CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Aún de la experiencia del destierro, que fue un morir, Dios saca un fruto admirable, presagio de resurrección.
Alimento del Alma: Textos, Homilias, Conferencias de Fray Nelson Medina, O.P.
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
Aún de la experiencia del destierro, que fue un morir, Dios saca un fruto admirable, presagio de resurrección.
Ningún sacrificio puede darle a Dios algo que Él no tenga; la misericordia, en cambio, dona el corazón que Él ha querido no tener sino sólo cuando se lo damos.
Los verdaderos ídolos no son los de papel, madera o yeso, sino las codicias y mimos que le entregamos a nuestro “yo.”
No existe verdadera “neutralidad” frente a la religión. Quien sólo tolera, acabará persiguiendo.
Quien no reconoce una naturaleza humana tampoco reconoce que hay leyes vinculantes que nos ayudan a encontrar nuestro genuino bien.
El perdón, como otras bendiciones de Dios, sólo puede abundar en nosotros si lo pasamos a otros.
Nadie se perdió tanto de conocer a Jesús como aquellos que creían que ya lo conocían.
Hay un valor permanente en los mandamientos que Dios nos dio por medio de Moisés, pero la plenitud de su voz sólo resuena en su Hijo, palabra eterna.
Perdonar es algo tan próximo a crear, que uno de los elogios mayores al poder de Dios es la afirmación de que Él sí perdona.
Dos enseñanzas: (1) El pecado termina engendrando muerte. (2) A un cierto punto, uno debe optar entre los bienes de Dios, y el Dios que es todo bien.
Cristo quiere que reconozca mi nombre en aquel que tiene tanto para compartir.
No puede quitarse del Evangelio el sacrificio porque hay unos, muy poderosos, que sacan provecha de las cadenas del pecado.
Ya la incoherencia es un mal muy grande, pero peor aún es la situación del arrogante, que fácilmente cae en auto-engaño.
El arrepentimiento es parte integral de la cuaresma porque trae liberación y abre espacio al bien.
Si el Padre celestial sacrifica a su Hijo, en ello está la señal imborrable de un amor que vence todo.
Cuaresma: tiempo para sacudir el moho de la mediocridad, la frazada de la pereza y el yunque de la cobardía.