Si no te gusta trabajar,
no seas trabajo para los otros.
Si perdiste fuerza para subir,
haz fuerza para no descender.
Si no tienes condiciones para levantar un palacio,
no derrumbes la choza ajena.
Si no tienes un lecho de plumas,
no pongas clavos en el colchón de los otros.
Si no tienes fósforos para encender tu lámpara,
no apagues las de los otros.
Si no tienes voz para llenar el mundo de sonido,
no lo llenes con el ruido de tus alaridos.
Si no tienes deseos de sonreír,
no hagas llorar a tu semejante.
Si no tienes un bálsamo para cicatrizar la herida del prójimo,
no le pongas vinagre para agravarle el sufrimiento.
Si no quieres ser la rosa que perfuma el paso del caminante cansado,
no seas el espino apuntando hacia el camino.
En fin: Si no tienes la bondad de un Santo,
intenta por lo menos tener la postura de un hombre.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Este el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a tí mismo”. (Mat. 22:37-39)