Necesitamos ser sanados de la sordera para oír al Dios que nos ama; para escuchar al prójimo que sufre, y para oír la voz de la Historia que nos lama a ser responsables como ciudadanos. Y necesitamos romper las ligaduras de miedo que atan nuestra lengua, por ejemplo, el miedo por las amenazas; el miedo a hacer el ridículo si nos presentamos como católicos; y la censura de un ambiente cultura donde todos se ofenden.