En Cristo se unen el sacerdote y el sacrificio, y tal es la referencia para los ministros ordenados en la Iglesia.
El hombre y el universo de las cosas
456 La visión bíblica inspira las actitudes de los cristianos con respecto al uso de la tierra, y al desarrollo de la ciencia y de la técnica. El Concilio Vaticano II declara que « tiene razón el hombre, participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que por virtud de su inteligencia es superior al universo material ».946 Los Padres Conciliares reconocen los progresos realizados gracias a la aplicación incesante del ingenio humano a lo largo de los siglos, en las ciencias empíricas, en la técnica y en las disciplinas liberales.947 El hombre « en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza ».948 Continuar leyendo “El hombre y el universo de las cosas”
LA GRACIA del Sábado 28 de Mayo de 2016
Clamemos al Señor por la purificación y renovación de la Iglesia, para que el Papa, obispos, sacerdotes sean santos e iluminados en su mente y en su corazón.
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La necesaria autocrítica
Una de las diferencias del adulto con respecto al niño es que la persona adulta es capaz de examinar de modo más profundo y crítico su propio comportamiento. La tendencia más común en los niños es mirar el mundo desde sus propios gustos, comodidades o conveniencias. Por eso es extraño ver a un niño que reconozca con facilidad que ha hecho algo incorrecto. Lo más frecuente, por el contrario, es que transfiera toda posible responsabilidad a otros, con frases típicas, que todos hemos oído muchas veces: “¡Mi hermano fue el que empezó!”
Lo deseable, pues, es que una persona ya crecida tenga capacidad de objetividad y honestidad como para reconocer no sólo sus errores sino también sus fragilidades, carencias o incoherencias.
Sin embargo, pasa con demasiada frecuencia que crecemos en “edad” pero no tanto “en sabiduría y en gracia,” en contraste con el ideal que nos presenta San Lucas en el capítulo segundo de su Evangelio, hablando de nuestro Señor Jesucristo. Y nuestra falta de sabiduría y de gracia divina se traduce en comportamientos de grave inmadurez, incluso cuando nos expresamos de modo formal y supuestamente “racional.”
Cosas así suceden incluso dentro de la Iglesia. Por ejemplo: los “lobbies,” que ha denunciado el Papa, son un caso típico de grupos de personas dispuestas a sacar adelante su idea, su deseo, su “agenda,” sin que importe si lo que se quiere es correcto, es consecuente con la voluntad de Dios, es útil en Cristo para el bien de las almas. Había y hay gente empeñada en lograr “su” resultado, por ejemplo, la aceptación de la homosexualidad como una orientación sexual comparable con lo que siempre hemos entendido como ser hombre o mujer. Para quienes tienen esa convicción, un foro no es un lugar de discusión sino un espacio de propaganda; los textos de la Escritura que no van en su línea son retorcidos, omitidos o interpretados como supuestos “condicionamientos culturales;” las declaraciones anteriores del Magisterio son vistas como pasos en una evolución que forzosamente debe desembocar en lo que ellos piensan; la experiencia milenaria de la Humanidad es un atavismo que recién estamos empezando a superar; según ellos, el progreso lo definen los que piensen así como ellos y todo lo demás es retraso; contradecirlos es insultarlos pero ellos sí pueden disparar su insulto preferido: ¡Homófobos! solamente por el hecho de que uno presente argumentos contrarios.
Lo que yo veo es cuánta razón tenía el Papa Benedicto XVI cuando afirmaba en su discurso del 12 de septiembre de 2006 que la fe y la razón, lejos de oponerse, o crecen juntas o naufragan juntas. Y es lo que vemos: a medida que se oscurece la luz de la fe, que nos entreabre el misterio bellísimo del Dios poderoso, sabio y compasivo, se pierde también la capacidad de razonar pues la razón misma queda reemplazada por la retórica, el sentimiento manipulable, la presión del grupo social, el mero impacto emocional, la manipulación de la publicidad, el castigo de la exclusión, o el simple y llano maltrato, sea en forma de burla, insulto o persecución.
Lo paradójico de este estado de cosas es que responder a la irracionalidad que ataca o manipula con nuestra propia irracionalidad es rendirse: es ya entregar las armas y fracasar. Lo propio de un creyente adulto, es decir, crecido en la fe, es examinarlo todo y quedarse con lo bueno (véase 1 Tesalonicenses 5,21), y eso implica un doble esfuerzo: discernir lo que es válido dentro de la dureza del discurso implacable y a menudo injusto que nos toca oír desde fuera, y a la vez, corregir en el propio corazón y en los propios argumentos lo que uno ve que no es correcto o suficientemente depurado.
Dicho de otro modo: el hecho de que los otros sean injustos en la mayor parte de su crítica hacia nosotros, y el hecho, aún más enojoso, de que no sean capaces de revisar con esa misma crítica la flojedad de sus razones, no nos autoriza para ser injustos, ni para pagar con la misma moneda, ni mucho menos para dejar de examinarnos con honradez ante Dios.
Todos aquellos que quieren una Iglesia que se acomode a la voz seductora o arrogante del mundo, y todos aquellos que buscan un pretexto para justificar lo injustificable en torno a la familia, la Eucaristía, la defensa de la vida, o los derechos de los más pequeños y excluidos: todos ellos han de encontrar siempre en nosotros la misma sabiduría, la misma humildad, la misma disposición de servicio que brotan de las llagas frescas y glorificadas del Señor Jesucristo.
Lo nuestro es seguir los pasos que marcaron con su sangre los pies llagados del Nazareno. Lo nuestro es abrazar con amor la Cruz y hacer que estalle la luz a fuerza de caridad, paciencia y sensatez. Lo nuestro es la Pascua porque si padecemos con Él, reinaremos con Él.
El Primado de Pedro
“No han faltado a lo largo de la historia quienes -ignorando la genuina doctrina católica o mirando las cosas sin la visión sobrenatural que lleva a proclamar que la Iglesia es fruto de la acción de Dios y no mero producto humano- se han opuesto al primado del Papa, acusándolo de ser una concepción elaborada por los hombres bajo el influjo de circunstancias históricas y políticas extrañas al verdadero cristianismo…”
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Aspectos bíblicos sobre el cuidado del medio ambiente
451 La experiencia viva de la presencia divina en la historia es el fundamento de la fe del pueblo de Dios: « Éramos esclavos de Faraón de Egipto, y Yahvéh nos sacó de Egipto con mano fuerte » (Dt 6,21). La reflexión sobre la historia permite reasumir el pasado y descubrir la obra de Dios desde sus raíces: « Mi Padre era un arameo errante » (Dt 26,5). Un Dios que puede decir a su pueblo: « Yo tomé a vuestro padre Abrahán del otro lado del Río » (Jos 24,3). Es una reflexión que permite mirar confiadamente al futuro, gracias a la promesa y a la alianza que Dios renueva continuamente.
La fe de Israel vive en el tiempo y en el espacio de este mundo, que se percibe no como un ambiente hostil o un mal del cual liberarse, sino como el don mismo de Dios, el lugar y el proyecto que Él confía a la guía responsable y al trabajo del hombre. La naturaleza, obra de la acción creadora de Dios, no es una peligrosa adversaria. Dios, que ha hecho todas las cosas, de cada una de ellas « vio que estaba bien » (Gn 1,4.10.12.18.21.25). En la cumbre de su creación, el Creador colocó al hombre como algo que « estaba muy bien » (Gn 1,31). Sólo el hombre y la mujer, entre todas las criaturas, han sido queridos por Dios « a imagen suya » (Gn 1,27): a ellos el Señor confía la responsabilidad de toda la creación, la tarea de tutelar su armonía y desarrollo (cf. Gn 1,26-30). El vínculo especial con Dios explica la posición privilegiada de la pareja humana en el orden de la creación.
452 La relación del hombre con el mundo es un elemento constitutivo de la identidad humana. Se trata de una relación que nace como fruto de la unión, todavía más profunda, del hombre con Dios. El Señor ha querido a la persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios la criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y normas para proyectar el futuro del mundo, un jardín que Dios le ha dado para que sea cultivado y custodiado (cf. Gn 2,15). Ni siquiera el pecado suprime esta misión, aun cuando haya marcado con el dolor y el sufrimiento la nobleza del trabajo (cf. Gn 3,17-19).
La creación es constante objeto de alabanza en la oración de Israel: « ¡Cuán numerosas tus obras, oh Yahvéh! Todas las has hecho con sabiduría » (Sal 104,24). La salvación de Dios se concibe como una nueva creación, que restablece la armonía y la potencialidad de desarrollo que el pecado ha puesto en peligro: « Yo creo cielos nuevos y tierra nueva » (Is 65,17) —dice el Señor—, « se hará la estepa un vergel … y la justicia morará en el vergel … Y habitará mi pueblo en albergue de paz » (Is 32,15-18).
453 La salvación definitiva que Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio Hijo, no se realiza fuera de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado a conocer una purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que saldrá renovado (cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1), convirtiéndose por fin en el lugar donde establemente « habite la justicia » (2 P 3,13).
En su ministerio público, Jesús valora los elementos naturales. De la naturaleza, Él es, no sólo su intérprete sabio en las imágenes y en las parábolas que ama ofrecer, sino también su dominador (cf. el episodio de la tempestad calmada en Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Lc 8,22-25; Jn 6,16-21): el Señor pone la naturaleza al servicio de su designio redentor. A sus discípulos les pide mirar las cosas, las estaciones y los hombres con la confianza de los hijos que saben no serán abandonados por el Padre providente (cf. Lc 11,11-13). En cambio de hacerse esclavo de las cosas, el discípulo de Cristo debe saber servirse de ellas para compartir y crear fraternidad (cf. Lc 16,9-13).
454 El ingreso de Jesucristo en la historia del mundo tiene su culmen en la Pascua, donde la naturaleza misma participa del drama del Hijo de Dios rechazado y de la victoria de la Resurrección (cf. Mt 27,45.51; 28,2). Atravesando la muerte e injertando en ella la resplandeciente novedad de la Resurrección, Jesús inaugura un mundo nuevo en el que todo está sometido a Él (cf. 1 Co 15,20-28) y restablece las relaciones de orden y armonía que el pecado había destruido. La conciencia de los desequilibrios entre el hombre y la naturaleza debe ir acompañada de la convicción que en Jesús se ha realizado la reconciliación del hombre y del mundo con Dios, de tal forma que el ser humano, consciente del amor divino, puede reencontrar la paz perdida: « Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo » (2 Co 5,17). La naturaleza, que en el Verbo había sido creada, por medio del mismo Verbo hecho carne, ha sido reconciliada con Dios y pacificada (cf. Col 1,15-20).
455 No sólo la interioridad del hombre ha sido sanada, también su corporeidad ha sido elevada por la fuerza redentora de Cristo; toda la creación toma parte en la renovación que brota de la Pascua del Señor, aun gimiendo con dolores de parto (cf. Rm 8,19-23), en espera de dar a luz « un nuevo cielo y una tierra nueva » (Ap 21,1) que son el don del fin de los tiempos, de la salvación cumplida. Mientras tanto, nada es extraño a esta salvación: en cualquier condición de vida, el cristiano está llamado a servir a Cristo, a vivir según su Espíritu, dejándose guiar por el amor, principio de una vida nueva, que reporta el mundo y el hombre al proyecto de sus orígenes: « El mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo, de Dios » (1 Co 3,22-23).
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LA GRACIA del Viernes 20 de Mayo de 2016
Permanezcamos fieles a la doctrina de la Iglesia, entendamos que aunque los caminos de la misericordia son muchos, en ningún caso significan tolerancia o complicidad con el pecado.
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La Iglesia ante la deuda externa
450 El derecho al desarrollo debe tenerse en cuenta en las cuestiones vinculadas a la crisis deudora de muchos países pobres.944 Esta crisis tiene en su origen causas complejas de naturaleza diversa, tanto de carácter internacional —fluctuación de los cambios, especulación financiera, neocolonialismo económico— como internas a los países endeudados —corrupción, mala gestión del dinero público, utilización distorsionada de los préstamos recibidos—. Los mayores sufrimientos, atribuibles a cuestiones estructurales pero también a comportamientos personales, recaen sobre la población de los países endeudados y pobres, que no tiene culpa alguna. La comunidad internacional no puede desentenderse de semejante situación: incluso reafirmando el principio de que la deuda adquirida debe ser saldada, es necesario encontrar los caminos para no comprometer el « derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso ».945
NOTAS para esta sección
944Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente, 51: AAS 87 (1995) 36: Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 4: AAS 90 (1998) 151-152; Id., Discurso a la Conferencia de la Unión Interparlamentaria (30 de noviembre de 1998): L’Osservatore Romano, edición española, 11 de diciembre de 1998, p. 8; Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 9: AAS 91 (1999) 383-384.
945Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 35: AAS 83 (1991) 838; cf. Pontificia Comisión « Iustitia et Pax », Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda internacional (27 de diciembre de 1986), Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1986.
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Lucha contra la pobreza
449 Al comienzo del nuevo milenio, la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es « la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana y cristiana ».935 La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce a cada pueblo el « igual derecho a “sentarse a la mesa del banquete común” ».936 Esta pobreza hace imposible la realización de aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin de que las personas y los pueblos puedan « ser más » 937 y vivir en « condiciones más humanas ».938
La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor preferencial de la Iglesia por los pobres.939 En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros principios fundamentales: primero entre todos, el destino universal de los bienes.940 Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta a pasar a la acción para promover « el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ».941 El principio de solidaridad, también en la lucha contra la pobreza, debe ir siempre acompañado oportunamente por el de subsidiaridad, gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico, en los mismos países pobres: 942 a los pobres se les debe mirar « no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo ».943
NOTAS para esta sección
935Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14: AAS 92 (2000) 366; cf. Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1993, 1: AAS 85 (1993) 429-430.
936Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33: AAS 80 (1988) 558; cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 47: AAS 59 (1967) 280.
937Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 6: AAS 59 (1967) 260; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28: AAS 80 (1988) 548-550.
938Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 20-21: AAS 59 (1967) 267-268.
939Cf. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), I/ 8: AAS 71 (1979) 194-195.
940Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22: AAS 59 (1967) 268.
941Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 38: AAS 80 (1988) 566.
942Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 55: AAS 59 (1967) 284; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 44: AAS 80 (1988) 575-577.
943Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14: AAS 92 (2000) 366.
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Colaboración para garantizar el derecho al desarrollo
446 La solución al problema del desarrollo requiere la cooperación entre las comunidades políticas particulares: « Las Naciones, al hallarse necesitadas las unas de ayudas complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos, sólo podrán atender a su propia utilidad mirando simultáneamente al provecho de los demás. Por lo cual es de todo punto preciso que los Estados se entiendan bien y se presten ayuda mutua ».925 El subdesarrollo parece una situación imposible de eliminar, casi una condena fatal, si se considera que éste no es sólo fruto de decisiones humanas equivocadas, sino también resultado de « mecanismos económicos, financieros y sociales » 926 y de « estructuras de pecado » 927 que impiden el pleno desarrollo de los hombres y de los pueblos.
Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación firme y perseverante, porque el desarrollo no es sólo una aspiración, sino un derecho 928 que, como todo derecho, implica una obligación: « La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre es un deber de todos para con todos y, al mismo tiempo, debe ser común a las cuatro partes del mundo: Este y Oeste, Norte y Sur ».929 En la visión del Magisterio, el derecho al desarrollo se funda en los siguientes principios: unidad de origen y destino común de la familia humana; igualdad entre todas las personas y entre todas las comunidades, basada en la dignidad humana; destino universal de los bienes de la tierra; integridad de la noción de desarrollo; centralidad de la persona humana; solidaridad.
447 La doctrina social induce a formas de cooperación capaces de incentivar el acceso al mercado internacional de los países marcados por la pobreza y el subdesarrollo: « En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel internacional. Parece, pues, que el mayor problema está en conseguir un acceso equitativo al mercado internacional, fundado no sobre el principio unilateral de la explotación de los recursos naturales, sino sobre la valoración de los recursos humanos ».930 Entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el subdesarrollo y la pobreza, además de la imposibilidad de acceder al mercado internacional,931 se encuentran el analfabetismo, las dificultades alimenticias, la ausencia de estructuras y servicios, la carencia de medidas que garanticen la asistencia básica en el campo de la salud, la falta de agua potable, la corrupción, la precariedad de las instituciones y de la misma vida política. Existe, en muchos países, una conexión entre la pobreza y la falta de libertad, de posibilidades de iniciativa económica, de administración estatal capaz de predisponer un adecuado sistema de educación e información.
448 El espíritu de cooperación internacional requiere que, por encima de la estrecha lógica del mercado, se desarrolle la conciencia del deber de solidaridad, de justicia social y de caridad universal,932 porque existe « algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad ».933 La cooperación es la vía en la que la Comunidad Internacional en su conjunto debe comprometerse y recorrer « según una concepción adecuada del bien común con referencia a toda la familia humana ».934 De ella derivarán efectos muy positivos, por ejemplo, un aumento de confianza en las potencialidades de las personas pobres y, por tanto, de los países pobres y una equitativa distribución de los bienes.
NOTAS para esta sección
925Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 449: cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1945): AAS 38 (1946) 22.
926Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 16: AAS 80 (1988) 531.
927Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 36-37. 39: AAS 80 (1988) 561- 564. 567.
928Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22: AAS 59 (1967) 268; Id., Carta ap. Octogesima adveniens, 43: AAS 63 (1971) 431-432; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 32-33: AAS 80 (1988) 556-559; Id., Carta enc. Centesimus annus, 35: AAS 83 (1991) 836-838; ver también: Pablo VI, Discurso a la Organización Mundial del Trabajo (10 de junio de 1969), 22: AAS 61(1969) 500-501; Juan Pablo II, Discurso al Convenio de doctrina social de la Iglesia (20 de junio de 1997), 5: L’Osservatore Romano, edición española, 4 de julio de 1997, p. 8; Id., Discurso a los dirigentes de sindicatos de trabajadores y grandes empresas (2 de mayo de 2000), 3: L’Osservatore Romano, edición española, 5 de mayo de 2000, p. 7.
929Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 32: AAS 80 (1988) 556.
930Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 33: AAS 83 (1991) 835.
931Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 56-61: AAS 59 (1967) 285-287.
932Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 44: AAS 59 (1967) 279.
933Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 34: AAS 83 (1991) 836.
934Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58: AAS 83 (1991) 863.
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LA GRACIA del Viernes 29 de Abril de 2016
La jerarquía en nuestra Iglesia Católica es un don recibido desde sus orígenes, como un regalo del amor de Dios para que sea iluminada, alimentada y pueda crecer.
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El amor, motor y timón de la Iglesia
A través de sufrimientos, pero guiada por el amor de su Señor, la Iglesia permanece fiel a su vocación misionera.
La personalidad jurídica de la Santa Sede
444 La Santa Sede —o Sede Apostólica— 923 goza de plena subjetividad internacional, en cuanto autoridad soberana que realiza actos jurídicamente propios. Ejerce una soberanía externa, reconocida en el marco de la Comunidad Internacional, que refleja la ejercida dentro de la Iglesia y que se caracteriza por la unidad organizativa y la independencia. La Iglesia se sirve de las modalidades jurídicas que son necesarias o útiles para el desempeño de su misión.
La actividad internacional de la Santa Sede se manifiesta objetivamente según diversos aspectos, entre los que se hallan: el derecho de legación activo y pasivo; el ejercicio del « ius contrahendi », con la estipulación de tratados; la participación en organizaciones intergubernamentales, como por ejemplo, las que pertenecen al sistema de las Naciones Unidas; las iniciativas de mediación en caso de conflicto. Esta actividad pretende ofrecer un servicio desinteresado a la Comunidad Internacional, ya que no busca beneficios de parte, sino el bien común de toda la familia humana. En este contexto, la Santa Sede se sirve especialmente del propio personal diplomático.
445 El servicio diplomático de la Santa Sede, fruto de una praxis antigua y consolidada, es un instrumento que actúa no sólo para la « libertas Ecclesiae », sino también para la defensa y la promoción de la dignidad humana, así como para establecer un orden social basado en los valores de la justicia, la verdad, la libertad y el amor: « Por un nativo derecho inherente a nuestra misma misión espiritual, favorecido por un secular desarrollo de acontecimientos históricos, también Nos enviamos nuestros legados a las supremas autoridades de los Estados en los que está radicada o presente de alguna manera la Iglesia Católica. Es cierto que las finalidades de la Iglesia y del Estado son de orden diferente, y que ambas son sociedades perfectas, dotadas, por tanto, de medios propios, y son independientes en la propia esfera de acción; pero es también cierto que una y otra actúan en beneficio de un sujeto común, el hombre, llamado por Dios a la salvación eterna y colocado en la tierra para permitirle, con la ayuda de la gracia, obtenerla mediante una vida de trabajo, que le proporcione bienestar en una convivencia pacífica ».924 El bien de las personas y de las comunidades humanas resulta favorecido cuando existe un diálogo constructivo y articulado entre la Iglesia y las autoridades civiles, que se expresa también mediante la estipulación de acuerdos recíprocos. Este diálogo tiende a establecer o reforzar relaciones de recíproca comprensión y colaboración, así como a prevenir o a sanar eventuales tensiones, con el fin de contribuir al progreso de cada pueblo y de toda la humanidad en la justicia y en la paz.
NOTAS para esta sección
923Cf. CIC, canon 361.
924Pablo VI, Carta ap. Sollicitudo omnium ecclesiarum: AAS 61 (1969) 476.
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Carta a Dios de un sacerdote antes de morir
“Tuvo la vida de un “sacerdote de a pie” y con profunda sencillez busco ser fiel a su vocación. Desde joven padeció una grave enfermedad cardíaca y renal que lo obligó a estar sometido a diálisis durante muchos años. Vivió en todo momento sin dejar de sembrar esperanza, hasta su muerte en Madrid, el 11 de junio de 1991. Acá les dejamos su último artículo antes de morir, una carta a Dios, un precioso texto digno de ser meditado y compartido…”
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El valor de las Organizaciones Internacionales
440 La Iglesia favorece el camino hacia una auténtica « comunidad » internacional, que ha asumido una dirección precisa mediante la institución de la Organización de las Naciones Unidas en 1945. Esta organización « ha contribuido a promover notablemente el respeto de la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual construir la paz ».909 La doctrina social, en general, considera positivo el papel de las Organizaciones intergubernamentales, en particular de las que actúan en sectores específicos,910 si bien ha expresado reservas cuando afrontan los problemas de forma incorrecta.911 El Magisterio recomienda que la acción de los Organismos internacionales responda a las necesidades humanas en la vida social y en los ambientes relevantes para la convivencia pacífica y ordenada de las Naciones y de los pueblos.912
441 La solicitud por lograr una ordenada y pacífica convivencia de la familia humana impulsa al Magisterio a destacar la exigencia de instituir « una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos ».913 En el curso de la historia, no obstante los cambios de perspectiva de las diversas épocas, se ha advertido constantemente la necesidad de una autoridad semejante para responder a los problemas de dimensión mundial que presenta la búsqueda del bien común: es esencial que esta autoridad sea el fruto de un acuerdo y no de una imposición, y no se entienda como un « super-estado global ».914
Una autoridad política ejercida en el marco de la Comunidad Internacional debe estar regulada por el derecho, ordenada al bien común y ser respetuosa del principio de subsidiaridad: « No corresponde a esta autoridad mundial limitar la esfera de acción o invadir la competencia propia de la autoridad pública de cada Estado. Por el contrario, la autoridad mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un ambiente dentro del cual no sólo los poderes públicos de cada Nación, sino también los individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus deberes y defender sus derechos ».915
442 Una política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo mediante la adopción de medidas coordinadas,916 es más que nunca necesaria a causa de la globalización de los problemas. El Magisterio subraya que la interdependencia entre los hombres y entre las Naciones adquiere una dimensión moral y determina las relaciones del mundo actual en el ámbito económico, cultural, político y religioso. En este contexto es de desear una revisión de las Organizaciones internacionales; es éste un proceso que « supone la superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la voluntad de instrumentalizar dichas organizaciones, cuya razón única debe ser el bien común »,917 con el objetivo de conseguir « un grado superior de ordenamiento internacional ».918
En particular, las estructuras intergubernamentales deben ejercitar eficazmente sus funciones de control y guía en el campo de la economía, ya que el logro del bien común es hoy en día una meta inalcanzable para cada uno de los Estados, aun cuando posean un gran dominio en términos de poder, riqueza, fuerza política.919 Los Organismos internacionales deben, además, garantizar la igualdad, que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de pleno desarrollo, respetando las legítimas diversidades.920
443 El Magisterio valora positivamente el papel de las agrupaciones que se han ido creando en la sociedad civil para desarrollar una importante función de formación y sensibilización de la opinión pública en los diversos aspectos de la vida internacional, con una especial atención por el respeto de los derechos del hombre, como lo demuestra « el número de asociaciones privadas, algunas de alcance mundial, de reciente creación, y casi todas comprometidas en seguir con extremo cuidado y loable objetividad los acontecimientos internacionales en un campo tan delicado ».921
Los Gobiernos deberían sentirse animados a la vista de este esfuerzo, que busca poner en práctica los ideales que inspiran la comunidad internacional, « especialmente a través de los gestos concretos de solidaridad y de paz de tantas personas que trabajan en las Organizaciones No Gubernativas y en los Movimientos en favor de los derechos humanos ».922
NOTAS para esta sección
909Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 7: AAS 96 (2004) 118.
910Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 426. 439; Juan Pablo II, Discurso a la XX Conferencia General de la FAO (12 de noviembre de 1979) 6: L’Osservatore Romano, edición española, 22 de noviembre de 1979, p. 9. Id., Discurso a la UNESCO (2 de junio de 1980), 5, 8: AAS 72 (1980) 737. 739-740; Id., Discurso al Consejo de Ministros de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) (30 de noviembre de 1993), 3, 5: AAS 86 (1994) 750-752.
911Cf. Juan Pablo II, Mensaje a la Señora Nafis Sadik, Secretaria General de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (18 de marzo de 1994): AAS 87 (1995) 191-192; Id., Mensaje a la Señora Gertrude Mongella, Secretaria General de la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer (26 de mayo de 1995): L’Osservatore Romano, edición española, 2 de junio de 1995, pp. 20-21.
912Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 84: AAS 58 (1966) 1107-1108.
913Conclio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 82: AAS 58 (1966) 1105; cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 293 y Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 78: AAS 59 (1967) 295.
914Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2003, 6: AAS 95 (2003) 344.
915Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 294-295.
916Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 51-55. 77-79: AAS 59 (1967) 282-284. 295-296.
917Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43: AAS 80 (1988) 575.
918Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43: AAS 80 (1988) 575; cf. Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 7: AAS 96 (2004) 118.
919Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58: AAS 83 (1991) 863-864.
920Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33. 39: AAS 80 (1988) 557- 559. 566-568.
921Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 26: AAS 80 (1988) 544-547.
922Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 7: AAS 96 (2004) 118.
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El fundamento de las relaciones entre las naciones
Relaciones fundadas sobre la armonía entre el orden jurídico y el orden moral
436 Para realizar y consolidar un orden internacional que garantice eficazmente la pacífica convivencia entre los pueblos, la misma ley moral que rige la vida de los hombres debe regular también las relaciones entre los Estados: « Ley moral, cuya observancia debe ser inculcada y promovida por la opinión pública de todas las Naciones y de todos los Estados con tal unanimidad de voz y de fuerza, que ninguno pueda osar ponerla en duda o atenuar su vínculo obligante ».894 Es necesario que la ley moral universal, escrita en el corazón del hombre, sea considerada efectiva e inderogable cual viva expresión de la conciencia que la humanidad tiene en común, una « gramática » 895 capaz de orientar el diálogo sobre el futuro del mundo.
437 El respeto universal de los principios que inspiran una « ordenación jurídica del Estado, la cual responde a las normas de la moral » 896 es condición necesaria para la estabilidad de la vida internacional. La búsqueda de tal estabilidad ha propiciado la gradual elaboración de un derecho de gentes 897 « ius gentium », que puede considerarse como el « antepasado del derecho internacional ».898 La reflexión jurídica y teológica, vinculada al derecho natural, ha formulado « principios universales que son anteriores y superiores al derecho interno de los Estados »,899 como son la unidad del género humano, la igual dignidad de todos los pueblos, el rechazo de la guerra para superar las controversias, la obligación de cooperar al bien común, la exigencia de mantener los acuerdos suscritos (« pacta sunt servanda »). Este último principio se debe subrayar especialmente a fin de evitar « la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho ».900
438 Para resolver los conflictos que surgen entre las diversas comunidades políticas y que comprometen la estabilidad de las Naciones y la seguridad internacional, es indispensable pactar reglas comunes derivadas del diálogo, renunciando definitivamente a la idea de buscar la justicia mediante el recurso a la guerra: 901 « La guerra puede terminar, sin vencedores ni vencidos, en un suicidio de la humanidad; por lo cual hay que repudiar la lógica que conduce a ella, la idea de que la lucha por la destrucción del adversario, la contradicción y la guerra misma sean factores de progreso y de avance de la historia ».902
La Carta de las Naciones Unidas repudia no sólo el recurso a la fuerza, sino también la misma amenaza de emplearla: 903 esta disposición nació de la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial. El Magisterio no había dejado de señalar, durante aquel conflicto, algunos factores indispensables para edificar un nuevo orden internacional: la libertad y la integridad territorial de cada Nación; la tutela de los derechos de las minorías; un reparto equitativo de los bienes de la tierra; el rechazo de la guerra y la puesta en práctica del desarme; la observancia de los pactos acordados; el cese de la persecución religiosa.904
439 Para consolidar el primado del derecho, es importante ante todo consolidar el principio de la confianza recíproca.905 En esta perspectiva, es necesario remozar los instrumentos normativos para la solución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad. Las instituciones de la negociación, la mediación, la conciliación y el arbitraje, que son expresión de la legalidad internacional, deben apoyarse en la creación de « una autoridad judicial totalmente efectiva en un mundo en paz ».906 Un progreso en esta dirección permitirá a la Comunidad Internacional presentarse no ya como un simple momento de agrupación de la vida de los Estados, sino como una estructura en la que los conflictos pueden resolverse pacíficamente: « Así como dentro de cada Estado (…) el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional ».907 En definitiva, el derecho internacional « debe evitar que prevalezca la ley del más fuerte ».908
NOTAS para esta sección
894Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1941): AAS 34 (1942) 16.
895Juan Pablo II, Discurso a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre de 1995), 3, Tipografía Vaticana, p. 7.
896Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 277.
897Cf. Pío XII, Carta enc. Summi Pontificatus: AAS 31 (1939) 438-439. Id., Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1941): AAS 34 (1942) 16-17; Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 290-292.
898Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático (12 de enero de 1991), 8: L’Osservatore Romano, edición española, 18 de enero de 1991, p. 8.
899Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 5: AAS 96 (2004) 116.
900Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 5: AAS 96 (2004) 117; cf. Id., Mensaje al Rector Magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense (21 marzo 2002), 6: L’Osservatore Romano, edición española, 29 de marzo de 2002, p. 5.
901Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 23: AAS 83 (1991) 820-821.
902Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 18: AAS 83 (1991) 816.
903Cf. Carta de las Naciones Unidas (26 de junio de 1945), art. 2.4: www.un.org/ spanish; Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 6: AAS 96 (2004) 117.
904Cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1941): AAS 34 (1942) 18.
905Cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad (24 de diciembre de 1945): AAS 38 (1946) 22; Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 287-288.
906Juan Pablo II, Discurso a la Corte Internacional de Justicia de la Haya (13 de mayo de 1985), 4: AAS 78 (1986) 520.
907Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 52: AAS 83 (1991) 858.
908Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 9: AAS 96 (2004) 120.
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