Homilía para el 3 de Marzo de 2019, Domingo VIII del Tiempo Ordinario, ciclo C. Textos de Eclesiástico 27,4-7 y Lucas 6,39-45
De la inmensa complejidad de nuestro cerebro se hace posible el milagro de la información coherente y significativa a través de la palabra. Es un don precioso que conecta el interior y el exterior: nuestro corazón y el mundo que nos rodea. La Biblia nos enseña en la Primera Lectura de hoy, del Eclesiástico, que puede y debe haber una “criba”, una selección en aquello que sale de nosotros a través de nuestras palabras. Tres recomendaciones prácticas:
(1) Evitar la plaga llamada “murmuración” y para ello utilizar el triple filtro: ¿Lo que voy a decir o contar me consta que es verdad? ¿Es útil? ¿Es oportuno decirlo aquí, ahora y a esta persona?
(2) No todas las verdades hay que decirlas ni a todas horas. En el contexto de la pareja o de la familia sucede que en momentos de imprudencia y de exaltación decimos palabras hirientes. Pero es injusto calificar a una persona solo por el peor de sus días. Más sabio es guardar como en un cofre eso que nos ha herido, saber que son llagas y limitaciones de quien nos ha lastimado, y presentar esas llagas a las Llagas de Cristo.
(3) La disciplina sobre nuestras palabras no debería limitarse a lo que sale de nuestra boca. Cristo nos invita a escudriñar y purificar nuestro corazón. Para ello es particularmente útil y necesaria la santificación de nuestra memoria.