Educacion Catolica, 005

Comparación con la vida religiosa

5. Todos estos requisitos y cualidades del discipulado sin lugar a dudas se contienen en los cánones y las reglas de la vida religiosa. Pero recordaremos elementos básicos del camino espiritual, los cuales por desgracia se han desgastado, y hasta olvidado en el quehacer de la santa Iglesia peregrinante; a grado tal que muchos católicos no saben que deben actualizar en su existir estas tres etapas del camino espiritual, sin importar el tipo de vocación que tengan: deben aprender a ser postulantes, discípulos y en cierto sentido, monjes.

Postulantes, porque no obstante que hayan recibido por el Bautismo todos los dones del Espíritu Santo, los deben actualizar para valorarlos y hacerlos propios. Deben solicitarlos: por ejemplo quien va a entrar a una congregación religiosa debe solicitar a Dios le dé las virtudes de la pobreza, la obediencia y la castidad; a fin de que al hacer los votos le sean confirmadas estas virtudes para emprender su vida consagrada.

Discípulos, porque a partir de una consagración (y todo Sacramento recibido es una consagración), está actuante cerca y en su ser el Maestro divino Jesús y el Maestro de la verdad Dios Espíritu Santo; por lo cual deben emprender el discipulado cumpliendo las cualidades que hemos mencionado. La presencia del Maestro hace al discípulo, y la fidelidad del discípulo implica la presencia en acto del Maestro.

Y el discípulo debe esforzarse por estar siempre alerta para seguir las mociones del Maestro y para servirle. El Maestro es Jesús y su Espíritu, y no hay otro; aunque deba el discípulo obedecer a sus superiores, en los cuales Jesús quiere ser encontrado. Quien no cultiva la obediencia y la fidelidad (virtudes recibidas gratuitamente) no puede ser discípulo de Cristo.

“Monje,” porque debe aprender a estar solo con Dios. Debe construir en su alma, sea cual sea su condición, una “celda interior”; donde solitario y en silencio se vincule con Dios en la contemplación, la adoración, la oración y la meditación. No importa que viva un existir con responsabilidad con cara al mundo, si pide este don, Dios le dará la gracia de lograr la soledad y el silencio en medio del quehacer mundano.

[Texto original de Juan de Jesús y María.]

Espiritu de Dios y Sangre de Cristo

Espíritu de Dios y Sangre de Cristo

1. Necesidad del Espíritu

* Partimos del tiempo que los hebreos vivieron en Egipto. Faraón es un rey que es considerado como un dios. Pero su manera de ser dios hace que él trate a los hebreos como recursos reemplazables, prácticamente en el mismo plano de los ganados o las cosechas. Faraón es el ejemplo típico del dios egoísta, sanguinario, que se alimenta de sus súbditos y termina ofreciéndoles como pago la muerte.

* El Dios verdadero, YHWH, libera a su pueblo por mano de Moisés. Y para preservar la libertad recién adquirida, les da como regalo una Alianza, es decir: se asocia con ellos y los separa de los dioses muertos que además traen la muerte, como ya ellos lo habían experimentado en Egipto. El primer mandamiento, fuente de todos los otros, es ante todo un modo de recordarles lo que vale la libertad y cómo han de mantenerse libres de todo afecto o culto a los dioses falsos.

* Pero los solos mandamientos no bastan. El ser humano, por su condición temporal, se aleja sin remedio de sus recuerdos, que cada vez despiertan menos entusiasmo. Mientras tanto, las tensiones y tentaciones del presente invitan a una actitud pragmática que sólo busca “lo que funcione.” Así la fe se debilita y quiebra, como sucedió a los israelitas en el Antiguo Testamento. Y aunque los profetas trataban de mantener despierto el corazón, al final resultó más fácil deshacerse de los profetas que acoger su mensaje.

* Pero algo sí quedó de la palabra profética: la conciencia de que no bastaba con tener una ley escrita afuera. Se necesitaba y se necesita una ley interior; algo que nos dé no sólo el conocer lo que Dios quiere sino el quererlo. Tal es la necesidad del Espíritu que todos tenemos.

2. Necesidad de la Sangre

* Toda transformación o cambio implica sacrificio, y todo sacrificio es proporcional al cambio que se anhela. Un cambio verdaderamente radical implica una donación verdaderamente radical, es decir, la donación misma de la vida, de la sangre.

* Cuando las cosas llegaron a un extremo, en la época de los israelitas en Egipto, el Faraón tuvo que aprender a la fuerza que no basta con declararse dios para serlo. La última y más terrible de las plagas, la de la muerte de los primogénitos, viene a ser un castigo pero sobre todo una señal que apunta hacia la verdad de Dios, y el engaño del ídolo homicida, o sea, el Faraón mismo.

* Pero en los hogares de Israel no mueren seres humanos. Dios les ordena que sacrifiquen un cordero. Este es un sacrificio “vicario,” es decir, un sacrificio “en-reemplazo-de.” Ese corderito muestra de qué los ha librado Dios. La víctima inocente hace visible el rescate que ellos han recibido del amor y el poder de Dios.

3. Donación de la Sangre

* El cordero pascual, sin embargo, no salva a los hebreos de la ingratitud propia del olvido, y por eso tampoco salva del pragmatismo que quiere encontrar recetas y atajos que mejoren mágicamente al presente. La repetición del antiguo sacrificio no mejora al sacrificio.

* Viene entonces el Cordero de Dios, Cristo Jesús, nuestro Señor, y en la ofrenda de su Sangre nos permite exclamar lo que dijo Santa Catalina de Siena: “Yo soy el ladrón y Tú el ajusticiado.” El infinito valor de esa Sangre se convierte en misil de amor que rompe nuestras mentiras, denuncia nuestros pecados, y a la vez anuncia la misericordia perdonadora de Dios. En verdad, este es el sacrificio que sí cambia radicalmente nuestra relación con Dios.

4. Donación del Espíritu

* Quitado el obstáculo del pecado, que nos separaba de Dios, fluye ahora el río de Dios, el don de su Espíritu, como regalo del Resucitado a su amada Esposa, la Iglesia.

* La principal obra del Espíritu es hacer que el bien sepa bueno. La Ley Nueva es nueva sobre todo porque ha hecho nuevo al sujeto llamado a vivirla y cumplirla, es decir, al cristiano. El bien ya no es una obligación externa contra la cual se rebela nuestro ser, sino una necesidad interna que nace desde más allá de nosotros mismos, en el correr de las acequias que alegra la Ciudad de Dios, como dice el Salmo.

5. El Espíritu y la Sangre

* Lavados en la Sangre Santísima del Cordero, y renovados en el Espíritu de Amor, somos ahora instrumentos de su gloria, de modo que el Espíritu canta en nosotros su melodía y anuncia desde nosotros el poder y el amor del Altísimo.

Vive, reza, perdona, ama

“Barcelona acoge el ‘especial centros educativos’ en el que el deseo de vivir desde la superación, el perdón, amar y rezar están presentes en títulos como ‘El discurso del Rey’, ‘Soul Surfer’, ‘En un mundo mejor’, ‘Encontrarás dragones’, ‘De dioses y hombres’ y ‘El secreto de Kells’ …”

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Padres (03)

Lo que habéis heredado de vuestros padres, volvedlo a ganar a pulso o no será vuestro. – Johann Wolfgang Goethe

Y mis padres por fin se dan cuenta de que he sido secuestrado y se ponen en acción rápidamente: alquilan mi habitación. – Woody Allen

Cuando un hombre se da cuenta de que su padre tal vez tenía razón, normalmente tiene un hijo que cree que está equivocado. – Charles Wadsworth

No puedo concebir ninguna necesidad tan importante durante la infancia de una persona que la necesidad de sentirse protegido por un padre. – Sigmund Freud

A veces el hombre más pobre deja a sus hijos la herencia más rica. – Ruth E. Renkel

Actriz mexicana se convierte ante una propuesta indecente

“Karyme Lozano, actriz mexicana muy conocida en Hispanoamérica por sus telenovelas y últimamente por la película “Cristiada”, que se estrenará pronto en España y EEUU, siempre creyó en Dios, pero de una forma confusa e inmadura. Su vida sentimental era igual de confusa y, como ella misma admite, “si me hablaban de castidad, me reía”. Pero precisamente el pudor fue lo que le llevó a reflexionar y a tener una experiencia del Espíritu Santo, tomando un café con un amigo, que de repente cambió su vida radicalmente…”

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Ayuda que la Iglesia presta al dinamismo humano

43. El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuanta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.

Competen a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las tareas y el dinamismo seculares. Cuando actúan, individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no solamente deben cumplir las leyes propias de cada disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir verdadera competencia en todos los campos. Gustosos colaboren con quienes buscan idénticos fines. Conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías, acometan sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término. A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual,. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplen más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio.

Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial pro el bien común.

Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

Los Obispos, que han recibido la misión de gobernar a la Iglesia de Dios, prediquen, juntamente con sus sacerdotes, el mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal de los fieles quede como inundada por la luz del Evangelio. Recuerden todos los pastores, además, que son ellos los que con su trato y su trabajo pastoral diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano. Con su vida y con sus palabras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestren que la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus dones, es fuente inagotable de las virtudes de que tan necesitado anda el mundo de hoy. Capacítense con insistente afán para participar en el diálogo que hay que entablar con el mundo y con los hombres de cualquier opinión. Tengan sobre todo muy en el corazón las palabras del Concilio: “Como el mundo entero tiende cada día más a la unidad civil, económica y social, conviene tanto más que los sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y cuidados bajo la guía de los Obispos y del Sumo Pontífice, eviten toda causa de dispersión, para que todo el género humano venga a la unidad de la familia de Dios”.

Aunque la Iglesia, pro la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Dios. Sabe también la Iglesia que aún hoy día es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el Evangelio. Dejando a un lado el juicio de la historia sobre estas deficiencias, debemos, sin embargo, tener conciencia de ellas y combatirlas con máxima energía para que no dañen a la difusión del Evangelio. De igual manera comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de siglos, en la relación que debe mantener con el mundo. Dirigida por el Espíritu Santo, la Iglesia, como madre, no cesa de “exhortar a sus hijos a la purificación y a la renovación para que brille con mayor claridad la señal de Cristo en el rostro de la Iglesia”.

[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 43]