Historia de las primera misiones católicas en Texas

El Colegio de Guadalupe, de Zacatecas, no había fundado todavía ninguna misión, y como fray Margil tenía licencia del Comisario franciscano para predicar en cualquier lugar de la Nueva España, eligió el norte. «Ya que este Colegio hasta ahora no ha podido tratar de infieles -escribía a comienzos de 1714-, será bueno que yo, como indigno negrito de mi ama de Guadalupe, pruebe la mano y Dios nuestro Señor obre».

Acercándose ya a los sesenta años, fray Margil estaba flaco y encorvado, sus pies eran feos y negros como los de los indios, y ya no caminaba ligero, como antes, pero conservaba entera su alegría y su afán misionero era cada vez mayor. Había fundado por ese tiempo en el real de Boca de Leones un hospital para misioneros de Zacatecas, y allí se estuvo, esperando irse a misionar a Texas, al norte.

Desde finales del siglo XVII, veinte años antes, misioneros de Querétaro y de Zacatecas -Massanet, Cazañas, Bordoy, Hidalgo, Salazar, Fontcuberta- habían misionado en el Nuevo Reino de León, en Cohauila, en Texas y Nuevo México. Pero aquellas misiones, tan costosamente plantadas, no acababan de prender, unas veces por lo despoblado de aquellos parajes, otras por los ataques de los indios, y también porque apenas llegaba allí el influjo de la autoridad civil española. Años hubo en que fray Francisco Hidalgo quedó solo, a la buena de Dios, e hizo varios viajes más allá del río de la Trinidad, cerca del actual Houston, para asegurar a los indios de las antiguas misiones de San Francisco y Jesús María, que ya pronto regresarían los padres.

En 1714, ciertas intromisiones del francés Luis de Saint Denis con veinticinco hombres armados, que se acercó hasta el presidio de San Juan Bautista, junto a río Grande, alarmaron a las autoridades virreinales de México, que por primera vez comprendieron el peligro de que se perdieran para la Corona española las provincias del norte y Texas. Se dispuso, pues, a comienzos de 1716, una expedición de veinticinco soldados con sus familias, al mando del capitán Domingo Ramón, que con la ayuda de misioneros de Querétaro y de Zacatecas, habrían de asentarse en cuatro misiones.

Los cinco frailes de la Santa Cruz -entre ellos el padre Hidalgo, aquél que se había quedado solo para asegurar a los indios el regreso de los frailes-, fueron conducidos por fray Isidro Félix de Espinoza, biógrafo de fray Margil. Y otros cinco religiosos del Colegio de Guadalupe partieron bajo la autoridad de fray Margil de Jesús. Formaban entre todos una gran caravana de setenta y cinco personas, frailes y soldados con sus mujeres y niños. En una larga hilera de carretas, y arreando más de mil cabezas de ganado, partieron todos hacia el norte, para fundar poblaciones misionales en Texas.

Cuando fray Margil, que salió más tarde, se reunión con ellos en julio de 1716, ya cuatro misiones habían sido fundadas en Texas, más allá del río de la Trinidad: San Francisco de Asís, la Purísima Concepción, Nuestra Señora de Guadalupe y San José, en las tierras de los indios nacoches, asinais, nacogdochis y nazonis. Fray Margil, con seis religiosos más, quedó todo el año 1716 en Guadalupe de los Nacogdochis. Y en 1717, durante el invierno, muy frío por aquellas zonas, salió fray Margil con otro religioso y el capitán Ramón hacia el fuerte francés de Natchitoches, a orillas del río Rojo, y allí fundaron dos misiones, San Miguel de Linares y Nuestra Señora de los Dolores.

Mientras que Ramón y el antes mencionado Saint Denis hacían negocios de contrabando y comerciaban con caballos texanos, los misioneros quedaron solos y hambrientos. Concretamente Fray Margil, en 1717, cuando murió el hermano lego que le acompañaba, llegó a estar solo con los indios en la misión de Los Dolores, solo y con hambre. Desayunaba, cuenta Espinoza, «un poco de maíz tostado y remolido. Al mediodía y por la noche volvía a comer maíz y tal vez algunos granos de frijol sazonados con saltierra, pues sal limpia pocas veces alcanzaba a las comidas.

Un día llegó en el que faltándole estos groseros alimentos, comió carne de cuervo. Y decía: «Como el oro en la hornilla prueba Dios a sus siervos. Si está con nosotros en la tribulación, ya no es tribulación, sino gloria»». La verdad es que fray Margil tenía allí mucho tiempo para orar, y después de tantos años de viajes y trabajos, vivía en la más completa paz, en el silencio de aquellos paisajes grandiosos. Así pasó dos años con ánimo excelente, que le llevaba a escribir: «Perseveremos hasta dar la vida en esta demanda como los Apóstoles… ¿Hay algo mejor?».

En 1719, las misiones de Zacatecas en Texas -Guadalupe, Los Dolores y San Miguel- y las que dependían de Querétaro -La Purísima, San Francisco y San José-, apenas podían subsistir, pues el Virrey no mandaba españoles que fundaran villas en la región. La guerra entre España y Francia había empeorado la situación, y el comandante francés de Natchitoches, Saint Denis, saqueó la misión de San Miguel.

Tuvieron, pues, que ser abandonadas las misiones, a pesar de que «los indios se ofrecían a poner espías por los caminos y avisar luego que supiesen venían marchando los franceses». Enterraron en el monte las campanas y todo lo más pesado, y se replegaron a la misión de San Antonio, hoy gran ciudad. Allí fray Margil no se estuvo ocioso, pues en 1720 fundó la misión de San José, junto al río San Antonio, que fue la más prospera de Texas.

Por fin en 1721 llegó una fuerte expedición española enviada por el gobernador de Coahuila y Texas, y los frailes pudieron hacer renacer todas sus misiones, una tras otra. Pero fray Margil, elegido guardián del Colegio misional de Zacatecas para el trienio 1722-1725, hubo de abandonar para siempre aquellas tierras lejanas, silenciosas y frías, en las que durante seis años había vivido con el Señor, sirviendo a los indios.

El final de un largo camino

Vuelto fray Margil a Zacatecas en 1722, hizo con el padre Espinoza, guardián de Querétaro, una visita al Virrey de México, para exponerle la situación de Texas y pedir ayudas más estables y consistentes. La ayuda de la Corona española a las misiones no era ya entonces lo que había sido en los siglos XVI y XVII, durante el gobierno de la Casa de Austria. Ahora, se quejaba Espinoza, diciendo: «como el principal asunto de los gobernadores y capitanes no es tomar con empeño la conversión de los indios, quieren que los padres lo carguen todo y que las misiones vayan en aumento sin que les cueste a ellos el menor trabajo». La visita al Virrey, que les acogió con gran cortesía, apenas valió para nada.

Fray Margil, aprovechando el viaje, predicó en México y en Querétaro. A mediados de 1725, con otro fraile, se retiró unos meses a la hacienda que unos amigos tenían cerca de Zacatecas. A sus sesenta y ocho años, estaba ya muy agotado y consumido, pero de todas partes le llamaban invitándole a predicar. Aún pudo predicar misiones en Guadalajara, en varios pueblos de Michoacán, en Valladolid.

A veces tuvo que viajar de noche y a caballo, pues los indios de día le salían al paso, con flores, música y cruz alzada, y no le dejaban ir adelante. En Querétaro tuvo un ataque y quedó insconciente una hora. Cuando volvió en sí, un amigo le preguntó si sentía lástima de dejar la actividad misionera. A lo que fray Margil contestó: «Si Dios quiere, sacará un borrico a la plaza y hará de él un predicador que convierta al mundo».

Ya muy enfermo, le llevaron al convento de México, para que allí recibiera mejores cuidados médicos. Fray Manuel de las Heras recibó su última confesión, y él mismo cuenta que, al quedar perplejo, viendo tan tenues faltas en tantos años de vida, fray Margil le dijo: «Si Vuestra Reverencia viera en el aire una bola de oro, que es un metal tan pesado, ¿pudiera persuadirse a que por sí sola se mantenía? No, sino que alguna mano invisible la sustentaba. Pues así yo, he sido un bruto, que si Dios no me hubiera tenido de su mano, no sé que hubiera sido de mí».

El padre las Heras, impresionado, siguió explorando delicadamente aquella conciencia tan santa, y pudo lograr alguna preciosa confidencia, como aquélla en la que fray Margil le dijo con toda humildad que «acabando de consagrar, parece que el mismo Cristo le respondía desde la hostia consagrada con las mismas palabras de la consagración, haciendo alusión al cuerpo del V. Padre: Hoc est Corpus Meum, favor que dicho Padre atribuía a que siempre había estado, o procurado estar, vestido de Jesucristo».

El 3 de agosto decía fray Margil: «¡Dispuesto está, Señor, mi corazón, dispuesto está!». Y el día 6 de agosto de 1726, día de su muerte y de su nacimiento definitivo, dijo: «Ya es hora de ir a ver a Dios».

Los pies benditos del evangelizador

La asistencia de la gente, que se acercaba a venerar en la sacristía de San Francisco los restos de fray Margil, fue tan cuatiosa que «hacía olas», y hubo de hacerse presente la guardia del palacio. Todos querían venerar aquellos pies sagrados de fray Margil, que -como escribió el Arzobispo de Manila, en unas exequias celebradas en México días más tarde- habían quedado «tan dóciles, tan tratables, tan hermosos sin ruga ni nota alguna. Pies que anduvieron tantos millares de leguas tan descalzos y fatigados en los caminos, tan endurecidos en los pedregales, tan quebrantados en las montañas, tan ensangrentados en los espinos… ¡Qué mucho que se conservasen hermosos pies que pisaron cuanto aprecia el mundo!».

En 1836 fueron declaradas heroicas las virtudes del Venerable siervo de Dios fray Antonio Margil de Jesús, cuyos restos reposan en La Purísima de la ciudad de México. Aquellas palabras de Isaías 52,7 podrían ser su epitafio:

«¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del heraldo que anuncia la paz,
que trae la Buena Noticia!»


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

Mensaje de misioneros laicos en Mozambique

“Cuatro días después de casarse, Jara Zotes y Carlos García cogieron un avión a Mozambique. Ella farmacéutica, y él médico, estos jóvenes de 31 años dedicaron su primer año de casados a la misión en Nacuxa, donde los misioneros vicentinos coordinan un instituto y un centro de salud. Ahora en España, y mientras esperan su primer hijo, no descartan regresar a la misión para poder enseñar a sus hijos una forma diferente de vivir: «La vida está para entregarla, no únicamente para disfrutarla»…”

Haz clic aquí!

Consejos para líderes y predicadores católicos

Esto va para las personas que han emprendido un camino espiritual, especialmente aquellos que dejan notar ciertos rasgos de liderazgo o empiezan a trabajar en un apostolado en particular.

1. ¡A ustedes no les van a pasar ni una! Así como lo leen, quien sale a la luz con un carisma marcado, se pondrá en el centro del huracán, será visto, señalado y a veces, fuertemente criticado. En muchas ocasiones serán tratados sin compasión, especialmente cuando cometan errores, así que no sean muy notorios. Sus principales críticos o detractores, serán aquellos que quieran ocupar su lugar, o esos líderes que tienen dones o talentos similares a los de ustedes. Sin embargo, sosténganse, perseveren, sigan adelante y no se llenen de resentimientos. El maligno quiere desanimarlos.

2. No digan mentiras. Cuando prediquen, hablen, o cuenten una anécdota, sean humildes en sus descripciones y también veraces. No agranden las historias, no inventen, ni exageren: quítenle la lupa; de ser necesario, obvien detalles. Recuerden quién dijo “Yo soy la verdad” y también, quién es el padre de la mentira. Por lo tanto, den testimonio desde la sencillez, aunque no tengan algo que contar fuera de lo común o muy notorio, pero a las almas se conducen hacia Dios con armas Divinas y no humanas y de todos modos, nosotros no convertimos a nadie: es el Señor quien lo hace.

3. Deje usted los negocios de lado. No mire a su hermano viendo si de pronto le puede sacar provecho; al contrario, usted sea de provecho para el. No busque socios capitalistas para sus sueños empresariales, no juegue monopolio con las almas que Dios a puesto bajo su cuidado y vigilancia. Usted está trabajando por el bien de esa persona y su conversión–y no escaneando su capital o buscando su propio beneficio.

4. No se ponga como un ejemplo a seguir. Estamos siguiendo a Cristo y no a los hombres. No resalte sus cualidades, deje de hablar en primera persona, no sea excluyente, ni muestre cuán amado es usted por Dios; al contrario, recuérdele a su hermano, lo mucho que lo ama el Señor. Usted es un servidor, una persona amada por Dios, pero como los demás; por lo tanto, no permita que lo idealicen. No estamos buscando brillar y crear un club de fans, sino queremos que brille la luz de Cristo. Que El crezca y nosotros disminuyamos.

5. No exponga puntos de vista subjetivos, simplemente comulgue con el pensamiento de la iglesia o terminará armando su propia secta. “Yo creo, a mi modo de ver, los obispos debieron hacer esto, yo opino que la iglesia debería actuar así, para mi, que el papa en esto se equivoca, etc”, eso definitivamente no lo digan. Discútanlo en privado con un buen sacerdote o un conocedor del tema a tratar, pero no se ufanen de su posición y empiecen a disparar tiros al aire sobre su parecer. Algo que debe distinguir a un líder católico es su objetividad, y su fidelidad a la iglesia, a los obispos y al magisterio.

6. Cuidado, si usted es soltero, no ande de aquí para allá como un colibrí buscando mujeres, y si es casado, mantenga su prudente distancia con el sexo opuesto. Lo primero, porque pone en riesgo su castidad, puede volverse un rompe-corazones, y fomentará peleas, celos y divisiones. También hay muchas madres solteras que se dejaron conquistar por avivatos disfrazados de líderes espirituales. Lo segundo, porque un adulterio sería bastante escandaloso en su apostolado, haría pecar a los demás, y le haría mucho daño a los suyos.

7. Cuidado con el dinero. Que mala cosa, que a un servidor del Señor, lo reconozcan como un mercader de la fe, un predicador o músico que cobra costosas tarifas, un negociante o un mercenario disfrazado de apóstol. En los caminos del Señor, algo que daña radicalmente el trabajo apostólica es el amor al dinero. Cuidado con hacer promoción a la “diezmadera”, y también obviamente: hay que dar ejemplo de austeridad.

Por ahora los dejo con estos puntos. Oremos y animo! Dios los bendiga.

[Tomado del muro de Facebook de Felipe Gómez]

El misionero de los pies alados

El misionero de los pies alados

Por esas fechas le llegó [al franciscano fray Margil] nombramiento de rector del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro. La Orden franciscana no había elegido para ese importante cargo a un fraile lleno de diplomas y erudiciones, sino a un misionero que llevaba trece años «gastándose y desgastándose» por los indios (+2Cor 12,15). Todos lloraron en la despedida, fray Margil, fray Blas y los indios. En dos semanas, no se sabe cómo, con su paso acelerado, se llegó fray Margil a Santo Domingo de Chiapas, a unos 600 kilómetros. Y en diez días hizo a pie el camino de Oaxaca a Querétaro, que son unos 950 kilómetros….

Continuar leyendo “El misionero de los pies alados”

LA GRACIA del Miércoles 27 de Septiembre 2017

La misión en la Iglesia debe ir unida al ejercicio de la misericordia que toca las realidades corporales y al ejercicio de la predicación que toca las realidades espirituales.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

Nunca fue fácil sembrar el Evangelio

Más al sur, en Talamanca, con más peligro

En 1688 llegaron los padres Margil y Melchor a la extremidad sureste de Costa Rica, a la Sierra de Talamanca, donde vivían los indios talamancas, distribuidos en tribus varias de térrebas o terbis, cabécaras, urinamas y otras. Habían sido misionados hacía mucho tiempo por fray Pedro Alonso de Betanzos y fray Jacobo de Testera -aquél que fue a Nueva España en 1542 y llegó a conocer doce lenguas-, pero apenas quedaba en ellos huella alguna de cristianismo.

Eran indios bárbaros, cerriles, antropófagos, que ofrecían sacrificios humanos en cada luna, y que concebían la vida como un bandidaje permanente. Tratados por los españoles con dureza, se habían cerrado en sí mismos, con una hostilidad total hacia cuanto les fuera extraño. Entrar a ellos significaba jugarse la vida con grandes probabilidades de perderla.

En efecto, cuando entraron los dos frailes entre los talamancas, hubieron de pasar por peligros y sufrimientos muy grandes. Pero no se arredraron, y consiguieron, en primer lugar, que don Jacinto de Barrios Leal, presidente de Guatemala, no permitiese que se sacasen más indios del lugar para el trabajo en las haciendas.

En seguida ellos, con el esfuerzo de los indios, comenzaron a abrir caminos o a rehacer los que se habían cerrado. Levantaron iglesias con jarales y troncos, y fundaron las misiones de Santo Domingo, San Antonio, El Nombre de Jesús, La Santa Cruz, San Pedro y San Pablo, San José de los Cabécaras, La Santísima Trinidad de los Talamancas, La Concepción de Nuestra Señora, San Andrés, San Buenaventura de los Uracales y Nuestro Padre San Francisco de los Térrebas. Y aún hubo más fundaciones, San Agustín, San Juan Bautista y San Miguel Cabécar, que fray Margil menciona en cartas.

Así, con estas penetraciones misioneras de vanguardia, Fray Margil y fray Melchor abrían caminos al Evangelio, iniciando entre los indios la vida en Cristo. Luego otros franciscanos venían a cultivar lo que ellos habían plantado. Al comienzo, concretamente en Talamanca, las dificultades fueron tan grandes, que los dos franciscanos que en 1692 entraron a sustituirles, enfermaron de tal modo por la miseria de los alimentos, que «si no salieran con brevedad, hubieran muerto».

Los padres Margil y Melchor tenían un aguante increíble para vivir en condiciones durísimas, y así, por ejemplo, en una carta que escribieron en 1690 al presidente de Guatemala, se les ve contentos y felices en una situación que, como vemos, fue insoportable para otros misioneros:

«Siendo Dios nuestro Señor servido, con estos hábitos que sacamos del Colegio hemos de volver a él; y en cuanto a la comida, así entre cristianos como gentiles no nos ha faltado lo necesario y tenemos esa fe en el Señor que jamás nos ha de faltar; aunque es verdad que en todas estas naciones no hay más comidas que plátanos, yucas y otras frutas cortas, algún poco de maíz y en la Talamanca un poco de cacao… el afecto con que nos asisten con estas cosas, hartas veces nos ha enternecido el corazón». Fray Margil escribía también de estos indios al presidente: «Son docilísimos y muy cariñosos: su modo de vivir entre sí, los que están de paz, muy pacífico y caritativo, pues lo poco que tienen, todo es de todos». Y después de interceder por ellos, para que recibieran buen trato, añade: Estos indios «si sienten españoles, o se defenderán o se tirarán al monte», movidos del miedo. En cuanto a ellos, los frailes, sigue diciendo, «después que nos vieron solos y la verdad con que procuramos el bien de sus almas, se vencieron y… nos quisieron poner en su corazón».

Buscando el martirio en la montaña

En febrero de 1691 la iglesita de San José, cerca de Cabec, por ellos levantada, fue quemada por unos indios que vivían en unos palenques en las altas montañas. Los frailes Margil y Melchor, frente a la iglesia derruida y quemada, y ante los indios apenados, se quitaron el hábito, se cubrieron las cabezas con la ceniza, se ataron al cuello el cordón franciscano, y se disciplinaron largamente, mientras rezaban un viacrucis. Hecho lo cual, anunciaron que se iban a la montaña, a evangelizar a los indios rebeldes de los palenques. El intérprete que iba con ellos, Juan Antonio, no quiso seguirles, pero tuvo la delicadeza de preguntarles en dónde querían que enterrasen sus cuerpos, pues los daba ya por muertos. Ellos respondieron que en San Miguel.

Más tarde, los mismos protagonistas de esta aventura apostólica escribían: «Nos tiramos al monte… y llegando al primer palenque hallamos sus puertas y no hallamos nadie dentro… Estuvimos todo aquel día y noche en dicha casa». Como en ella encontraron un tambor, en el silencio de la montaña y del miedo se pusieron con él a cantar alabanzas al Señor. A la mañana siguiente, entraron en el poblado y no vieron sino mujeres, casi ocultas, que les hacían señales para que huyeran. Fray Margil y fray Melchor siguieron adelante, hasta dar con la casa del cacique, donde desamarraron la puerta para entrar.

Entonces los indios, hombres y mujeres, les rodearon con palos y lanzas. Ellos, amenazados y zarandeados, resistían firmes y obstinados. Pero los indios, «mostrándoles el Santo Cristo, lo escupieron y volvían los rostros para no verle, tirando muchas veces a hacerle pedazos», y uno de ellos dio un macanazo en la cara del crucifijo. Así, apaleados, empujados y molidos, los echaron fuera del pueblo, y ellos, con mucha pena, se volvieron a Cabec.

Nada de esto desanimaba o atemorizaba a Margil y Melchor, pues consideraban como algo normal que la evangelización fuera aparejada con el martirio. De allí se fueron a los indios borucas, lograron cristianizar a una tercera parte de ellos, y levantaron en Boruca una iglesia y un viacrucis.

Pasaron luego a los térrabas, los más peligrosos de la Talamanca, y con ellos alzaron una iglesia a San Francisco de Asís. Estando allí, enviaron un mensaje a los indios montañeses de los palenques, en el que les decían: «Para que sepáis que no estamos enojados con vosotros y que sólo buscamos vuestras almas… después que hayamos convertido a los térrabas… volveremos a besaros los pies».

Y así lo hicieron. Se fueron a los palenques de la montaña, e hicieron intención de abrazar y besar los pies a los ocho caciques que les salieron al encuentro. Uno de ellos estaba lleno de «furor diabólico», jurando matarles, y los otros siete, que iban en paz, avisaron a los frailes que otros muchos indios estaban con ánimo hostil. Fray Margil les dijo: «A ésos buscamos, a ésos nos habéis de llevar primero». Y siguieron adelante con la cruz en alto. Poco después aquellos indios, desconcertados por la bondad y el valor temerario de aquellos frailes, arrojaban a sus pies sus armas, les ofrecían frutas, y les traían enfermos para que los curaran.

En seguida, todos sentados en círculo, hicieron los frailes solemnemente el anuncio del Evangelio. Una sacerdotisa «gruesa y corpulenta» parecía ostentar la primacía religiosa. Y fray Melchor, por el intérprete, le dijo: «Entiende, hija, que vuestra total ruina consiste en adorar a los ídolos, que siendo hechuras de vuestras manos, los tenéis por dioses». Ella, dando «un pellizco» al crucifijo, argumentó: «También éste que adoráis por Dios es hechura de las vuestras». Así comenzó el diálogo y la predicación, que terminó, después de muchas conversaciones, en la abjuración de la idolatría, y en la destrucción de los ídolos. Fray Margil, con el mayor entusiasmo, iba echando a una hoguera todos los que le entregaban.

Varios meses permanecieron Fray Margil y fray Melchor predicando y bautizando a aquellos indios, que no mucho antes estuvieron a punto de matarles. Levantaron dos iglesias, en honor de San Buenaventura y de San Andrés. Lograron que aquel pueblo hiciera la paz con los térrabas, sus enemigos de siempre. Y cuando ya hubieron de partir, recibieron grandes muestras de amistad. La que había sido sacerdotisa pagana, les dijo con mucha pena: «Estábamos como niños pequeños, mamando la leche dulce de vuestra doctrina». Ellos también se fueron con mucha lástima, aunque un tanto decepcionados por no haber llegado a sufrir el martirio que buscaban.

A la vuelta de estas aventuras, los dos frailes solían quedar destrozados, enfermos de bubas, los pies llagados e infectados por las picaduras de espinos y de mosquitos, y los hábitos llenos de rotos, que tapaban con cortezas de máxtate.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

LA GRACIA del Martes 19 de Septiembre de 2017

Oremos por los líderes civiles y eclesiales, muy particularmente por nuestros pastores porque ellos son esenciales para que la Iglesia pueda cumplir su misión.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

Misioneros católicos fueron los primeros en descubrir que California es península y no isla

Así fue como en uno de estos viajes el padre Kino divisó desde lo alto de un monte la desembocadura del Colorado, y pudo adivinar que California era península, contra el convencimiento generalizado de que era una isla.

En la cuarta expedición marina organizada por Cortés, en 1539, Francisco de Ulloa navegó hasta el fondo del mar de California, y conoció su condición peninsular, trayendo un mapa exacto, que, por lo demás, sólo en 1770 fue publicado. Más tarde predominó en América y en Europa la idea de que California era una isla. El mismo padre Kino, en efecto, dice: «en la creencia que la California era península y no isla, vine a estas Indias Occidentales». Y añade: es cierto que «algunos de los cosmógrafos antiguos pintaban la California hecha península o istmo… Pero desde que el pirata inglés Francisco Drake navegó por estos mares, divulgó por cosa cierta que este seno y mar califórnico tenía comunicación con el mar del norte, y de vuelta a sus tierras, engañó a toda la Europa, y casi todos los geógrafos de Italia, Alemania y Francia pintaron la California isla» (78-80).

En 1701 el padre Salvatierra, avisado de la feliz noticia, que abría grandes esperanzas para la asistencia de sus misiones californianas, se reunió en Cucurpe con el padre Kino para hacer juntos un viaje que comprobara la posible conexión por tierra entre Sonora y California. Y los dos grandes misioneros hicieron hacia el noroeste una cabalgada histórica, que el mismo Kino refiere:

«Llevó su reverencia [el padre Salvatierra] para la entrada el cuadro de Nuestra Señora de Loreto [patrona de las misiones de California], que nos fue de gran consuelo en todo el camino». Eran días primaverales, y «grandes trechos del camino se hallaban alfombrados con rosas y variadas flores, como si la naturaleza convidara a festejar la Virgen de Loreto, que yo llevaba por las mañanas y el P. Salvatierra por las tardes. Casi todo el día se nos iba en rezar salmos y cantar alabados en español, italiano, pima, latín y aun californio con los seis indios que venían con el Padre». Llegaron en su camino a la misión de Sonoita, en la frontera actual con los Estados Unidos. Finalmente, tras muchos días de viaje, desde lo alto de un monte, «al cual subimos cargando con nosotros el cuadro de Nuestra Señora de Loreto, divisamos patentemente la California» (Aventuras 71-74).

Un gran misionero

El padre Eusebio Kino, fuerte y delgado, según el padre Velarde que le trató, fue un religioso muy piadoso, «que no usaba vino más que para decir misa. Añade que no tenía sino dos camisas de tela corriente y que todo lo daba de limosna a sus indios. Siempre tomó sus alimentos sin sal y mezclados con yerbajos para hacerlos desagradables al paladar. Dormía cuatro o cinco horas, leía por costumbre vidas de santos. Amaba mucho a los niños, sobre todo a sus indiecitos, que lo llegaban a querer tanto como a sus padres naturales» (Trueba, Kino 77). Su ascendiente era tal entre los indios, que en 24 años de continuos viajes, nunca se atentó contra su vida. Fue muy amable y paciente con los indios, y también tuvo mucha paciencia para sobrellevar las muchas resistencias que halló en la misma Compañía.

«Se calcula que en 24 años de misiones caminó más de 7.000 leguas, o sea unos 30.000 kilómetros, con el principal fin de extender el imperio de la fe. Predicó el Evangelio este padre itinerante, ecuestre y apostólico a tribus tan varias y remotas como pimas, sobas, sobaipuras, seris, tipocas, yumas, quiquimas, opas, hoabonomas, himuras, cocomaricopas, californios, etc.; fundó 30 pueblos, aprendió diversos idiomas, formó diccionarios, compuso catecismos; no sólo instruyó a los indios en las obligaciones de cristianos y de vasallos fieles, sino que trabajando con ellos personalmente, los enseñó a fabricar casas, construir iglesias, cultivar la tierra y criar ganado» (12).

Por lo demás, al escribir su vida misionera en 1708, el padre Kino eligió un título bien humilde y verdadero, Favores celestiales. Efectivamente, es éste un término que aparece en el texto con frecuencia: «De los favores que Nuestro Señor nos ha hecho en las dichas entradas o misiones, conversiones, descubrimientos, reducciones, conquistas espirituales y temporales…»; los «favores celestiales que, aunque indignamente, estoy escribiendo»…; «las muy muchas almas que los celestiales favores de Nuestro Señor, a manos llenas, continuamente nos va dando»… (Aventuras 40,92,105).

A manos llenas, realmente, favoreció el Señor los trabajos misioneros en la Pimería: «Con todas estas entradas o misiones que se han hecho a estas nuevas gentilidades de 200 leguas en estos veintiún años quedan reducidas a nuestra amistad y al deseo de recibir nuestra santa fe católica entre pimas y cocomaricopas, y yumas, quiquimas, etc., más de 30.000 almas, las 16.000 de solos pimas y he hecho más de 4.000 bautismos y pudiera haber bautizado otros 10 o 12.000 indios si la falta de padres operarios no nos hubiera imposibilitado el catequizarlos e instruirlos por delante» (129-130).

A los 66 años, habiendo acudido a la misión de Magdalena para dedicar a San Francisco Javier una hermosa capilla que él mismo había ayudado a edificar, mientras celebraba la misa de dedicación, se sintió enfermo, y poco después murió como tantas veces había dormido: vestido, echado sobre una piel de carnero, con el aparejo de la caballería por cabecera, y cubierto con dos mantas de indios. Era el 15 de marzo de 1711.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

A la misión no vamos a hacer cosas, vamos a evangelizar

“Sor Milagros Mateos López ha dedicado su vida a la misión. Con 78 años esta misionera Hija de la Caridad sigue al píe del cañón con la misma energía con la que llegó a Camerún hace ya 37 años. En África ha sido matrona y ha ayudado a dar a luz a miles de niños. Pero además, se ha dedicado a promover la cultura provida basada en el Evangelio…”

Haz clic aquí!

¿Misiones un poco prematuras?

Fray Nelson, Cristo envió a sus apóstoles e incluso a otras personas a hacer misión antes de morir. ¿Cuál era el sentido de esas misiones y por qué incluían otras personas aparte de los Doce? — AC

Podemos decir que hay distintos tipos de misión y no siempre lo que se quiere con una misión es lo mismo. La palabra misma “misión” indica simplemente que una persona es enviada por otra. Así por ejemplo podemos decir que Jesucristo es el gran misionero de Dios nuestro Padre. Y también podemos decir que cuando Cristo envía a sus discípulos de alguna manera está prolongando el envío que él mismo recibió; por eso leemos en el Evangelio según San Juan estas palabras de Cristo a sus Apóstoles: “como el Padre me envió a mí yo los envío a ustedes” (Juan 20,21).

Claramente hay una gran diferencia entre los envíos que Cristo hace antes de su cruz y los envíos que él hace después de su Pascua. Uno puede decir que antes de la cruz las misiones tenían sobre todo un propósito como de entrenamiento. Por eso son misiones con bastantes restricciones entre las cuales hay que destacar aquello de que no vayan a pueblos de samaritanos ni a pueblos de gentiles sino que permanezcan únicamente en el entorno propio de los judíos. Pueden leerse algunas otras de estas restricciones en el capítulo décimo de San Mateo.

¿Qué clase de cosas podrían aprender los apóstoles en esas primeras experiencias misioneras? Podrían aprender cosas como estas: La autoridad de Jesucristo; el poder de su santo nombre; su manera de estar presente aún en la distancia; la confianza en la divina providencia; la certeza de que podían ser bien recibidos o mal recibidos; el desprendimiento necesario para hacer su tarea; la alegría del reencuentro después de la labor. Y todo esto vivido de dos en dos, es decir, aprendiendo a conjugar el amor a Dios y el amor al prójimo.

Este entrenamiento indudablemente les hizo gran bien. Sin embargo, la labor más difícil estaba por delante. eEnseñados por el misterio de la Santa Cruz y revestidos de la fuerza que solamente puede dar el Espíritu Santo, los apóstoles estarían ya dispuestos a ir por todo el mundo fundando comunidades auténticamente cristianas.

No debemos dudar del importante papel que cumplían ellos, los apóstoles, pero eso no significa que fueran los únicos misioneros. De hecho uno de los rasgos principales de la fe cristiana es que todo verdadero discípulo de Jesucristo tiene de alguna manera un encargo de misión. No es que todos hagamos las mismas cosas sino que todos colaboramos de distintos modos en la única labor de hacer presente el anuncio y la realidad del reinado de Dios.

LA GRACIA del Jueves 13 de Julio de 2017

El verdadero misionero anuncia a Cristo, obra el bien, tiene recta conciencia, es desinteresado y es enviado a todos, aceptando acogida o rechazo.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

LA GRACIA del Miércoles 12 de Julio de 2017

Cristo dirige a sus discípulos de forma procesual desde lo pedagógico, desde su fidelidad y por su presencia plena en la Iglesia puede llegar llegar a todas las naciones.

[REPRODUCCIÓN PERMITIDA – Ayúdanos a divulgar este archivo de audio en las redes sociales, blogs, emisoras de radio, y otros medios.]

Comunión y Misión [La Comunidad en los Hechos, 12 de 20]

* La Comunidad Cristiana no está cerrada sobre sí misma y si existe es para ser instrumento y sacramento de salvación. La Comunión y la Misión se exigen mutuamente. Nuevos desafíos van surgiendo y la Palabra viva muestra su riqueza y fecundidad.

“Había un hombre, cojo de nacimiento, …” (Hechos 3, 1-10)

* San Lucas destaca este milagro entre los muchos más prodigios para dar el cumplimiento de aquellas palabras de Cristo a los apóstoles cuando les dijo que serían sus testigos en Jerusalén. Pero también podemos ver en este milagro un “paradigma, es decir, un caso típico que contiene todos los elementos, el “ejemplo perfecto”.

* Podemos decir que el capítulo 3 de los Hechos es el modelo de lo que la Iglesia debe “hacer”, mientras que el capítulo 2 es el modelo de lo que la Iglesia debe “ser.

* Veamos los elementos de los que se compone el milagro:

+ Van a la Oración: … subían al Templo para la oración…

– De una manera general, vemos el gusto y la necesidad por la oración

– De un modo más limitado, vemos que no se sentían como un grupo separado de un judaísmo que no era una realidad unificada. Eran un grupo más que empiezan a usar la palabra Camino, más que otra religión diferente al judaísmo.

– Mientras van a orar son interrumpidos por el hombre tullido de nacimiento. Es importante ese detalle. “De nacimiento” significa lo que nadie puede cambiar.

+ Enfrentan “lo que nadie puede cambiar”:

– Los apóstoles se enfrentan con lo que nadie puede cambiar. Vemos el enfrentamiento del Dios que todo lo puede cambiar con el hombre que nadie puede cambiar. La Vida contra la muerte.

– Vemos el enfrentamiento entre los que celebran al Dios vivo y este pobre hombre postrado, triste sin poder tener a Dios. Vive en la cárcel del que no posee a Dios. La evangelización es un enfrentamiento entre las fuerzas del mal que nos quieren anclados y estáticos y la Palabra que no impele a salir.

+ Hay dos amargas ironías en este pasaje:

– la puerta Hermosa y la vida horrible de este hombre juntas. Eso es el pecado: nos hace capaces de grandes obras por fuera, pero por dentro estamos deshechos.

– lo dejaban a la puerta del Templo, pero nunca entraba. Estaba cerca, pero no entraba.

+ El cojo de nacimiento solo esperaba limosnas, había perdido toda la esperanza de entrar en el Templo. ¡Qué tristeza! Sin embargo, este hombre con su desesperación aún le quedaba en su corazón una reserva de alegría que fue despertada por el milagro.

¿Cómo se celebra Navidad en Mongolia?

El misionero de la Consolata cuenta cómo festejó la Navidad de Cristo su pequeña comunidad católica. “Sosteniendo el Universo está este Niño en el cual el Altísimo ha decidido encarnarse”. La liturgia en la tienda-capilla, las poesías de los niños, el relato de la Natividad.

Arvaikheer (AsiaNews) – “Al salir de la tienda deberán reconocernos no por el hecho de haber participado en una de las tantas festividades de fin de año –que son muy populares en Mongolia- sino como gente que tiene una esperanza nueva en el corazón y que se vuelve germen de una sociedad más humana y más justa”. Es lo que desea el padre Giorgio Marengo, misionero de la Consolata en Mongolia. Describe para AsiaNews de qué manera ha festejado el nacimiento de Jesús esta pequeña comunidad católica de Arvaikheer (compuesta por 24 bautizados y algunos simpatizantes). La novena, la misa de Navidad, las poesías recitadas por niños, una pequeña representación de la Natividad, antes de regresar todos a casa “tomados de la mano”. Y “en el corazón hay una esperanza nueva: Dios ha elegido esta tierra para habitar entre nosotros”. A continuación, transcribimos su carta.

Cristo ha nacido en el tiempo, ha asumido nuestra condición humana y de esta manera, ha abierto un paso del cielo a nuestras vidas. Ese cielo que en Mongolia se contempla como inmenso, por encima del amplio perfil del horizonte y que se destaca incluso desde adentro de la yurta, la tradicional tienda mongola, que no tiene más abertura que la que se encuentra a lo alto, redonda y dividida en secciones triangulares. Pero hoy ha quedado claro que lo que sostiene el universo no es el eterno retorno o el círculo siempre inmóvil de los astros – a lo cual alude simbólicamente la forma de la rueda-, sino el signo de este Niño en el cual el Altísimo ha decidido encarnarse.

Y son muchos los que vinieron a nuestra yurta-capilla en la noche del 24 y en la mañana del 25, para contemplar este misterio del Todopoderoso hecho niño. Nos habíamos preparado con la novena y con un momento de retiro en la mañana del 24, una pausa para saborear la Noche Santa.

La pequeña comunidad católica de Arvaikheer (24 bautizados y algunos simpatizantes) respondió con entusiasmo a esta propuesta de oración como preparación para la Navidad, que como misioneros y misioneras de la Consolata propusimos ya desde los primeros años. Una meditación para introducir a la oración personal, luego a la adoración eucarística, y tiempo para las confesiones.

Luego hubo una misa por la noche, que fue presidida por el joven misionero congolés, el padre Dieudonè Mukadi Mukadi. Sus palabras fueron una invitación a la simplicidad y a la humildad del niño nacido en Belén. María nos ofrece a su Hijo, sabiendo que ya no es más solamente suyo, sino que es para todos. Y si queremos recibirlo en nuestra vida, debemos aprender justamente de Ella y tomarla como nuestra Madre de la fe. Palabras que resuenan profundamente en una cultura que honra mucho a la madre y en la cual la mujer ocupa un rol destacado en la sociedad.

En la mañana del 25 éramos realmente muchos, con una buena presencia de niños, en el barrio donde se encuentra la misión, en la periferia de la ciudad cabecera de la región mongola de Uvurkhangai. Dios está con nosotros y tiene un rostro humano, podemos conocerlo y así volvernos más hombres, siendo hijos de Dios. Este es el principal motivo de nuestra alegría del día de hoy, que también debe irradiarse en los otros 364 días del año. Ante la elevación del cuerpo eucarístico, en la misa, la luz intensa que hace brillar la estepa irradia el altar de la yurta-capilla, pasando a través de la abertura circular del techo.

Al salir de la yurta, deberán reconocernos no como aquellos que han participado en una de las tantas fiestas de fin de año –muy populares en Mongolia- sino como gente que tiene una esperanza nueva en el corazón y que se vuelve germen de una sociedad más humana y justa: ¡si Dios se ha hecho hombre, cada persona tiene una dignidad inmensa!

Un pequeño concierto de Navidad cierra la fiesta, antes del almuerzo para todos. Con un micrófono en mano, hasta los más pequeños juntan coraje y recitan las rimas aprendidas en la escuela y cantos tradicionales. Los más grandes han preparado una representación de la Natividad, donde la estrella-cometa es sostenida por una figuranta, que a la vez hace de techo de la cabaña de Belén.

Luego, cada uno parte rumbo a su yurta o a su casa, con cientos de niños que van tomados de la mano desafiando el frío intenso que precede a una nevada. Mañana [26 de diciembre] se retoman las actividades habituales, pero en el corazón hay una esperanza nueva: Dios ha elegido esta tierra para habitar entre nosotros, incluso en la estepa mongola.

¡Confiemos en Él!

Kazajstán: Un corazón que late fuerte

“Kazajstán fue el último estado que se independizó de la ex Unión Soviética en 1991. Su rasgo específico es el elevado número de minorías étnicas: más de 130 en un país de poco más de 17 millones de habitantes. Son numerosas sus razas como lo son las coloreadas y olorosas especias que se venden en el Gran Bazar…”

Haz clic aquí!