Desmontando la leyenda negra con evidencias

” “Los españoles vinieron y nos robaron todo el oro”, “destruyeron lo que encontraron a su paso”, “eran unos salvajes”, “vinieron a colonizarnos” Estas son algunas de las frases más repetidas por aquellos que han creído fielmente en la leyenda negra. Es difícil erradicarla porque ha sido difundida sin parar desde el siglo XVI se extendía de punta a punta del imperio, recorriendo el continente europeo y arrasando en el americano…”

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Las campanas de mi parroquia

Hermosa meditación del P. Christian Viña.

Una es de bronce, y otra de hierro. Una fue fundida en el taller de Astillero Río Santiago, y la otra en el de un reconocido herrero del barrio; que, con su partida, agregó otra baja a un oficio que, lamentablemente, se va extinguiendo entre nosotros. No hay registros oficiales de cuándo y cómo fueron instaladas, y bendecidas. Sí se sabe, por referencias de los vecinos, que eso ocurrió hace pocas décadas. Uno de los entonces jóvenes, que participó de su colocación, acaba de fallecer. Y su viuda me confió que siempre recordaba aquel momento. Había sido –me dijo- uno de los hechos más importantes de su vida.

Son pequeñas pero lo suficientemente sonoras, para dar debida cuenta del llamado de Dios, a la oración, desde Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres. Están ubicadas en lo alto de un poste metálico para alumbrado público; y cubiertas, de algún modo, con un pequeño techito de chapa. Por supuesto, deben ser tocadas a mano; con un alambre unido a los dos badajos. Y, aunque no sean pesadas, demandan del párroco, y de algún otro voluntario, músculos y, sobre todo, corazón, bien dispuestos…

Llaman a la Santa Misa, algunos minutos antes del Santo Sacrificio. Y, por supuesto, brindan su aporte al propio desarrollo de la celebración; cuando las rúbricas mandan hacer sonarlas, por ejemplo, en la Vigilia Pascual. Cosechan las miradas llenas de asombro de los más pequeñitos; que suelen quedarse extasiados contemplando su poder sonoro. Reciben gestos de aprobación de circunstanciales transeúntes que, presas de graves preocupaciones de la vida, son elevados, por unos instantes, a un Cielo anticipado. Y, también, son alabadas por adultos mayores; que recuerdan con emoción sus tiempos como monaguillos, o en la catequesis.

Por cierto, no reciben únicamente elogios. Especialmente, el Domingo por la mañana, al sonar para la Misa de las nueve, suelen ser bañadas por una catarata de insultos; como rebote de los improperios dirigidos al cura. El párroco escucha sin chistar las ofensas a su extinta madre; y ofrece ese momento, claro está, por la conversión de los pecadores, y el regreso o la llegada de quienes no están… La potente voz de Dios que llama; y que, con frecuencia, no quiere ser escuchada, demuestra entonces que nunca es indiferente.

Las metálicas piezas, cinceladas de cielo y tierra, fueron testigos, también, de la reconciliación con la Iglesia –y, de paso, también, con el cura- de esos vecinos exaltados. Hoy, al menos, nadie sale a la puerta de su casa a gritar… Es más: jóvenes vecinos, atrapados por distintos vicios y esclavitudes, me expresan, una y otra vez, cómo –aun estando bajo los efectos del alcohol, u otras sustancias- sienten que algo se les revuelve en el interior, con su nítido canto. No puede ocurrir de otro modo: Dios, que está en lo más íntimo de nuestro ser, siempre se las ingenia para hacernos sentir que, pase lo que pase, nunca nos abandona.

Uno de los momentos más conmovedores que las tuvieron como testigos fue un gélido y lluvioso Domingo, de un crudísimo invierno. Después de hacerlas sonar, me dirigí rumbo al confesonario; y me encontré, en la calle, sentado en el cordón de la vereda, absolutamente empapado, con un joven que las miraba con lágrimas abundantes. Lloraba como un niño, desconsolado… En casos como esos prefiero no decir palabra; para que mi abrazo silencioso sea referencia al cuidado del Señor… Fueron unos segundos cargados de dolor; pero, también, de sereno consuelo. ¡Gracias, padre –me dijo el muchacho, mientras lo llevaba a tomar algo caliente, y darle ropa limpia y seca-. Las campanas me hicieron volver a sentir que Dios me ama, y está conmigo… Me frenaron a tiempo… ¡Estaba a punto de cometer una locura…!

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Cómo llegó San Pedro Claver al sacerdocio en la Compañía de Jesús

Padre Alonso de Sandoval (1576-1652)

La Providencia divina fue guiando la vida del padre Claver, y le acercó en cada momento la persona que necesitaba. Pues bien, lo que fue para él en Mallorca el hermano Alonso Rodríguez, como formador de su vida espiritual, eso fue el padre Alonso de Sandoval, para la orientación de su ministerio apostólico con los esclavos negros. En 1603 la Compañía de Jesús, con la ayuda de su buen amigo dominico Juan de Ladrada, Obispo de Cartagena, había iniciado en aquel puerto su presencia y servicio. Y el gran impulsor y organizador del apostolado con los esclavos negros fue el padre Alonso de Sandoval.

Su padre, contador de la Real Hacienda en Lima, tuvo doce hijos, de los que seis fueron religiosos. Alonso, nacido en Sevilla en 1576, ingresó en la Compañía de Jesús en Lima. Aunque muy inteligente, no obtuvo calificaciones demasiado altas, y a causa de su carácter algo fuerte y desabrido, y de la audacia de sus acciones apostólicas, se le negó siempre la profesión perpetua, aunque llegó a rector del Colegio de Cartagena en 1623.

Desde que el padre Sandoval fue asignado en 1605 a la joven fundación de Cartagena, hasta su muerte en 1652, casi toda su vida transcurre en este puerto, entregado en cuerpo y alma al servicio de los esclavos negros recién llegados o bozales, con una caridad y abnegación indecibles.

Alonso de Sandoval visitaba la cargazón de negros cuando llegaban los galeones, prestaba los primeros auxilios, averiguaba la lengua y procedencia de aquellos esclavos atemorizados, hacía unas catequesis de urgencia, bautizaba a los moribundos. Atendía después a los negros en las armazones, donde se formaba una verdadera Babel de lenguas diversas: angolas, congos, jolofos, biafaras, biojos, enau, carabali, etc. Sandoval llegó a distinguir más de setenta lenguas, y habló varios de los dialectos.

La Compañía, en esta situación, se vio obligada a comprar negros intérpretes, hasta dieciocho, algunos de los cuales, como el llamado Calepino, hablaba once lenguas diversas. El celo apostólico de Sandoval, su experiencia tan prolongada, su inteligencia y sentido práctico, quedaron expresados en una obra asombrosa, Naturaleza, policía sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes, publicada en Sevilla en 1627, y conocida por el título De instauranda Aethiopum salute. Éste fue el maestro apostólico del padre Claver.

La Compañía de Jesús, que tan numerosos esclavos negros tuvo en América, mostró por ellos al mismo tiempo una muy especial solicitud. Con razón, pues, pudo el padre Sandoval, en el libro cuarto de la obra citada, tratar ampliamente De la gran estima que nuestra sagrada religión de la Compañía de Jesús siempre ha tenido, y caso que ha hecho del bien espiritual de los morenos, y de sus gloriosos empleos en la conversión de estas almas. Por lo demás, a nombres tan gloriosos como el de Sandoval o Claver, es preciso añadir el de otros jesuitas, como el del segoviano Diego de Avendaño (1594-1688), que pasó casi toda su larga vida en el Perú, desde 1610. Allí escribió la obra Thesaurus Indicus (1668), en defensa de los indios e impugnando con gran fuerza la esclavización de los negros (+Losada, 1-18).

Pedro Claver, sacerdote

El influjo de Sandoval sobre Claver fue, como el del Hermano Alonso, decisivo, para siempre. Y él fue también quien influyó para que Claver se ordenara, por fin, en 1616 sacerdote.

Pedro Claver, por otra parte, a la hora de su incorporación definitiva a la Compañía con la formulación de los cuatro votos, solicitó, por humildad, permanecer sin grado fijo. Pero no le aceptaron su petición, y en 1622, con mano firme, escribió la fórmula de su entrega personal, poniendo como introducción: «Amor, Jesús, María, José, Ignacio, Pedro, Alonso mío, Tomé, Lorenzo, Bartolomé [apóstoles de la raza negra], santos míos, patronos míos, maestros y abogados míos y de mis queridos negros, oídme». Seguía después la fórmula, y al final la firma: «Petrus Claver, ethiopum semper servus» (esclavo de los negros para siempre). Cuarenta años mantuvo la veracidad de esta firma.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.