Enviado al campo para ver si estaba ya a punto para ser segado, el muchacho volvió a su padre y le dijo:
– Me parece que la cosecha será muy pobre, padre mío.
– ¿Por qué? – le preguntó éste.
– Porque he notado que la mayor parte de las espigas están dobladas hacia abajo, como desmayadas, seguramente no valen nada.
– ¡Mi hijo pequeño!- le dijo su padre. – Has de saber que las espigas que viste dobladas, lo están por el peso del grano, en tanto que las que están levantadas, rectas hacia el cielo, pueden hacerlo porque están medio vacías.
Así ocurre en la vida de los hombres. Cuando alguno levanta la frente lleno del mal orgullo, es porque en su interior tiene bien poco peso de juicio.
El hombre sabio, cuanto más sabe, más siente la humillación de lo que le falta saber. Y el hombre de veras noble de corazón, no puede enorgullecerse de ello, porque conoce cuánto más.