FRAY NELSON, Dios te Bendiga… Te agradecería si me colaboras con una duda que tengo: ¿Que pasaría si la iglesia católica permitiera la participación activa de la mujer consagrada teniendo voz y voto para la elección de nuestros próximos papas? Humo blanco en condiciones de igualdad. Muchas Gracias. – T.C.N.
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Dentro de la propuesta que planteas ocupa un lugar central la palabra “igualdad.” Es una palabra muy familiar y querida para nuestros contemporáneos. Así como sentimos horror frente a las discriminaciones también sentimos que hay justicia ahí donde se respeta la igualdad entre las personas.
Sin embargo, cuando uno examina mejor las cosas se da cuenta que tanto el concepto de igualdad como el de discriminación son más problemáticos de lo que parecen. Una persona enferma puede necesitar un medicamento muy costoso que le cuesta a la seguridad social miles de dólares al mes. ¿Qué pensaríamos de una persona sana que llegara a las oficinas del sistema de seguridad social y dijera: “Oiga, yo veo que ustedes gastan miles de dólares en ese enfermo; yo, que no estoy enfermo, no debo ser discriminado por estar sano, de modo que vengo a que me den mi dinero mensual, y aún más, a que me paguen lo que no me han dado antes”?
Uno ve que la igualdad “aritmética,” es decir, la igualdad en términos de “lo mismo para todos,” termina siendo motivo de injusticia. Claramente las posibilidades y necesidades de las distintas personas muestran que obrar con justicia no es lo mismo que obrar con igualdad aritmética.
Lamentablemente los medios de comunicación se obstinan en presentar la igualdad aritmética como la única válida. Ya dejé de contar cuántos titulares van en este sentido: “Sólo un 17% de mujeres son CEOs de empresas en tal o cual país.” La premisa no dicha pero presente es que la cifra debería ser 50 y 50 por ciento. Uno puede preguntar por qué.
La pregunta se vuelve más interesante cuando uno examina las diferencias profundas entre hombres y mujeres, desde la biología y la fisiología hasta el testimonio que da la Biblia. por ejemplo: más de un estudio ha demostrado que muchas mujeres, cuando van pasando sus años fértiles, se plantean seriamente si su forma de máxima realización personal va a ser seguir compitiendo por ascender en una empresa o más bien cultivar otras áreas de su vida, como por ejemplo, el ser madres. ¿Vamos a considerar que son ineptas o manipuladas las mujeres que optan por una maternidad vivida en plenitud en vez de una carrera gerencial que finalmente se traduce en lograr metas y puntos toda la vida para que unos cuantos sean más y más ricos, como sucede a menudo?
Yo no dudo de la capacidad cerebral ni de la capacidad de liderazgo de las mujeres sino que afirmo que los dones son distintos y que esa diversidad no queda en un rincón ignoto de nuestro ADN sino que tiene repercusiones en toda la vida social. Así que me declaro libre del dogmatismo absurdo de la igualdad aritmética cuando se trata de hombres y mujeres–y por supuesto que en muchos otros casos también.
Es verdad que las cosas pueden forzarse sobre todo cuando hay intereses de por medio. Hay varones que han buscado “igualdad” en cuanto a la posibilidad de embarazarse. Resulta muy cuestionable, sin embargo, si el niño así gestado ha sido respetado en sus derechos o visto simplemente como el trofeo para un ego que se apoya en la fuerza bruta de la tecnología. Por el mismo camino van la smadres de alquiler, los hijos de tres personas, los bebés del ADN de dos mujeres o de dos hombres. Y siempre el argumento es: “Nosotros también tenemos derecho; nosotros no debemos ser discriminados.”
Esa palabra, discriminación, tiene una fuerza emocional muy grande, fuerza que los oportunistas saben usar con astucia. Lo que mucha gente no descubre, arrollada por esa fuerza puramente enocional, es que solo hay discriminación cuando precede un legítimo derecho. Se entiende de inmediato con un sencillo ejemplo. Si voy al barrio más exclusivo de mi ciudad y digo: “Vengo a tomar posesión de esa casa que me gustó porque yo no debo ser discriminado de tener la vivienda lujosa que quiero.” Mientras no demuestre que he pagado por esa propiedad mi discurso sólo causará risa o desprecio. No he sido “discriminado” de usar lo que no he pagado. Y no he sido discriminado porque no hay un derecho precedente que diga que esa casa debe ser mía o debe ser también mía. Caso distinto si entran en juego otros factores de discusión como el derecho a un salario justo o cosas parecidas. Pero siempre debe haber un derecho legítimo y demostrado antes de que se peuda hablar de discriminación.
La claridad sobre este punto es necesaria cuando se tratan muchas cosas sobre el lugar de la mujer en la Iglesia. Muchas, muchísimas personas, creen que lo tienen todo claro: la Iglesia debe ordenar mujeres. Mientras las decisiones en la Iglesia Católica no se acerquen al 50 y 50 por ciento, la Iglesia será una institución retrógada, misógina, decadente, patriarcal, insoportable y por tanto incompatible con el mundo moderno, pluralista y demócratico. Todo ese discurso, que a veces se vuelve repetitivo hasta la náusea, solamente pretende decir que hay una discriminación. pero para que eso se demuestre hay que demostrar primero que hay un derecho a ser sacerdote, y ese derecho no aparece en ninguna parte en la Biblia, ni para hombres ni para mujeres.
Y en cuanto a las mujeres, en particular, está claro que la Iglesia no está autorizada para ordenarlas. Cristo, que rompió cuando quiso y como quiso con abundantes prejuicios sociales de su tiempo, eligió doce varones. Decir que al obrar así estaba condicionado es desconocer todos los pasajes bíblicos en que se ve la extrema libertad y sabiduría que mostró el Hijo de Dios en nuestra tierra. Habrá quienes digan que entonces todos los sacerdotes deberían ser judíos pero eso sólo muestra extrema ignorancia. Para los judíos d ela época los galileos eran peor que los samaritanos, a quienes ya tenían por herejes. La escogencia de discípulos, que incluye judíos y galileos, gente de nombre semita y de nombre griego, anuncia la diversidad de naciones de la que vendrían las vocaciones del futuro.
El análisis de todos estos hechos conduce a una sola conclusión: el misterio y el ministerio de la Iglesia no pueden ni deben regirse por criterio sde una pretendida igualdad democrática, que no tiene nada que ver con su origen y estructura, ni menos con una igualdad o democracia de tipo aritmético. Eso no significa que las formas de elección del Obispo de Roma, el Papa, puedan evolucionar, pero parece claro, a la luz de lo ya dicho, que el hecho de que se trate de un obispo, y en realidad el obispo con mayor responsabilidad entre todos, reclama que quienes provean ese cargo sean también obispos, en la medida en que conocen las responsabilidades propias de tal oficio único de origen apostólico.