El Amor, como Principio de un Nuevo Orden

Al finalizar la guerra [mundial] todos habían dicho: basta. ¿Basta a qué? Basta a todo lo que había generado la matanza humana y la tremenda ruina. Inmediatamente después de la guerra, al comienzo de esta generación, la humanidad tuvo una ráfaga de conciencía : es necesario no sólo preparar las tumbas, curar las heridas, reparar los desastres, restituir a la tierra una imagen nueva y mejor, sino también anular las causas de la conflagración sufrida. Buscar y eliminar las causas, ésta fue la idea acertada. El mundo respiró.

Ciertamente, parecía que estuviera por nacer una era nueva, la de la paz universal. Todos parecían dispuestos a cambios radicales, a fin de evitar nuevos conflictos. Partiendo de las estructuras políticas, sociales y económicas se llegó a proyectar un horizonte de innovaciones morales y sociales maravillosas; se habló de justicia, de derechos humanos, de promoción de los débiles, de convivencia ordenada, de colaboración organizada y de unión mundial.

Se realizaron gestos admirables; los vencedores, por ejemplo, se convirtieron en socorredores de los vencidos; se fundaron importantes instituciones; el mundo comenzó a organizarse sobre principios de solidaridad y bienestar común. Parecía definitivamente trazado el camino hacia la paz, como condición normal y constitucional de la vida del mundo.

Pero ¿qué vemos después de veinticinco años de este real e idílico progreso? Vemos, ante todo, que las guerras, arrecian todavía, acá y allá, y parecen plagas incurables que amenazan extenderse y agravarse. Vemos que continúan creciendo, acá y allá, las descriminaciones sociales, raciales y religiosas. Vemos resurgir la mentalidad de antaño; el hombre parece reafirmarse sobre posiciones, psicológicas primero y luego políticas, del tiempo pasado. Resurgen los demonios de ayer. Retorna la supremacía de los intereses económicos, con el fácil abuso de la explotación de los débiles; retorna el hábito del odio y de la lucha de clases y, renace así una guerra internacional y civil endémica; retorna la competencia por el prestigio nacional y el poder político; retorna el brazo de hierro de las ambiciones en pugna, de los individualismos cerrados e indomables de las razas y los sistemas ideológicos; se recurre a la tortura y al terrorismo; se recurre al delito y a la violencia, como a fuego ideal sin tener en cuenta el incendio que puede sobrevenir; se considera la paz como un puro equilibrio de fuerzas poderosas y de armas espantosas; se siente estremecimiento ante el temor de que una imprudencia fatal haga explotar conflagraciones inconcebibles e irrefrenables. ¿Qué sucede? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es lo que no ha funcionado o ha faltado? ¿Debemos resignarnos, dudando que el hombre sea capaz de lograr una paz justa y segura, y renunciando a plasmar la esperanza y la mentalidad de la paz en la educación de las generaciones nuevas?

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La Victoria es de nuestro Dios, 4 de 4

En la Asamblea Nacional de la Renovación Carismática vimos la necesidad de reconocer que las oportunidades de evangelización son bien diversas y que se dan distintos escenarios. Aquí se habla de los otros seis casos: Vertical-Descendente (véase Efesios 6,1-9); Horizontal-Forzoso (véase Hechos 27,9-12.20-26); Horizontal-Voluntario (véase Lucas 24); Misión-Activa (Hechos 2,29-36); Misión-Pasiva (Hechos 2,37-41) y Encuentro Fortuito.

175. Caro y Barato

175.1. Hoy quiero hablarte de lo barato y lo caro. Hay una especie de contradicción interna en estas palabras. Si llamamos barato a lo que te hace gastar menos dinero, lo lógico es preferir las cosas baratas; pero si llamamos barato a lo que no tiene buena calidad, y por tanto no vale mucho, entonces no es buena idea buscar lo barato. Del mismo modo: si llamamos caro a lo que implica un gasto fuerte, hay que huir de las cosas caras; pero si lo caro conlleva una excelente calidad, entonces hay que preferir en cierto modo a lo que es caro.

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EL PADRE NOS CREO LIBRES

EL PADRE NOS CREÓ LIBRES

(Lc 15,12-13; Salm 102, 1-4. 9-12; Apoc 3,20)

Les invito a que nos detengamos con más esmero en la persona del padre. El primer gesto maravilloso del padre aparece cuando accede a la exigencia de su hijo menor: “dame la parte de la herencia que me corresponde“. Y el padre repartió su bienes entre los dos hermanos” (v. 12). Las palabras del menor son duras, como pedernal, ni siquiera le llama padre. El padre dio la herencia, de una vez, a los dos hijos y no se opuso a que el hijo menor se marchara. No podía obligarle a vivir junto a él contra su voluntad. No podía forzar su amor, coartar su libertad. Un hijo sin libertad es un esclavo. Por eso, no fue el padre quien convirtió en esclavo al hijo, sino este mismo quien quiso dejar de ser hijo y empezar a ser esclavo. Quien no se comporta como hijo se comporta como esclavo, pues somos hijos o esclavos (Gal 4-5).

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Necesidad de amar y defender el matrimonio cristiano

Frutos del matrimonio cristiano

Si se considera a qué fin tiende la divina institución del matrimonio, se verá con toda claridad que Dios quiso poner en él las fuentes ubérrimas de la utilidad y de la salud públicas. Y no cabe la menor duda de que, aparte de lo relativo a la propagación del género humano, tiende también a hacer mejor y más feliz la vida de los cónyuges; y esto por muchas razones, a saber: por la ayuda mutua en el remedio de las necesidades, por el amor fiel y constante, por la comunidad de todos los bienes y por la gracia celestial que brota del sacramento. Es también un medio eficacísimo en orden al bienestar familiar, ya que los matrimonios, siempre que sean conformes a la naturaleza y estén de acuerdo con los consejos de Dios, podrán de seguro robustecer la concordia entre los padres, asegurar la buena educación de los hijos, moderar la patria potestad con el ejemplo del poder divino, hacer obedientes a los hijos para con sus padres, a los sirvientes respecto de sus señores. De unos matrimonios así, las naciones podrán fundadamente esperar ciudadanos animados del mejor espíritu y que, acostumbrados a reverenciar y amar a Dios, estimen como deber suyo obedecer a los que justa y legítimamente mandan amar a todos y no hacer daño a nadie.

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174. Cuando yo me vaya

174.1. Cuando llegue el silencio y no escuches más mis palabras, tendrás aún tiempo suficiente para recordar lo que te he dicho, y habrá para ti la oportunidad de acoger con amor lo escuchado o para rechazar con desconfianza lo que tú mismo has y habrás escrito.

174.2. Esto significa que no voy a imponerme en tu vida, ni en la vida de nadie. Soy como una estrella que aparece la noche que le corresponde, y brilla con todo el amor que puede. Alguna vez hay ojos para acoger ese brillo y tal vez también una boca que con inspiración y acierto cuenta su belleza. Otras veces, en cambio, el destello se pierde o parece perderse en la noche, pues no es verdad que se pierda, sino que queda siempre regalada. Lo que sí puedo decirte, y espero que lo entiendas, es que cuando yo me vaya, sea que me hayas aceptado o no aceptado, ya no te haré falta.

174.3. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

CARTA DE IDENTIDAD DEL PADRE

CARTA DE IDENTIDAD DEL PADRE

(Lc 15, 12-13; Ex 34,6; 1Jn 4, 8.16)

La parábola del “padre misericordioso”, es “la perla”, la reina de las parábolas de Jesús, indudablemente la más bella. Y es que Jesús entrega lo que ama con infinito amor y honda ternura. Charles Peguy dice de ella: “Esta es la palabra de Dios que ha llegado más lejos, la que ha tenido más éxito temporal y eterno. Es célebre, incluso, entre los impíos y ha encontrado en ellos un orificio de entrada y quizá es ella sola la que permanece clavada en el corazón del impío, como un clavo de ternura”.

Se lee y nunca se deja de admirar. Se la llama la parábola del hijo pródigo, pero esto no es exacto, pues el protagonista de la narración, el personaje central no es el hijo menor. La figura central de ese texto incomparable es la figura del padre. Con este cuadro quiso Jesús revelarnos la verdadera imagen de Dios. Por eso deberíamos llamar a esta parábola la “carta sobre la identidad de Dios” que el mismo Jesús, Hijo de Dios, nos entregó. Por eso hoy, ya no se habla de la parábola del hijo pródigo, sino de la parábola del Padre misericordioso. En efecto, en la lectura de la parábola “poco a poco va surgiendo el rostro misterioso de un Dios incomprensible para el puro razonamiento humano, pero verdaderamente fascinante”. La traducción ecuménica de la Biblia dice que el mensaje no se centra tanto en la conversión del hijo, cuanto en el amor y en la misericordia del Padre. De todos modos, la parábola, más que un resumen de la historia de cada uno de nosotros, es el retrato de nuestro Padre Celestial, hecho nada menos que por el mismo Jesús, el Hijo amado. Les invito a dejarse empapar de esta Palabra de Jesús y analizar la narración en todos sus pormenores. No nos puede eximir de hacerlo el que conozcamos la parábola desde nuestra niñez. Hay cosas que nunca acaban de comprenderse suficientemente. Necesitamos captar en profundidad las distintas posturas de los tres personajes y prestar una atención especial a sus sentimientos y a la relación que hay entre ellos.

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Juan Pablo II da luces sobre el caso Galileo

Séame permitido, señores, presentar a vuestra atención y reflexión algunos puntos que me parecen importantes para volver a enfocar en su luz verdadera el asunto Galileo, en el que las concordancias entre religión y ciencia son más numerosas y, sobre todo, más importantes que las incomprensiones de las que surgió el conflicto áspero y doloroso, que se. prolongó en los siglos siguientes.

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