El sacerdote catalán Jaume González Padrós ofrecerá el próximo lunes, en el Instituto Teológico de Vigo, una conferencia sobre la actualidad litúrgica con motivo del cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II. Entrevistado por el diario Atlántico, el P. González Padrós aborda la aplicación del concilio en la Iglesia y señala que existe un gran desconocimiento sobre sus textos: «La gran mayoría han oído hablar, pero no los han leído».
“El Concilio Vaticano II fue la manifestación más solemne del magisterio de la Iglesia en el último siglo, en continuidad con toda la enseñanza anterior. Evidentemente, sus documentos contienen una gran riqueza y, como han señalado Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos corresponde el desafío de ponerlos en práctica, con plena fidelidad, para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a los corazones y a las cabezas de millones de personas. Leer y vivir el Concilio es amar a la Iglesia, a la Humanidad entera…”
“No es lo habitual que un joven de 23 años les ponga las cosas claras a los obispos del mundo… ¿Qué fue lo que les dijo?, ¿qué es lo que espera un joven católico de la nueva evangelización? Este fue el discurso -por cierto muy breve- del participante más joven en el pasado Sínodo…”
[…] Su Santidad: Se trata del tema de los de mi generación, los que nos preparamos al sacerdocio durante los años del Concilio, y luego salimos con entusiasmo y tal vez también con la pretensión de cambiar el mundo; hemos trabajado mucho y hoy tenemos dificultades: estamos cansados, porque no se han realizado muchos de nuestros sueños y también porque nos sentimos un poco aislados. Los de más edad nos dicen: “¿Veis cómo teníamos razón nosotros al ser más prudentes?”; y los jóvenes algunas veces nos tachan de “nostálgicos del Concilio”. Nuestra pregunta es esta: ¿Podemos aportar aún algo a nuestra Iglesia, especialmente con la cercanía a la gente que, a nuestro parecer, nos ha caracterizado? Ayúdenos a recobrar la esperanza, la serenidad…
* * *
Gracias. Es una pregunta importante y yo conozco muy bien la situación. También yo viví los tiempos del Concilio; estuve en la basílica de San Pedro con gran entusiasmo, viendo cómo se abrían nuevas puertas; parecía realmente un nuevo Pentecostés, con el que la Iglesia podía convencer de nuevo a la humanidad, después de que el mundo se hubiera alejado de la Iglesia en los siglos XIX y XX. Parecía que la Iglesia y el mundo se volvían a encontrar, y que renacía un mundo cristiano y una Iglesia del mundo y realmente abierta al mundo. Esperábamos mucho, pero las cosas han resultado más difíciles en la realidad. Con todo, queda la gran herencia del Concilio, que abrió un camino nuevo. Es siempre unacharta magna del camino de la Iglesia, muy esencial y fundamental. Pero, ¿por qué ha sucedido así?
En primer lugar, quisiera hacer una anotación histórica. Los tiempos de un posconcilio casi siempre son muy difíciles. Después del gran concilio de Nicea, que para nosotros es realmente el fundamento de nuestra fe, pues de hecho profesamos la fe formulada en Nicea, no se produjo una situación de reconciliación y de unidad, como esperaba Constantino, promotor de ese gran concilio, sino una situación realmente caótica, en la que todos luchaban contra todos.
San Basilio, en su libro sobre el Espíritu Santo, compara la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea con una batalla naval nocturna, donde nadie reconoce al otro, sino que todos luchan contra todos. Realmente era una situación de caos total. Así describe san Basilio con gran plasticidad el drama del posconcilio, del tiempo que siguió al concilio de Nicea. Cincuenta años más tarde, el emperador invitó a san Gregorio Nacianceno a participar en el primer concilio de Constantinopla. El santo respondió: “No voy, porque conozco muy bien estas cosas; sé que los concilios sólo generan confusión y enfrentamientos; por eso no voy”. Y no fue.
Por tanto, con una visión retrospectiva, ahora para todos nosotros no constituye una gran sorpresa, como lo fue en un primer momento, digerir el Concilio y su gran mensaje. Introducirlo y recibirlo para que se convierta en vida de la Iglesia, asimilarlo en las diversas realidades de la Iglesia, es un sufrimiento, y el crecimiento sólo se realiza con sufrimiento. Crecer siempre implica sufrir, porque es salir de un estado y pasar a otro.
[Este texto es parte de una serie de preguntas hechas al Papa Benedicto XVI en un Encuentro con párrocos y sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y de Treviso, el día Martes 24 de Julio de 2007.]
[Curso a las Monjas Dominicas del Monasterio de Santa Ana, en Murcia, España.]
Tema 5 de 6: Pablo VI y el valor de creer
Breve perfil biográfico
* Trabajó en la Secretaría de Estado del Vaticano de 1922 a 1954, cuando fue nombrado Arzobispo de Milán (sede de San Ambrosio y San Carlos Borromeo, entre otros).
* Continuó el Concilio (1963-1965), fue el primero en aplicarlo e interpretar sus enseñanzas, rodeado de presiones, sospechas e incluso acusaciones.
* Papa de gran espiritualidad mariana, escribió tres encíclicas sobre el Rosario y sobre la Virgen, a la que dio por primera vez el título de “Madre de la Iglesia.”
* Valiente y a la vez deseoso de acoger a todos, le correspondió una época de profundos cambios y un tiempo muy convulso: Llegada del hombre a la Luna, Guerra Fría, Guerra de Vietnam, auge de las Brigadas Rojas; fue el primer pontífice en dirigir la palabra a las Naciones Unidas. No menores fueron las tensiones en la Iglesia: extremismos postconciliares, publicación del catecismo holandés, levantarse de la rebeldía lefebvriana, y sobre todo: desobediencia cínica frente a su Encíclica Humanae Vitae.
* Escribió así cuando fue elegido Papa el 21 de Junio de 1963: “Según palabras del mismo Montini, él sabía lo que venía. Escribió en su diario: “La posición es única. Me trae gran soledad. Yo era solitario antes, pero ahora mi soledad llega a ser completa e impresionante…” Pero no tenía miedo a la nueva soledad que se esperaba de él. Reconoció que sería inútil buscar ayuda fuera, o de confiar todo a los demás. Se veía tan solitario, con Dios. La comunicación con Él debía ser completa e inconmensurable.
El Credo del Pueblo de Dios
* Pablo VI convocó el Año de la Fe (1967-1968), con ocasión de los XIX siglos del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, y ante las desviaciones doctrinales que ya asomaban, como en el Catecismo Holandés. Jacques Maritain, filósofo, católico convencido, y amigo personal del Papa, le sugirió que el Papa expresara en lenguaje sencillo, para todos, la fe de la Iglesia. La redacción del texto estuvo a cargo, primero, del mismo Maritain y pasó el examen del Card. Charles Journet. La versión final fue revisada y cuidada por el mismo Papa Pablo VI, que la proclamó el 30 de Junio de 1968. Sigue la parte pertinente del texto:
* Queremos que esta nuestra profesión de fe sea lo bastante completa y explícita para satisfacer, de modo apto, a la necesidad de luz que oprime a tantos fieles y a todos aquellos que en el mundo —sea cual fuere el grupo espiritual a que pertenezcan— buscan la Verdad.
* Por tanto, para gloria de Dios omnipotente y de nuestro Señor Jesucristo, poniendo al confianza en el auxilio de la Santísima Virgen María y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, para utilidad espiritual y progreso de la Iglesia, en nombre de todos los sagrados pastores y fieles cristianos, y en plena comunión con vosotros, hermanos e hijos queridísimos, pronunciamos ahora esta profesión de fe…
[Retiro Espiritual en el Real Monasterio de Monjas Dominicas en Caleruega, Octubre de 2012.]
Tema 2 de 12: Introducción, Contexto de la Orden Dominicana
* Con especial alegría puede y debe recibir nuestra Orden Dominicana este “Año de la Fe.” Es lo nuestro. La fe nace de la predicación (Romanos 10), y nosotros mismos hemos sido llamados “pugiles fidei.”
* El hecho mismo de predicar supone una profunda fe, a varios niveles. Para entenderlo, conviene descubrir, entre tantos actos de la Iglesia que son “predicación” de diversos modos, cuál es aquel que de modo más directo corresponde al acto mismo de predicar.
* La predicación no es, en primer lugar, una obra, por ejemplo: un escrito, institución o pieza de arte. La predicación es un “acontecer” en el que un corazón se abre para brindar la palabra, y otro se abre para acogerla. Es una intersección de caminos; es un lugar de encuentro; una fusión de horizontes; un momento de comunión.
* Si se trata de la predicación cristiana, esa apertura concurrente de corazones y de vidas tiene otra dimensión más profunda: el predicador no se está anunciando a sí mismo. Su genuina tarea es desaparecer por vía de transparencia, y para ese objetivo necesita disponer todo su ser, alma y cuerpo.
* Así como un pianista no puede usar sus manos para cualquier oficio, el predicador modela su vida para ser instrumento apropiado de gracia y bendición a través de un ministerio específico que es de hecho tan próximo a la administración de un sacramento porque significa y transmite la gracia.
* Sobre esto trata con elocuencia el Capítulo II de las Actas del Capítulo General de los Dominicos en Roma (2010), y allí conviene referirse para desglosar implicaciones específicas en cuanto a nuestra forma de vida.
* Algunas sugerencias concretas para el Año de la Fe: (1) Sea este el tiempo para jamás volver a decir de un pasaje de la Escritura: “Ya lo conozco.” Queremos dejarnos sorprender por la Palabra.
(2) Sea este el tiempo para hacer sensible el corazón a la vida y realidad de la Iglesia, en la que Dios ha depositado su beneplácito, y ala que Cristo ha amado como su Esposa.
(3) Sea este el tiempo para leer con mayor hondura y comunión los signos de los tiempos en los rostros de nuestros hermanos, para hacer de nuestra vocación, como Domingo, un diálogo vivo con el Señor que se ha hecho Camino.
[Retiro Espiritual en el Real Monasterio de Monjas Dominicas en Caleruega, Octubre de 2012.]
Tema 1 de 12: Introducción, Contexto de Iglesia
* El Papa Benedicto ha venido insistiendo en tres expresiones que, si uno examina, están íntimamente relacionadas: hermenéutica de la continuidad, nueva evangelización, y ahora: Año de la Fe.
* La hermenéutica (interpretación, lectura comprensiva) de la continuidad (en cuanto al Concilio Vaticano II) va en contraste con las hermenéuticas de la ruptura, que son sobre todo dos: (1) La lectura tradicionalista, que ve en el Concilio una “traición” a lo que se supone que era y pensaba la Iglesia; (2) La lectura progresista, que idealiza el tiempo del Concilio y también el llamado “espíritu” del Concilio.
* Tradicionalistas y progresistas se parecen en que ven en el Concilio una “ruptura,” trágica o necesarísima, según el caso. Se parecen también en que ven en Juan Pablo II y ahora en Benedicto XVI “traidores,” para los tradicionalistas, por haber favorecido la “destrucción” de lo que la Iglesia era; para los progresistas, por haber asfixiado la atmósfera nueva que trajo el Concilio.
* La hermenéutica de la continuidad se apoya en las palabras y la intención de quien convocó el Concilio Vaticano II: Juan XXIII. El propósito del Concilio no fue definir aspectos de la fe, sino apoyarse en ella, y preguntarse cómo ofrecerla de modo más abierto y efectivo al mundo. La “continuidad” es ante todo la continuidad de la misma fe y de la misma Iglesia.
* A la vez, la continuidad nos lanza de nuevo a la tarea de la evangelización, y por eso ha de considerarse como fruto conciliar la Nueva Evangelización (de ningún modo un “nuevo evangelio”).
* Esa Nueva Evangelización no parte de cero: cuenta con el depósito de la fe, cuenta con la experiencia misionera multisecular, y además, mira con atención las señales del postconcilio, incluyendo la progresiva esterilidad de las disidencias, sean de corte tradicionalista o progresista.
* Tal es el contexto del Año de la Fe, mucho más una tarea pendiente que una simple celebración o recuerdo.
44. Interesa al mundo reconocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano.
La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y al mismo tiempo se fomenta un vivo intercambio entre la Iglesia y las diversas culturas. Para aumentar este trato sobre todo en tiempos como los nuestros, en que las cosas cambian tan rápidamente y tanto varían los modos de pensar, la Iglesia necesita de modo muy peculiar la ayuda de quienes por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima de todas ellas. Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada.
La Iglesia, por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, puede enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución de la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, para expresarla de forma más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos. La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el conjunto de su comunidad como en cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de parte de los hombres de toda clase o condición. Porque todo el que promueve la comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida económico-social, de la vida política, así nacional como internacional, proporciona no pequeña ayuda, según el plan divino, también a la comunidad eclesial, ya que ésta depende asimismo de las realidades externas. Más aún, la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios.
[Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 44]
La autoridad magisterial de la Iglesia no ha quedado detenida en una determinada fecha: “No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia en el año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad”, indica Benedicto XVI. Igualmente, también recuerda el Papa que la Iglesia no ha nacido con el último concilio.
Los filo-lefebvrianos obstaculizan en gran medida el regreso de la FSSPX a la plena comunión con la Iglesia católica. Aunque pueda parecer una paradoja, es así. Ellos, sin ser lefebvrianos, asumen gran parte de sus tesis principales, comprenden o incluso justifican la ordenación de los cuatro Obispos, consideran algunos documentos del Concilio inconciliables con el Magisterio anterior, ven con aversión la Misa de forma ordinaria –llegando algunos a negar su validez–, condenan de forma implacable algunos gestos de Juan Pablo II y de la Iglesia en el postconcilio, y de este modo, aunque no lo pretendan, están dando la razón a los lefebvrianos, les fortalecen en sus posiciones, y por eso, sin duda, están dificultando gravemente su reincorporción a la plena comunión de la Iglesia católica. Consiguen de hecho justamente lo contrario de lo que pretenden.
He descrito ya someramente la fisonomía de los católicos filo-lefebvrianos. Pero ya se comprende que su identidad no puede ser definida con exactitud, pues se realiza en innumerables grados. Hay casos en que el filo-lefebvrismo no pasa apenas de ser una valoración grande, pero no del todo bien entendida, de la Tradición católica. Pero en otros casos, hay católicos próximos al lefebvrismo que casi se identifican con los lefebvrianos, sobre todo cuando admiten como legítimas las causas que ocasionaron «el acto cismático» de la ordenación de los Obispos de la FSSPX.
11. El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas.
El Concilio se propone, ante todo, juzgar bajo esta luz los valores que hoy disfrutan la máxima consideración y enlazarlos de nuevo con su fuente divina. Estos valores, por proceder de la inteligencia que Dios ha dado al hombre, poseen una bondad extraordinaria; pero, a causa de la corrupción del corazón humano, sufren con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación. Por ello necesitan purificación.
¿Qué piensa del hombre la Iglesia? ¿Qué criterios fundamentales deben recomendarse para levantar el edificio de la sociedad actual? ¿Qué sentido último tiene la acción humana en el universo? He aquí las preguntas que aguardan respuesta. Esta hará ver con claridad que el Pueblo de Dios y la humanidad, de la que aquél forma parte, se prestan mutuo servicio, lo cual demuestra que la misión de la Iglesia es religiosa y, por lo mismo, plenamente humana.
[Constitucion Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 11]
“…el Vaticano II, al hablar del respeto y el amor debidos a los adversarios, trató explícitamente el tema de la condena de los errores en general, sosteniendo una tesis contraria a la de O’Malley y Ruggieri…” Click!