El otro día me quedé escuchando a una religiosa que dijo que ella no se explica cómo algunas personas no le llaman familia a una madre soltera con su hija, lo cual a mi criterio tiene razón, por ejemplo, si un padre fallece, la madre con sus hijos siguen siendo una familia. Pero me surge la duda con las uniones homosexuales, estamos claros que no deberían llamarse matrimonio, pues el matrimonio es un sacramento que pasa entre hombre y mujer de acuerdo al plan de Dios, pero debería hacerse alguna excepción al termino familia cuando los padres adoptivos son homosexuales? — MBQ
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Las palabras en el lenguaje humano tienen siempre un sentido propio y luego uno o muchos sentidos derivados, que también son llamados sentidos “por extensión.” Por ejemplo, una casa, en sentido propio, es el lugar estable de residencia de una o más personas. Pero luego sucede que encontramos una persona que se ha refugiado debajo de un puente. Se puede decir que ese puente es como su “casa” y ponemos las comillas para indicar que estamos usando la palabra en un sentido ampliado o extensivo porque no vamos a decir que cada vez que se construye un puente se está haciendo también casas. Así que esto es lo primero: ver la diferencia entre sentido propio y sentido extensivo de las palabras.
Lo segundo es darse cuenta de que no toda extensión en el sentido de las palabras es lícita. Imaginemos, por seguir con el ejemplo del puente, que un habitante de la calle le dijera a otro que está buscando dónde resguardarse del clima: “Este puente es mi casa; si quiere se queda aquí pero me tiene que pagar arriendo.” Uno se da cuenta que el que pretende cobrar arriendo está abusando de un sentido extensivo de la palabra “casa” porque propiamente hablando esa no es su casa, sino que simplemente ha llegado a vivir ahí. Estamos ante un abuso en el lenguaje porque aunque la extensión sea en cierto modo lícita, la aplicación es desproporcionada y abusiva.
Consideremos otro caso: un cierto hombre pierde todo su dinero en el juego, y como no puede pagar la hipoteca de su inmueble entonces saca a su pequeña hija de la que era su casa y la pone a vivir con él, durmiendo en lugares públicos de estacionamiento dentro de un carro. Cuando la policía le dice que eso es un abuso contra al seguridad y el bienestar de la niña, el señor dice que no es ningún abuso porque él sí le ha dado “casa” a su hija en el asiento de atrás del carro en que la ha tenido ya por cuatro meses. Aquí estamos ante una extensión abusiva e impropia del término “casa.”
Algo así pasa con la palabra “familia.” Si una mujer queda viuda, o es cabeza de hogar y debe velar por los hijos, el esfuerzo excepcional de ella puede corresponder muy bien con el significado de la palabra “familia.” Dentro de sus circunstancias, que no son las que ella hubiera querido, trata de acercarse todo lo que puede al ideal de estabilidad familiar que considera que es muy importante para sus hijos. Ella está poniendo en primer lugar el interés de los hijos, cosa que es vital en cualquier definición de familia, y está tratando de acercarse todo lo que puede a lo que ella sabe que sí es una familia. Podemos comprender su esfuerzo y apoyarla y diremos que ella tiene una familia, dentro de sus crcunstancias arduas y exigentes.
Pero eso no nos autoriza a llamar “familia” a cualquier asociación de adultos que dicen quererse o desearse sexualmente. Como ya hemos visto en Colombia, hay casos de tres hombres que dicen amarse y que quieren ser considerados “matrimonio” o “familia.” ¿No tiene ningún derecho la sociedad a preservar el sentido de estas palabras, dada la importancia que tiene la institución familiar para el futuro de toda la sociedad? ¿Es que cualquier cosa, por cualquier motivación, puede ser llamada familia?
Lo mínimo que hay que exigir es que la estructura familiar esté al servicio de los niños, y no simplemente que se sirva de ellos a modo de complemento afectivo deseado por unos adultos. Una vez que uno entiende que hay diferencias vitales en la estructura emocional del hombre y de la mujer, y una vez que uno comprende el bien inmenso que esta complementariedad trae a los hijos, uno se da cuenta que no es justo llamar familia a una asociación de adultos que simplemente quiere reicbir los beneficios que la sociedad ha concedido al matrimonio entre hombre y mujer por una razón: por el bien que esa unión está llamado a crear en favor de la sociedad.
Los que tratan de estirar y luego reventar la definición de matrimonio o de familia, luego no tienen razones lógicas claras para detener su proceso de estiramiento semántico. Si dos mujeres pueden ser llamadas familia, ¿por qué no tres? Si la razón que se da es que no hay que discriminarlas, ¿no sería entonces discriminación prohibir los tríos, o los incestos, o el sexo con menores? Estas posibilidades, cada vez más aberrantes no son hipótesis abstractas: son realidades sociales que tratan de imponerse por el mismo camino legal que en muchas partes ha dado estatuto legal de “matrimonio” a las uniones entre eprsonas del mismo sexo.
En resumen: si una persona o personas, sin responsabilidad suya, se encuentran en una situación en que sólo parece haber un modo de preservar el bien de los niños, manteniendo claridad sobre cuál es el punto de referencia en el que creen y al que buscan, lo de ellos podría considerarse familia, en sentido extensivo, por vía de excepción y mientras dure tal excepción. Lo demás es posponer el bien de los niños y el bien de la sociedad, que queda sometida a los intereses de grupos de poder con sus propias agendas: las de la ideología de género.