ESCUCHA, Los salmos: oración en el Espíritu

* La oración que Dios con plena seguridad escucha es la que Él mismo inspira. Los salmos, oraciones que el Espíritu ha concedido a hombres y mujeres de fe, han quedado consignados para que los hagamos nuestros, y también para inspirar nuestra propia oración.

* Así como es diversa la vida humana, así son diversos los salmos, de modo que prácticamente todo afecto o situación en que podamos encontrarnos tenga un eco y una expresión en este libro único de la Biblia.

* Eso significa que los salmos tienen requisitos mínimos: uno no debe esperar a sentirse bien, ni mucho menos a sentirse bueno, para empezar a orar con ellos. Los salmos toman nuestro ser, así como se encuentra, y le dan un lenguaje que es compatible con la fe viva. La idea es que nada debe desconectarnos de Dios, ni la tristeza, ni la frustración, ni la ofensa recibida, ni los triunfos que también llegan en la vida.

* Cada salmo puede ser visto como un camino. Ejemplo típico es el salmo 22 que empieza con un clamor de desolación: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” pero que va avanzando hasta la certeza de que Dios tendrá victoria, y que dará triunfo y descendencia a los que se apoyan en él. Así que, en general, los salmos nos reciben donde nos encontramos y nos conducen hasta donde Dios quiere ue nos encontremos.

* Deben evitarse dos extremos: dejar de orar y orar con sentimientos falsos. Ante un daño grave, como puede ser una traición, dejar de orar es arrojarse a las fauces del león; pero orar deseando alegría y tranquilidad para el que nos ha hecho daño sería una gran hipocresía. Lo correcto es orar al modo de Jesús, pidiendo a nuestro Padre Dios que cumpla su voluntad en todos.

* Obsérvese que los salmos están hechos para ser recitados, es decir, REZADOS. No hay que temer usar la palabra: “Yo rezo los salmos.” Es falsa, y a veces mal intencionada la oposición entre “rezar” y “orar.” El error no está en la repetición sino en que se repitan las palabras mecánicamente. De hecho, Cristo oró repitiendo palabras. Cristo rezó, como consta por ejemplo en la hora de la Cruz. Hemos de pedir, eso sí, que nuestro corazón esté en sintonía con lo que dicen nuestros labios.

ESCUCHA, Volvamos al cenáculo!

[Predicación en la Plaza de Ferias de la Macarena, en Medellín, como catequesis de preparación a Pentecostés. Junio de 2014.]

* Así como el don de la redención es uno y el mismo para todos, así también es uno sólo el Espíritu que todo renueva y todo fecunda en la Iglesia. Pentecostés no es propiedad de ninguna comunidad, grupo, movimiento o cultura.

* Sabemos que Pentecostés trajo una enorme transformación para los apóstoles. Tres grandes limitaciones de ellos, y también nuestras, son: (1) La cobardía para proclamar y demostrar nuestra fe; (2) La mundanidad de los deseos, que suelen concentrarse en bienes y poderes de esta tierra; (3) La inmensa dificultad para entender el sentido propio de la Escritura y de la voluntad de Dios. ¡El Espíritu Santo venció todos estos obstáculos!

* Esta victoria del Espíritu no es entusiasmo pasajero ni es una especie de acto “mágico.” Si Cristo nos dice que “de lo que abunda el corazón habla la boca” (Lucas 6,45), debemos comprender lo sucedido en el cenáculo a partir d ela predicación posterior de los apóstoles, y especialmente de Pedro, que recibió la misión de confirmar en la fe a sus hermanos.

* Y lo que nos muestra Pedro en sus discursos al pueblo es que hay que abrir un amplio espacio en el corazón, o mejor, descubrir el vacío e indigencia en que nos han dejado nuestros pecados y nuestra ignorancia de Dios. El que descubre ese vacío es quien puede clamar de corazón: ¡Ven, Espíritu Santo! Y su súplica no será en vano.

Sanando el corazón de la familia

[Predicación para la Comunidad Horeb del Minuto de Dios, en Bogotá. Mayo 31 de 2014.]

* Al utilizar la expresión: “el” corazón, tenemos un recordatorio del ideal familiar de unidad y de un sólo amor, en el amor de Dios.

* Por contraste, vivimos tiempos de división: a menudo cada cónyuge intenta asegurar “su” espacio, “sus” derechos, “sus” amistades. Pasa también que los hijos hacen de sus alcobas pequeños imperios en donde se supone que nadie tiene derecho a entrar sin permiso.

* Manejamos muchas máscaras y muchas imágenes falsas: queremos presentarnos como “el hombre de acero,” o como “la eterna víctima.” Otras imágenes frecuentes pero no menos falsas son la del sabelotodo y la de la impecable.

* ¿Por qué usamos esas imágenes y máscaras? Básicamente porque tienen ventajas en términos de controlar situaciones y de manipular personas. Pero esas falsedades son una trampa que nos deja prisioneros de lo que pretendemos ser. Sucede a veces que, cuando se acerca la hora de la muerte, unos y otros sienten que queda muy poco tiempo para decir las palabras sinceras y para reconstruir puentes que derribamos hace mucho tiempo.

* Jesucristo es experto en quitarnos esas máscaras, sobre todo a través de tres caminos:

(1) Hay poder de sanación en su voz, en sus manos, en el fuego de su Amor. En general, los enfermos se arriesgan a mostrar sus heridas si saben que van a ser curadas.

(2) Su palabra y su ejemplo nos atraen a la santidad (en la verdad) y nos llaman a la conversión de nuestros pecados.

(3) A menudo, Él mismo nos interpela y denuncia nuestras incongruencias, arrogancias y mentiras. No confundamos sin embargo la acusación, que es lo propio del diablo, y que pretende hundirlo a uno en la culpa, con la denuncia, que es lo propio de Cristo y los profetas, y que quiere liberarlo a uno del lastre del pecado.