Esto da tristeza, las cadenas de correos electronicos

Una señora, supuestamente muy católica, me ha enviado hace poco este correo electrónico:

POR SI ACASO….Los ángeles se han enterado de que estas luchando contra algo y dicen que ya ha pasado y recibirás una bendicion. Si crees en los ángeles envia este mensaje, no lo ignores por favor, estas avisada. Esta noche se arreglaran dos asuntos de tu vida para tu alivio. Deja todo lo que estas haciendo y reenvía el mensaje. Mañana sera el día mejor en absoluto. Envía este mensaje a 10 amigos (incluyéndome a mi) si no vuelve supongo que no soy parte de ellos. En cuanto recibas 5 mensajes, alguien que te quiere te hará un sorpresa silenciosa

Es decir: un caso más de las detestables “cadenas.” Se me ocurre ofrecer estas reflexiones:

  1. ¡Qué largas son esas cadenas! Llegan sin permiso a millones y millones de personas. Se propagan a impulsos de dos alas muy propias en el corazón humano: el anhelo de recibir buenas noticias, y el temor de ser castigado. El deseo de recibir algo gratis, una sorpresa, una sonrisa inmerecida, un regalo… ¡cuánto poder tiene en el corazón humano! ¿Pero no es eso lo que hemos recibido de Dios Padre en la Persona adorable de su Hijo Jesucristo, puesto que el Padre que nos ha dado a su Hijo “cómo no nos dará con él todas las cosas” (Romanos 8,32)? Y el temor de una reprimenda, de un error irreparable, de un desengaño final, ¿no es de lo que hemos sido librados en Cristo, y por eso se lee: “No pesa ya condenación alguna contra aquellos que están en Cristo Jesús” (Romanos 8,1)?
  2. ¡Qué pesadas son esas cadenas! Bajo su peso cruje la fe verdadera. La manipulación de sentimientos y expectativas, ¿se puede hacer impunemente? El tomar a los Santos Ángeles  como si fueran piezas de un juego arbitrario que trae o quita la suerte, ¿no es un irrespeto del que nos advierte severamente la Carta de San Judas? El deber de hacer algo, típicamente reenviar y reenviar mensajes, no es pasatiempo absurdo que convierte el destino humano en un caprichoso azar o en una muda ruleta? ¿Y dónde queda el Dios providente, que sabe todo de nosotros (véase Lucas 12,7), si la supuesta suerte de uno depende de revelaciones falsas y de uso abusivo e irrespetuoso del lenguaje de la fe?
  3. ¡Qué frágiles son esas cadenas! No tienen más poder que tu decisión de transmitirlas, y hacerlas así fuertes, o dejarlas morir, y así romperlas. Démonos cuenta de la espantosa fragilidad de las cadenas cuando comprobamos que muchas empiezan con términos como el que he transcrito hoy:  “Por si acaso…” La pobre señora, pobre en la fe, por lo menos, ni siquiera está segura de que eso es verdad. Pero su mundo es el mundo del temor, de la incertidumbre, y por eso prefiere encender una veladora a la superstición, que es como encendérsela al demonio.

Estimada amiga: sea libre en Jesucristo. Adore, como hace nuestra Santa Iglesia Católica, el beneplácito divino, el plan bendito de nuestra salvación, que se hace presente de modo infinitamente intenso en los sacramentos, y sobre todo, en la Eucaristía. Cristo rompe las cadenas.

Colaboración de todos en la vida publica

75. Es perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes. Recuerden, por tanto, todos los ciudadanos el derecho y al mismo tiempo el deber que tienen de votar con libertad para promover el bien común. La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio.

Para que la cooperación ciudadana responsable pueda lograr resultados felices en el curso diario de la vida pública, es necesario un orden jurídico positivo que establezca la adecuada división de las funciones institucionales de la autoridad política, así como también la protección eficaz e independiente de los derechos. Reconózcanse, respétense y promuévanse los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio, no menos que los deberes cívicos de cada uno. Entre estos últimos es necesario mencionar el deber de aportar a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien común. Cuiden los gobernantes de no entorpecer las asociaciones familiares, sociales o culturales, los cuerpos o las instituciones intermedias, y de no privarlos de su legítima y constructiva acción, que más bien deben promover con libertad y de manera ordenada. Los ciudadanos por su parte, individual o colectivamente, eviten atribuir a la autoridad política todo poder excesivo y no pidan al Estado de manera inoportuna ventajas o favores excesivos, con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, de las familias y de las agrupaciones sociales.

A consecuencia de la complejidad de nuestra época, los poderes públicos se ven obligados a intervenir con más frecuencia en materia social, económica y cultural para crear condiciones más favorables, que ayuden con mayor eficacia a los ciudadanos y a los grupos en la búsqueda libre del bien completo del hombre. Según las diversas regiones y la evolución de los pueblos, pueden entenderse de diverso modo las relaciones entre la socialización y la autonomía y el desarrollo de la persona. Esto no obstante, allí donde por razones de bien común se restrinja temporalmente el ejercicio de los derechos, restablézcase la libertad cuanto antes una vez que hayan cambiado las circunstancias. De todos modos, es inhumano que la autoridad política caiga en formas totalitarias o en formas dictatoriales que lesionen los derechos de la persona o de los grupos sociales.

Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y naciones.

Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común, así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.

Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy día es particularmente necesaria para el pueblo, y, sobre todo para la juventud, a fin de que todos los ciudadanos puedan cumplir su misión en la vida de la comunidad política. Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos.

[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 75]

El desastre de la Sola Scriptura

“El Catolicismo y el Protestantismo difieren fundamentalmente en la relación entre la Escritura y la Tradición: La Biblia en una mano, y las doctrinas históricas y los dogmas en la otra. El Protestantismo tiende a ver una cierta dicotomía, o línea divisoria, entre la Palabra de Dios en la Biblia y la Tradición de la Iglesia Católica…”

Sola Scriptura

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Por que la figura de la Virgen Maria?

Si tan poco espacio tiene María en el Evangelio ¿por qué la importancia que se le da en nuestra fe?

¿Qué dice de María la Escritura?

La Escritura, en efecto, es discreta al hablar de María; pero ciertos textos del Evangelio nos obligan a superar esa posible impresión. He ahí las palabras de Jesús a San Juan: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero ahora no seríais capaces de comprenderlas. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os hará entender todo» (Jn 16,12-13).

Los primeros cristianos conocen por dos diferentes tradiciones, sorprendentemente convergentes –la de Lucas y la de Mateo– el hecho de la virginidad de María. E intentan comprender el sentido de la salutación a la «favorita de Dios», la «llena de gracia», y el significado misterioso de su canto de reconocimiento: «El Señor hizo en mí maravillas». Maravillas en «la esclava» del Señor…

«Aquel que me sirva será honrado por mi Padre» (Jn 12,26). ¿Hasta qué punto ha honrado Dios a María? Lentamente la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, ha examinado este hecho absolutamente único: una maternidad responsable de dimensión divina.

¿No fue María una mujer sencilla y humilde?

María es el único en que un hijo –¡y qué hijo! Dios mismo– ha podido no solo escoger a su madre, sino colmarla de todas las cualidades necesarias para llevar a cabo su misión.

Otros signos han confirmado esta realidad primera:

En Caná, es María la que provoca el primer milagro.

Al pie de la cruz, tal como nos la presenta San Juan, se manifiesta como una realidad histórica y a la vez simbólica.

María es la nueva Eva que permanece en pie frente al nuevo Adán, al servicio de una nueva creación. Aquí, mejor aún que en el Génesis, la nueva mujer procede del costado abierto del hombre nuevo. Gracias a él, a través de la persona de Juan, viene a hacerse «madre de todos los vivientes» (Gén 3,20).

Los pasajes del Evangelio que parecen mostrarla como una simple servidora dejan entrever al mismo tiempo que ella es la imagen viva de su Hijo, «el Servidor»: «el Hijo del hombre ha venido no para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28).

Así la Iglesia, meditando la Escritura, y avanzando de intuición en intuición, descubre y afirma la maternidad divina de María, su inmaculada concepción, su asunción, y su papel maternal con la Iglesia.

¿Todo esto no parece poco verosímil?

Cierto, estas palabras son duras para quien quiere reducir el misterio de la Iglesia y el proyecto de Dios a los simples límites de la sabiduría humana. ¿Puede Dios conceder tal poder a los hombres y, concretamente, a una jovencita?

Pablo lo ha dicho: «Dios ha elegido lo que a los ojos del mundo es locura para confundir a los sabios» (1Cor 1,27).

Al asomarnos al misterio de María, se nos abren perspectivas insospechadas sobre la humildad de Dios. Para penetraren ese misterio, es preciso aceptar las costumbres divinas. Entonces María ilumina el Evangelio y el Evangelio ilumina a María: «Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esto a los sabios y eruditos de la tierra y lo has revelado a los humildes» (Mt 11,25).

¿Por qué rezar a María?

Si observamos que en la Sagrada Escritura es frecuente recurrir a un hermano para que interceda ante el Señor (Hch 8,24), resulta eminentemente bíblica esta oración que la Iglesia Católica dirige a María.

«Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. Tú eres bendita entre todas las mujeres y es bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

Como un tema musical repetido por cristianos de toda condición y de todos los tiempos, esta oración expresa el culto del Hijo a la madre: «honrarás a tu padre y a tu madre» (Éx 20,12; Mt 15,4).

«El Amor no es más que una palabra, repetida sin cesar y siempre nueva», nos dice Lacordaire. Y en la letanía, de generación en generación, pura y sencillamente, se cumple la profecía de la Virgen: «todas las generaciones me proclamarán bienaventurada» (Lc 1,48).

• «He ahí a tu madre» (Jn 19,27)

Yves Moreau es el autor de Razones para Creer. Texto disponible por concesión de Gratis Date.

Lo que muchos cientificos no dicen sobre la homosexualidad

“Stanton L. Jones, profesor de psicología y rector del Wheaton College de Chicago, contesta en un artículo publicado por First Things (febrero 2012) algunas ideas muy difundidas sobre la homosexualidad, que muchos creen demostradas por la ciencia. Jones, sin embargo, sostiene que las investigaciones hechas hasta ahora no son concluyentes y que en ocasiones se tergiversan o son malinterpretadas por motivos ideológicos.”

ciencia no dice sobre la homosexualidad

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Orar por una mascota

Fray, me hicieron una pregunta: ¿Está bien que una señora que vive sola con un perrito y este se enferma, puede cancelar el estipendio de una Eucaristía por la salud del perrito? Dios te guarde y te traiga con salud. – M.C. (Ibagué).

* * *

No debe celebrarse esa misa con esa intención, aunque tal vez haya algún lugar donde reciban el estipendio.

Una mascota supone un modo de amar que puede ser educativo pero que es incompleto. La mascota no configura un “tú” real sino que es más bien una prolongación del propio “yo.” A pesar de sus rasgos de “personalidad,” y de otros factores que nos hacen ver a las mascotas como semejantes a nosotros, es ante todo nuestra propia observación, y el lenguaje con que conectamos su comportamiento, lo que hace que los veamos tan humanos.

La realidad es que estos animales (y lo mismo vale para las plantas) son sólo espejos de aumento que nos permiten ver con detenimiento aspectos de nuestro propio ser. Por ejemplo: la delicadeza y destreza con que un ave hace su nido nos ayuda a reconocer el rasgo humano que lleva a cuidar de los niños, o por extensión, de otros seres desvalidos. La alegría con que el perro bate su cola al recibirnos en casa nos hace reflexionar sobre lo que significa acoger y ser acogido. Mas esos comportamientos animales (o incluso vegetales) no provienen propiamente de deliberación ni por eso son fruto de voluntad, sino de instinto: están “programados” en las condiciones genéticas y de maduración del animal. Al descubrirlos estamos descubriendo la naturaleza animal en la riqueza que le dio el Creador; no estamos descubriendo un genuino “tú.”

Por eso el amor a las mascotas (que tiene su valor y significado, por ejemplo, como recurso pedagógico) es, desde el punto de vista ético, una variación del amor a uno mismo. Ahora bien, el amor a sí mismo, dentro de ciertos límites, es razonable y hace bien. Si una persona tiene una vivienda en pésima condición, y ora pidiendo al Señor que le conceda un lugar más digno para habitar, creo que nadie criticará esa plegaria. Pero a la vez uno se da cuenta que una oración que no sale del ámbito de lo inmediato de mi necesidad de compañía o afecto tiene una cierta contradicción con el espíritu propio de ser comunidad, y de celebrar la liturgia. Imaginemos una eucaristía dominical, y el sacerdote anunciando la intención de la misa de 12: “En esta eucaristía vamos a orar para que nuestro estimado Jaime pueda mejorar su automóvil…” Aunque uno ve que es entendible que Jaime rece por ese auto de sus sueños, hay algo contradictorio o insuficiente en ese tipo de petición. Es lo mismo que sucede en el caso de las mascotas.

¿Cómo debería orar entonces la persona que, de manera muy explicable, sufre al ver la mala condición de salud o de vejez de su mascota? Desde la humildad, y con un corazón abierto a un bien mayor, podría decir palabras como estas: “Señor, tú me conoces. Tú conoces mi necesidad y circunstancias, y sabes cuánto bien, compañía y alegría ha traído este [animal]. reconozco que tu providencia me ha guiado en todo y que es un don tuyo experimentar que eres bueno en tus creaturas. Si es tu voluntad, yo recibo con agradecimiento que este [animal] mejore en su salud, como una expresión de tu consuelo. Haz también, te suplico, que mi corazón esté atento a todos los signos de tu misericordia y haz misericordioso mi corazón con mi prójimo y con toda creatura tuya. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.”