“Te voy a confesar algo: durante la última semana, más o menos, me he sentido un poco cansado. Con poca energía, poca motivación y con la sensación de que algo no encaja. No es nada serio, sino una de esas etapas por las que todos hemos pasado en que las cosas parecen abrumadoras…”
“La dificultad radica en que hoy, «a la fe le cuesta traducirse en cultura, en capacidad de valoración y de juicio», y este es seguramente uno de los límites mayores de la formación que ofrecen nuestras parroquias y nuestras asociaciones…”
Hace poco terminé unos hermosos días de retiro espiritual que tuve ocasión de predicar a un grupo de frailes agustinos, estudiantes de teología. De ese servicio tengo gratos recuerdos y mi cercanía con la Orden de San Agustín es mayor después de ese tiempo de fraternidad y oración. Y sin embargo, hubo algo muy amargo que me sucedió hacia el final del retiro, y que no tiene que ver ni con Santo Domingo, mi fundador, ni tampoco con el egregio Obispo de Hipona.
Sucede que en la misma casa donde estábamos nosotros había también otros grupos, pequeños y grandes, de laicos, de seminaristas, o de religiosos–cosa muy explicable tratándose de un lugar amplio, recogido y bello, con amplio espacio para encontrarse con la naturaleza. En cierto momento trabé conversación con un joven de otra comunidad, sin relación con el retiro nuestro, que pertenece a una cierta congregación religiosa. Queriendo ser amable, este hombre comentó de algunos estudios que había hecho fuera del país y habló espontáneamente de algunas discusiones teológicas que había tenido precisamente con frailes de San Agustín. El motivo de tal discusión es también el motivo de mi dolor. Decía este hombre, a quien faltarán meses para recibir diaconado, que la virginidad de María no era cosa importante y que si Ella era o no virgen, eso en nada cambiaba el mensaje del Evangelio. En medio de su propio retiro espiritual, ese es el tipo de teología que tiene este candidato al ministerio ordenado.
Como sólo tenía minutos para una conversación que hubiera tenido que ser muy larga, apenas alcancé a indicarle cuánto me preocupaba que hablara de ese modo; logré además cuestionar un poco su visión de nuestra fe con una pregunta que creo que tomó con seriedad: “¿No te parece que estas reduciendo el Evangelio a un mensaje ético más?“
En efecto, por el tono y los términos de su intervención, este hombre se ve que está listo para lanzarse al mundo con un mensaje cómodo y buenista. Si Dios no mete su mano este será uno más de aquellos que van por ahí, de parroquia en parroquia, o de colegio en colegio, esparciendo la idea, típica de la herejía modernista, de que la evangelización se reduce a una serie de consignas horizontales, intramundanas, bien fáciles de tragar por ateos, budistas o agnósticos: “seamos buenas personas;” “hay que ser solidarios;” “trabajemos por la promoción de la justicia;” y un largo etcétera que jamás discutirá los temas duros de nuestra época.
En efecto, según la visión buenista: ¿Para qué “pelear” con los LGBT si son buenas personas, no le hacen mal a nadie, y al final son hasta chistosos? ¿Para que hacer sentir mal a las personas que ya pasaron por el sufrimiento de un divorcio y ahora con su nueva pareja están tratando de “rehacer su vida”? ¿Para qué complicar la cabeza de la gente con términos que nadie entiende como “transubstanciación” si en el fondo lo que importa es que las comunidades sean fraternas y llenas de calor humano? ¿Por qué enfocarnos tanto en la Cruz si al fin y al cabo nosotros ya somos la gente de la Resurrección, y Dios no quiere que nadie sufra? ¿Para qué seguir predicando un infierno que se inventaron los medievales, y que no existe, o que si existe solamente puede estar vacío, barrido y con un aviso de “SE ARRIENDA” en la puerta? Y la lista puede continuar.
Creo que se entiende el tamaño de mi dolor.
Aunque, debo admitir con pesar: si entre mis lectores hay algunos de la religión del buenismo, serán estos los que se extrañen o duelan de mí porque, según ellos, pertenezco a una raza de dinosaurios que sólo causa curiosidad y pesar porque se niega a morir. Y sin embargo, bendito Jesucristo, y mil veces bendito, que desde la gloria de su Cruz y Pascua, renueva con la verdad sobria de su Evangelio, a la Iglesia. Aquel seminarista y aquella congregación religiosa no saldrán fácilmente de mis oraciones.
[Curso presencial ofrecido en la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás, en Bogotá. 2014.]
Las dos corrientes que nacen de René Descartes
El giro antropológico se completa a través de dos movimientos paralelos que pueden identificarse en la vida y obra de Descartes: la vigorosa afirmación de la subjetividad y el énfasis en la razón como tribunal último de todo conocimiento.
Estas dos tendencias no siempre coinciden. La línea de exaltación de la razón llevará hacia la Ilustración y la Modernidad. La línea de afirmación de la subjetividad llevará al Naturalismo (tipo Rousseau, o más tarde, Zolá), y también al Romanticismo y luego al subjetivismo y relativismo propios de la llamada Postmodernidad.
Sin embargo, algo en lo que sí coinciden los énfasis racionalistas y subjetivistas es en el rechazo y/o desprecio a las instituciones más visibles de la Edad Media, es decir, la Iglesia, la realeza y la nobleza. Ese triple rechazo quedará como un sello, explícito o tácito, en los desarrollos culturales y políticos de los siguientes siglos. La democracia liberal no es simplemente una afirmación de soberanía del pueblo sino una negación de la influencia que la religión, la verdad o el abolengo puedan tener en las decisiones de una región o país. Estas consecuencias no van a aparecer de inmediato pero su avance será inexorable. Continuar leyendo “Antropología Teológica, 03, El giro antropológico, parte 2 de 2”
[Retiro para formadores, misioneros y superiores, ofrecido a las Hermanas Dominicas Nazarenas, en Sasaima, Colombia, Diciembre de 2013.]
Tema 6 de 8: Modernidad y Postmodernidad
* Ante todo, hay que distinguir Modernidad, que alude a un fenómeno cultural con luces y sombras, y modernismo, que hace referencia a una tendencia herética de la que ya hemos hecho una presentación en la anterior predicación.
* Según lo ya explicado, el rasgo más típico de la Modernidad es el papel protagónico que le da a la razón humana. En sí mismo, esto es bueno, pero, como anotaba Jürgen Habermas, el énfasis racional se ha concentrado casi completamente en la “razón instrumental,” es decir, en la capacidad de analizar esquemas, situaciones y procesos para transformarlos según el propósitos de cada sujeto.
* Por supuesto, la razón instrumental abre posibilidades de desarrollo pero también de explotación y desastre. Y todo ello ha sucedido. A impulso de la máquina de vapor, la revolución industrial cambió las reglas de juego en la economía, convirtiendo al sistema de producción no en un camino para satisfacer sino para crear necesidades.
* Los cambios psicológicos, familiares, sociales y ecológicos de la aplicación indiscriminada de la razón instrumental terminaron pasando su factura en dos espantosas guerras mundiales y en una estela de desastres ecológicos irreparables. Como quien despierta de un profundo letargo, el mundo de Occidente se vio de pronto con un desastre a su alrededor, y sin una brújula a mano.
* La exigua propuesta del existencialismo (Sartre) fue dar el nombre de libertad a la desorientación, y convertir la felicidad en una etiqueta de libre postura y remoción. No es extraño que por ese camino se llegara a la Revolución de Mayo de 1968: el subjetivismo ignorante y arrogante trataba de poner cara dura a su triste destino (Camus) o renunciaba a toda significación para refugiarse en paraísos falsos de placer fácil: sexo y droga (hippismo).
* El nuevo contexto viene marcado por un profundo escepticismo hacia la racionalidad misma, es decir, el centro vital de la Modernidad es puesto en cuestión. La Post-Modernidad pretende conservar espacio para la verdad sólo en dos ámbitos: en la Ciencia (y claro está, su derivada, la tecnología), y en la “verdad subjetiva” es decir, en la confusión entre verdad y autenticidad, como si presentarse y asumir los propios deseos como se presentan fuera garantía de una especie de verdad.
* La postmodernidad cuestiona también las “grandes pertenencias,” es decir, el considerarse uno, ante todo, como hijo de una nación, , miembro de un partido, fiel de una iglesia. Las “grandes narrativas,” sean de tipo filosófico-metafísico o religioso, caen en descrédito porque las “grandes instituciones” se han mostrado hipócritas, traidoras o en todo caso, insuficientes para evitar los desastres que el siglo XX presenció.
* En el mundo postmoderno lo que caben son las pequeñas fidelidades y las pequeñas felicidades: la escala se reduce, las esperanzas se redimensionan, a caballo entre el cinismo y la resignación.
* Es importante subrayar que hay frutos buenos, reales y posibles, tanto en la Modernidad como en la Postmodernidad. Lo más sabio, por supuesto, será tratar de incorporarlos todos. De la Modernidad hay que rescatar los valores de la racionalidad, el progreso, la civilidad y la búsqueda de una cosmovisión (u omnicomprensión). De la Postmodernidad no debe dejar perderse lo que tiene en dirección a la humildad, la ternura y la comunidad.
[Retiro para formadores, misioneros y superiores, ofrecido a las Hermanas Dominicas Nazarenas, en Sasaima, Colombia, Diciembre de 2013.]
Tema 5 de 8: Raíces del Modernismo
* Al revisar la raíz de la “perplejidad” dominante en nuestro tiempo llegamos al subjetivismo. No es un simple capricho de moda. Tiene raíces históricas que lo vinculan a un movimiento cultural largamente gestado y realizado. Hablamos del modernismo.
* Partimos del siglo XII, en que se destacan dos fenómenos: el surgimiento de las universidades, y el desplazamiento, motivado por el comercio, del polo de desarrollo hacia los “burgos,” que luego serían las grandes ciudades. En ambos casos hablamos del despuntar de nuevas formas de poder: el estudio y el comercio, que vendrán a competir cada vez más frontalmente con los poderes hasta entonces consolidados en la sociedad de cuño cristiano,a saber: el clero y la nobleza. Singular atención merece la Universidad de Bolonia, que lidera la búsqueda de un ordenamiento estrictamente “civil,” es decir, ligado a la “civis,” y no conectado entonces con la asamblea de los fieles, la “ecclesia.”
* El siglo XIV es, en general, tormentoso para la Iglesia. Los varios episodios de la devastadora peste han hecho colapsar el ordenamiento social y eclesial, privando a Europa de cerca de una tercera parte de sus habitantes. Muchas vocaciones de pésima calidad, sin casi instrucción alguna, deben asumir improvisadamente lugares de responsabilidad. De otra parte, las luchas intestinas en tierras italianas hacen que el Papa tema por su vida y entonces se abre un tiempo, de cerca de setenta años, en que el Obispo de Roma no habita en Roma sino en Aviñón, con el agravante de una curia mundanizada en todos sus aspectos. El final de este siglo encuentra a la Iglesia dividida en su cabeza, por el Cisma de occidente, que durará unos 40 años. La credibildiad de la Iglesia quedará resquebrajada de modo casi irreparable.
* El siglo XV es el tiempo en que las grandes ciudades comerciales de Italia ven llegada su oportunidad de florecer. Su modelo de crecimiento no será la comunidad cristiana, que se antoja atrasada y desprestigiada. Aquellos hijos de ciudades miran a las urbes de la Antigüedad y se consideran gente del “renacer;” consideran que en ellos y con ellos se da el Renacimiento de la gloria del mundo antiguo, idealizado como lugar de literatos, sabios, artistas y grandes hombres. A pesar de que la Iglesia aprovechará los talentos de algunos de los más notables renacentistas, el movimiento como tal surge al margen de la fe y su orientación no es el reino de Dios sino la gloria del hombre.
* El el XVI las cosas llegan a un punto de no retorno. Para Martín Lutero la autoridad decisiva no es ya más la Iglesia, a pesar de todas sus bulas y rescriptos. Lutero está convencido de que no haya nada por encima de su Biblia y su conciencia. Es un hito importante en la consolidación del subjetivismo y la autonomía cerrada que se impondrá después. Otro reformador protestante, Calvino, considera que puede organizar la sociedad humana según la Palabra de Dios omitiendo con plena conciencia todo el legado de quince siglos de cristianismo, simplemente porque ese cristianismo ahora está asociado con el catolicismo.
* Los avances espectaculares de la ciencia moderna, basada en el lenguaje matemático y la verificación por vía de experimentación, abrirán un capítulo nuevo en esta historia. Los hombres de fines del XVII y los del XVIII ya dejan a Dios un lugar sólo simbólico. La Biblia no les parece palabra “de Dios” sino un episodio más en la historia de las supersticiones y clericalismos. No son cristianos, pues les parece ridículo pertenecer a una religión: estos ilustrados y enciclopedistas son “deístas”: Dios queda en su discurso pero únicamente de modo anónimo, lejano y mudo.
* El siglo XIX dará el paso lógico: sacudir la idea de ese “dios” disecado e inútil. El ateísmo hace entrada arrogante en la escena pública y la fe ya solo puede ser un adorno, un capricho, o más probablemente, un estorbo. Para Engels o para Nietzsche, la tarea no es seguir discutiendo a Dios, porque Dios “ha muerto;” para ellos la tarea es construir la sociedad humana, y para ello, cuantos menos estorbos e interrupciones, mejor.
* La reacción de la Iglesia es comprensiblemente drástica: El Syllabus del beato Pío IX, y luego la encíclica “Pascendi” de San Pío X quieren dejar meridianamente clara la verdad católica por vía de denuncia de los enemigos de la fe.
* Otros intentan una vía de negociación. El caso más sonado es el de un sacerdote francés, Loisy, que pretende que la Iglesia asuma la manera de conocer de la ciencia, ys us resultados, con la autoridad y peso que antes se concedía solo a la autoridad apostólica. Tal es el modernismo: la pretensión de medir la fe por el tamaño de la aceptación que tenga, a la luz de la subjetividad racional, primero, pero también, ante la fuerza d elas presiones sociales, los gustos, o las conveniencias del sujeto.
¿Qué tanto ha cambiado el panorama argumentativo sobre la existencia de Dios con base en la Modernidad?
* Objeciones modernas más comunes:
Contra la religión en general: es el eclipse de la razón; trae fanatismo e intolerancia; genera división y luego violencia.
Contra Dios en particular: es innecesario porque la ciencia puede explicarlo todo; su existencia sería contradictoria porque no puede ser omnipotente, bondadoso y omnisciente a la vez, dada la presencia del mal en el mundo; es moralmente monstruoso por narcicista, cruel y egoísta.
Contra la Iglesia en particular: tiene un largo historial de crímenes contra la ciencia, la democracia, la mujer, la sexualidad, la libertad de expresión; es hipócrita porque predica y no aplica, y además trata de ocultar sus fallos; es inhumana en sus propuestas morales, como en el caso de la prevención del sida.
Contra el modo del conocer: “Si Dios existe, que alguien me lo presente;” “Hay gente que dice haber tenido experiencia de Dios, pero yo no, y no lo echo de menos;” “Tal vez Dios exista pero su existencia estorbaría enormemente en la forma como quiero llevar mi vida.”
Este capítulo pertenece al volumen 4 de la Suma Conversación.
Comunion y comunidad en Cristo. Retiro espiritual en el Monasterio de las Dominicas de Lerma. Tema 4 de 10: Origen de nuestra noción de individuo.
– Lo que puede parecer natural o incluso forzoso, en realidad tiene su origen. En una sociedad humana global de “naciones” lo común hoy es verse cada uno como un “individuo”. ¿De dónde surge esto?
– En el siglo XVI Lutero lanza la consigna: “mi Biblia y mi conciencia;”
– En el XVII, Descartes implanta la duda metódica como fundamento del conocimiento y traduce así el problema de la VERDAD al problema de la CERTEZA (del sujeto).
– En el XVIII, Kant invita a todos a “atreverse a pensar” con su propia cabeza. La Ilustración, de la que él se siente heraldo, difunde en Francia la idea del “ciudadano” cuyos derechos han de ser tutelados por el Estado; pero ahora este Estado es en sí mismo un aparato estatal anónimo y reemplazable.
– En el XIX, la Revolución Industrial mira al ser humano como simple engranaje de producción. Marx quiere que sea una herramienta de cambio social. En medio de estas dos tendencias lo humano es ahora minúsculo y enteramente negociable.
– En el XX, la Modernidad alabada por Kant hace crisis y muestra su rostro oscuro en la agresividad de las Guerras Mundiales, y en la devastación ecológica del planeta.
– Sartre entonces enseña a una generación desencantada que el ser humano no tiene “esencia” sino sólo “existencia.” En la práctica eso quiere decir que cada uno puede dar a su vida el significado que quiera pero no puede imponérselo a nadie. Es decir: cada uno es prisionero de su propia voluntad, nominalmente libre, y de su minúsculo universo de significado.
– Surge así la generación postmoderna que sólo cree en el instante, en la gratificación inmediata y en el micro-cosmos cálido de los amigos cercanísimos.
– Este mismo proceso, sin embargo, tiene facetas positivas: conciencia global, ecológica, primacía renovada del afecto, la lealtad y la amistad.
Predicación No. 11 – La fe en tiempos postmodernos. Se utiliza a veces este adjetivo para describir características culturales e intelectuales que forman el ambiente en que ha de desarrollarse nuestro ministerio. *** Fui invitado un retiro y curso de formación permanente a los Dominicos de Taiwan, y con esa ocasión trabajamos dos documentos: Unidad en la Diferencia, y Pablo, 20 Siglos. Ambos están accesibles en los respectivos links, y es bueno imprimirlos para aprovechar mejor estas predicaciones.