Si tenéis la penosa experiencia de que la hermana educadora y la joven de hoy no se entienden muy bien, tened presente que éste no es un fenómeno particular de vuestra crisis. A los demás maestros, y con frecuencia a los mismos padres, no les van mucho mejor las cosas. No es una frase huera, en efecto, decir que la juventud ha cambiado y se ha vuelto bien diferente. Tal vez sea el motivo central de esta diferencia de la juventud de hoy aquello que constituye objeto de frecuentes observaciones y lamentaciones; la juventud es irreverente hacia muchas cosas que antes, desde la infancia y normalmente, eran tenidas en el más alto respeto. No obstante, de esta actitud no tiene toda la culpa la juventud actual. En los años de la infancia ha vivido cosas horribles y ha visto quebrar y caer míseramente ante sus ojos muchos ideales antes altamente apreciados. Así se ha vuelto desconfiada y esquiva.
Conviene añadir, además, que esta acusación de incomprensión no es nueva; se verifica en todas las generaciones y es recíproca: entre la edad madura y la juventud, entre los padres y los hijos, entre los maestros y los discípulos. Hace medio siglo, y algo más también, a menudo constituía una cuestión de delicado sentimentalismo; gustaba creerse y decirse “incomprendido” e “incomprendida”. Hoy esta lamentación -que no está exenta de un cierto orgullo- consiste más bien en una postura intelectual. Aquella incomprensión tiene por consecuencia, de un lado, una reacción que tal vez sobrepase los límites de la justicia, una tendencia a repeler toda novedad o apariencia de novedad, una sospecha exagerada de rebelión contra todas las tradiciones; de otro, una falta de confianza que aleja de todas las autoridades y que impele a buscar, al margen de todo juicio competente, soluciones y consejos con una especie de fatuidad más ingenua que razonada.
Continuar leyendo “Palabras de Animo para las Religiosas Educadoras”
