Homilía del Papa Francisco en la Pascua 2021

Las mujeres pensaron que iban a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontraron una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, pero en su lugar escucharon un anuncio de vida. Por eso, dice el Evangelio que aquellas mujeres estaban «asustadas y desconcertadas» (Mc 16,8). Desconcierto: en este caso es miedo mezclado con alegría lo que sorprende sus corazones cuando ven la gran piedra del sepulcro removida y dentro un joven con una túnica blanca. Es la maravilla de escuchar esas palabras: «¡No se asusten! Aquel al que buscan, Jesús, el de Nazaret, el crucificado, resucitó» (v. 6). Y después esa invitación: «Él irá delante de ustedes a Galilea y allí lo verán» (v. 7). Acojamos también nosotros esta invitación, la invitación de Pascua: vayamos a Galilea, donde el Señor resucitado nos precede. Pero, ¿qué significa “ir a Galilea”?

Ir a Galilea significa, ante todo, empezar de nuevo. Para los discípulos fue regresar al lugar donde el Señor los buscó por primera vez y los llamó a seguirlo. Es el lugar del primer encuentro y del primer amor. Desde aquel momento, habiendo dejado las redes, siguieron a Jesús, escuchando su predicación y siendo testigos de los prodigios que realizaba. Sin embargo, aunque estaban siempre con Él, no lo entendieron del todo, muchas veces malinterpretaron sus palabras y ante la cruz huyeron, dejándolo solo. A pesar de este fracaso, el Señor resucitado se presenta como Aquel que, una vez más, los precede en Galilea; los precede, es decir, va delante de ellos. Los llama y los invita a seguirlo, sin cansarse nunca. El Resucitado les dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas. Es así el Señor, traza senderos nuevos de nuestras derrotas. Él es así, y nos invita a ir a Galilea para hacer esto.

Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón, y cada uno conoce las miserias de nuestro corazón, Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza.

Ir a Galilea, en segundo lugar, significa recorrer nuevos caminos. Es moverse en la dirección opuesta al sepulcro. Las mujeres buscaban a Jesús en la tumba, es decir, iban a hacer memoria de lo que habían vivido con Él y que ahora habían perdido para siempre. Van a refugiarse en su tristeza. Es la imagen de una fe que se ha convertido en conmemoración de un hecho hermoso pero terminado, sólo para recordar. Muchos y también nosotros, muchas veces, viven la “fe de los recuerdos”, como si Jesús fuera un personaje del pasado, un amigo de la juventud ya lejano, un hecho ocurrido hace mucho tiempo, cuando de niño asistía al catecismo. Una fe hecha de costumbres, de cosas del pasado, de hermosos recuerdos de la infancia, que ya no me conmueve, que ya no me interpela. Ir a Galilea, en cambio, significa aprender que la fe, para que esté viva, debe ponerse de nuevo en camino. Debe reavivar cada día el comienzo del viaje, el asombro del primer encuentro. Y después confiar, sin la presunción de saberlo ya todo, sino con la humildad de quien se deja sorprender por los caminos de Dios. Tenemos nosotros miedo de las sorpresas de Dios. Generalmente tenemos miedo de que Dios nos sorprenda. Hoy el Señor nos invita a dejarnos sorprender. Vayamos a Galilea para descubrir que Dios no puede ser depositado entre los recuerdos de la infancia, sino que está vivo, siempre sorprende. Resucitado, no deja nunca de asombrarnos.

Luego, el segundo anuncio de Pascua: la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay, te impulsa a ir contracorriente con respecto al remordimiento y a lo “ya visto”. Aunque todo te parezca perdido, déjate alcanzar con asombro por su novedad: te sorprenderá.

Ir a Galilea significa, además, ir a los confines. Porque Galilea es el lugar más lejano, en esa región compleja y variopinta viven los que están más alejados de la pureza ritual de Jerusalén. Y, sin embargo, fue desde allí que Jesús comenzó su misión, dirigiendo su anuncio a los que bregan por la vida de cada día, a los excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser rostro y presencia de Dios, que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza hasta los mismos límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último, nadie está excluido. Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que vayan, también hoy. Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas. En Galilea aprendemos que podemos encontrar a Cristo resucitado en los rostros de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que sueñan y en la resignación de los que están desanimados, en las sonrisas de los que se alegran y en las lágrimas de los que sufren, sobre todo en los pobres y en los marginados. Nos asombraremos de cómo la grandeza de Dios se revela en la pequeñez, de cómo su belleza brilla en los sencillos y en los pobres.

Por último, el tercer anuncio de Pascua: Jesús, el Resucitado, nos ama sin límites y visita todas las situaciones de nuestra vida. Él ha establecido su presencia en el corazón del mundo y nos invita también a nosotros a sobrepasar las barreras, a superar los prejuicios, a acercarnos a quienes están junto a nosotros cada día, para redescubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y gobierna la historia.

Hermano, hermana, si en esta noche tu corazón atraviesa una hora oscura, un día que aún no ha amanecido, una luz sepultada, un sueño destrozado, abre tu corazón con asombro al anuncio de la Pascua: “¡No tengas miedo, resucitó! Te espera en Galilea”. Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque el Señor te precede, camina delante de ti. Y, con Él, la vida comienza de nuevo.

Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual

«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.

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Mensaje del Papa Francisco para la Pascua 2017

Queridos hermanos y hermanas,

Feliz Pascua.

Hoy, en todo el mundo, la Iglesia renueva el anuncio lleno de asombro de los primeros discípulos: Jesús ha resucitado. Era verdad, ha resucitado el Señor, como había dicho (cf. Lc 24,34; Mt 28,5-6).

La antigua fiesta de Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud del pueblo hebreo, alcanza aquí su cumplimiento: con la resurrección, Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos ha abierto el camino a la vida eterna.

Todos nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado, perdemos el buen camino y vamos errantes como ovejas perdidas. Pero Dios mismo, nuestro Pastor, ha venido a buscarnos, y para salvarnos se ha abajado hasta la humillación de la cruz. Y hoy podemos proclamar: ‘Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya’ (Misal Romano, IV Dom. de Pascua, Ant. de la Comunión).

En toda época de la historia, el Pastor Resucitado no se cansa de buscarnos a nosotros, sus hermanos perdidos en los desiertos del mundo. Y con los signos de la Pasión –las heridas de su amor misericordioso– nos atrae hacia su camino, el camino de la vida. También hoy, él toma sobre sus hombros a tantos hermanos nuestros oprimidos por tantas clases de mal.

El Pastor Resucitado va a buscar a quien está perdido en los laberintos de la soledad y de la marginación; va a su encuentro mediante hermanos y hermanas que saben acercarse a esas personas con respeto y ternura y les hacer sentir su voz, una voz que no se olvida, que los convoca de nuevo a la amistad con Dios.

Se hace cargo de cuantos son víctimas de antiguas y nuevas esclavitudes: trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y discriminación, graves dependencias. Se hace cargo de los niños y de los adolescentes que son privados de su serenidad para ser explotados, y de quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa.

El Pastor Resucitado se hace compañero de camino de quienes se ven obligados a dejar la propia tierra a causa de los conflictos armados, de los ataques terroristas, de las carestías, de los regímenes opresivos. A estos emigrantes forzosos, les ayuda a que encuentren en todas partes hermanos, que compartan con ellos el pan y la esperanza en el camino común.

Que en los momentos más complejos y dramáticos de los pueblos, el Señor Resucitado guíe los pasos de quien busca la justicia y la paz; y done a los representantes de las Naciones el valor de evitar que se propaguen los conflictos y de acabar con el tráfico de las armas.

Que en estos tiempos el Señor sostenga en modo particular los esfuerzos de cuantos trabajan activamente para llevar alivio y consuelo a la población civil de Siria, víctima de una guerra que no cesa de sembrar horror y muerte. El vil ataque de ayer a los prófugos que huían ha provocado numerosos muertos y heridos. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio, especialmente a Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen.

Que los pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática del Congo, que padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible carestía que está castigando algunas regiones de África, sientan siempre la cercanía del Buen Pastor.

Que Jesús Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en América Latina, se comprometen en favor del bien común de las sociedades, tantas veces marcadas por tensiones políticas y sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia. Que se construyan puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la plaga de la corrupción y en la búsqueda de válidas soluciones pacíficas ante las controversias, para el progreso y la consolidación de las instituciones democráticas, en el pleno respeto del estado de derecho.

Que el Buen Pastor ayude a Ucrania, todavía afligida por un sangriento conflicto, para que vuelva a encontrar la concordia y acompañe las iniciativas promovidas para aliviar los dramas de quienes sufren las consecuencias.

Que el Señor Resucitado, que no cesa de bendecir al continente europeo, dé esperanza a cuantos atraviesan momentos de dificultad, especialmente a causa de la gran falta de trabajo sobre todo para los jóvenes.

Queridos hermanos y hermanas, este año los cristianos de todas las confesiones celebramos juntos la Pascua. Resuena así a una sola voz en toda la tierra el anuncio más hermoso: «Era verdad, ha resucitado el Señor». Él, que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, dé paz a nuestros días. Feliz Pascua.

Las lecturas de la Vigilia Pascual

Padre, ¿por qué son tantas las lecturas de la Vigilia Pascual? ¿Se supone que hay que hacerlas todas? — AYB

* * *

La Vigilia Pascual es la celebración más antigua, más importante y más solemne de nuestra Iglesia Católica porque apunta al centro y corazón de toda nuestra fe: la victoria de Jesucristo sobre el pecado, el demonio y la muerte. Toda la ceremonia, y no sólo las lecturas, tiene el propósito de ayudarnos a vivir lo que celebramos con la mayor conciencia, gratitud y entrega que sea posible.

Por supuesto, lo central es al resurrección de Jesucristo; pero sin el adecuado contexto, la resurrección misma queda casi reducida a un hecho exótico y aislado que parece más próximo a la fantasía que a la realidad. Es ahi donde tienen su enorme importancia las lecturas cuidadosamente escogidas por la Iglesia. Al ver el camino, el proceso de revelación y salvación, que ha conducido al pueblo de Dios hasta la conciencia de su pecado y la necesidad de ser renovados completamente, los ojos de nuestra mente se disponen para reconocer, hasta donde es posible, el esplendor de la gloria del Resucitado.

Por eso la Vigilia Pascual no es una “misa” más–y por favor, sépase muy bien que cada eucaristía es comunión plena con el sacrificio redentor del Calvario. La Vigilia Pascual quiere conducirnos, más allá de los siglos, las culturas, y las múltiples diferencias que tenemos unos con otros, a fundirnos en el mismo amor poderoso y redentor que proviene de la victoria del Señor. Por eso hay que asistir a esta Vigilia con una gran preparación de alma, con tiempo suficiente, con el corazón sediento de la verdad y el amor que sólo están en el Hijo de Dios, que se ofreció por nosotros en la Cruz.

Es ideal entonces que se proclamen, escuchen y mediten todas las lecturas, con sus respectivos salmos y oraciones. Una buena predicación es importante también para que se vea la conexión que estas lecturas tienen entre sí, y también la que tienen con nuestra vida, nuestro aquí y ahora. Por razones extremas, que me cuesta trabajo imaginar, se pueden hacer menos lecturas, pero hay algunas que son inamovibles: la del Éxodo, que nos une a la Pascua de los judíos, la Epístola de San Pablo, y por supuesto el Evangelio.

Quiera Dios que crezca en todos nosotros el amor por sus misterios y el deseo de celebrarlos con fe, con devoción, con gratitud.

Inolvidable mensaje de Pascua

El año mismo en que Dios lo llamaría a pasar de este mundo a la eternidad, es decir, a experimentar en sí la Pascua, el gran Papa Pablo VI envió este mensaje al mundo. Era el 26 de marzo de 1978, y al Papa le quedaban menos de cinco meses de vida sobre esta tierra.

¡Amadísimos hijos de la Iglesia de Dios! ¡Hermanos todos de la comunidad humana!

En este momento reunimos lo que aún nos queda de energía humana y también cuanto colmadamente existe en nosotros de certeza sobrehumana para transmitiros el eco bienaventurado del anuncio que atraviesa y renueva la historia del mundo: ¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, nuestro Señor Jesucristo ha resucitado de la muerte y ha inaugurado una nueva vida: para Sí mismo y para la humanidad!

Cristo ha salido al encuentro de los hombres, aterrados ante el gran prodigio de su nueva existencia, con el saludo más sencillo y más maravilloso, el saludo de su paz: “Paz a vosotros” (Jn 20, 19-21), dijo El mismo apareciendo de nuevo entre sus discípulos.

Nosotros, herederos auténticos de aquella fortuna, lo saludamos maravillados de la inaudita novedad, con la conciencia exultante por la sorprendente realidad y con el gozo de que una nueva presencia del divino Maestro nos obligue a sentir su victoria sobre nuestra tímida incredulidad y a repetir con idéntico ímpetu las palabras del discípulo Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28).

De esta manera, Señor, mientras celebramos la verdad y la gloria de tu resurrección, la luz nos inunda y nos invade.

Sí, nosotros somos conscientes y gozamos de una seguridad nueva, que nos pone en comunión espiritual y viva contigo.

Sí, nosotros creemos. Nosotros podemos ofrecerte el don que nos viene de Ti, Cristo resucitado, el don de nuestra fe, de nuestra humilde pero ya gloriosa fe, de la que vivimos y por la que vivimos, según lo que nos ha sido enseñado, y que, en cierta medida, experimentamos en nuestro espíritu: “El justo vive de la fe” (Gál 3, 1.1),

Este debe ser, hijos y hermanos, nuestro fruto pascual: el fruto de la fe.

Debemos ser “fuertes en la fe” (1 Pe 5, 9).

Debemos adherirnos con total confianza a la Palabra de Dios que nos llega por el camino de la Revelación.

La Palabra de Dios debe ser el quicio de nuestra existencia humana, un quicio lógico y operativo (cf. Gál 5, 6).

Nosotros, que tenemos la suerte de profesarnos creyentes, debemos superar esos estados de pensamiento que nacen de opiniones discutibles, de ideologías construidas por la mentalidad humana o por intereses prácticos particulares, para reconocer a la fe los derechos de la Palabra de Dios, aunque de momento nuestro conocimiento de ella esté como reflejado en un espejo enigmático (cf. 1 Cor 13, 12); vendrá la revelación cara a cara, pero, mientras tanto, debemos ser fieles, con valiente coherencia, a la norma de pensamiento y de acción que nos trae la religión de Cristo, a través del Magisterio auténtico de la Iglesia, Madre y Maestra.

No tengamos miedo. Esta sabiduría sobrenatural no disminuye la libertad y el desarrollo que nos llega de la ciencia y de la experiencia de nuestro estudio natural, sino que más bien lo sostiene y lo integra en el descubrimiento del mudo lenguaje de la creación. Y recapitula en un superlativo diálogo de inteligencia y de amor la nueva Palabra que el Padre, mediante el Hijo, en el Espíritu Santo, se digna dirigir a nuestra humilde vida para asociarla a su plenitud.

No tengamos miedo a hacer del Credo, que nos ha sido garantizado por la resurrección de Cristo, la fama de nuestra esperanza (cf. Heb 11, 1). Hagamos todo lo posible por superar el fondo de duda, de escepticismo, de negación que se ha depositado en la mentalidad de tantos hombres, que se dicen modernos, por el mero hecho de ser hijos del tiempo. Tratemos más bien de ganar para nuestra paz y para nuestra misma actividad temporal la fuerza luminosa de la Palabra de Cristo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32).

Hijos y hermanos, éstos son nuestros votos de Pascua: que con al certeza de la fe podáis experimentar el gozo que nace de ella (cf. Flp 1, 23), de tal manera que podamos hacer nuestra la admirable plegaria de la Iglesia: “Ibi nostra fixa sint corda ubi vera sunt gaudia, que nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría” (cf. Oración colecta del XXI domingo del tiempo ordinario).

Sea ésta nuestra felicitación de Pascua, que ahora confirmamos con nuestra bendición apostólica.

Para meditar las Siete Palabras

Giotto_Crucifix

  1. Primera Palabra:
    Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Click!
  2. Segunda Palabra:
    Hoy estarás conmigo en el Paraíso Click!
  3. Tercera Palabra:
    He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre Click!
  4. Cuarta Palabra:
    Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Click!
  5. Quinta Palabra:
    Tengo sed Click!
  6. Sexta Palabra:
    Todo está consumado Click!
  7. Séptima Palabra:
    Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu Click!

ESCUCHA Pregon de la Pascua 2013

Grabado en vivo durante la Vigilia Pascual 2013, en el Santuario del Señor de los Milagros, en Girón. Voz de Fr. Nelson Medina, OP.

Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

¡A Dios den gracias los pueblos,
alaben los pueblos a Dios!

– El Señor esté con vosotros.
Y con tu espíritu.
– ¡Levantemos el corazón!
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
– ¡Demos gracias al Señor, nuestro Dios!
Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Ésta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.

¡A Dios den gracias los pueblos,
alaben los pueblos a Dios!

¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido redimidos?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.

¡A Dios den gracias los pueblos,
alaben los pueblos a Dios!

Ésta es la noche de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo.»

Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo,
este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece
por medio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

¡A Dios den gracias los pueblos,
alaben los pueblos a Dios!

Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche;

que, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo;
que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado:

Aquel que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso
por los siglos de los siglos.

Amén.