Apreciado Fray Nelson, desearía el favor me explicara la última frase de éste Evangelio: “Porque el Hijo del hombre es señor del SÁBADO.” — H.R.
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Es bueno empezar por la importancia del día sábado para el pueblo hebreo. En la Biblia encontramos que se asocia el sábado con el día en que Dios “descansó” (Génesis 2,1-3). Este descanso de Dios es en sí mismo algo extraño porque otros pasajes de la misma Biblia nos presentan a Dios como aquel que no se cansa ni se fatiga, y que al contrario da fuerzas a los que ya no las tienen. Así leemos en Isaías 40,28: “¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable.” Y también en el libro del mismo profeta: “Aun los jóvenes se fatigan y se cansan, y los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40,30-31)
De nuevo, en el Nuevo Testamento leemos que Cristo invita a los que están sin fuerzas: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11,28-30).
Esto indica que el “descanso” del que habla Génesis 2, y que está en el origen de la palabra “sábado” (es decir: sabbath), no es simplemente un “cesar en la actividad” o un “reponer fuerzas” como si Dios se “desgastara” cuando hace lo que hace.
Para entender el sentido de este sábado bíblico podemos ir a otro texto, tomado esta vez del Deuteronomio 5,15: “Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí desplegando gran poder. Por eso el Señor tu Dios te ordena respetar el día sábado.” Aquí aparece otra dimensión: el sábado es una especie de marca en el tiempo que debía dirigir la mirada y la memoria del pueblo hacia el gran acontecimiento del Éxodo, esto es, la liberación de la esclavitud de Egipto. Y el propósito mismo de esa salida de Egipto aparece desde el principio del diálogo entre Moisés y Faraón. Mientras que Faraón quiere que los hebreos sean como máquinas de producción con pequeños paréntesis de diversión, Dios, a través de Moisés, pide algo muy concreto. Leamos Éxodo 5,1-5:
“Después Moisés y Aarón fueron y dijeron a Faraón: Así dice el Señor, Dios de Israel: «Deja ir a mi pueblo para que me celebre fiesta en el desierto». Pero Faraón dijo: ¿Quién es el Señor para que yo escuche su voz y deje ir a Israel? No conozco al Señor, y además, no dejaré ir a Israel. Entonces ellos dijeron: El Dios de los hebreos nos ha salido al encuentro. Déjanos ir, te rogamos, camino de tres días al desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios, no sea que venga sobre nosotros con pestilencia o con espada. Pero el rey de Egipto les dijo: Moisés y Aarón, ¿por qué apartáis al pueblo de sus trabajos? Volved a vuestras labores. Y añadió Faraón: Mirad, el pueblo de la tierra es ahora mucho, ¡y vosotros queréis que ellos cesen en sus labores!”
La lógica del Faraón es la del lucro, que conduce a la manipulación y la explotación. El planteamiento de Moisés y Aarón es que el pueblo debe tener espacio para celebrar fiesta para Dios. Esta es otra dimensión del sábado, que aparece también en las otras fiestas de los israelitas: el pueblo se alegra con Dios y ante Dios; el ser humano descubre que su vocación última va más allá de la rueda infinita de “producir-consumir-entretenerse” y se abre a la trascendencia, la gloria, la belleza y la inagotable bondad de Dios.
Esto explica el énfasis que los profetas hicieron en que los israelitas “guardaran” el sábado. Perder el sábado es, en el fondo, caer en la esclavitud de vivir sólo para el aquí: sólo para las cosas creadas; es perder el sentido último de para qué fuimos creados. Por eso se hacen promesas muy hermosas a quienes siguen el precepto del sábado, incluyendo personas, como los eunucos, que tradicionalmente eran vistos como gente maldecida. Leemos en Isaías 56,4-5:
“Porque así dice el Señor: A los eunucos que guardan mis días de reposo (“sábados”), escogen lo que me agrada y se mantienen firmes en mi pacto, les daré en mi casa y en mis muros un lugar, y un nombre mejor que el de hijos e hijas; les daré nombre eterno que nunca será borrado.”
De todo esto concluimos varias cosas:
1. El sábado es mucho más que un simple receso en las actividades normales: es un tiempo de re-encuentro con el Dios de la Alianza y con la vocación más profunda del ser humano, que trasciende el mundo de las creaturas y la rueda de producir-consumir-entretenerse.
2. Sólo Dios, Dios mismo, podía instituir algo como el sábado, porque sólo el merece la mirada reposada, gozosa y esperanzada del hombre, su creatura hecha a su imagen.
3. Evidentemente los fariseos del tiempo de Cristo habían perdido todo el sentido profundo del sábado y se habían quedado sólo con lo más externo (dejar de trabajar, limitar la movilidad), y ello interpretado de un modo opresivo e inhumano.
Cuando Cristo se proclama “señor del sábado” entonces debemos entender que:
1. Ante todo, el nuevo “lugar” de encuentro y de Alianza es el mismo Cristo, que se atreve a decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14,9). Puede bien decirse que para nosotros, renacidos en Cristo, Él es propiamente nuestro “sábado.”
2. Llamarse “señor” de una prescripción que viene de Dios mismo sólo puede indicar una proclamación, velada pero suficiente, dela divinidad de Cristo.
3. La auténtica contemplación de la gloria y la bondad de Dios no queda ya ligada a un día de la semana como tal sino a la plena manifestación de esa gloria y de esa bondad, que se han dado en la Pascua de Cristo. Por eso los cristianos no celebramos el día sábado sino el día del Señor, el día de la Resurrección, el domingo.