Las tareas de la comunidad política

168 La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.355 El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión,356 de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.357

169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías.

170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.359 Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.

NOTAS para esta sección

355Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1910.

356Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 74: AAS 58 (1966) 1095-1097; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.

357Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 133-135; Pío XII, Radiomensaje por el 50º Aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 200.

358Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1908.

359Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 843-845.

Este Compendio se publica íntegramente, por entregas, aquí.

Algunos pensamientos sobre el fracaso

Fracasar no significa que somos fracasados… lo que sí significa es que todavía no hemos triunfado.

Fracasar no significa que no hayamos logrado nada… lo que sí significa es que falta mucho por lograr.

Fracasar no significa que hemos sido unos tontos… lo que sí significa es que teníamos que aprender.

Fracasar no significa que no tenemos lo que se necesita… lo que sí significa es que necesitamos hacer algo de manera diferente.

Fracasar no significa que somos inferiores… lo que sí significa es que no somos perfectos.

Fracasar no significa que hemos desperdiciado nuestra vida… lo que sí significa es que tenemos una razón para comenzar
de nuevo.

Fracasar no significa que nunca lo lograremos… lo que sí significa es que abandonar el intento… eso sí sería fracasar.

La familia bajo ataque, 3 de 3, Propuestas concretas en defensa de la familia

[Predicación en la Asociación “Jesús en Ti confío” de Bucaramanga, Colombia, en Febrero de 2014.]

* Actitudes que no caben:

1. Acostumbramiento o resignación:
– Porque “ahora las cosas son así”
– Por tender un supuesto puente con las nuevas generaciones.
– Por evitar exclusión social.
– Por no repetir errores de fanatismo en el pasado.

2. Cinismo o escepticismo
– Por un sentido pragmático de las ventajas que puede tener hacer alianza con las nuevas fuerzas de la sociedad.
– Por aprovechar el libertinaje de otros.
– Por una especie de desquite con respecto a las cosas que uno vivió en la infancia o juventud.

3. Quejumbre o derrotismo
– Porque es más cómodo considerarse uno muy bueno y juzgar a todos los demás.
– Porque es cómodo declarar que todo está perdido y decidir que ya no hay que luchar.
– Porque la nostalgia es un sentimiento aglutinante qué sirve para dar sensación de pertenencia.

4. Aislamiento o burbuja
– Por un deseo entendible de proteger a los hijos.
– Porque uno puede pensar que la propia familia es un lugar con el tamaño adecuado para ejercer el control.
– Porque uno quiere estar seguro teniendo cerca a los que piensan como uno.
– Porque al demonizar al mundo entero uno siente que toma venganza o hace justicia de los muchos errores y pecados actuales.

* Doce actitudes y palabras necesarias:

1. Oración: en victoria
2. Discernimiento, serenidad, prudencia
3. Dolor, penitencia
4. Amor: a Dios y al prójimo
5. Comunidad: con sentido de pertenencia
6. Formación histórica (paralelos)
7. Formación doctrinal y moral (catecismo)
8. Formación espiritual (combate)
9. Liderazgo, emprendimiento, capacidad de organización
10. Metas institucionales: recuperación de colegios y universidades católicas
11. Uso inteligente de los medidas de comunicación, propios y ajenos
12. Autoevaluación: personal, familiar, comunitaria y eclesial

La familia bajo ataque, 2 de 3, Presiones externas de destrucción de la familia

[Predicación en la Asociación “Jesús en Ti confío” de Bucaramanga, Colombia, en Febrero de 2014.]

* Entre el individuo y el Estado no hay una relación simple que pudiera reducirse a unas normas básicas de conducta civil. Por su propia naturaleza, la legislación de cada Estado define un perfil de lo que es aceptable y deseable, por un lado, o de lo que es detestable y prohibido por otro lado. Eso significa que las leyes de cada lugar son un perfil de vida humana, con sus puntos fuertes y sus incoherencias, vacíos o defectos.

* Llama la atención cómo en nuestro tiempo se impone agresivamente un conjunto de leyes que desprecian la vida inocente hasta el punto de considerar como un “derecho” el aborto gratuito mientras se considera como pináculo de monstruosidad a aquellos que no aprueban el comportamiento homosexual. Daría la impresión de que en nuestro tiempo el único crimen realmente horrendo es ser homófobo. ¿Qué hay detrás de semejante inversión de valores y prioridades?

* Tres fuerzas concurren en el deseo de dejar al individuo inerme, destituido de una familia que le forme yuna Iglesia que lo acoja, ilumine y restaure: el poder de un Estado idolizado y sacralizado, el dios Mercado, y las múltiples fuerzas que ven en la Iglesia el gran estorbo para sus agendas de dominación.

La familia bajo ataque, 1 de 3, Relación entre sociedad, persona, familia y pareja

[Predicación en la Asociación “Jesús en Ti confío” de Bucaramanga, Colombia, en Febrero de 2014.]

* No podemos renovar la sociedad sólo renovando leyes o creando nuevas instituciones: si no se renuevan los corazones y las personas simplemente hemos aumentado la burocracia y el gasto público.

* No podemos renovar las personas sino cuidamos su infancia y su juventud. La mayor parte y la parte más grave de las heridas y carencias de las personas suceden en los primeros años de vida.

* No podemos renovar y mejorar la infancia sin mejorar la familia, que es el lugar donde transcurren esos años decisivos.

* No podemos sanar y renovar la familia si no se renuevan las parejas, porque es de la semilla masculina y femenina de la pareja de donde brotan las nuevas generaciones.

* No podemos renovar la pareja si no se renueva el amor que se tienen. Y puesto que un elemento fundamental de ese amor, en lo que tiene que ver con dar nueva vida, es la sexualidad: no se pude renovar la vida de pareja sin una comprensión mucho más humana de lo que es la sexualidad.

La disputa de Valladolid, 1550

Las denuncias concretas de abusos y las discusiones teóricas sobre la duda indiana no cesaban en España, sino que arreciaban a mediados del XVI. Desde hacía años venían, siempre enfrentadas, dos corrientes de pensamiento. Un sector, compuesto más bien por juristas laicos, en el que se contaban Martín Fernández de Enciso, el doctor Palacios Rubios, Gregorio López y Solórzano Pereira, seguían la doctrina clásica del Ostiense, cardenal Enrique de Susa, en la Summa aurea (1271), que atribuía al Papa, Dominus orbis, un dominio civil y temporal sobre todo el mundo. Otros, en general teólogos y religiosos, más próximos a Santo Tomás, como John Maior, Las Casas, Francisco de Vitoria, fray Antonio de Córdoba, fray Domingo de Soto o Vázquez Menchaca, rechazaban la validez de la donación pontificia de las Indias, y fundamentaban en otros títulos, como ya hemos visto, la acción de España en las Indias.

A tanto llegaba en la Península la tensión de estas dudas morales, que el Consejo de Indias propuso al rey en 1549 suspender las conquistas armadas y debatir el problema a fondo. Así lo decidió el Rey en 1550, pues las conquistas, de proseguirse, habían de ser realizadas según él quería, «con las justificaciones y medios que convenga, de manera que nuestros súbditos y vasallos las puedan hacer con buen título y nuestra conciencia quede descargada».

El gran debate se inició en agosto de 1550, en la Junta de Valladolid, y los dos campeones contrapuestos fueron Juan Ginés de Sepúlveda y el padre Bartolomé de Las Casas, que acababa de renunciar a su sede episcopal. Tres grandes teólogos dominicos, Melchor Cano, Domingo de Soto y Bartolomé de Carranza moderaron la polémica. Y fue Soto, presidente de la junta, el encargado de centrar el debate:

Se trataba de saber «si es lícito a S. M. hacer guerra a aquellos indios antes que se les predique la fe, para sujetarlos a su imperio, y que después de sujetados puedan más fácil y cómodamente ser enseñados y alumbrados por la doctrina evangélica. El doctor Sepúlveda sustenta la parte afirmativa, el señor Obispo defiende la negativa» (Céspedes n.36; BAE 110, 293-348).

Sepúlveda, ateniéndose al tema, expuso de modo conciso, y sin descalificaciones personales, su pensamiento acerca de la validez de la donación pontificia, y acerca del derecho, más aún del deber que un pueblo más racional tiene de civilizar a otro más primitivo. Este derecho sería tanto más patente si el pueblo bárbaro practicara atrocidades contra natura, y si el hecho de dominarlo, guardando la moderación debida en los medios, estuviera orientado a la evangelización. Sería ilusoria la posibilidad de evangelizar en tanto no se consiguiera una pacificación suficiente de los referidos pueblos bárbaros.

Las Casas, partiendo de un pensamiento más cristiano y mucho más sensible a los derechos de la persona, atacó con fuerza las tesis precedentes y las personas de quienes las sustentaban, y en prolongadas intervenciones, denunció -unas veces con verdad y otras sin ella- las atrocidades cometidas en las Indias.

Sobre estas crueldades y excesos, Sepúlveda alegaba que «en la Nueva España [México], a dicho de todos los que de ella vienen y han tenido cuidado de saber esto, se sacrificaban cada año más de veinte mil personas, el cual número multiplicado por treinta años que ha se ganó y se quitó este sacrificio, serían ya seiscientos mil, y en conquistarla a ella toda, no creo que murieran más número de los que ellos sacrificaban en un año» (objeción 11ª).

Esto era para Las Casas una difamación intolerable de los indios:

«Digo que no es verdad que en la Nueva España se sacrificaban veinte mil personas, ni ciento, ni cincuenta cada año, porque si esto fuera no halláramos tan infinitas gentes como hallamos. Y esto no es sino la voz de los tiranos, por excusar y justificar sus violencias tiránicas y por tener opresos y desollar los indios».

Sin embargo, autores modernos mexicanos, como Alfonso Trueba en su libro sobre Cortés, basándose en los datos de las crónicas primitivas y en el estudio del calendario religioso mexicano, calculan que «en el imperio azteca se sacrificaban veinte mil hombres al año» (100).

En fin, los dos polemistas, no sin razón, se atribuyeron la victoria en el debate.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.