El Papa Francisco invitó a los monasterios de las monjas contemplativas a no «dejarse llevar por la tentación del número y de la eficiencia», en la constitución apostólica «Vultum Dei quaerere» (La búsqueda del rostro de Dios), publicada hoy, 22 de julio, eligiendo con cuidado las vocaciones, evitando ‘reclutar’ candidatas de otros países «con el único fin de salvaguardar la supervivencia del monasterio», reforzando las federaciones (que pueden implicar «intercambios de monjas y la puesta en común de bienes materiales») y la autonomía jurídica (que implica «un número aunque mínimo de hermanas, siempre que la mayoría no sea de avanzada edad» y prevé un «proceso de acompañamiento para revitalizar el monasterio, o para encaminarlo hacia el cierre».
«Cincuenta años después del Concilio Vaticano II, tras las debidas consultas y un atento discernimiento», escribió Francisco en el documento de 38 páginas, fechado el pasado 29 de junio, y que abroga las normas anteriores, «he considerado necesario ofrecer a la Iglesia la presente Constitución Apostólica que tuviera en cuenta tanto el intenso y fecundo camino que la Iglesia misma ha recorrido en las últimas décadas a la luz de las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II, como también las nuevas condiciones socio- culturales. Este tiempo ha visto un rápido avance de la historia humana con la que es oportuno entablar un diálogo que salvaguarde siempre los valores fundamentales sobre los que se funda la vida contemplativa que, a través de sus instancias de silencio, de escucha, de llamada a la interioridad, de estabilidad, puede y debe constituir un desafío para la mentalidad de hoy». Además del documento, que fue presentado en la Sala de Prensa vaticana por el Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el franciscano mons. José Rodríguez Carballo, habrá una Instrucción que el mismo dicasterio vaticano emitirá en los próximos días sobre los mismos argumentos.
Con la constitución apostólica, Francisco invita a «reflexionar y discernir sobre los siguientes doce temas de la vida consagrada en general y, en particular, de la tradición monástica: formación, oración, Palabra de Dios, Eucaristía y Reconciliación, vida fraterna en comunidad, autonomía, federaciones, clausura, trabajo, silencio, medios de comunicación y ascesis». El texto concluye con una «conclusión dispositiva» más ‘operativa’ en 14 artículos.
En relación con la formación, «considerando el actual contexto sociocultural y religioso, los monasterios presten mucha atención al discernimiento vocacional y espiritual, sin dejarse llevar por la tentación del número y de la eficiencia», escribe el Papa. Además, se debe asegurar «un acompañamiento personalizado de las candidatas y promuevan itinerarios formativos adecuados». A la necesaria autonomía jurídica de los monasterios de vida contemplativa (es decir las monjas de clausura, pero no solo ellas), «ha de corresponder una real autonomía de vida, lo cual significa: un número aunque mínimo de hermanas, siempre que la mayoría no sea de avanzada edad; la necesaria vitalidad a la hora de vivir y transmitir el carisma; la capacidad real de formación y de gobierno; la dignidad y la calidad de la vida litúrgica, fraterna y espiritual; el significado y la inserción en la Iglesia local; la posibilidad de subsistencia; una conveniente estructura del edificio monástico». Si no existen estos requisitos, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica «estudiará la oportunidad de constituir una comisión ad hoc», y, como sea, dicha intervención debe tener como objetivo «actuar un proceso de acompañamiento para revitalizar el monasterio, o para encaminarlo hacia el cierre».
«En principio —establece el documento, que también se dirige a los monasterios ya federados como a los que todavía no lo son—, todos los monasterios han de formar parte de una federación. Si por razones especiales un monasterio no pudiera ser federado, con el voto del capítulo, pídase permiso a la Santa Sede, a la que corresponde realizar el oportuno discernimiento, para consentir al monasterio no pertenecer a una federación». En este sentido, se garantizará «la ayuda en la formación y en las necesidades concretas por medio de intercambios de monjas y la puesta en común de bienes materiales, según como disponga la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que además establecerá las competencias de la Presidente y del Consejo de Federación». Y también se favorecerá «la asociación, también jurídica, de los monasterios con la Orden masculina correspondiente».
La constitución apostólica además indica que «aunque algunas comunidades monásticas pueden tener rentas, según el derecho propio, sin embargo no se eximan del deber de trabajar», y «para las comunidades dedicadas a la contemplación, que el fruto del trabajo no sea sólo para asegurar un sustento digno, sino que también y en la medida de lo posible tenga como fin socorrer las necesidades de los pobres y de los monasterios necesitados». El trabajo, en general, se debe levar a cabo «con devoción y fidelidad, y fidelidad, sin dejarse condicionar por la mentalidad de la eficiencia y del activismo de la cultura contemporánea».
En un nivel espiritual, el Papa advierte sobre algunas tentaciones y subraya particularmente que «Entre las tentaciones más insidiosas para un contemplativo, recordamos la que los padres del desierto llamaban ‘demonio meridiano’: la tentación que desemboca en la apatía, en la rutina, en la desmotivación, en la desidia paralizadora. Como he escrito en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, lentamente esto conduce a la ‘psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón ‘como el más preciado de los elixires del demonio’».«¡La Iglesia os necesita!», escribe Papa Francisco a las monjas contemplativas. «No es fácil que este mundo, por lo menos aquella amplia parte del mismo que obedece a lógicas de poder, de economía y de consumo, entienda vuestra especial vocación y vuestra misión escondida, y sin embargo la necesita inmensamente. Como el marinero en alta mar necesita el faro que indique la ruta para llegar al puerto, así el mundo os necesita a vosotras. Sed faros, para los cercanos y sobre todo para los lejanos. Sed antorchas que acompañan el camino de los hombres y de las mujeres en la noche oscura del tiempo. Sed centinelas de la aurora que anuncian la salida del sol. Con vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el silencio, indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia. Como Andrés a Simón, gritadnos: ‘Hemos encontrado al Señor’; como María de Magdala la mañana de la resurrección, anunciad: ‘He visto al Señor’. Mantened viva la profecía de vuestra existencia entregada. No temáis vivir el gozo de la vida evangélica según vuestro carisma».