Un mundo extremadamente violento

En los capítulos siguientes describiremos una acción apostólica que se dió en un mundo muy diverso del actual, y conviene que ya desde ahora tomemos conciencia de estas diferencias. Concretamente, en el XVI era el hombre, indio o blanco, sumamente violento, aficionado a la caza, la guerra y los torneos más crueles, y con todo ello, altamente resistente al sufrimiento físico.

En esto último apenas podemos hacernos una idea. La resistencia física de aquellos hombres al dolor y al cansancio apenas parece creíble. Cabeza de Vaca, ocho años caminando miles y miles de kilómetros, medio desnudo, atravesando zonas de indios por una geografía desconocida; Hojeda, con la pierna herida por una flecha envenenada, haciéndose aplicar hierros al rojo vivo, y escapando así de la muerte; Soto, aguantando en pie sobre los estribos de su caballo durante horas de batalla, con una flecha atravesada en el trasero…, forman un retablo alucinante de personajes increíbles.

La dureza de los castigos físicos y de la disciplina militar de la época apenas es tampoco imaginable para el hombre de nuestro tiempo. Hernán Cortés, querido por sus soldados a causa de su ecuanimidad amigable, cuando conoció una conspiración contra él de partidarios de Velázquez, «se mostró -dice Madariaga- capaz de una moderación ejemplar en el uso de la fuerza». Fingió ignorar la traición del sacerdote Juan Díaz, mandó ahorcar sólo a Escudero y Cermeño, y cortar los pies al piloto Umbría. «Habida cuenta de la severidad de la disciplina militar y de sus castigos, no ya en aquellos días sino hasta hace unos cien años, estas medidas de Cortés resultan más bien suaves que severas» (Cortés 181).

Con los indios traidores manifestaba un talante semejante: por ejemplo, a los diecisiete espías confesos enviados por Xicotenga, Cortés se limitó a devolverlos vivos, mutilados de nariz y manos. Muy duro se mostraba contra quienes ofendían a los indios de paz. Mandó dar cien azotes a Polanco por quitar una ropa a un indio, y a Mora le mandó ahorcar por robar a otro indio una gallina. Este fue salvado in extremis por Alvarado, que de un sablazo cortó la soga… Todo perfectamente normal, se entiende, entonces. Los indios, por supuesto, eran de costumbres todavía más duras.

A los indígenas incas, por ejemplo, no debió causarles un estupor excesivo ver cómo Atahualpa exterminaba a toda la familia real, centenares de hombres, mujeres y niños, y cómo él, hijo de doncella (ñusta), para usurpar el trono imperial, asesinaba a su hermano Huáscar, hijo de reina (coya), guardaba su cráneo para beber en él, y su pellejo para usarlo de tambor; y tampoco debió causarles una perplejidad especial ver cómo, finalmente, era ejecutado por Pizarro, su vencedor. Normal. Y normal no sólo en las Indias: «Cuando Pizarro mataba al Inca Atahualpa… Enrique VIII de Inglaterra asesinaba a su mujer, Ana Bolena. Ese mismo Rey ahorcaba a 72.000 ingleses» (C. Pereyra, Las huellas 256)…

Tampoco los españoles peruanos de entonces eran de los que tratan de arreglar sus diferencias por medio del «diálogo». En los Anales de Potosí, que refieren las guerras civiles libradas entre ellos, puede leerse por ejemplo: «Este mismo año 1588, dándose una batalla, de una parte andaluces y extremeños, y criollos de los pueblos del Perú; y de la otra vascongados, navarros y gallegos, y de otras naciones españolas, se mataron unos a otros 85 hombres». Banderías y luchas, que duraron un par de decenios. Normal.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

El matrimonio no se “anula”: existe o no existe

“Ahora bien, un sacramento (y los sacramentos son siete) existe o no existe. Por ejemplo, el bautismo. Si has sido bautizado ya no puedes volver atrás: eres cristiano. Puedes dejar de comportarte como tal y puedes incluso solicitar, como hacen algunos fanáticos, que te borren de los registros parroquiales (una especie de “desbautizo”, una cosa de fanáticos ateos militantes). Pero sigues estando bautizado. Para siempre…”

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Adán y Eva

Escuché a un sacerdote decir que adán y eva no existieron como tal, no fueron dos personajes literalmente reales, que el libro del génesis que es el libro que aborda el tema de la creación lo hace usando un lenguaje mitológico.hay mitologías falsas y otras verdaderas lo que hace el mitólogo es a través de cosas extravagantes y como muy ficticias, anormales, expresar verdades en el caso del génesis el autor que usa un lenguaje mitológico sencillamente lo que nos quiere decir es que Dios creo el mundo y todo cuanto existe y ese es el mensaje por excelencia. que cuando se habla de Adán nos referimos al genero masculino y cuando se habla de Eva nos referimos a toda mujer. ya me confundió pues yo siempre he creído en la existencia real y verdadera de los dos. podría usted padre fray Nelson aclararme esto muchas gracias. – S.T.

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Mariano Delgado, que es Doctor en Biología, y en Teología, creo que aporta una buena respuesta donde escribe lo que sigue:

He podido comprobar, en los años que llevo en la docencia, que los alumnos adolescentes se plantean muchas dudas sobre cómo compaginar lo que aprenden en las clases de Religión sobre la Creación, y lo que les explican en Ciencias Naturales, sobre todo en lo que se refiere al origen y prehistoria del hombre.

A pesar de que la solución a estos problemas ha sido clarificada hace ya mucho tiempo por el Magisterio de la Iglesia, que es quien interpreta auténticamente las Sagradas Escrituras, sus enseñanzas no han llegado al gran público, y los alumnos no encuentran respuestas claras de sus padres o profesores.

Por mi condición de biólogo y por haber estudiado en mi doctorado en Teología las relaciones entre ciencia y fe, con frecuencia me preguntan sobre estos temas profesores y alumnos. Son habituales preguntas como las siguientes: “Es verdad lo que dice el Génesis?”, “De dónde salieron nuestros Primeros Padres?”, “Cómo es posible que Caín fuera agricultor y Abel ganadero, si durante mucho tiempo el hombre prehistórico no conoció ni la agricultura ni la ganadería?”…

Muchas veces me han pedido también bibliografía pero, aunque hay mucha, no conozco ninguna publicación donde se encuentren respuestas a todas éstas preguntas reunidas y explicadas al alcance de todos.

Por eso me he decidido a escribir este folleto, dirigido principalmente a padres y educadores, que intenta aclarar lo esencial y, después, un libro para los que quieran profundizar más en aspectos propiamente científicos y filosóficos, y en algunas consecuencias teológicas.

Los últimos papas han hablado con frecuencia sobre el significado de los primeros capítulos del Génesis, pero el documento fundamental, donde se resuelve la cuestión que nos ocupa -el origen del hombre-, es la Carta Encíclica de Pío XII Humani Géneris (12 de agosto de 1950). En ella hay dos proposiciones fundamentales en los números 29 y 30.

En el número 29 se lee: “(…) El magisterio de la Iglesia no prohíbe que -según el estado actual de las ciencias y de la teología- en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes en ambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente -pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios (…)”.

El número 30 aborda la doctrina cristiana del monogenismo: “(…) los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un sólo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio”.

En resumen:

1. En el origen del hombre, el cuerpo humano no tiene que haber sido creado inmediatamente por Dios pero sí su alma -al igual que ocurre en el momento de la concepción de cualquier hombre-.

2. Toda la humanidad procede de un sólo hombre -“protoparente”-, que en la Sagrada Escritura se llama Adán, y esta verdad se desprende directamente de la doctrina de la Iglesia sobre el Pecado Original, cometido personalmente por un hombre y heredado por todos sus descendientes.

Salta, pues, a la vista que la Iglesia no interpreta la narración del Génesis en sentido literal, sino que, basándose en el conjunto de la Revelación y en la autoridad dada por Dios al Magisterio, extrae las verdades que Dios nos ha querido dar a conocer a través de la narración del autor sagrado.

El Papa Francisco y el celibato sacerdotal – Comentario

Lo que sigue es mi comentario a esta entrada del blog de Luis Fernando Pérez Bustamante.


El Papa Francisco ha recordado que el celibato sacerdotal no es un dogma de fe pero que él lo aprecia mucho y que es un regalo para la Iglesia. Y ha añadido además que la discusión sobre el mismo no está encima de la mesa. Esos son los hechos.

Creo que los que ven como un hecho probable la abolición del celibato sacerdotal en la Iglesia Católica de Rito Latino suelen tomar la palabra “regalo” como una especie de “adorno” : algo que se puede quitar o poner, como un sombrero, a gusto del usuario de turno. Y el “usuario” sería aquí el Papa.

El sentido real, sumamente rico y hondo, de “regalo” proviene de su raíz: es “khárisma,” es “don,” es participación creada del Don increado, que es el Espíritu Santo mismo. El desprecio de un don no es una elección entre muchas: es ingratitud ante la bondad divina.

Nótese que cuando se describe al celibato sacerdotal como un “don” se está usando la misma palabra que se utiliza, por ejemplo, para el hecho de que exista la vida religiosa. Si un día asesinan a todos los religiosos y religiosas, ¿se acaba la Iglesia? No. Pero eso no significa que sea lo mismo una Iglesia con religiosos que sin ellos.

Si masivamente los religiosos apostatan, ¿se acaba la Iglesia? No, pero una traición de ese calibre causa un daño durísimo al Cuerpo de Cristo. Este es el contexto semántico en que hay que tratar del celibato: Si se suprime el celibato–cosa teóricamente posible–se empobrece notablemente la Iglesia porque se rechaza lo que Dios otorgó como un DON que la capacita para servir y revela mucho de su naturaleza y misión.

Si los célibes traicionan su celibato–cosa que no es teoría sino cruel realidad en muchos casos–se hiere el Cuerpo de Cristo. La solución no es empobrecer ese Cuerpo con el pretexto de no herirlo, sino sencillamente: sanarlo, o sea, apreciar el don, y vivirlo.