¡Que el camino salga a tu encuentro!
¡Que te sea favorable el viento!
Sobre tu rostro, el sol amable,
y en tus campos, lluvia suave.
Y hasta volver a encontrarnos,
¡te sostenga Dios en su mano!
(Original inglés)
Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
¡Que el camino salga a tu encuentro!
¡Que te sea favorable el viento!
Sobre tu rostro, el sol amable,
y en tus campos, lluvia suave.
Y hasta volver a encontrarnos,
¡te sostenga Dios en su mano!
(Original inglés)
Vendrás, Jesucristo, en tu Día,
sabemos que vendrás.
Y entonces por fin acabarán
la muerte y la mentira,
y toda la injusticia,
porque tú, Juez Divino, reinarás.
Vendrás por el medio de la noche,
cual llega el ladrón,
y llenos de amor o de temor,
de todo el orbe
verán los hombres
tu rostro brillantísimo, Señor.
También hoy te aguardo.
Ni el largo camino
dejó en el olvido
a quien tanto me ha amado.
He seguido tu rastro.
A los montes y ríos
si acaso te han visto
les he preguntado.
¿Qué falta, Señor, a tantas flores?
Pues viéndolas recréase mi alma,
mas sólo un momento, que algo falta
no sé si a su aroma o sus colores.
¿Qué falta, Señor, a las montañas?
Su grandeza levanta el pensamiento,
su firmeza vence sobre el tiempo,
pero, ya lo ves, que algo les falta.
La Cruz levantada,
los ojos en alto;
el pecho enamorado
ante tanta gracia.
La Cruz en silencio,
muerta ya la Palabra;
callada mi alma,
el corazón despierto.
Si anduve por la colina
y hallé por fin este templo;
si en esta tarde dorada
se eleva mi pensamiento
y sueña que así te alcanza,
a ti, Jesús, te lo debo.
Si el viento de la mañana
abunda de tu recuerdo,
y el campo de verde espiga
repite tu Nombre al viento;
si todos de ti me hablan,
a ti, Jesús, te lo debo.
Pero si todos callaran,
quedando solo el silencio,
también allí me hablaría
la música de tu Verbo;
también allí te diría ;
a ti, Jesús, te lo debo.
Dios Eterno,
Señor de los tiempos.
Dios Inmenso,
tan dentro en cuanto existe.
Dios Poderoso:
tu fuerza hace ser.
Dios Santo,
tan distinto de todo.
Dios Bueno,
sólo tú eres digno de ti.
Dios Padre,
amable Padre de Jesús.
Dios Infinito,
Dador del Espíritu Santo.
Dios Cercano,
aguardamos tu visita.
Dios Piadoso,
¡que vuelva tu Cristo!
Dios Amor,
¡que venga ya el Señor!
Amén.
En la luz esplendorosa de tu Verbo
reconoces, oh Padre, tu mirada;
en los ojos de Cristo Nazareno
tu Figura y tu Semblanza,
el reflejo de todo el universo
y el fulgor infinito de tu Llama.
Y te agrada percibir su acento,
que es la voz de tu misma Palabra;
te gusta escuchar al Nazareno,
cuando, de noche, a solas, te alaba;
y le llamas tu Hijo Verdadero,
Aquel a quien tanto amas.
Dios Santo,
por Jesucristo, tu Palabra,
y por la misión del Espíritu,
nos has dado comulgar en tu santidad;
así quisiste hacernos capaces
de reconocer tus obras,
escuchar tus palabras,
atender a tus inspiraciones,
cumplir tu voluntad
y proclamar todas tus maravillas.
Caminando, caminando,
fui al taller del alfarero:
con el agua y con el fuego,
con el arte de sus manos,
tomaba el antiguo barro,
lo removía por dentro
y plasmaba su pensamiento
en nuevos y hermosos vasos.
Por la fuerza de su brazo,
poco a poco iba saliendo,
ya creado, el universo,
como bellísimo vaso.
De la nada hizo el barro
mi amigo el alfarero,
de lo antiguo, todo nuevo,
de la noche, el día claro.
Ante aquel grande trabajo
simple, fuerte, limpio y bello,
yo miraba al Alfarero,
me veía entre sus manos,
y oí mi nombre en sus labios.
Con el fuego de su aliento,
plasmaba su pensamiento
en nuevos y hermosos vasos.
Sobre todo lo creado,
mi Amigo el Alfarero,
poderoso sin esfuerzo,
es eterno, justo y sabio.
Día a día, trabajando,
su Palabra sigue haciendo
de lo antiguo, todo nuevo,
y de la noche, el día claro.
Caminando, caminando,
fui al taller del Alfarero,
Alfarero, Dios y dueño,
con el arte de sus manos
me hizo capaz de amarlo.
Cuando nos dio su Hijo Eterno,
plasmaba su pensamiento
en nuevos y hermosos vasos.
¡Oh Dios!, las maravillas, obra de tus manos,
han hecho amable tu Nombre entre nosotros,
y los prodigios que vieron nuestros ojos
nos han mostrado, Señor, que tú eres santo
y que con grande amor nos has amado.
¡Qué dulce pronunciar tu santo Nombre!
¡Qué bello levantar nuestras miradas
a tu feliz mirar reconciliadas,
y hacer eternas nuestras breves voces
al pronunciar tu Nombre que domina el orbe!
¡Dios!, tu Nombre recorre los siglos.
Es la música de los astros,
el temblor de las estrellas
y el palpitar del universo.
Sobre la soledad del cosmos en silencio
se levanta majestuoso tu Nombre,
y venciendo a la noche del caos,
brilla con luz avasallante.
Más allá del ruido de palabras
y de la fría armazón de ideas,
su fuego cautiva el pensamiento
con la claridad del infinito.
Estable en medio de las aguas,
anclado bajo las olas,
no tiembla ante nuestras iras
ni crece con nuestros elogios.
Caerán los imperios a su hora
y serán olvidados los tiranos,
pero él, más joven cada mañana,
saludará impasible el fin de la historia.
¡Qué bien nos hace nombrarte,
y qué bueno que tú nos nombres!
Así nos unes a ti, que perduras:
la voz de quien te nombra es a su modo eterna.
La fatiga de la vida que pasa
llega a su descanso sólo con la muerte,
pero la muerte es suave reposo
para el que se duerme nombrando al que no muere.
Amén.
Porque no olvidase
cómo es grande tu poder,
tú quisiste darme la memoria, Señor;
en ella descubro los prodigios de tu amor:
¡grande has hecho tú mi poca fe!
Porque comprendiese
cómo es grande tu verdad,
tú diste a mi alma entendimiento, Señor;
con mi luz pequeña me levanto hacia tu amor,
¡y tu luz me da la claridad!
Porque yo te amase
con tu misma caridad,
tú me diste voluntad y fuerza, Señor;
y ese Fuego inmenso que es tu Espíritu de Amor,
llena el alma de tu libertad.
Me diste memoria,
entendimiento y voluntad:
a tu imagen, tú quisiste hacerme, Señor;
y pues tu Verdad y tu Poder son solo Amor,
¡te bendigo, Eterna Trinidad!
Padre Dios,
por la salvación de los hombres,
de ti tan amados,
nos enviaste a tu Amado Hijo,
para otorgarnos a través de su Cuerpo Santísimo,
tomado de la Virgen María,
llagado en la Cruz
y glorificado en la Pascua,
el Don Sublime de tu propio Espíritu.
Padre Dios,
para gloria de tu gracia
y alabanza de tu misericordia
todo lo diste de ti,
cuando te diste en Jesucristo,
de modo que todo dijiste en sus palabras,
todo lo revelaste en su rostro,
todo lo amaste en su corazón,
y todo lo renovaste en su resurrección.
Padre Dios,
por tantos bienes
que nos has otorgado
o nos tienes prometidos,
y tantos males
que nos has evitado
o de los que nos has redimido;
por tanta piedad y tanta belleza,
por tanto poder, tanta sabiduría y tanta gracia,
pero, sobre todo, por tanto amor,
acepta hoy nuestra gratitud,
acoge nuestra alabanza,
recibe, también tú, nuestro amor.
Padre Dios,
somos tu obra, cuídanos;
somos tu gloria, líbranos;
como hijos de tu amor te suplicamos
y por Cristo, tu Hijo, te rogamos.
Reconoce en nosotros la voz de tu Único,
y en él danos mirarte el día de la eternidad.
Amén.
Dios Eterno:
tú eres el Señor de la historia.
Tú llamas a la existencia
los tiempos nuevos,
según la medida de tus providencias.
Desde el futuro,
tú saludas nuestro decisivo “hoy”,
y así te haces presente
en cuanto hacemos y tenemos,
en cuanto podemos y somos.
Dios Eterno:
tu voz va tejiendo
nuestros frágiles días.
Tú sostienes con sabio y piadoso poder
la contingencia inasible
de la trama en que vivimos.
En ti halla firmeza
cuanto tiene fundamento,
de ti recibe precio cuanto vale,
y por ti, cada cosa tiene su lugar.
¿Por qué entonces se desvanecen
nuestros días?
¿Por qué no alcanzamos
nuestros mejores sueños?
¿Por qué a menudo damos menos
de lo que recibimos,
y recibimos menos de lo que esperamos?
El perdón floreció en tus manos
y la paz, en tu corazón;
y en tus pies crucificados,
por tu gracia, Cristo Amado,
se levanta el mundo a Dios.