El compromiso para la evangelización encuentra su alegría y su fuerza en la contemplación. Esta intuición de las órdenes mendicantes saca a la luz tres de los retos a los cuales debe enfrentarse hoy la evangelización.
El reto del conocimiento, afrontado en el diálogo con todos los que buscan la verdad: filósofos, científicos, investigadores. El despliegue de las ciencias y del conocimiento es la ocasión para poner en marcha esta “bella amistad entre la fe y las ciencias” proclamada por el Concilio. En la fe contemplamos el misterio de la continua creación de Dios y su llamada confiada a la libertad y la razón del hombre. En la amistad con los hombres de ciencia podemos discernir los retos para construir, juntos, un mundo para el hombre.
El reto de la libertad. En el encuentro con nuestros contemporáneos, creyentes o no, hay que dar a conocer, en primer lugar, la amistad de Dios con los hombres, antes de ofrecer unas respuestas a preguntas que, a veces, no están planteadas con los términos adecuados. Dejarse guiar por la paciencia de Dios, que cuenta con el hombre para que éste aprenda a situar su libertad a la altura de su dignidad, y contemplar la misericordia de Cristo, que nos precede, Él, que enseña a sus amigos lo que ha recibido del Padre.
El reto de la fraternidad. Las comunidades religiosas quieren ser lugares donde la fraternidad edificada sobre la diversidad aspire a ser transformada por el Espíritu de comunión en “sacramento” de la amistad de Dios con el mundo. Y, a causa de esta esperanza, se las reta a ampliar esta esperanza de comunión, uniendo su destino a los olvidados del mundo, haciendo suya la convicción del sínodo de 1971: “El combate por la justicia y la participación en la transformación del mundo aparecen claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio”.