La revelacion tiene su culmen en Cristo

Preparación de la revelación evangélica

3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

En Cristo culmina la revelación

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo”. Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los hombres”, “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).

[Constitución Dei Verbum, nn. 3-4, del Concilio Vaticano II]

Las flores y las fieras, parte 2 de 2

Escuela de Vida Interior, Tema 4: San Juan de la Cruz enseña que en el camino de ascenso hacia el Señor nos cierran el camino las “flores” (seducciones, idolatrías), y las “fieras” (miedos, cobardías). En esta sesión hacemos una clasificación de los principales tipos de fieras, siguiendo el esquema de San Agustín para las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad. El énfasis no está en hacer desaparecer el miedo, sino en darle el volumen y el lugar que debe tener, porque también el miedo puede servir de indicador y luz ante el peligro.

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Este tema pertenece al Capítulo 01 de la Escuela de Vida Interior; la serie completa de los diez temas de este Capítulo 01 está aquí:

is.gd/vida_interior_01

La serie de TODOS los temas de esta Escuela de Vida Interior está aquí:

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I-C. Que es el hombre?

15. ¿Qué es el hombre? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su bien y cuál su mal? Como gota de agua del mar, como grano de arena, tan pocos son sus años frente a la eternidad. Por eso el Señor es paciente con los hombres y derrama sobre ellos su misericordia. (Sir 18,10-11)

16. Como la arcilla del alfarero está en su mano, así los hombres en la mano de su Hacedor, que a cada uno da según su juicio. (Sir 33,13)

17. De la tierra creó el Señor al hombre, y de nuevo le hizo volver a ella. Días contados le dio y tiempo fijo, y dioles también poder sobre las cosas de la tierra. De una fuerza como la suya los revistió, a su imagen los hizo. (Sir 17,1-3)

18. No todo puede estar en poder de los hombres, que no es inmortal el hijo de hombre. (Sir 17,30)