Reconociendo el valor y vigor de lo que Cristo ha enseñado y que hemos recibido a través de los apóstoles, permanecemos firmes cuando se pretende destruir nuestra fe y doctrina.
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* Hay procesos de conversión que nos llenan de alegría y admiración por su profundidad y agilidad; porque hay convicción y compromiso. Hay en cambio otros procesos que en su lentitud o inconstancia llaman al desaliento. ¿Por qué sucede esto?
* Claramente es el Espíritu de Dios quien está al frente del camino de nuestra conversión pero ello no disminuye la importancia que debemos dar a los varios “aceleradores” que pueden quitar obstáculos al trabajo de la gracia. Con ello en mente, revisamos brevemente experiencias claves en las vidas de algunos sanotos:
(1) Decepción (muerte de Isabel de Portugal) – Búsqueda de Eternidad – San Francisco de Borja
(2) Duda – Anhelo de verdad – San Justino
(3) Futilidad – Búsqueda de verdadera victoria – San Bruno
(4) Fragilidad – Anhelo de firmeza – Santa Catalina de Siena
(5) Fractura – Búsqueda de la gracia de la coherencia – San Agustín de Hipona
En el esquema con que Cristo describe el Reino de Dios, lo que parece pequeño pasa a invisible pero luego llega a volverse grande y de gran importancia.
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La acción de Cristo en sábado busca la gloria de Dios y es una pregustación de su amor; y los males que afligen al ser humano pueden ser el terreno donde ataca el espíritu de las tinieblas.
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Cristo es severo y tierno a la vez, nos dice: “si no hay conversión lo que te espera es la muerte eterna”; pero a la vez nos da nuevas oportunidades con su infinita misericordia y paciencia.
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El mensaje de Cristo trae claridad: se puede diferenciar lo bueno de lo malo; lo cual nos da libertad para luego reflejarse en nuestra familia y entorno.
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Cristo nos enseña la manera sensata de vivir: recordando que no soy dueño; y la manera sensata de morir: con plena confianza si he vivido según su divina voluntad.
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Debemos permanecer vigilantes al descubrir nuestro valor: somos únicos por creación; valemos la Sangre del Hijo de Dios; y somos templo del Espíritu Santo.
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La certeza del amor de Dios nos lleva a mirar el futuro desde la confianza y no desde el pánico, con lo que desaparece la urgencia de acumular cosas sin sentido.
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El sentido de la existencia de Nuestro Señor Jesucristo es servir, dándonos vida, soporte y fuerza; para luego nosotros también servir y dar soporte a nuestros hermanos.
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El sentido fundamental de la fe es la entrega confiada de mi vida, corazón, futuro, anhelos y búsquedas a Dios, aceptando a Jesucristo como mi Señor y salvador.
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* Hay dos sentidos principales del perdón, a uno lo llamamos “el perdón del principio” y a otro “el perdón del final.”
* El perdón “del final” es fácil de entender: se refiere a esa situación que hace cesar toda contienda y que devuelve la paz y la reconciliación. La muerte de muchos santos es particularmente elocuente sobre ese perdón del final, por su modo de abandonarse en Dios, disculparse con todos y a la vez ofrecer la paz y su intercesión a todos.
* Pero aquí queremos hablar del perdón “del principio,” que consiste básicamente en la disposición de entregar a Dios la complejidad de nuestras relaciones interpersonales, que son siempre incompletas y en muchos sentidos cuestionables. Ofrecer el perdón “del principio” es estar no querer enredarse uno con el discernimiento milimétrico de quién tiene culpa de qué, o quién le debe exactamente qué a quién porque esa clase de cuentas y exámenes postergan indefinidamente la obra de la gracia.
* El perdón “del principio” es profundamente liberador porque parte de algo muy cierto y muy sencillo: cuando uno acumula resentimientos, arrogancia o propósitos de venganza, el perjudicado es uno mismo.
* El perdón “del principio” es el propio de la oración del Padrenuestro. Al decir que “perdonamos a los que nos ofenden” o a “nuestros deudores” no estamos diciendo que todo está arreglado y en paz con todos sino que dejamos en manos de Dios nuestro universo de relaciones interpersonales porque no queremos privarnos de la amistad con Dios ni queremos perder su plan de amor, que es mejor que todo lo que podamos imaginar.
Por la fe, que es la respuesta agradecida a la propuesta de amor de Dios a través de Jesucristo, somos justificados, volvemos a estar en gracia con Dios.
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