Carta de un cura

Carta de un cura

Soy un simple sacerdote católico, uruguayo, que hace 20 años, vivo en Angola.

Me siento feliz, y orgulloso de mi vocación.

Me da un gran dolor, por el profundo mal que sacerdotes que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes.

No hay palabra que justifique tales actos.

Veo en muchos medios de información la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles, la vida de algún sacerdote pedófilo.

Así aparece uno, de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes…

¡Es curiosa, la poca noticia y desinterés, por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes, y los más desfavorecidos, en los cuatro ángulos del mundo!

Pienso, que a los medios de información, no les interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos, desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues, ni el gobierno se disponía a hacerlo, y las ONGs, no estaban autorizadas.

No ha sido noticia, que haya tenido que enterrar decenas de pequeños, fallecidos entre los desplazados de guerra, y a los que han retornado les hayamos salvado la vida, a miles de personas en Moxico, mediante el único puesto médico, en 90.000 km2, así, como con la distribución de alimentos y semillas.

Que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años, y escuelas a más de 110.000 niños…

No es de interés que, con otros sacerdotes, hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del gobierno y de la ONU.

No es noticia que un sacerdote de 75 años, el padre Roberto, por las noches, recorra las ciudad de Luanda,curando a los chicos de la calle, llevándolos a una Casa de Acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen a cientos de presos, que otros sacerdotes, como padre Stefano, tengan hogares transitorios, para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violados, y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato, con sus 80 años, pase, casa por casa, confortando los enfermos y desesperados.

No es noticia que más de 60.000, de los 400.000 sacerdotes, y religiosos, hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos, en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron de Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a seropositivos… o en parroquias y misiones, dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que a mi amigo, el padre Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la Guerra en Angola, lo hayan transportado de Kalulo a Dondo, y volviendo a su Misión, haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas, hayan muerto en un asalto, en la calle; que decenas de misioneros, en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario por una simple malaria, que otros, hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente.

En el cementerio de Kalulo, están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…

Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un sacerdote “normal”, en su día a día, en sus dificultades y alegrías, consumiendo sin ruido su vida, a favor de la comunidad, que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia sino, simplemente, llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido, comenzó en la noche de Pascua.

Hace más ruido, un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia ni de los sacerdotes.

El Sacerdote no es un héroe ni un neurótico.

Es un simple hombre que con su humanidad, busca seguir a Jesús y servir sus hermanos.

Pbro. Martín Lasarte (salesiano) – Angola domboscolwena@hotmail.com

Pensamiento lateral

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.

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La paz perfecta

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera en una pintura dibujar la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron y presentaron sus obras en el palacio del rey. El gran día había llegado.

El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solo hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas.

Todos quienes miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenia montañas pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacifico.

Pero cuando el rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido …

Paz perfecta … el pueblo entero se preguntaba que cuadro elegiría el rey?

El sabio rey escogió la segunda, y explicó a la gente el por que…

Explicaba el rey: “Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.”

[Aporte enviado por Katy Torres.]

El kilómetro extra

Una noche tormentosa hace los muchos años, un hombre mayor y su esposa entraron a la antecámara de un pequeño hotel en Filadelfia.

Intentando conseguir resguardo de la copiosa lluvia la pareja se aproxima al mostrador y pregunta:

– ¿Puede darnos un cuarto?

El empleado, un hombre atento con una cálida sonrisa les dijo:

– Hay tres convenciones simultáneas en Filadelfia… Todos los cuartos, el de nuestro hotel y los otros están tomadas.

El matrimonio se angustió pues era difícil que a esa hora y con ese tiempo horroroso fuesen a conseguir dónde pasar las noche.

Pero el empleado les dijo:

– Miren…no puedo enviarlos afuera con esta lluvia, si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propio cuarto…yo me arreglaré en un sillón de la oficina.

El matrimonio lo rechazó, pero el empleado insistió de buena gana y finalmente terminaron ocupando su cuarto.

A la mañana siguiente, al pagar la factura el hombre pidió hablar con él y le dijo:

– Usted es el tipo de Gerente que yo tendría en mi propio hotel… quizás algún día construya un hotel para devolverle el favor que nos ha hecho.

El concerje tomó la frase como un cumplido y se despidieron amistosamente.

Pasaron dos años y el concerje recibe una carta del hombre, donde le recordaba la anécdota y le enviaba un pasaje ida y vuelta a New York con el pedido expreso de que los visitase.

Con cierta curiosidad el concerje no desaprovechó esta oportunidad de visitar gratis New York y concurrió a la cita.

En esta ocasión el hombre mayor lo llevó a la esquina de la Quinta Avenida y la calle 34 y señaló con el dedo un imponente edificio de piedra rojiza y le dijo:

– ¡¡Este es el Hotel que he contruido para usted!!

El concerje miró anonadado y atinó a balbucear:

– ¿Usted me está haciendo una broma, verdad ?

– Puedo asegurarle que no…-le contestó con una sonrisa cómplice el hombre mayor.

Y así fue como William Waldorf Astor construyó el Waldorf Astoria original y contrató a su primer gerente de nombre George C. Boldt (tal el nombre del concerje en la noche lluviosa).

Obviamente George C. Boldt nunca soñó que su vida estaba cambiando para siempre cuando hizo “su kilómetro extra” para atender al viejo Waldorf Astor en aquella noche tormentosa.

No tenemos muchos “Waldorf Astor” en el mundo, pero un jefe satisfecho o un cliente sorprendido pueden equivaler a nuestro Waldorf-Astoria personal.

Cada uno tiene una historia

Un chico de 24 años viendo a través de la ventana del colectivo gritó: “¡Papá, mira los árboles como van corriendo detrás!” el papá sonrió y una pareja de jóvenes sentados cerca, miro al joven de 24 años con conducta infantil y murmuraron que ya estaba grande como para andar diciendo eso.

De pronto, otra vez exclamó: “¡Papá, mira las nubes están corriendo con nosotros!” La pareja no pudo resistirse y le dijo al anciano: “¿Por qué no llevas a tu hijo a un buen médico?” El anciano sonrió y dijo: “Ya lo hice y apenas estamos viniendo del hospital, mi hijo era ciego de nacimiento, y hoy por primera vez puede ver, gracias a Dios.”

La pareja de jóvenes quisieron tragarse lo que habían dicho.

Cada persona en el planeta tiene una historia. No juzgues a la gente antes de que realmente los conozcas. La verdad puede sorprenderte.

Valía la pena

“Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo”. “Permiso denegado”, replicó el oficial. “No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.

El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres!”

“Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?” Y el soldado, moribundo, respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “Juan… estaba seguro de que vendrías.”

Gente que me gusta

En el lenguaje de los tweets:

  • 01 de 15 Me gusta la gente que ha entendido que las palabras también se gastan, y por eso las usa con sabiduría, mesura y verdad.
  • 02 de 15 Me gusta la gente que cuando dice un elogio no tiene que envolverlo en una mentira.
  • 03 de 15 Me gusta la gente que sabe exaltar la grandeza de la mujer sin hablar mal de los hombres.
  • 04 de 15 Me gusta la gente que sabe corregir sin tener que humillar.
  • 05 de 15 Me gusta la gente que sabe tener su propio gusto y criterio pero no vive obsesionada con ser original.
  • 06 de 15 Me gusta la gente que ha entendido que dar testimonio de la propia fe vence los daños tanto de la cobardía como del fanatismo.
  • 07 de 15 Me gusta la gente que si tiene que reírse de alguien empieza por sí mismo.
  • 08 de 15 Me gusta la gente que no espera los momentos especiales para ser especial.
  • 09 de 15 Me gusta la gente que cuando te está escuchando no está simplemente preparando qué va a decir cuando te calles.
  • 10 de 15 Me gusta la gente que no busca la gente para huir de la soledad ni busca la soledad para huir de la gente.
  • 11 de 15 Me gusta la gente que cuando no tiene nada que decir sencillamente se calla.
  • 12 de 15 Me gusta la gente que sabe agradecer lo bueno que tiene y sin embargo entiende que hay cosas todavía mejores.
  • 13 de 15 Me gusta la gente que busca ser amiga de sus hermanos y hermana de sus amigos.
  • 14 de 15 Me gusta la gente que a menudo tiene la palabra justa, pero sabe también quedarse sin palabras.
  • 15 de 15 Me gusta la gente que tiene pactos de amor y adoración en el silencio de su encuentro con Dios.

Sexta Lección sobre el martirio

Lección Sexta

Padecimientos morales de los mártires

Confiscación de los bienes

Antes de sufrir las pruebas corporales de la tortura, los mártires han salido victoriosos de pruebas morales que para muchos fueron verdaderamente terribles. Como hemos visto en el estudio precedente, el sacrificio que a no pocos se les exigía era tan grande como los bienes mundanos que habían de perder si querían guardarse fieles a su fe. Tanto dejaban los mártires cuanto más habían tenido. Antes del martirio, había, pues, una prueba previa, que para algunos podía ser durísima, e implicar terribles desgarramientos morales. A los mártires, como a su divino Maestro mártir, les era ofrecido el cáliz antes que la cruz.

Orígenes, escribiendo a un amigo cristiano, encarcelado por serlo, y que antes había tenido grandes riquezas y altos puestos, le decía: «¡Cómo desearía yo, si hubiera de morir mártir, tener también que dejar casas y campos, para recibir el céntuplo que el Señor ha prometido!… Nosotros, los pobres, debemos eclipsarnos, aun en el martirio, ante vosotros, porque habéis sabido menospreciar la gloria mentirosa del mundo, de la que tantos otros se enamoran, y el apego a vuestros grandes bienes» (Exhort. ad mart. 14,15).

Suele parecer en ocasiones que los hombres están más apegados a los bienes temporales que a su misma vida. Y esto, hasta cierto punto, puede tener a veces cierta nobleza. Quien posee bienes, considerándolos un depósito recibido de sus antepasados para transmitirlo a sus descendientes, ve esos bienes con el aura majestuosa de las cosas hereditarias, integradas en la santidad del hogar doméstico.

Por eso la confiscación de bienes resulta tan odiosa. Y en el derecho penal romano ocupaba un gran lugar. La confiscación era el complemento terrible de toda pena que implicase pérdida de la ciudadanía, condena de muerte, trabajos forzados, deportación. Solamente una concesión graciosa del emperador podía reservar para los hijos una parte o la totalidad del patrimonio confiscado. Pero la ley prohibía expresamente esta gracia cuando se trataba de crímenes de lesa majestad o de magia (Código Teodosiano IX, 47,2). Y según parece, profesar el cristianismo se equiparaba a estos dos delitos.

Así fue al menos desde mediados del siglo III, época en que el tesoro público estaba muy escaso. En tiempos de Decio, concretamente, vemos que sin cesar se aplica la pena de confiscación, sea contra los cristianos condenados a muerte o a las minas, sea a los castigados con destierro o contra los que han huído. También Valeriano hizo gran uso de la pena de confiscación, y el emperador Diocleciano llegó a privar a los hijos de toda participación en los bienes de los condenados.

Los fondos de la Iglesia habían de subvenir a los cristianos que habían sufrido el expolio de sus bienes. La confiscación era la ruina de la familia, rei familiaris damna, según dice San Cipriano; la caída brusca de la fortuna a la miseria. Y en no pocos casos llevaba consigo la degradación -dignitate amissa, según el edicto de Valeriano-, pues al carecer de la hacienda necesaria, los descendientes de quien había sufrido confiscación de bienes pasaban necesariamente a la clase de los plebeyos. Ya no eran nobles empobrecidos, sino pobres a secas. Para un padre de familia cristiana noble, sufrir un proceso a causa de su fe significaba una perspectiva de suplicio propio y de ruina completa de los suyos.

San Basilio narra el caso impresionante de una conciudadana suya, Julita, viuda cristiana. Acosada por un depredador malvado de sus bienes, tuvo que reclamar en juicio sus bienes contra el usurpador. Pero inmediatamente el demandado alegó una excepción, sacada de un edicto del año 303, en el que se negaba a los cristianos el derecho a personarse en juicio. Así las cosas, el magistrado mandó traer un altar ante el tribunal, e invitó a los contendientes a quemar incienso ante los dioses. Julita rehusó en absoluto: «Perezca mi vida, perezcan las riquezas, perezca mi cuerpo, si es necesario, antes que salga de mi boca una palabra contra mi Dios, mi Creador». Con esto, inmediatamente, perdió el proceso, quedando completamente arruinada. Y por si fuera poco, una segunda sentencia la condenó a ser quemada en la hoguera por ser cristiana (Hom. V,1-2).

La prueba del mártir había de ser extraordinariamente amarga cuando se le instaba a renegar su fe para salvar el interés de su familia; cuando voces amistosas presionaban su conciencia de padre o de esposo en contra de la fe cristiana.

Unas veces eran amigos paganos: «Si no obedeces al juez, no solo vas a padecer horribles tormentos, sino que expondrás a tu familia a una ruina segura. Serán confiscados tus bienes y desaparecerá tu linaje» (Passio S. Theodoti 8). Otras, el mismo juez: «Piensa en tu salud, piensa, sobre todo en tus hijos» (Passio S. Philippi 9). «Eres riquísimo, y tienes bienes como para alimentar casi a una provincia… Tu pobre mujer te está mirando» (Acta SS. Philæ et Philoromi 2). Los abogados, los parientes, todos suplican al mártir que «mire por su esposa, que cuide de sus hijos» (Eusebio, Hist. eccl. VI,2,6) .

No todos los cristianos tenían el heroísmo del joven Orígenes, cuando escribía a su cristiano padre, que tenía siete hijos, y estaba amenazado de suplicio: «mantente firme, no cambies de conducta por causa de nosotros». Seguramente, muchos cristianos, combatidos por quienes debían confortarles, cedieron a estas pruebas, que eran peores que las torturas. Y los que vencieron, solamente pudieron vencer asistidos por una fuerza sobrehumana.

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Heroísmo en el puerto

El 6 de diciembre de 1917, un tren nocturno con 300 pasajeros se acercaba a Halifax, Nueva Escocia, cuando un inesperado mensaje llegó por telégrafo:

“Detengan el tren. Nave de munición incendiada en el puerto de toma Pier 6 y explotará. Supongo que éste será mi último mensaje. Adiós muchachos “.

El tren se detuvo con seguridad antes de que el buque de carga francés en llamas Mont-Blanc explotara con la fuerza de 2,9 kilotones de TNT, la explosión más grande hecha por el hombre antes del advenimiento de las armas nucleares.

La explosión mató a 2.000 residentes, incluyendo al despachador de trenes Vince Coleman. Había permanecido en su trabajo en la oficina de telégrafos enviando avisos, hasta el final.

Beato Jean-Joseph Lataste, Llegado a la perfeccion en poco tiempo

Beato Juan Jose Lataste

El Padre Lataste nació en Cadillac-sur-Garonne (Gironda, Francia), el 5 de septiembre de 1832. Fue el último de los siete hijos de Joan y Vital Lataste, su padre no era creyente pero no se opuso a que su mujer criara a sus hijos como buenos cristianos. Fue bautizado al siguiente día de su nacimiento, recibiendo del nombre de Alcide, su hermana mayor, Rosy, fue su madrina. De niño, fue curado milagrosamente de una seria enfermedad y él atribuía esa curación al patrocinio de la Santísima Virgen.

Desde muy joven, se sintió llamado al sacerdocio. Después de muchas dudas, y una profunda batalla personal, en 1857 ingresó en la orden de los dominicos, hizo profesión en presencia de su padre y dos hermanos y fue enviado a Toulouse para terminar los estudios. Vivió en los conventos de Chalais, Grenoble y St Maximin-la-Sainte-Baume, donde se familiarizó con María Magdalena a través de una profunda contemplación. El 10 de Mayo de 1862 hizo profesión solemne y el 8 de Febrero de 1863 fue ordenado sacerdote en Marseille a manos del Obispo Petagna. Continuó estudiando y fue finalmente asignado al convento de Bordeaux. Su ministerio sacerdotal se caracterizó por sermones inspirados, retiros, confesiones, mortificación y adoración del Santísimo Sacramento.

En 1864, fue enviado a predicar un retiro llevado a cabo en la prisión de mujeres de Cadillac, donde descubrió en ellas los maravillosos efectos de la gracia, y, en algunas, una llamada real a entregarse a Dios en una vida consagrada. Es en esta prisión, antes de la Eucaristía, que recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, donde todas las hermanas, cualquiera que sea su pasado, pueden unirse en un mismo amor y una misma consagración.

Así nace en 1866 -con la ayuda de la Madre Dominique-Henri de las Hermanas de la Presentación de Tours- la orden de las Hermanas Dominicanas de Betania cuyo propósito es dar la bienvenida a las mujeres liberadas de prisión para que puedan convertirse en religiosas, sin distinción entre ellas y las otras hermanas.

“Hay una verdad… las más grandes pecadoras tienen dentro de sí mismas a aquel que hace a los grandes santos. ¿Quién sabe si no lo llegarán a ser algún día?”

Era la primera comunidad de Dominicas de Betania, bajo la protección de Santa María Magdalena.

“Sea cual sea su pasado no las consideréis más como prisioneras, sino como almas consagradas a Dios, que, al igual que ustedes, son almas religiosas”.

Fray Lataste volvió a enfermarse en 1868. En esa ocasión, su enfermedad era tan seria que tuvo que dictar de manera oral las Constituciones de las Hermanas de Betania a la Madre Dominique-Henri, las cuales fueron completadas más tarde, después de su muerte, por fray Baker. Murió el 10 de Marzo de 1869 con un gran amor por sus hermanas y una gran gratitud a Dios. Fue inicialmente sepultado en el convento de las Hermanas en Frasne-le-Chateau. Su cuerpo fue trasladado posteriormente, cuando las hermanas se movieron a un nuevo convento en Montferrand-le-Chateau y fue trasladado de nuevo, esta vez a la capilla de las hermanas, cuando fue abierta la causa de beatificación. En su tumba dice: “Habiendo llegado a la perfección en poco tiempo, logró la plenitud de una larga vida”.

Tomado del Blog “Llamadas a la Libertad por la Obediencia.”

El milagro

coins

Una pequeña niña fue a su habitación y sacó un frasco que estaba escondido en su closet.

Esparció su contenido en el suelo y contó con cuidado. Tres veces, incluso. el total fue contado a la perfección. No había cabida a errores.

Con cuidado regresó las monedas al frasco y cerrando la tapadera, ella salió sigilosamente por la puerta trasera y caminó 6 cuadras hasta la Farmacia de Rexall, que tenía un gran signo de jefe indio sobre la puerta.

Ella esperó pacientemente a que el farmacéutico le prestara atención, pero estaba muy ocupado por el momento.

Tere movió sus pies para que rechinaran sus zapatos. Nada. Se aclaró la garganta lo mas fuerte que pudo.

No sirvió de nada, finalmente tomó 25 centavos del frasco y tocó en el mostrador de cristal. Con eso fue suficiente!

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Durante la era de hielo

Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío.

Los puercos espín, percibiendo esta situación, acordaron vivir en grupos, así se daban abrigo y se protegían mutuamente.

Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que le brindaban calor. Y, por eso, se separaban unos de otros.

Nueva vez volvieron a sentir frío y tuvieron que tomar una decisión: o desaparecían de la faz de la tierra o aceptaban las espinas de sus vecinos. Con sabiduría, decidieron volver y vivir juntos.

Aprendieron así a vivir con la pequeñas heridas que una relación muy cercana les podía ocasionar, porque lo que realmente era importante era el calor del otro. Sobrevivieron.

La mejor relación no es aquella que une personas perfectas, es aquella donde cada uno acepta los defectos del otro y consigue perdón por los suyos propios.

Preciosa joya

Un muchacho entró con paso firme a la joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuviera.

El joyero le presentó uno. La hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo.

– ¿Se va usted a casar pronto? – Le preguntó el joyero.

– ¡No! – respondió el muchacho – Ni siquiera tengo novia.

La muda sorpresa del joyero divirtió al comprador.

– Es para mí mamá – dijo el muchacho. Cuando yo iba a nacer estuvo sola; alguien le aconsejó que me abortara antes de que naciera; así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas. Muchos. Fue padre y madre para mí, y fue amiga y hermana, y fue mi maestra. Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que, si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregué otro anillo de compromiso. Pero será el segundo.

El joyero no dijo nada. Solamente ordenó a su cajera que hiciera al muchacho el descuento que se hacia nada más a los clientes importantes.

La Iglesia ha muerto !?

Cuenta un feligrés del pueblo de Allá. “Cuando el nuevo párroco, el Padre Heriberto inició su labor en la Parroquia de Allá, encontraba solamente indiferencia y rechazo. El primero domingo predicó en un templo completamente vacío. El segundo domingo sucedió lo mismo. Y cuando entre semana visitaba a los feligreses, nadie quería escuchar. Le dijeron: “La Iglesia está muerta, tan muerta que no hay posibilidad de revivirla”.

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Las estaciones y los hijos

Había un hombre que tenía cuatro hijos. El buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas tan rápidamente. Entonces los envió a cada uno por turnos a visitar un peral que estaba a una gran distancia.

El primer hijo fue en el invierno, el segundo en primavera, el tercero en verano y el hijo más joven en el otoño.

Cuando todos ellos habían ido y regresado, él los llamó y, juntos, les pidió que describieran lo que habían visto.

El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido.

El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.

El tercer hijo no estuvo de acuerdo. El dijo que estaba cargado de flores, que tenía aroma muy dulce y se veía muy hermoso. Era la cosa más llena de gracia que jamás había visto.

El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. El dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto; lleno de vida y satisfacción.

Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.

El les dijo a todos que no debían juzgar a un árbol, o a una persona por sólo ver una de sus temporadas. Y que la esencia de lo que son, el placer, regocijo, y amor que viene con la vida, puede ser sólo medida al final, cuando todas las estaciones han pasado.

Si tú te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.

No dejes que el dolor de una estación, destruya la dicha del resto

No juzgues la vida por sólo una estación difícil.

Aguanta con valor las dificultades y las malas rachas; ya vendrán los buenos tiempos.

Sólo el que persevera, encuentra un mañana mejor.