No descalifiquemos esas circunstancias que nos rodean y que pueden parecer muy duras, pues en esa dificultad Dios está preparando una siembra más amplia y más hermosa.
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Jesús no es indiferente a nuestras luchas y nos consuela en medio del combate, quiere que a través de la participación en su cruz lleguemos un día a la participación en su victoria.
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El Espíritu Santo busca llegar a lo profundo de nuestros corazones, iluminar nuestra inteligencia y mover nuestra voluntad de forma amorosa y potente hacia Cristo.
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Cristo nunca dijo que la vida cristiana era fácil: nos habló de rechazos, camino estrecho y tomar la cruz cada día. Esto indica que ser cristiano es entrar en combate espiritual.
Hay guerras espirituales que han sido conocidas desde los primeros siglos: la agresividad de la persecución, la seducción de la idolatría, el hielo de la indiferencia y la fascinación de lo esotérico.
Otras guerras son menos conocidas quizás porque nos envuelven y estamos inmersos en ellas como en el aire que respiramos. En este segundo grupo están: Guerra semántica: no llamar las cosas por su nombre, o usar los mismos nombres pero cambiando los significados.; Guerra mediática: crear opinión sobre cuáles comportamientos son aceptables y cuáles no.; Guerra “crónica”: ocupar todo nuestro tiempo en esfuerzos y tareas que al final nos vuelven esclavos de lo que hacemos.; Guerra jurídica: impedir el ejercicio de un derecho alegando otro derecho que para el caso se considera más importante.; Guerra sucia: Destruir el respeto y silenciar la voz de quienes se opongan al “pensamiento único.”
El testimonio de los apóstoles es palabra sólida, semilla que crece hasta la comprensión de la verdad que hemos recibido y que experimentamos como Iglesia a través del Magisterio.
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La jerarquía en nuestra Iglesia Católica es un don recibido desde sus orígenes, como un regalo del amor de Dios para que sea iluminada, alimentada y pueda crecer.
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