En el corazón de la Iglesia yo seré el amor

En el corazón de la Iglesia yo seré el amor

De la narración de la Vida de santa Teresa del Niño Jesús, virgen, escrita por ella misma

Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz.

Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad.

Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.

Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado».

LA BIBLIA – Día 275 de 365

Fr. Nelson Medina, O.P. lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura – Día 275 de 365

Isaías 41–42
Eclesiástico 2,1-11
Hebreos 2

Lo que se ha publicado de esta serie de lectura de la Biblia.

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Seguimos el texto publicado en la página web del Vaticano.

Elogios de las reducciones guaraníes

Elogios de las reducciones guaraníes

Cuando el mundo hace alabanzas del Reino, suele tratarse de elogios ambiguos y a veces sospechosos. No citamos, pues, aquí los puntos de elogio que sobre las reducciones pueden hallarse en Montesquieu, Voltaire, Rousseau, o en otros enciclopedistas e ilustrados. Estos autores no entendían nada de la inspiración fundamental de las misiones, y hablando desde sus ideologías, citaban en seguida a Platón, Esparta y los lacedemonios, ignorando casi todo de la realidad concreta de las reducciones. Limitaremos, pues, aquí nuestra memoria a unos pocos elogios más significativos.

Guillaume Thomas Raynal, exjesuita que abandonó el sacerdocio, y que sumó su pluma a la de los enemigos de la Iglesia, tan numerosos en el XVIII, escribía poco después de la expulsión de los jesuitas: «Cuando en 1768 salieron de manos de los jesuitas las Misiones del Paraguay habían alcanzado éstas un grado de civilización que es, quizás, el máximo a donde pueden ser conducidas las nuevas naciones y que era, seguramente, muy superior a todo lo que existía en el resto del nuevo hemisferio» (Tentación 200).

A fines del XIX, un socialista inglés, Cunningham Graham, estudió in situ las reducciones del Paraguay, y pudo interrogar a ancianos guaraníes, cuyos padres habían vivido en las reducciones. En su obra A vanished Arcadia, publicada en 1901, atestigua la veneración que todos guardaban hacia la memoria de aquellos misioneros: «No hay un viejo que no se incline a su solo nombre; que no recuerde con una viva emoción aquel tiempo feliz». Si el gobierno de las comunidades, dejándose de ideologías, es para procurar eficazmente la felicidad de los hombres, hay que afirmar que «los jesuitas hicieron a los indios felices; el hecho es cierto».

Pío XII (12-8-1949) declaraba al ministro del Paraguay: «Estas realizaciones sociales han quedado allí para la admiración del mundo, el honor de vuestro país y la gloria de la Orden ilustre que las realizó, no menos que para la de la Iglesia católica, pues ellas surgieron de su seno maternal».

Las reducciones guaraníes han sido las comunidades utópicas más perfectas y durables de la historia. Esta afirmación aparece como indudable en el libro mío, Evangelio y utopía [del P. Iraburu], donde estudio en la historia el impulso utópico, tanto en su expresión literaria, como en sus realizaciones experimentales.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.

LA BIBLIA – Día 274 de 365

Fr. Nelson Medina, O.P. lee contigo el texto completo de la Sagrada Escritura – Día 274 de 365

Isaías 39–40
Eclesiástico 1,16-30
Hebreos 1

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