Hermano: ¿Por qué Jesús dice, “El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día,” si la Palabra que El ha pronunciado, es El mismo? – S.M.
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En la Biblia, en general, y en el Evangelio de Juan, en particular, los términos no tienen equivalencias únicas, fijas o inamovibles. Observemos por ejemplo que en el capítulo 10 de San Juan el Señor nos dice que Él es la puerta por la que enran las ovejas, y luego dice que él es el buen pastor de las mismas ovejas. Cada imagen es como una ventana que nos permite saber, y también admirar, algo del misterio de Cristo, pero ninguna comparación logra capturar todo lo que él es.
Una de esas comparaciones, absolutamente sublime y propia de Juan, es decir que Cristo mismo es el “Logos,” la “Palabra.” Esa comparación es preciosa cuando pensamos en quién es Cristo en relación con el Padre y con nosotros: Dios, dándonos a su Hijo, nos ha “contado” quién es Él mismo: se ha revelado en plenitud. Pero esa misma comparación no funciona de modo tan perfecto cuando miramos a Cristo desde otro ángulo; por ejemplo, ¿qué diremos de los discursos de Jesús? ¿Diremos que son las palabras de la Palabra? Evidentemente el lenguaje se enfrenta con limitaciones mayores cuando intentamos extender ciertas comparaciones más allá de ciertas fronteras. Así sucede con otras imágenes. Si decimos que Cristo es Cordero, lo cual es cierto, y que Cristo es pastor, lo cual también es cierto, entonces ¿nosotros qué venimos siendo: los corderos del Cordero? Una lección útil entonces es que cada imagen toca verla como en sí misma y dentro de sus propias condiciones y contexto.
Cuando Cristo dice que su palabra nos va a juzgar, esa expresión no conviene componerla con ninguna otra ni sacarla de su contexto. Parece que debemos entenderla de este modo: la veracidad y claridad de la predicación de Cristo no deja espacio a las mentiras y disculpas con que solemos justificar nuestras acciones. Y por ello, rechazar a Cristo es un acto absurdo que no tendrá justificación ni explicación en el último día.