Aunque parezca que estás perdiendo el tiempo

De esto hace mucho tiempo. Época en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.

Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.

Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.

Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.

La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.

-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.

Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de descanso.

Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya no estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.

Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.

Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.

Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.

Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.

La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.

La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

Cristo dijo: Rema mar adentro

Jesucristo nos invita a ir más allá de las aguas tranquilas y bien conocidas de la orilla. Por eso le dice a Pedro: rema mar adentro.

No hemos recibido el bautismo para esconderlo, ni mucho menos para avergonzarnos de él sino para presentarlo en el último día, lleno de flores de virtud y frutos de evangelización.

Jesucristo nos enseña: “En esto recibe gloria mi Padre, en que vayáis y deis mucho fruto” (Juan 15). Así nos enseña que hay que ir, hay que moverse, hay que salir de la zona de confort; pero con un propósito: dar fruto.

Un cristiano cómodo es lo más parecido que yo conozco a un cristiano apóstata. Sofocar el fuego para que no se note es demasiado semejante a apagar el fuego para que no estorbe.

No más comodidad. Cristo va delante. No nos faltará el Espíritu Santo. La meta es el Cielo; el camino es la Cruz; el baluarte es la Iglesia; la espada es la Palabra.

¡Adelante!

También faltan tormentas

Cuentan que un día un campesino le pidió a Dios le permitiera mandar sobre la Naturaleza para que -según él – le rindieran mejor sus cosechas.

¡Y Dios se lo concedió!

Entonces cuando el campesino quería lluvia ligera, así sucedía; cuando pedía sol, éste brillaba en su esplendor; si necesitaba más agua, llovía más regularmente; etc.

Pero cuando llegó el tiempo de la cosecha, su sorpresa y estupor fueron grandes porque resultó un total fracaso. Desconcertado y medio molesto le preguntó a Dios por qué salió así la cosa, si él había puesto los climas que creyó convenientes.

Pero Dios le contestó – “Tú pediste lo que quisiste, más no lo que de verdad convenía. Nunca pediste tormentas, y éstas son muy necesarias para limpiar la siembra, ahuyentar aves y animales que la consuman, y purificarla de plagas que la destruyan…”-

Así nos pasa: queremos que nuestra vida sea puro amor y dulzura, nada de problemas.

El optimista no es aquel que no ve las dificultades, sino aquel que no se asusta ante ellas, no se echa para atrás. Por eso podemos afirmar que las dificultades son ventajas, las dificultades maduran a las personas, las hacen crecer.

Padres y madres admirables

Juan Bautista Sarto era alguacil en Riese, un pueblecito del norte de Italia, pequeño y humilde como la mayoría de los que había en toda aquella zona a mediados del siglo XIX. Aquel hombre vivía de su modesto empleo en el Ayuntamiento, de su trabajo en un pequeño huerto y de lo que le proporcionaba el cuidado de una vaca. Su mujer, Margarita Sanson, trabajaba como costurera. Tenían diez hijos, aún pequeños. El mayor, Beppino, parecía un chico despierto. Era una pena, pensaba, que esa inteligencia se perdiera, pero él no tenía dinero para dar estudios a ninguno de sus hijos.

Un día de 1844 se plantó en su casa el coadjutor de la parroquia. Le dijo que habría que enviar a Beppino a estudiar a Castelfranco, porque el chico quería ser sacerdote. Su padre se angustió un poco. ¿Qué podía hacer él, un pobre alguacil de pueblo, sin más recursos que su huerto y su vaca, con tantos hijos a la mesa? Él esperaba, además, que Beppino empezara a ayudarle pronto a sostener a la familia, pero también estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio para que su hijo pudiera ser sacerdote. No se le ocurrió mejor solución que redoblar su trabajo para costearlo, aunque de todas formas Beppino tendría que ir y volver a pie todos los días de Riese a Castelfranco.

Dicho y hecho. Su hijo salía de madrugada y volvía de noche. Castelfranco estaba a siete kilómetros y Beppino venía con los pies magullados, porque se quitaba las sandalias para no gastarlas por el camino. A la madre se le partía el corazón al verle llegar así. Pero no había más remedio. Y pasó el tiempo. El chico terminó brillantemente sus estudios en Castelfranco y tenía que continuarlos. Acudió al párroco. Todos querían sacar adelante la vocación de Beppino, pero ¿qué más podían hacer? Don Fito Fusarini tuvo una idea: escribirían al Arzobispo de Venecia, que era de Riese y procedía también de una familia humilde, como él. ¡Mamma mia! ¡El Patriarca de Venecia! Aquellas palabras sonaban imponentes y casi inaccesibles en sus oídos: ¡El Patriarca de Venecia! Pero la escribió. ¿Qué hay -pensaba- que un padre no haga por un hijo que quiere ser sacerdote?

Pasaron las semanas. Cuando llegó la carta no se atrevían a abrirla. Les temblaba el pulso. Fueron corriendo a buscar al párroco. Don Fito leyó: ¡el Cardenal de Venecia concedía una beca para que su hijo estudiara en Padua! Aquello era un portillo de luz en medio de su pobreza, que seguía siendo agobiante: para hacerle la sotana, su mujer tuvo que llevar un viejo colchón al Monte de Piedad de Castelfranco. Siguieron las desgracias, porque el pobre alguacil falleció poco tiempo después. Y Beppino vio, con el corazón destrozado, cómo su madre tuvo que trabajar aún más, de día y noche, para sostener a la numerosa familia sin contar con su ayuda. Pero ella lo hizo gustosa, por sacar adelante la vocación de su hijo. Un día el pequeño Beppino llegaría a ser Cardenal de Venecia; y más tarde Papa, con el nombre de Pío X, y santo.

Una historia admirable, pero no un caso aislado. Como esta, podrían relatarse miles de historias en las que muchos padres cristianos han escrito, con sencillez, páginas admirables de heroísmo silencioso y de abnegación que han dado grandes frutos de santidad en toda la Iglesia. Su vida fue, en gran medida, la de sus hijos. Su vivir fue desvivirse por ellos, y la gloria de sus hijos es su mejor gloria.

La santidad de la vida de los santos nos deslumbra y casi nos impide ver a sus padres, pero fueron ellos en multitud de ocasiones los que cuidaron de que esa luz, encendida por el Espíritu Santo en el alma de sus hijos, no se apagara.

Entrar en acción

Cada mañana en África, una gacela se despierta.

Sabe que tiene que correr más rápido que el león, porque si no, morirá.

Cada mañana un león se despierta. Sabe que tiene que superar en velocidad a la gacela porque si no, se morirá de hambre.

No es cuestión de si usted es león o gacela. Cuando el sol alumbre, es mejor que eche a correr.

Si para usted siempre ha sido difícil transformar sus fracasos en victorias, entonces tiene que empezar a moverse.

No tiene importancia lo que lo haya detenido o por cuánto tiempo se mantuvo inactivo.

La única manera de romper el ciclo es enfrentar su miedo y entrar en acción, aun cuando esto parezca pequeño o insignificante.

Sobre el por qué de la Cruz

No hay un proyecto, o una idea, o un ideal que no implique en su presupuesto el sufrimiento, entendiendo que en algún momento del camino tendrás que hacer uso de tu fortaleza para seguir, que no todo será una alfombra mullida y llevadera.

De por sí es inevitable al trabajar y convivir con otras personas el causar o recibir un daño consciente o inconsciente entre los que estamos inmiscuidos con toda nuestra humanidad de por medio.

Quede claro que el sacrificio de Jesús en la Cruz dejó pagado todo, no se debe nada, la Salvación se logró y punto, eso está saldado. Lo que sí es también un hecho, es que al aceptar ser parte del Corazón de Dios, al adherirte con toda tu alma a la gran Misión de ser Iglesia, en automático entras también en el tener que pasar por todo lo que implica ser parte de ello, las luchas, los cansancios, las decepciones, en fin… los sufrimientos, padecimientos, la aflicciones que son de Cristo y ahora compartes con Él.

[Adaptado del blog de Martín Valverde.]

Aprender a ser feliz

“Cuando lleguemos a la estación sucederá!”, exclamamos. “Cuando cumpla los dieciocho.” “Cuando compre un Mercedez Benz.” “Cuando se hayan graduado mis hijos.” “Cuando pague la casa”. “Cuando consiga un ascenso.” “Cuando me jubile, ¡qué Feliz voy a ser por el resto de mi vida!

Tarde o temprano comprendemos que no existe tal estación; no hay un sitio al que llegar de una vez para siempre. El verdadero gozo de la vida esta en el viaje. La estación es solo un sueño. Se aleja de nosotros sin cesar.

La piedra principal del matrimonio

Una relación personal con Jesucristo es la piedra principal del matrimonio.

El matrimonio es una mezcla de vidas, no una simple unión. Muchos matrimonios fallan debido a que sus integrantes siguen mirando a las libertades y relaciones del pasado.

Cuando una pareja invita al Señor Jesucristo a que sea piedra principal de su matrimonio y se convierta en el verdadero punto fuerte sobre el que construyen su relación, lo invitan a que marche al frente de ellos. Entonces Él es libre para guiarlos hacia el único propósito que les tiene como matrimonio.

Somos únicos como individuos. Sin embargo, cada matrimonio es único también.

Es algo tan individual y único en su especie como sus integrantes. Del mismo modo que Dios nos creó como individuos originales por completo, también necesitamos invitarlo a que cree nuestro matrimonio como una relación original por completo. Esto solo es posible cuando cada persona en la relación somete su individualidad al propósito supremo de Dios.

[Basado en un texto primero recibido de A. Rojas.]

Una lección de la película Ben-Hur

La historia del actor Charlton Heston ilustra nuestra necesidad de hacer todo lo que podamos y confiarle a Dios lo que no podemos.

Durante la filmación de la gran película épica Ben Hur, Heston trabajó largas horas con los entrenadores para aprender a manejar un carro para la escena crucial de la carrera de carros. Mejoró mucho su manejo de los caballos y el carruaje., pero finalmente se convenció que la tarea era un desafío mayor de lo que había previsto inicialmente. Se aproximó al legendario director de la película, Cecil B. De Mille para hablarle acerca de la escena.

Señor De Mille, le dijo, he trabajado duramente para manejar este carruaje y creo que puedo hacerlo con toda soltura en esta escena. Lo que no creo es poder ganar la carrera.

El director le contestó: Usted conduzca solamente. El resto lo hago yo.

Dios tiene diferentes formas de dirigir las distintas carreras que hacemos en el transcurso de nuestra vida. Él confía que hagamos nuestra parte de dominar el carro. Nosotros debemos confiar en que Él determinará el resultado de la carrera. Como dijo una vez un ingeniero: Dios provee la energía inicial. Nosotros la producción. Y Dios da el resultado final.

El mayor acto de fe para el hombre es reconocer que no es Dios.

Tu verdad más profunda

La historia cuenta sobre un huevo de Águila que cayó de su nido y fue a parar a un gallinero. Una gallina al ver al huevo abandonado se decidió a empollarlo y a los días nació un polluelo.

Este polluelo era bastante más grande que sus hermanos, mucho más grande y era objeto de burla de todos por eso. Sus patas eran demasiado grandes para escarbar la tierra y su pico demasiado grande para cazar insectos. Esto lo hacia muy desgraciado.

El se sentía el pollo más infeliz del mundo. Su vida era solitaria porque nadie se atrevía a ser amigo de aquel gigantón bueno para nada.

Un día un águila pasó por el lugar y le extrañó lo que vió así que decidió descender para comprobar que sus ojos no lo estaban engañando. Allí, muy cerca de él estaba un ejemplar de Águila adulta de un porte verdaderamente sin igual.

Con voz tímida le preguntó, ¿Y tú, que haces entre esas gallinas y esos pollos?

El águila-pollo, asombrado y temeroso de que semejante hermosura de Águila le dirigiera la palabra a él (el más feo de los pollos), le respondió: y donde más quieres que esté, soy un pollo y estoy donde ellos están.

El Águila, le dijo, ven conmigo a la laguna…y el águila-pollo lo siguió. Ahora asómate al espejo de agua…. El águila – pollo no podía creer lo que sus ojos veían. Abrió sus alas y se maravilló de lo robustas y hermosas que eran. Entonces llorando dijo: he sido un águila toda mi vida y no me había dado cuenta…

¿Una vida demasiado dura?

Ella dice que la vida es demasiado dura.

Una chica se quejaba acerca de su vida, y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles.

No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida.

Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su abuela la llevó a la cocina. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.

En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La chica esperó pacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su abuela.

Al rato la abuela apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó sobre un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en un plato. Colocó el café y lo sirvió en una taza.

Mirando a su nieta le dijo: ¿”Querida qué ves”?

“Zanahoria, huevos y café” fue la respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas.

Luego le pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro.

Luego le pidió que tomara un poco del café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, Abuelita?”

Ella le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero que habían reaccionado de manera diferente:

La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviéndose había vuelto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo su interior se había endurecido.

Los granos de café, sin embargo, eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

¿Cuál eres tú?, le preguntó a su nieta.

“Cuando la adversidad llega a tu puerta, ¿Cómo respondes? ¿Cómo eres tú?

¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil, y pierdes tu fortaleza?

¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluído, pero después de una muerte, una separación, un divorcio, o un despido te has vuelto duro y rígido?

Por fuera te ves igual, pero ¿Eres amargado y áspero,con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor.

Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.

De corazón, te deseo que intentes ser como el grano de café, cuando las cosas no vayan bien y puedas lograr que tu alrededor mejore.

Recuerda todo lo que te sucede en la vida es por alguna razón, sólo necesitas descubrir su motivo y aprender de ello.

[Recibí este mensaje por correo electrónico, y se lo dedico a un amigo que está pasando momentos muy difíciles y se siente derrotado. Estoy orando por ti, hermano.]

Al fin llega el viernes

Anoche tuve un sueño, más que sueño parecía pesadilla, porque en mi sueño veía a un Señor muy bondadoso y muy mayor pero con su rostro inundado de lágrimas: como un niño lloraba y lloraba…

En mi sueño me animé a preguntarle el motivo de su llanto: “¿Por qué llora, Señor?” Señalándome el calendario me dice: “¡Porque hoy es viernes! Un día como hoy murió mi hijo, como a las tres de la tarde… Mi hijo murió en la cruz para salvar a todos los pecadores. Y lloro porque veo en todas las redes sociales y mensajes de celular, y veo a todos gritar cuando llega este día de la semana: ¡AL FIN VIERNES! Pero lo hacen pensando en que van a dar rienda suelta a sus pasiones y vicios. AL FIN VIERNES, dicen, porque se van a ir de rumba y se van a embriagar hasta más no poder. Millones dicen: AL FIN VIERNES, repiten, pero pocos recuerdan que un VIERNES POR LA TARDE, mi hijo murió para salvar a todos los mortales…”

Desde ese sueño, todos los viernes que Dios me conceda he hecho un propósito, voy a decir: “AL FIN VIERNES, un día muy especial, AL FIN VIERNES, un día en que recuerdo que alguien murió por mí y por toda la humanidad. AL FIN VIERNES: Cristo murió para darme vida y vida eterna. Amén.

Autor: Adhemar Cuellar

Cuando un hijo se despide de sus padres

“Amber y Tim Shoemake, dos estadounidenses residentes en Georgia, se llevaron una emotiva sorpresa el pasado viernes cuando, tras enterrar a su hijo Leland (de seis años de edad y fallecido debido a una extraña infección cerebral) descubrieron una nota de despedida escrita por él en su casa. En ella, el pequeño afirmaba que todavía les seguía queriendo y que siempre estaría con ellos. El mensaje, que fue subido a Facebook por los tristes padres, ya ha logrado volverse viral al conseguir miles de «Likes» y otros tantos comentarios…”

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Desaliento, jamás

Cierta vez se corrió la voz que el diablo se retiraba de los negocios y vendía sus herramientas al mejor postor.

En la noche de la venta, estaban todas las herramientas dispuestas en forma que llamaran la atención, y por cierto eran un lote siniestro: odio, celos, envidia, malicia, engaño… además de todos los implementos del mal. Pero un tanto apartado del resto, había un instrumento de forma inofensiva, muy gastado, como si hubiese sido usado muchísimas veces y cuyo precio, sin embargo, era el más alto de todos.

Alguien le pregunto al diablo cual era el nombre de la herramienta “Desaliento” fue la respuesta.

“¿Por qué su precio es tan alto?” le preguntaron. “Porque ese instrumento -respondió el diablo- me es más útil que cualquier otro; puedo entrar en la conciencia de un ser humano cuando todos los demás me fallan, y una vez adentro, por medio del desaliento, puedo hacer de esa persona lo que se me antoja. Esta muy gastado porque lo uso casi con todo el mundo, y como muy pocas personas saben que me pertenece, puedo abusar de él”…

El precio de desaliento era tan, pero tan alto que aún sigue siendo propiedad del diablo…

El peso de la nada

-“Dime cuánto pesa un copo de nieve”, -preguntó un gorrión a una paloma.

-“Nada de nada”, -le contestó.

-“Entonces debo contarte algo maravilloso”,- dijo el gorrión:

-“Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada ni una ventisca furibunda. Nada de eso. Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 3.741.952. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró”.

Dicho esto, el gorrión se alejó volando.

Y la paloma quedó cavilando sobre lo que el gorrión le contara y al final se dijo:

“Tal vez esté faltando una voz, una sola voz más, para que algo nuevo y bello suceda”.

Basado en un texto remitido por A. R.

Una vida luminosa… es posible

Hoy en la mañana vi la bondad de Dios en los primeros rayos de sol y recordé este versículo de Génesis donde expresa que Dios vio la luz que era buena. Con complacencia, placer y satisfacción vio la luz y vio que era buena. Si Dios hizo la luz , él ve la luz con peculiar interés porque él mismo es LUZ. Y si él mismo es luz y él mora dentro de mi…entonces dentro de mi hay luz hoy y Dios ve esa luz y la ve buena.

Dios nunca pierde de vista el hermoso tesoro que ha puesto dentro de nosotros, ese tesoro es su luz. Dios nunca la pierde de vista. Algunas veces yo mismo no veo luz dentro de mi, es como si algo me impulsara a solo ver las tinieblas, las sombras y las oscuridades, pero Dios siempre ve la luz y la ve mucho mejor de lo que yo la veo.

Dios ve lo que yo no veo o lo que no quiero ver que ya está dentro de mi. Es muy confortable para mi pensar que Dios me ha hecho un miembro de su familia y la Biblia dice que el Señor conoce a los que son suyos y los que son suyos tienen la luz de Dios dentro de sus vidas.

Hoy he reflexionado seriamente sobre estas verdades. A veces yo no veo luz en mi, pero Dios si ve la luz en mi y él ve que es buena. Dios es la luz de mi vida y si lo tengo a él tengo la luz y las tinieblas ya no podrán inundar mi vida. El ojo tierno del Señor todavía mira dentro de mi ve la luz de su gracia derramada en mi corazón.

El Señor nunca perderá de vista el tesoro que él en su amor ya ha colocado dentro de mi. Sé que algunas veces no puedo ver la luz en mi, pero el Señor siempre la ve. Hoy quiero pedirle a Dios que me abra los ojos espirituales para poder ver su luz en mi.

“Señor, Gracias por darme luz cuando en mi no la había, quiero vivir en esa luz. Tú eres la luz de mi vida. Cuando en tinieblas andaba llegaste como la luz de mi vida. Esa luz está en mi, está dentro de mi. A veces yo no la veo porque estoy siempre listo para ver las sombras… pero tu vez esa luz. Hoy quiero vivir en esa luz y compartir esa luz con quienes no la tienen. Amén.

Reflexión recibida de A. Rojas.