Yo quisiera decir sólo cosas buenas de la Jornada Mundial de la Juventud; sin embargo, a todos nos ayuda ser autocríticos, y la Iglesia Católica no es una excepción.
Hablemos de catecismos (5)
Es interesante seguir la pista que va del Catecismo Holandés al Catecismo de la Iglesia Católica, de Juan Pablo II. Se puede especular incluso que sin el acicate de los holandeses tal vez no se habría llegado al Catecismo de Juan Pablo II.
Hablemos de catecismos (4)
El Catecismo Holandés (CH), publicado originalmente en 1967, quería abordar al hombre “adulto,” esto es, al hijo de la Modernidad, al que está acostumbrado a pensar en términos de ciencia, capitalismo y, sobre todo, su propia existencia y su propia búsqueda de felicidad. El experimento no resultó bien. Siendo grandes navegantes los holandeses, este barco hizo agua muy pronto, bajo el impacto de diversos factores.
Hablemos de catecismos (3)
El Catecismo Holandés
El término catecismo suele asociarse con la infancia. Los niños necesitan recibir los rudimentos o bases de la fe, y por eso una asocia “clases de catequesis” con la imagen de grupos de niños y niñas quizá preparándose para su Primera Comunión o recibiendo clases de religión en la escuela.
Hablemos de catecismos (2)
Hace poco llegó ante mis ojos (más que “a mis manos,” pues la cosa sucedió en Internet) un ejemplar del famoso Catecismo de Heidelberg, que es citado entre los protestantes como una referencia común y autorizada de su fe.
Hablemos de catecismos (1)
Recientemente el Papa Benedicto XVI promulgó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, una obra que se basa en el Catecismo promulgado por Juan Pablo II, pero que simultáneamente quiere condensar e ir más allá de ese mismo Catecismo, publicado en 1992.
¿Y yo qué?
Buena cuenta me doy que ese camino de nuevas comunidades de laicos y sacerdotes unidos en un compromiso común y estable son posibles e incluso necesarias. No como reemplazo, sino como posibilidad que embellece a la Iglesia y le ayuda a estar mejor dispuesta a su tarea fundamental: dar testimonio de Cristo y ser así sacramento universal de salvación, como bien la llamó el Concilio Vaticano II.
La otra cara de la moneda
La insistencia en comunidades laicales estrechamente unidas al ministerio y la vida de sacerdotes no trae únicamente ventajas. Un sacerdote unido a una comunidad es fácilmente un sacerdote sin tiempo para otra cosa. Su mundo puede achicarse increíblemente y empezar a gravitar en torno a las necesidades reales o ficticias de un grupo pequeño o incluso de unas cuantas personas, sea porque ellas lo necesitan, porque lo reclaman, o porque el sacerdote mismo se siente más seguro o confortable junto a ellas.
Dar razón del hermano
Volvamos a los sacerdotes y la familia.
El mundo se ha llenado de comunicaciones pero no de relaciones reales, a escala humana. Puentes inmensos, imponentes, inimaginables hasta hace pocos años, cruzan como avenidas el espacio físico, pero no logran con la misma facilidad cubrir lo que nos puede distanciar del corazón de un vecino o de un compañero de trabajo. El Internet de los corazones no se ha inventado.
Los Seminarios
Es interesante ver que la formación sacerdotal actual prepara, o quisiera preparar, al sacerdote para sostenerse espiritual, emocional e incluso económicamente por sí solo, como si no tuviera comunidad, como si no pudiera encontrar su descanso o su alegría en una comunidad. El ejemplo típico es el celibato: la robustez espiritual, los recursos psíquicos y afectivos, las estrategias sociales, el ejercicio de la prudencia, todo ello se supone que le toca al sacerdote; y le toca toda la vida, en todas las circunstancias y por todos los lugares donde pase.
¿Una nueva forma de vida?
Actualmente en la Iglesia tenemos sacerdotes diocesanos, con parroquias determinadas por límites geográficos, y sacerdotes religiosos, o de comunidad religiosa, con carismas diversos, desde la educación hasta las misiones y desde la atención a los enfermos hasta el servicio a la teología.
Nuevas formas de comunidad
Sin dejar de orar por la justicia y la paz, interior y exterior, continuemos las reflexiones que traíamos sobre sacerdotes y familia.
Por ejemplo, no estoy de acuerdo…
…con que el sacerdote se convierta en una especie de “funcionario” que realiza sus planes pastorales o los de su diócesis en un periodo de tiempo en una parroquia, y luego, cuando ya se le conoce el dicurso o se acaba su “novedad.” Con un esquema así, la economía, el alimento espiritual y la afectividad del sacerdote pasan a ser un problema suyo y solo suyo. Cosa que no es buena idea, porque si bien hay casos de genuino heroismo y convicción personal, en general ese esquema es ajeno al Nuevo Testamento. Lo que vemos en las páginas de la Escritura es que los predicadores, profetas y misioneros establecen vínculos de espiritualidad, economía y afecto que los ligan a las personas concretas a las que sirven.
Nuevos caminos unen a los sacerdotes y las familias
Pienso que el tiempo en que vivimos abre posibilidades inéditas para unir sacerdotes y familias. Darle una familia al sacerdote no es la única idea ni la mejor, como vemos en la experiencia y la historia de otras confesiones cristianas.
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Familia y Sacerdocio
Las prioridades irrenunciables de la Iglesia son la familia y los sacerdotes.
¿El programa del Papa?
Mirando al Papa; amándolo; rezando por él y con él; deseando de corazón ser fiel al camino que él nos muestra en nombre de Cristo vivo: con esas disposiciones he querido buscar ese “programa de gobierno” que Benedicto XVI no nos dio en la Misa de Inauguración de su Pontificado pero que ya parece bastante claro a tres meses de su servicio a la Iglesia Universal.