[Predicación para la Comunidad Alegría, del Minuto de Dios, en Bogotá. Mayo de 2015.]
* En 2 Pedro 1,10 hay una promesa de inmenso valor para los tiempos que corren: “ustedes no caerán,” dice san Pedro. Es una promesa en forma de pacto porque hay algo que se espera de nosotros: que consolidemos y afiancemos nuestra vocación y elección, según dice el mismo versículo.
* Para consolidar y afianzar nuestra vocación, lo primero es conocerla. Queremos aplicar ese criterio a una vocación bella y necesaria en la Iglesia: la vocación a ser pareja en Dios y ante Dios.
* Vocación viene de “voz,” viene de llamado, palabra. Es lo que nos declara muy bien Génesis 1: la Palabra divina es eficaz, creadora, majestuosa. Importate aplicar eso a nuestra vida: cada uno debe existir, más allá de los condicionamientos o circunstancias de su origen familiar: “Existo por voluntad de Dios; Él quiso que yo existiera.”
* De Génesis 12, una historia clásica de vocación, la de Abraham, aprendemos cuatro elementos que bien podemos aplicar a la vida de la pareja:
(1) Vocación es relación: Dios establece una alianza con Abraham y no le grita sino que le habla. Abraham no puede apartarse del Señor porque sería apartarse de su propio bien.
(2) La vocación es camino: implica movimiento. Cada persona es una historia y al casarse, cada uno debe saber que se está uniendo no solamente a la persona bella de la fotografía de la boda, sino a toda la historia de un ser humano que tendrá cambios, dificultades, triunfos, parajes difíciles, momentos magníficos.
(3) Vocación significa también fuerza, energía, amor, que viene de Dios. El Señor no deja sola a la pareja en sus luchas. La manera correcta de recordar esa presencia divina resalta en las dificultades: es preciso mirar rimero hacia el Señor. Esa mirada primera permite recuperar la humildad, la gratitud y la sabiduría.
(4) La vocación conduce a una meta, que es la expresión de la gloria divina, con la vida y también con el testimonio de las palabras.