nosotros los sacerdotes. Es algo que uno agradece, cómo no, pero que también engendra algunos reparos.

A mí personalmente me gusta más encontrar las “preferencias” de Jesús, y por tanto a sus “preferidos”, siguiendo el testimonio de los evangelios.

Es verdad que el Señor dijo a sus apóstoles: “a vosotros no os llamo siervos; os llamo amigos” (Jn 15,15), y es verdad que en ello hay un signo elocuente y bello de predilección, pero notemos que esta elección conlleva una misión. No se trata de ser los consentidos de Cristo, ni de crear unos cristianos “de primera”, ante los ojos de los demás, que serían los “de segunda”.

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Nicole

Nicole es una joven uruguaya que va a recibir el bautismo el próximo 26 de octubre. El instrumento que mi Dios utilizó para darle esta gracia a ella fue nuestro querido Jorge Serrano, SJ, aunque, la verdad sea dicha, esa inquietud se había posado en el corazón de ella desde hacía bastantes años, por lo menos desde sus años escolares, en México.

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Formando predicadores

De la liturgia de este convento hay una cosa que me ha gustado mucho. En el Oficio de Lectura la persona que lee, especialmente el segundo texto de esta hora litúrgica, más que simplemente leer, lo predica.

Es una idea sencilla que creo que deberíamos implementar en muchas otras partes.

Hoy, por ejemplo, Fr. David leía el texto de San Agustín sobre el Padrenuestro. Pero se apropiaba el texto, como si él mismo lo hubiera escrito, y además como si lo estuviera predicando en una gran iglesia ante multitud de fieles.

Aunque esto pueda sonar un poco “actuado”, el efecto es que la voz aprende a adaptarse, a hacerse más expresiva y más propia de nuestra misión de predicadores.

Mi compañero de estudios

Como resulta que no hay muchos hispanohablantes por estas tierras, uno tiene una alegría particular cuando resulta alguien con el idioma de Cervantes. Y es el hecho que hay un compañero, con el que compartimos dos materias, que es español: un religioso jesuita. Digamos, que para efectos de privacidad del implicado no diré su nombre real sino un seudónimo, Carlos.

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La familia

De mi familia cuento que están bien de salud. Mi papá, por ejemplo, como tal vez dije en otro mensaje, va adelantando un estudio de especialización en “Derecho de Familia“. Me alegra y me anima mucho saber eso. Es un testimonio para todos nosotros, con sus 71 años y la juventud de sus sueños y de su entusiasmo. Dios permita que lo termine existosamente.

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La gracia de Pentecostés

Pocas veces había experimentado yo la gracia de Pentecostés como un acontecimiento que nos visita a diario.

Hablamos del Señor, oramos al Señor, anunciamos al Señor… y las palabras que usamos, la gracia que las acompaña y el amor que nos mueve a usarlas, todo tiene su origen en Pentecostés. Es un hecho no de un día sino de cada día.

Pentecostés está obrando cuando puedo escuchar que un sacerdote me absuelve.

Pentecostés está obrando cuando el pan se vuelve Pan de Angeles.

Pentecostés está obrando cuando mi hermano me sonríe, solamente porque compartimos la misma fe. El lenguaje que nos une, antes que el inglés o el español, se llama Pentecostés.

Bendito Dios, y gracias a Él por permitirme reconocer esta bendición.

Nuestros estudiantes dominicos

Estoy viviendo en un convento nuestro en el centro de Dublín. Lleva el nombre de la primera fundación que hicieron los frailes dominicos en esta ciudad, allá en el siglo XIII: St. Saviour’s Priory: El Convento de San Salvador o del Santísimo Salvador. Un nombre por cierto apropiado para la espiritualidad dominicana, que, como dicen nuestras leyes, fue instituida principalmente “para la predicación y la salvación de las almas“.

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Necesito más inglés

En las clases y lecturas me ha ido muy bien; en las predicaciones, ahí vamos como bien; pero para la vida diaria, para el compartir de cada día, me quedo corto.

Y es doloroso, porque una comunicación pobre te hace sentir medio solo, medio sordo, medio torpe, medio lejano…

Gracias a Dios, hay mucha presencia de los amigos y de nuestra lista de correo; y sobre todo: la gracia de Dios existe! Yo experimento su providencia y su cercanía a cada momento, pero por eso mismo me atrevo a pedirle en público que me ayude, que abra mis oídos y mi boca y que pueda comunicarme mejor en la vida diaria.

Amén.

Graciously

¡Qué riqueza tiene cada idioma!

Esta mañana caía en la cuenta de una de esas palabras de difícil traducción entre el inglés y el español. Es de muy frecuente uso en la liturgia, al responder a las peticiones: “Lord, graciously hear us!“.

A ver, ¿como traduciríamos graciously? Viene de “grace“, por supuesto. Indica que no queremos ser simplemente escuchados, sino que queremos que el misterio de la gracia esté presente al ser escuchados.

Es como la expresión “María halló gracia a los ojos de Dios“. La gracia en esta expresión es algo que está en la mirada de Dios. Al contrario, cuando decimos, que también es cierto: “María es la Llena de Gracia“, la gracia es referida a María.

El graciously del inglés alude a esa significación de la gracia “referida a Dios”, manando de Dios, brotando de él como conmiseración hacia nosotros.

¿No es bonito?

La Misa y la Capellana

La semana pasada tuvimos nuestra Misa Inaugural en Milltown.

Fue una experiencia única por varias razones.

Lo primero es que Milltown tiene capellana; sí, una mujer. Ella no confiesa ni preside la Eucaristía, pero el nombre de su oficio es ese precisamente: “chaplain“; capellana.

Es una mujer de edad madura (alrededor de 50, le pongo yo). Su papel es sobre todo convocar a la gente, reunir, organizar, coordinar. Lo hace bien. Tiene altura en su trato, es detallista y amable, y conoce bien la psicología de los jesuitas – comunidad que indudablemente marca la parada en Milltown.

Todas esas virtudes no logran ocultar, a mi modo de ver, que hay un cambio en la orientación general de este tipo de centros de estudio. Supongamos que uno quiere confesarse (por cierto, hoy me confesé). ¿Qué hay que hacer? Uno va a la recepción donde la señora que atiende allá se comunica con un padre que esté disponible (normalmente un jesuita jubilado). El sacramento como tal hace su obra, no lo dudamos, pero fíjate que este hecho queda desmembrado del resto de tu vida. Es, por así decirlo, una “salsa” que, si tú quieres, le echas a tu plato -y si no quieres, no.

Si uno quiere ser escuchado por alguien, también puede pedir un sacerdote (y le envían a otro jubilado) o puede acudir al Departamento de Consejería, que tiene una base esencialmente psicológica. Se trata de un “counselling” psicológico. Una vez más: es posible un cierto “acompañamiento espiritual”, teóricamente, pero en sí la institución no tiene esa oferta. Lo específicamente cristiano-espiritual es una opción, una salsa que si quieres le echas a tu plato.

En ese sentido, el papel de la mujer-capellana es interesante, pero entraña sus riesgos a largo plazo. En la medida en que una comunidad de personas se acostumbra a resolver sus asuntos en una clave ajena a la vida sacramental y al pastoreo del sacerdote empieza a considerar que sentirse “salvado” es más algo que depende de nuestras fuerzas e iniciativas que de la gracia de Dios. Es la idea misma de “gracia” la que imperceptiblemente se va disolviendo, en una suave pero irreversible “traducción” que no la traduce sino que la cambia por otras cosas buenas, pero que no son la gracia, por ejemplo: la acogida, la ternura, el símbolo, el detalle, o tantas cosas que las mujeres viven de un modo muy espontáneo y cargado de significado.

Como se ve, el tema no es porque ella sea mujer, sino porque no tiene la gracia propia de la ordenación sacerdotal. Si fuera un laico el que hiciera lo que ella hace, todas estas reflexiones -y reparos- cabrían igualmente. Lo que quiero enfatizar entonces es que si la comunicación explícita de la gracia no tiene un lugar correspondiente en la transformación explícita de la vida, hay un desnivel en la capacidad de significado de la Iglesia como tal, y pienso que ese desnivel, a largo plazo, va en contra de los intereses de la evangelización.