Pausa necesaria (3)

Hay un país donde los niveles de violencia alcanzan límites inusitados. En casi todas partes del mundo los servicios de ambulancia son respetados, y ante la sirena de una ambulancia el tráfico se pliega con respeto para dar paso a los heridos o enfermos, o para permitir que el vehículo que todos reconocen como capaz de salvar vidas alcance a llegar a tiempo a su destino.

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¿Y yo qué?

Buena cuenta me doy que ese camino de nuevas comunidades de laicos y sacerdotes unidos en un compromiso común y estable son posibles e incluso necesarias. No como reemplazo, sino como posibilidad que embellece a la Iglesia y le ayuda a estar mejor dispuesta a su tarea fundamental: dar testimonio de Cristo y ser así sacramento universal de salvación, como bien la llamó el Concilio Vaticano II.

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La otra cara de la moneda

La insistencia en comunidades laicales estrechamente unidas al ministerio y la vida de sacerdotes no trae únicamente ventajas. Un sacerdote unido a una comunidad es fácilmente un sacerdote sin tiempo para otra cosa. Su mundo puede achicarse increíblemente y empezar a gravitar en torno a las necesidades reales o ficticias de un grupo pequeño o incluso de unas cuantas personas, sea porque ellas lo necesitan, porque lo reclaman, o porque el sacerdote mismo se siente más seguro o confortable junto a ellas.

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Dar razón del hermano

Volvamos a los sacerdotes y la familia.

El mundo se ha llenado de comunicaciones pero no de relaciones reales, a escala humana. Puentes inmensos, imponentes, inimaginables hasta hace pocos años, cruzan como avenidas el espacio físico, pero no logran con la misma facilidad cubrir lo que nos puede distanciar del corazón de un vecino o de un compañero de trabajo. El Internet de los corazones no se ha inventado.

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Los Seminarios

Es interesante ver que la formación sacerdotal actual prepara, o quisiera preparar, al sacerdote para sostenerse espiritual, emocional e incluso económicamente por sí solo, como si no tuviera comunidad, como si no pudiera encontrar su descanso o su alegría en una comunidad. El ejemplo típico es el celibato: la robustez espiritual, los recursos psíquicos y afectivos, las estrategias sociales, el ejercicio de la prudencia, todo ello se supone que le toca al sacerdote; y le toca toda la vida, en todas las circunstancias y por todos los lugares donde pase.

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Estoy triste

Estoy triste, sí; no sólo por la crueldad rampante del terrorismo; no sólo por el dolor prolongado de los que aguardan con angustia que se encuentre un pedazo del cuerpo de un ser querido; no sólo por el temor de que nuevos ataques cubran de luto nuevas familias y de más lágrimas nuestra tierra…

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Pausa necesaria

Nos unimos al dolor que enluta a Londres por los atentados de ayer 7 de Julio. Es terrible tener que decir que muchos temíamos que el terrorismo internacional pasara esa factura, como lamentablemente lo ha hecho, dejando dolor inenarrable a su paso sobre vidas y familias inocentes.

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Por ejemplo, no estoy de acuerdo…

…con que el sacerdote se convierta en una especie de “funcionario” que realiza sus planes pastorales o los de su diócesis en un periodo de tiempo en una parroquia, y luego, cuando ya se le conoce el dicurso o se acaba su “novedad.” Con un esquema así, la economía, el alimento espiritual y la afectividad del sacerdote pasan a ser un problema suyo y solo suyo. Cosa que no es buena idea, porque si bien hay casos de genuino heroismo y convicción personal, en general ese esquema es ajeno al Nuevo Testamento. Lo que vemos en las páginas de la Escritura es que los predicadores, profetas y misioneros establecen vínculos de espiritualidad, economía y afecto que los ligan a las personas concretas a las que sirven.

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