Algunas verdades sobre las reducciones

Algunas verdades sobre las reducciones

La destrucción de las reducciones hoy prosigue en los historiadores liberales, que o bien las ignoran o desprecian, presentándolas como el fruto ambiguo del despotismo ilustrado de los jesuitas, ávidos de riquezas y de poder, o bien las consideran como un curioso empeño humanitario, de inspiración utópica renacentista, y sin específico impulso cristiano. Por eso, si ya que en el «Siglo de las Luces» la realidad histórica de las reducciones fue arruinada por las fuerzas políticas ilustradas y progresistas, hoy es necesario que al menos defendamos su verdad histórica de estas mismas fuerzas.

Muchos hay, por otra parte, cristianos incluídos, que, al margen de prejuicios ideológicos, simplemente desconocen la historia de las reducciones, y piensan de ellas más o menos que fueron un experimento curioso, muy reducido, por lo demás, que no pudo resistir la prueba del tiempo, y que, por tanto, se puede ignorar perfectamente. Como dice Lugon, «nuestra cultura de jóvenes cristianos ignora la existencia de esta república cristiana, “triunfo de la humanidad”, en muchos aspectos, al decir de Voltaire» (15). Así las cosas, convendrá dejar asentadas algunas afirmaciones ciertas:

-1. Las reducciones guaraníes produjeron una verdadera nación, lo que algunos historiadores han llamado la República Guaraní, un cuasiestado, con grandes autonomías, ligado en muchas cosas de modo directo a la Corona de España. Cuestión difícil de precisar es la cifra de población, ya que los informes dan a veces cifras dispares, quizá porque el impuesto de la Corona se fijaba en función del censo, y también porque los jesuitas, temiendo provocar al mundo criollo con la grandeza de las reducciones, procuraron siempre empequeñecerlas en la apariencia. Algunos autores opinan que llegaron a tener unos 150.000 habitantes, y Anton Sepp hablaba de 200.000.

Lo que estas cifras significan no puede apreciarse debidamente si no se tiene una idea, ni siquiera aproximada, de la demografía americana de la época. Sirva, pues, como un dato orientador señalar que en 1725 Buenos Aires tenía unos 5.000 habitantes, y que hacia 1800 las provincias de Buenos Aires y de Paraguay, juntas, incluyendo indios, negros y mestizos, apenas llegaban a los 270.000 habitantes. Otro dato: el obispo de Buenos Aires, tras una visita pastoral realizada en 1681, escribía al Rey acerca de los indios de las reducciones, y afirmaba que sobrepasaban con mucho en población y en armas a todo el resto de las provincias, y que vivían muy independientes, pues «penden solo de su arbitrio». Así pues, lo que destruyó el rey Carlos III no fue un insignificante conjunto de pintorescas reservas de indios norteamericanos, sino una nación fuerte y perfectamente organizada.

-2. Las reducciones del Paraguay tuvieron una vida próspera y durable. Y es de notar en esto que, en general, las comunidades utópicas cristianas, estimuladas por ideales religiosos, han mostrado una perfección y perduración mucho mayor que las comunidades utópicas socialistas o románticas, impulsadas puramente por ideales humanitarios. Diversos estudios sociológicos, como el de HenriCharles Desroches, así lo muestran (Sociologie des sectes).

Las comunidades utópicas creadas por el socialismo de Owen, Cabet o Fourier, aunque a veces mostraron una cierta prosperidad económica, nunca pudieron durar. Ninguno de los treinta falansterios de Fourier, que fueron uno de los intentos utópicos de mayor duración, duró más de doce años. Eran cuerpos sociales ideológicos, voluntaristas, sin alma, y que por tanto estaban destinados a ser muy pronto cadáveres. Tampoco el utopismo de los kibutzim israelitas pudo, tras varios decenios, mantener los heróicos planteamientos de su origen, y se fueron aburguesando más y más, configurándose progresivamente al mundo tópico.

Es un dato cierto, reconocido por muchos autores, que las reducciones guaraníes han sido las comunidades utópicas más perfectas y durables de la historia. Ellas, en este sentido, y en general muchas de las poblaciones misionales de América, aparecen como un milagro moral obrado por Cristo Salvador a través de los hechos de los apóstoles de América. La instantaneidad en la curación de los indios y la perduración de sus efectos sanantes son las notas que caracterizan un milagro genuino. A los cinco o diez años, los guaraníes, que antes eran aquello, han venido ahora en las reducciones a ser esto, lo que no es posible sin un milagro de la gracia de Dios.

-3. Las reducciones guaraníes terminaron por la violencia de factores exteriores. En efecto, después de siglo y medio de feliz existencia, si no hubieran sido destruídas por factores externos y violentos, las reducciones hubieran podido continuar su vida indefinidamente, con las evoluciones históricas normales, hasta venir a dar quizá en una nación india soberana y autónoma.

De hecho, en el momento de su extinción, las reducciones se hallaban en plena prosperidad económica, como puede apreciarse en los datos proporcionados por Fernández Ramos. Al ser expulsados los jesuitas, se hizo un censo del ganado existente en las estancias misionales, y en él no se incluyeron las dos mayores, San Miguel y Yapeyú, de las que se señala que las cabezas eran innumerables. En el resumen sobre el conjunto de las Misiones se dan estas cifras: cabezas de ganado bovino, 769.869; ovino, 38.141; caballos, mulas y burros, 139.634.

En la no continuidad de las reducciones, expulsados ya los jesuitas, pudo influir precisamente su extraordinaria peculiaridad formal, tan diversa de los poblaciones hispanas o indias del entorno. Comparándolas, por ejemplo, con las comunidades misionales de indios regidas por los franciscanos, señala Rubén Bareiro Saguier:

«A diferencia de los jesuitas, aquéllos lo intentaron en pueblos de indios, relativamente abiertos, sin que se estableciera el sistema de control estricto ni de organización minuciosa vigente en las Misiones. Los pueblos de indios gobernados por los franciscanos conservaban, posiblemente para bien y para mal, ciertas características propias de la cultura indígena en su modo antiguo de vida. Pero en otros aspectos los franciscanos permitieron la hispanización mucho más que los jesuitas; así los pueblos de indios estaban más occidentalizados que los de las Misiones» (Tentación 47-48).

-4. El sistema misionero de las reducciones y poblaciones de indios fue el más frecuente en América hispana. Cuando hoy se habla de las reducciones en América suele pensarse en las reducciones de los jesuitas en el Paraguay. Pero la verdad es que, como ya hemos dicho, desde el comienzo mismo de la conquista y evangelización de América la norma de concentrar a los indios fue clara y general.

En Guatemala, para 1550, la mayoría de los indios vivía en pueblos nuevos. En México, la política reduccional fue intensamente procurada por el virrey Velasco (1550-1564), y el virrey Montesclaro se esforzó en completarla (1603-1605), afectando así a gran parte de la población indígena. En el Perú, como ya vimos, a partir de 1573 el virrey Toledo impulsó con gran empeño y eficacia la reducción de los indios. Y en 1602 intentó lo mismo en Nueva Granada el visitador Henríquez, aunque con escaso éxito.

Ciertamente no siempre es fácil, por otra parte, distinguir en cada caso si una población indígena es un poblado misional, una doctrina o una reducción. En todo caso, sí ha de afirmarse que en el mundo misional de la América hispana hubo muchísimas doctrinas, reducciones y poblaciones misionales de indios. Citaremos algunos ejemplos.

La misión entre los indios mojos, en el actual departamento de Beni, al norte de Bolivia, fue realizada por un pequeño grupo de jesuitas, entre los que se distinguió, como hemos dicho, el padre Cipriano Barace. Ya hacia 1700, a los quince años de apostolado, había en ella 20.000 indios en 8 reducciones. Varias décadas más tarde, en 1734, las reducciones en esta zona eran ya 20, con unos 35.000 indios. Y si se consulta el mapa actual, podrá verse que la mayoría de las ciudades de esa zona, Trinidad, San Borja, Santa Ana, San Joaquín, etc., nacieron como poblados misionales.

La misión entre los indios chiquitos y otras tribus del Alto Perú ofrece una fisonomía semejante. Llevada también en esos años por los jesuitas, llegó a formar 10 reducciones. La expulsión de los jesuitas, realizada tan bruscamente en 1768, produjo gravísimos daños en éstas y en muchas otras reducciones que hasta entonces vivían con indudable prosperidad material y espiritual.

Las 7 reducciones dependientes del obispado de Santa Cruz de la Sierra, en el Chaco merecen ser igualmente recordadas: San Francisco Javier, de 1692; San Rafael, 1696; San José, 1697; San Juan Bautista, 1699; la Concepción, 1699; San Miguel, 1718, y San Ignacio, 1724. No siempre estos poblados misionales eran tan perfectos como las reducciones guaraníes, pero en todo caso constituían muy notables realizaciones comunitarias de civilización y religiosidad.

En el siglo XVIII la Corona española no insistió ya en la congregación de los indios en poblados, salvo en las fronteras. La fundación entonces de poblados indígenas, en lugares que hasta entonces se habían mantenido en un aislamiento rebelde, solía ser hecha casi siempre por misioneros, y casi siempre en condiciones extremadamente duras y peligrosas. Pedro Borges, sin la pretensión de ofrecer una lista completa, enumera para esa época las siguientes poblaciones misionales (AV, Iberoamérica 365):

«En California se fundaron 24 poblados entre 1768 y 1827, entre ellos los actuales San Francisco y Los Angeles; en Guayana se establecieron 52 entre 1682 y 1820, con 6.946 habitantes en 1774; en la cuenca del Amazonas se erigieron 119 entre 1638 y 1767, con 160.000 habitantes en 1724; en el Perú se congregaron en 1572 un total de 226 caseríos de la región de Arequipa en 22 poblados, mientras que en la selva se establecieron 90 entre 1631 y 1815…

«A finales del siglo XVIII, concretamente en 1789, la evangelización se desarrollaba en un total de cincuenta circunscripciones o territorios misionales, destribuidos de la siguiente manera: Estados Unidos: tres (Alta California, Texas y Nuevo México) con 110 poblados y 58 misioneros; México: doce (Baja California, Sonora-Pimerías, Tarahumaras, Nayarit, Coahuila, Nuevo León, Nueva Vizcaya, Nuevo Santander, Río Verde, Huasteca, Sierra Gorda y Yucatán), con 328 poblados y 202 misioneros; Honduras: dos (Río Tinto y Comayagua), con 2 poblados y 5 misioneros; Costa Rica: uno (Talamanca), con 4 poblados; Panamá: uno (Veragua), con 5 poblados y 12 misioneros; Colombia: ocho (Popayán Nieva, Putumayo-Caquetá, Llanos de San Juan, Meta, Llanos de Santiago, Casanare, Barinas-Pedraza, Santa Marta-Río Hacha), con 45 poblados; Venezuela: seis (Nueva Barcelona, Nueva Guayana, Orinoco-Río Negro, Guayana, Cumaná, Maracaibo), con 117 poblados; Ecuador: uno (Mainas), con 32 poblados y 12 misioneros; Perú: tres (Huánuco, Cajamarquilla, Lamas Trujillo), con 9 poblados y 30 misioneros; Bolivia: cinco (Chiriguanos, Salinas, Chené, Chiquitos y Mojos); Paraguay: uno, con 19 poblados; Argentina: cuatro (Gran Chaco, Corriente, Paraná y Río Cuarto), con 20 poblados; Chile: tres (Chiloé, Valdivia y Arauco), con 96 poblados y 48 misioneros.

«De esta manera, sigue diciendo Borges, las fronteras de la evangelización terminaron coincidiendo con las fronteras de Hispanoamérica, más los Estados Unidos desde San Francisco hasta Carolina del Norte» (365). Por eso, los patéticos intentos, hoy tan frecuentes, de escribir la historia de América silenciando la función de la Iglesia o relegándola a un capítulo aparte, nos hacen pensar en una biografía sobre Mozart en la que se olvidara decir que fue un músico célebre o en la que se consignara este detalle en un apéndice.


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.