La vida cristiana finalmente consiste en la práctica del amor a Dios y al prójimo. En cuanto a este segundo tipo de amor, Santo Tomás enseña que la madurez consiste en el amor de benevolencia según el cual uno busca el bien del amado, y no tanto cómo se siente uno o qué sensaciones uno tiene. Este amor maduro hace que todos seamos formadores y “madres” unos de otros, según la expresión de San Francisco de Asís.
Experiencia y Esperanza
La experiencia mira hacia el pasado, y de él nos trae grandes enseñanzas pero también heridas y desilusiones. Del pasado podemos aprender a ser más sabios pero también más cobardes o faltos de vigor. El don teologal de la esperanza no nos lanza hacia la fantasía sino hacia la conquista de la mejor que podía darnos el pasado y lo mejor que puede depararnos el futuro.