LA GRACIA 2024/06/20 No hay tesoro más grande que unirse a Jesús orante

El Padrenuestro no consiste en repetir palabras sino en educar el corazón para que palpite al ritmo del corazón de Jesús, para tener las mismas actitudes de Nuestro Señor.

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LA GRACIA 2024/02/20 La unión con Jesús sube la calidad de mi oración

Cuando termine la Cuaresma tiene que verse la calidad de mi oración, tiene que verse el resultado del amor de Jesús que levantó el amor de mi corazón.

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LA GRACIA 2022/06/16 La manera de orar de Jesús

Jesús nos entregó el Padrenuestro para que entremos en sintonía con Él, para que podamos buscar su gloria, que Dios reine, que su voluntad se haga, que aprendamos a confiar en su providencia.

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Brevísima explicación del Padrenuestro

La oración dominical es perfectísima, porque, como escribe San Agustín, Ad Probam, si oramos digna y convenientemente, no podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos propuso. Y puesto que la oración es, en cierto modo, intérprete de nuestros deseos ante Dios, sólo aquello lícitamente pedimos que lícitamente podemos desear. Pero en la oración dominical no sólo se piden las cosas lícitamente deseables, sino que se suceden en ella las peticiones según el orden en que debemos desearlas, de suerte que la oración dominical no sólo regula, según esto, nuestras peticiones, sino que sirve de norma a todos nuestros afectos.

Ahora bien: es cosa manifiesta que lo primero que deseamos es el fin, y en segundo lugar, los medios para alcanzarlo. Pero nuestro fin es Dios. Y nuestra voluntad tiende hacia El de dos maneras: en cuanto que deseamos su gloria y en cuanto que queremos gozar de ella. La primera de estas dos maneras se refiere al amor con que amamos a Dios en sí mismo; la segunda, al amor con que nos amamos a nosotros en Dios. Por esta razón decimos en la primera de las peticiones santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la gloria de Dios. La segunda de las peticiones es: Venga a nosotros tu reino. Con ella pedimos llegar a la gloria de su reino.

Los medios nos ordenan a dicho fin de dos maneras: por sí mismos o accidentalmente. Nos ordena por sí mismo al fin el bien que es útil para conseguirlo. Y una cosa es útil para conseguir el fin de la bienaventuranza de dos modos: 1.°, directa y principalmente, por razón del mérito con que nos hacemos dignos de la bienaventuranza obedeciendo a Dios. Es por lo que aquí pedimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; 2.°, instrumentalmente, como algo de que nos servimos para merecerla. A esto se refiere lo que aquí decimos: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, ya se trate del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es saludable a los hombres, y en el que se sobrentiende que están incluidos todos los demás sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan se entienda toda clase de alimentos, conforme a las palabras de San Agustín, Ad Probam: pues lo mismo que la eucaristía es el principal entre los sacramentos, también es el pan el alimento principal. De ahí el que en el Evangelio de San Mateo (6,11) se lo llame supersubstancial, o sea, principal, como expone San Jerónimo.

De manera accidental nos conduce a la bienaventuranza la eliminación de obstáculos. Y son tres los obstáculos que nos cierran el paso hacia la bienaventuranza. En primer lugar, el pecado, que excluye directamente del reino, según aquello de 1 Cor 6,9-10: Ni los fornicarios, ni los idólatras, etc., poseerán el reino de Dios. Y a esto se refiere lo que aquí se dice: Perdónanos nuestras deudas. En segundo lugar, la tentación, que pone trabas al cumplimiento de la voluntad divina. Y a este propósito decimos: Y no nos dejes caer en la tentación; con lo cual no pedimos vernos libres de tentaciones, sino que no seamos vencidos por la tentación, lo que equivaldría a caer en ella. En tercer lugar, las penalidades de la vida presente, que impiden el que tengamos lo suficiente para vivir. Es por lo que aquí pedimos: Líbranos del mal. (S. Th., II-II, q.83, a.9 resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

LA GRACIA del Jueves 21 de Junio de 2018

En la meditación de quién soy, de dónde vengo, cuál es mi origen descubro que existo por el querer divino, y encuentro que Dios por su voluntad me enruta hacia el verdadero bien.

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El Papa reflexiona sobre el Padrenuestro y su lugar en la Misa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos la catequesis sobre la santa misa. En la Última Cena, después de que Jesús tomó el pan y el cáliz de vino, y dio gracias a Dios, sabemos que “partió el pan”. A esta acción corresponde, en la Liturgia eucarística de la misa, la fracción del Pan, precedida por la oración que el Señor nos ha enseñado, o sea, el “Padre nuestro”.

Y así comienzan los ritos de Comunión, prolongando la alabanza y la súplica de la Plegaria Eucarística con el rezo comunitario del “Padre Nuestro”. Esta no es una de las tantas oraciones cristianas, sino que es la oración de los hijos de Dios: es la gran oración que nos ha enseñado Jesús. De hecho, dado el día de nuestro bautismo, el “Padre Nuestro” hace que resuenen en nosotros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Cuando rezamos el “Padre nuestro” rezamos como rezaba Jesús. Es la oración que hacía Jesús y nos la enseñó a nosotros; cuando los discípulos le dijeron: “Maestro, enséñanos a rezar como rezas tú”. Y Jesús rezaba así. Es muy bello rezar como Jesús. Formados en su divina enseñanza, nos atrevemos a recurrir a Dios llamándolo “Padre”, porque hemos renacido como hijos suyos a través del agua y del Espíritu Santo (véase Ef. 1: 5). Nadie, en verdad, podría llamarlo familiarmente “Abbá” –Padre- sin haber sido generado por Dios, sin la inspiración del Espíritu, como enseña San Pablo (ver Rom 8:15). Tenemos que pensar: ninguno puede llamarlo “Padre” sin la inspiración del Espíritu. ¡Cuántas veces hay gente que dice “Padre nuestro”, pero no sabe lo que dice!. Porque sí, es el Padre, pero ¿tú sientes que cuándo dices “Padre”, Él es el Padre, tu Padre, el Padre de la humanidad, el Padre de Jesucristo? ¿Tú tienes una relación con este Padre? Cuando rezamos el “Padre nuestro” nos unimos con el Padre que nos ama, pero es el Espíritu quien nos da esta unión, este sentimiento de ser hijos de Dios.

¿Qué mejor oración que la enseñada por Jesús puede disponernos a la Comunión sacramental con él? El “Padre Nuestro” se reza, además de en la misa, por la mañana y por la noche en laudes y vísperas; de esta manera, la actitud filial hacia Dios y de fraternidad con el prójimo contribuyen a dar una forma cristiana a nuestros días.

En la Oración del Señor –en el “Padre nuestro”– pedimos “el pan de cada día”, en el que vemos una referencia específica al Pan eucarístico, que necesitamos para vivir como hijos de Dios. Imploramos también “el perdón de nuestras ofensas”, y para que seamos dignos de recibir el perdón nos comprometemos a perdonar a quienes nos han ofendido. Y esto no es fácil. Perdonar a las personas que nos han ofendido no es fácil; es una gracia que debemos pedir: “Señor, enséñame a perdonar como tú me has perdonado”. Es una gracia, con nuestras fuerzas no podemos: perdonar es una gracia del Espíritu Santo. Por lo tanto, mientras abre nuestros corazones a Dios, el “Padre Nuestro” también nos dispone al amor fraterno. Finalmente, pedimos nuevamente a Dios que nos “libre del mal” que nos separa de él y nos divide de nuestros hermanos. Entendemos bien que estas son peticiones muy adecuadas para prepararnos para la Sagrada Comunión (ver Instrucción General del Misal Romano, 81).

De hecho, lo que pedimos en el “Padre Nuestro” se prolonga con la oración del sacerdote que, en nombre de todos, suplica: “Líbranos, Señor, de todos los males, concede la paz en nuestros días”. Y después recibe una especie de sello en el rito de la paz: En primer lugar, se invoca de Cristo que el don de su paz (cf. Jn 14,27) –tan diferente de la paz del mundo– haga que la Iglesia crezca en la unidad y la paz según su voluntad; luego, con el gesto concreto intercambiado entre nosotros, expresamos “la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.” (IGMR, 82). En el rito romano, el intercambio del signo de la paz, colocado desde la antigüedad antes de la comunión, se ordena a la comunión eucarística. De acuerdo con la advertencia de San Pablo, no se puede compartir el mismo pan que nos hace un solo cuerpo en Cristo, sin reconocerse pacificados por el amor fraterno (cf. 1 Cor 10,16-17; 11,29). La paz de Cristo no puede echar raíces en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla después de haberla herido. La paz la da el Señor: Él nos da la gracia de perdonar a los que nos han ofendido.

El gesto de la paz es seguido por la fracción del Pan, que desde los tiempos apostólicos dio su nombre a toda la celebración de la Eucaristía (cf. IGMR, 83; Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Hecho por Jesús durante la Última Cena, partir el pan es el gesto revelador que hizo que los discípulos lo reconocieran después de su resurrección. Recordemos a los discípulos de Emaús, quienes, hablando del encuentro con el Resucitado, relatan “cómo lo reconocieron al partir el pan” (cf. Lc 24,30-31,35).

La fracción del Pan eucarístico va acompañada de la invocación del “Cordero de Dios”, figura con la que Juan Bautista indicó en Jesús “al que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). La imagen bíblica del cordero habla de redención (véase Ex 12: 1-14, Is 53: 7, 1 Pt. 1:19, Ap 7:14). En el pan eucarístico, partido por la vida del mundo, la asamblea orante reconoce al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo Redentor, y le ruega: “Ten piedad de nosotros … danos la paz”.

“Ten piedad de nosotros”, “danos la paz” son invocaciones que, desde la oración del “Padre Nuestro” a la fracción del pan, nos ayudan a prepararnos para participar en el banquete eucarístico, fuente de comunión con Dios y con los hermanos.

No olvidemos la gran oración: la que nos ha enseñado Jesús y que es la oración con que Él rezaba al Padre. Y esta oración nos prepara a la Comunión.

¿Cómo es al fin el tema del perdón en el Padrenuestro?

Las dos palabras claves en cuanto al perdón, en el Padrenuestro, son: “soltar” (que se suele traducir por “perdonar”) y “deudas/obstáculos” (que se suele traducir hoy por “ofensas”). El sentido general parece ser el de quitar todo obstáculo que debe o aplace la obra de Dios, es decir, su reinado y su voluntad. En ese sentido, le pedimos a Dios que deshaga todo nudo, y derribe toda barrera que nosotros hemos creado por nuestros pecados. Con respecto al prójimo, lo que ofrecemos es el primer acto del perdón, es decir, el “soltar,” el no obsesionarse por una victoria a base de venganza, el entregar todo al Señor, y así dejarlo obrar en nuestras historias malheridas.

Sobre la voluntad de Dios y la voluntad humana

En el Padrenuestro pedimos a Dios que haga su voluntad. ¿Significa ello la anulación de nuestro ser y querer? Así han querido entenderlo los enemigos de la fe, que ven la relación entre Dos y el hombre a la manera de un balancín, de modo que afirmar a Dios sería negar al hombre, y lo contrario. La realidad son embargo es mucho más compleja porque es compleja la voluntad del hombre. Cumplir el querer divino puede ser contradicción y mortificación en un cierto plano superficial pero es a la vez afirmación y gozo en otro sentido más profundo y permanente.

Venga a nosotros tu Reino

La versión humanista del Reino de Dios, que es bastante frecuente hoy así no se le dé ese nombre, quiere traducir el Reino en términos de “valores” que luego se vuelven “proyectos” y que finalmente quedan en manos de la astucia de expertos y técnicos, y en manejos económicos y políticos. El sentido bíblico es diferente: en realidad se trata de que Dios reúne, y Él reina ante todo en el Corazón de Jesucristo y en los corazones de aquellos que, acogiendo su Palabra, creen en Él y viven en comunión con Él. Sin embargo, no es una realidad puramente interior sino que destella en obras de caridad y santidad.

Por qué es importante decir Padre nuestro del Cielo, o también: que estás en el Cielo

En el auge de la Teología de la Liberación no faltaron los que pensaban que hablar del “cielo” era una especie de “espiritualización” que nos alejaba de los problemas y dolores concretos de la vida presente. Surgieron por ello versiones del Padrenuestro que hablaban del Dios que está en los pobres, o “en los que aman la verdad.” Aunque hubiera algo correcto en ese intento, lo cierto es que quienes tales cambios proponían parecen haberse equivocado de religión. Para la mitología griega, por ejemplo, el Olimpo sí que era un lugar exclusivo, propio para unos dioses lejanos, egoístas y temperamentales. Dioses a los que había que arrebatarles con astucia sus dones, como hizo Prometeo con el fuego, que por ello fue horriblemente castigado. Hablar de un dios en el Olimpo era hablar de un dios distante con el que a lo sumo era posible negociar, sobre todo para evitar daños y problemas. El Dios de la Biblia es distinto. No es egoísta sino generoso. No esconde los dones sino que los envía. No se protege sino que nos defiende. No se aparta sino que envía a su propio Hijo. El Dios de la Biblia es poderoso sin envidia, y su Cielo es la expresión de una soberanía que no dejará impune la maldad y los abusos de los poderes de esta tierra. Negar el Cielo de Dios es negar la esperanza última de justicia para toda la Humanidad.

Meditación del Papa Francisco sobre el Padrenuestro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo “orante”: el Señor oraba. Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se “inmerge” en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a orar. (Cfr. Lc 11,1).

Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).

Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión «nos atrevemos a decir».

De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido. Somos conducidos a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como “Padre” nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él. Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, que siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia. Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, «salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16,8). Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: “No tengan miedo”.

Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa. Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola. Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrio del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo “amar”. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.

¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos!

Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: “abbà”. En dos ocasiones San Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, “abbà”, un término todavía más íntimo respecto a “padre”, y que alguno traduce “papá, papito”.

Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”; es Él quien no puede estar sin nosotros, y esto es un gran misterio. Dios no puede ser Dios sin el hombre: ¡este es un gran misterio! Y esta certeza es la fuente de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza. Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: existe en cambio un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona.

Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades. Pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también en el Padre, en nuestro Padre, que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos, con confianza y esperanza, oremos: “Padre nuestro, que estas en los cielos…”. Gracias.

Tres reflexiones breves sobre el Padrenuestro

Tres reflexiones sobre el Padrenuestro a partir de parejas de conceptos: (1) confianza en Dios y ansia de su gloria y su Reino; (2) “soltar” a los que nos han fallado para “soltarnos” de la conciencia de nuestras múltiples falencias ante Dios; (3) conciencia de la propia fragilidad y certeza de la victoria de Dios sobre aquello perverso que es sin embargo más fuerte que nosotros.