Teología de la Sanación, 2 de 4, Señales del Reino de Dios

[Retiro para la Comunidad Parroquial de “El Señor de los Milagros” en Santa Marta.]

Tema 2 de 4: Las curaciones y milagros son señales del Reino de Dios

* Un signo es algo pequeño que remite a algo mucho mayor, como el humo remite al fuego. Uno ve en los Evangelios que cristo parte de realidades muy cercanas a nosotros, y muy materiales, para llevarnos a realidades menos accesibles y más espirituales. Por ejemplo, en Juan 6, de la multiplicación del pan material a la conciencia de que Cristo es el Pan vivo bajado del Cielo, Pan abundante que de verdad sacia el hambre más profunda del corazón humano.

* Según eso, podemos esperar que sus milagros sean más que actos de compasión para personas específicas. La verdad es que son señales de la llegada del Reino de Dios. Esto puede examinarse en cinco curaciones típicas de su ministerio:

(1) La lepra destruye el tejido y asila al enfermo. Otro tanto hace el pecado en el pecador. Cristo sana al leproso y perdona y da conversión al pecador.

(2) La ceguera hace que uno no reconozca los peligros ni sepa de dónde viene verdadero auxilio. Otro tanto hace la ignorancia en el que desconoce a su Dios. Cristo es luz para todos.

(3) La sordera rompe la comunicación. Sordos estamos a la Palabra divina. En Cristo el amor se ha vuelto cercano y comprensible.

(4) La parálisis nos encierra en una prisión de inmovilidad. El pecado nos encarcela en nuestros exiguos intereses. Viene Cristo y abre esa cárcel y nos hace capaces de servir.

(5) Cristo volvió a la vida (re-vivificó) a algunos que habían fallecido, como es el caso de Lázaro. cristo da vida nueva al que cree en él.

Tal vez el mundo es Corinto, 02 de 10, La conversión de San Pablo

[Retiro espiritual en el Monasterio de Dominicas en Catamarca, Argentina.]

Tema 2 de 10: La conversión de Pablo

* En la época de Cristo hubo dos términos a los que debemos acercarnos en su enorme carga semántica y emotiva: “Reino de Dios” y “Mesías.”

* Hablar de que Dios viene a reinar implicaba proclamar la próxima caída de la dominación extranjera. Evocaba las grandes gestas del Éxodo, del retorno del destierro y de la lucha macabea. Era una aspiración muy generalizada en los judíos de aquel tiempo, no sólo para los habitantes de Jerusalén sino en todo lugar donde se proclamaran las Escrituras.

* En la memoria del pueblo estaba sobre todo el reinado de David, que logró poner un límite a las hostiles naciones vecinas y trajo estabilidad y prosperidad al reino. Además, David recibió promesa de una dinastía perdurable, y por eso hablar del Mesías (Ungido por Dios) o hablar del “Hijo de David” tenía que sonar a mecha humeante en un polvorín gigante.

* Los que más temían eran: Herodes, rey impostor; Pilato, instrumento de la tiranía romana; y los saduceos, que dependían de ese equilibrio inestable que en buena parte habían ayudado a construir y custodiaban celosamente.

* La manera como cada quien esperaba el Reino sí era muy diversa. Para los fariseos, entre los cuales se crió Pablo, Dios reinaría solamente si se cumplía estrictamente la Ley. El mensaje de Jesús parecía un camino ciego y una distracción imperdonable, que les quitaba liderazgo en medio del pueblo. Eso explica el odio generalizado de los fariseos contra Jesucristo, y luego contra los cristianos.

* La conversión de Pablo es descubrir que el Reino llega por un camino paradójico: no por la conquista de las fuerzas humanas sino por gracia, y mediante la fe.

¿Qué podemos hacer por el Reino de Dios?

God-Kingdom

* La expresión “Reino de Dios” es inmensa y ha sido reflexionada y discutida desde muchos ángulos. En este caso, vamos a partir del comienzo del Evangelio de Marcos, allí donde el Señor Jesús muestra que la fe, la conversión y la llegada del Reino están íntimamente conectadas.

* La realidad del reino es misteriosa pero téngase en cuenta que en cuanto a la fe, un “misterio” no es algo que no se entiende sino algo que nunca se agota; algo que nunca terminamos de entender.

* Lo primero, pues, para la llegada del Reino es acoger el llamado a conversión que nos hace Cristo. nuestros pecados retrasan y nuestra respuesta diligente y creyente apresura la llegada del Reino (véase 2 Pedro 3,12).

* Pero hay también una dimensión supra-individual, comunitaria, pública, social, del Reino. Y en este sentido hemos de hacer preguntas incómodas: ¿A quiénes no estamos llegando? ¿Qué hemos perdido y debemos recuperar? ¿Adónde no hemos podido entrar? ¿Cómo está el proceso de relevo de la fe? ¿Van creciendo las vocaciones? Y ante todo: ¿Agrada a Dios lo que hacemos y lo que evitamos?

[Predicación en la Cena Cursillista 2013.]

Iglesia, Reino de Dios y renovacion de las relaciones sociales

52 Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres. Como enseña el apóstol Pablo, la vida en Cristo hace brotar de forma plena y nueva la identidad y la sociabilidad de la persona humana, con sus consecuencias concretas en el plano histórico: « Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús » (Ga 3,26-28). Desde esta perspectiva, las comunidades eclesiales, convocadas por el mensaje de Jesucristo y reunidas en el Espíritu Santo en torno a Él, resucitado (cf. Mt 18,20; 28, 19-20; Lc 24,46-49), se proponen como lugares de comunión, de testimonio y de misión y como fermento de redención y de transformación de las relaciones sociales. La predicación del Evangelio de Jesús induce a los discípulos a anticipar el futuro renovando las relaciones recíprocas.

53 La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien, de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio. Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo,[Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 11: AAS 58 (1966) 1033] el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres,[Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 37: AAS 63 (1971) 426-427] a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad.[Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 11: AAS 71 (1979) 276: « Justamente los Padres de la Iglesia veían en las distintas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad “como gérmenes del Verbo”, los cuales testimonian que, aunque por diversos caminos, está dirigida sin embargo en una única dirección la más profunda aspiración del espíritu humano ».] La dinámica de esta renovación debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo.

54 Jesucristo revela que « Dios es amor » (1 Jn 4,8) y nos enseña que « la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ».[Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 38: AAS 58 (1966) 1055- 1056] Esta ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

55 La transformación del mundo se presenta también como una instancia fundamental de nuestro tiempo. A esta exigencia, la doctrina social de la Iglesia quiere ofrecer las respuestas que los signos de los tiempos reclaman, indicando ante todo en el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social. El amor recíproco, en efecto, en la participación del amor infinito de Dios, es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Por tanto, « aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios ».[Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 39: AAS 58 (1966) 1057]

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