La acción nada vale sin la oración: la oración se avalora con el sacrificio.
Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en “tercer lugar”, acción.
La oración es el cimiento del edificio espiritual. -La oración es omnipotente.
“Domine, doce nos orare” -¡Señor, enséñanos a orar! -Y el Señor respondió: cuando os pongáis a orar, habéis de decir: “Pater noster, qui es in coelis…” -Padre nuestro, que estás en los cielos… ¡Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal!
Despacio. -Mira qué dices, quién lo dice y a quién. -Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas. Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios.
Tu oración debe ser litúrgica. -Ojalá te aficiones a recitar los salmos, y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares.
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios”, dijo el Señor. -¡Pan y palabra!: Hostia y oración. Si no, no vivirás vida sobrenatural.