Madurez cristiana y amor a la Iglesia

Hace poco estuve predicando una serie de conferencias a un grupo carismático católico en Madrid, España, bajo el título, para mí tan querido: Madurez cristiana y amor a la Iglesia. La serie completa de videos está aquí, y lo que sigue son las notas principales o resúmenes de las siete conferencias. Sea de provecho para todos!

1. No te contentes con ser multitud

* El itinerario de nuestra vida cristiana suele empezar en serio cuando algo en nuestra vida parece que “no marcha.” A menudo buscamos a Cristo como una especie de “mecánico”: vamos a que él solucione un problema para luego nosotros seguir con nuestra vida según nuestros propios criterios.

* De ese humilde comienzo se vale Dios para ponernos en ruta. Al principio somos “multitud” que quiere algunos favores o beneficios de Cristo, y nada más.

* Pero su palabra es profunda y trae claridad y sentido, y si le escuchamos, entonces empezamos a ser “discípulos.” Su mensaje nos ilumina y poco a poco queremos integrar su Evangelio en nuestras decisiones. Ya Cristo no es solo un “mecánico.”

* La Escritura nos muestra que hay un momento en que Cristo se presenta como “pan de vida” (Juan 6). Cuando Él se declara “vida” nuestra, su lugar ya no es de mecánico de nuestra vida sino su “piloto.” Es un paso que no todos dan. Muchos se fueron- Pedro y los apóstoles, sin embargo, sí se quedaron porque habían degustado algo de lo que es “vida eterna,” esto es, vida plena, sin límite, superior al fluir de las épocas (eones).

* Tales experiencias de plenitud hacen que la persona genuinamente ya no quiera dar paso atrás. “¿Adónde vamos a ir?,” pregunta Pedro. Cuando se llega a ese nivel, ya somos como “expertos” en el sentido original del latín: “gente que ha tenido experiencia” de esto que solo Cristo puede dar.

* Al mismo tiempo, la relación con el prójimo va cambiando: cuando somos multitud, el prójimo es como un “bulto;” luego es un “compañero,” y después llegamos a vernos como “sarmientos” de una misma vid, que es Cristo.

2. Camino para llegar a ser hijos y hermanos

* El corazón humano, herido por el pecado, es una fábrica de ídolos, y la mente humana, herida por el pecado, es una fábrica de justificaciones. El don que Dios nos otorgó, que es razonar, se deforma y se vuelve destreza para racionalizar.

* Esto es bueno saberlo porque nos muestra el límite con el que uno se estrella, incluso cuando ya se siente “sarmiento” unido por la vid a los otros “sarmientos.” El problema es que el ego no ha terminado de derrumbarse, de modo que en el fondo uno sigue buscando ser el primero. Así les sucedió a los apóstoles.

* La victoria plena sobre el ego acontece en Pentecostés. El don del Espíritu Santo nos hace “coherederos”: un término importante para indicar que empezamos a participar de los pensamientos y sentimientos de Cristo, de tal modo que Dios ahora en realidad entra a reinar en nosotros y a través de nosotros.

* El Espíritu me da un tipo de experiencia según la cual “cuanto más recibo más anhelo y cuanto más anhelo más recibo”: se trata de una aproximación acelerada. Es esto último lo que de verdad puede llamarse “vida en el Espíritu” (véase Romanos 8). Así se puede decir que llegamos al nivel “hijo.”

* Es el paso que es necesario dar: llegar a ser realmente hijos, que implica ser realmente LIBRES. No somos libres mientras tenemos los tiranos “adentro” a través de nuestras codicias e idolatrías, muchas veces descritas hoy con la falsa idea de que libertad es hacer “lo que me venga en gana.”

* El Espíritu te quita el afán de ser el primero porque te da la certeza de ser único: amado de una manera única.

* En este alto nivel de “hijo” uno es más que “sarmiento” porque en realidad es “cuerpo” con sus hermanos (ver 1 Corintios 10), de modo que, sin depender de ellos como creaturas, sabe que necesita de ellos como miembros de Cristo y de su plan.

* Sólo así llegamos a ser COMUNIDAD, y empezamos a acercarnos a lo que es el misterio bendito de la IGLESIA.

3. ¿Te atreves a ser amigo y confidente de Cristo?

* El egoísmo tiene una capacidad impresionante para disfrazarse, esconderse, camuflarse. Y si vemos a la Iglesia desde nuestros egoísmos y planes, en realidad la estamos viendo al servicio nuestro.

* El ángulo apropiado para conocer y amar la Iglesia es el que nos dan los ojos de Cristo. En Efesios 5, San Pablo habla de la Iglesia como la “amada” de Cristo.

* La Iglesia, en efecto, es todo el proyecto de Cristo porque es el lugar de la gloria de Dios Padre en la creación. Cuando uno sale del propio interés inmediato de arreglar o ajustar la propia vida y se vuelve con amor hacia el amor del Señor, entonces a uno le interesa y le duele aquello que afecte al Corazón de Jesús.

* Debemos entender entonces que, según voluntad de Dios, es inseparable Cristo de su amor, su proyecto, su Novia, su Esposa y su Cuerpo, que es la Iglesia. Cuando llegamos a ese modo de amor, empezamos a mirar la Iglesia de otro modo.

4. Es el Espíritu quien te conduce hacia la Iglesia

* Llegar a un modo generoso de amar, que de algún modo quiere retornar a Cristo algo de lo mucho que él ha hecho por nosotros, no es cosa que esté al alcance del corazón humano por sus propias fuerzas. Sólo el Espíritu Santo puede hacer tal obra en nosotros.

* La obra del Espíritu, que nos lleva hacia la Iglesia, la podemos conocer especialmente en el pasaje de Pentecostés (Hechos 2), siguiendo algunas imágenes:

+ Es necesario un TERREMOTO, que logre separarme de las antiguas certezas en las que estaba fundada mi vida.

+ Se requiere VIENTO impetuoso, como el que separó las aguas del Mar Rojo. La parte más caótica de mi vida necesita de ese viento que traiga claridad y orden.

+ Y es indispensable el FUEGO, que purifica, ilumina y hace arder, de modo que seamos testigos de la fuerza y la belleza de Aquel que ha cambiado para siempre nuestras vidas.

5. ¿Hay que llegar al amor a la Iglesia?

* Vivimos tiempos en que muchos dicen con bastante trivialidad e irresponsabilidad: “Cristo, sí; Iglesia, no.” Vemos que esta expresión esconde un egoísmo que en el fondo no termina de desprenderse de la fase de “servirse de Cristo” en lugar de reconocerle propiamente como Señor y “servirle a Él.”

* Razones principales para crecer hacia el amor a la Iglesia:

+ El amor a la Iglesia nos hace madurar: hace que salgamos de una especie de perpetua adolescencia espiritual.

+ Solo llegando al amor a la Iglesia podremos cumplir el mandato de Pablo: que tengamos los mismos sentimientos de Cristo (Filipenses 2)

+ Las vidas de los santos nos muestran qué significa vivir el Evangelio. Y en ellos está siempre el amor y el deseo de servir a la Iglesia. Pretender un Evangelio sin Iglesia automáticamente nos pone en la ruta de la herejía y el cisma.

+ El amor a la Iglesia “macro” es lo que me guía en mi comunidad particular, que es como Iglesias “micro.” Sobre todo es importante no caer en la tentación de estar “escogiendo” dentro de aquellos que Cristo ha escogido: eso se llama mentalidad “carnal” (ver Gálatas 5). En particular hay que tener cuidado con las pastorales muy fragmentadas (pastoral infantil, juvenil, de parejas separadas…). Al contrario, cuando dejo escoger a Cristo, estoy empezando a amar a la Iglesia.

+ De los textos de Hechos de los Apóstoles aprendemos que las tensiones y dificultades acompañan la ruta de la Iglesia. Lo importante es que aprendamos también del mismo libro que sobre la base de la oración, el deseo de hacer la voluntad de Dios, la docilidad al Espíritu y el diálogo fraterno, se pueden superar estos momentos difíciles y avanzar como comunidad.

6. La Palabra nos introduce en el misterio de la Iglesia

* La predicación del apóstol Pedro en Pentecostés nos muestra la ruta por la que la Palabra de Dios nos lleva ser comunidad, a ser Iglesia.

* Hay tres elementos que deben destacarse en esta predicación: la Pascua de Cristo, el llamado a la conversión y la relación entre la Pascua y el don del Espíritu Santo.

* Pedro presenta abiertamente el misterio de la Pascua, y por consiguiente, la grandeza del amor de la Cruz.

* El apóstol denuncia claramente el pecado y llama con fuerza a la conversión. Obrar de otra manera, confirmando en el pecado, es un insulto a la gente y un insulto también a la gracia de Cristo. En efecto, obrar así es como decirle a la persona: “No alcanzarás a cambiar de vida; ya tú te quedas como estás-” Y en cuanto a la gracia de Cristo, es como decir: “el sacrificio tuyo fue insuficiente y no tiene poder para cambiar la vida de esta persona.”

* La relación entre la Resurrección de Cristo y la efusión del Espíritu no es obvia. La clave está en que es su humanidad glorificada la que está a la derecha de Dios en las alturas. Y esta humanidad de Cristo, inseparable de nosotros por la Encarnación y por el amor incalculable que el Señor nos ha tenido, al recibir el don del Espíritu lo comparte sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

7. Raíces del conflicto Iglesia-Mundo

* Para muchos es simplemente un “dato” que la Iglesia, y su lenguaje y sus ritos, están irremediablemente distantes del mundo contemporáneo. Incluso hay gente de Iglesia que trata, a su manera, de superar esa distancia con lo que ellos llaman “crear puentes” o con una “cultura del encuentro.”

* Sucede sin embargo, con lamentable frecuencia, que esos intentos acaban en que la fe cristiana se presenta de un modo incompleto o diluido, de modo que al final tampoco significa nada a ojos del mundo. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

RAÍCES ANTIGUAS

* Hay que ir a la escuela filosófica nominalista (comienzos del siglo XIV) para encontrar algunas de las más antiguas raíces de la “desconexión” y pérdida de autoridad de la Iglesia ante el mundo. Al negar la consistencia de los conceptos universales, esta postura filosófica hace imposible reconocer bienes absolutos o males siempre detestables. Toda la predicación moral de la Iglesia queda así herida profundamente.

* Otra raíz relevante es el Renacimiento (siglos XV-XVI). Este movimiento cultural y de pensamiento mira con desdén la labor filosófica y teológica de lo que llamó “Edad Media” para centrarse en los elementos puramente mundanos y humanos de una Antigüedad “clásica” exaltada como referente de vida. Aunque la Iglesia, en su más alta jerarquía, supo aprovechar algo de este movimiento, en términos de arte, por ejemplo, el efecto final fue la proclamación de una forma de sociedad en la que la Iglesia podía participar pero que en realidad no necesitaba de oración o conversión.

* La tercera raíz “antigua” que debe mencionarse es la Reforma Protestante, que tiene como elemento principal el desprecio o ataque a la Iglesia de Roma y el enaltecimiento unilateral de la propia conciencia en cuanto suprema autoridad para dirigir el curso de la vida. Por supuesto, esto hizo que surgiera todo un mundo ajeno a la predicación y las propuestas propias de la Iglesia.

LAS GUERRAS DE RELIGIÓN Y EL SURGIMIENTO DE LA ILUSTRACIÓN

* Los combates de ideas, primero, y luego de sangre, entre protestantes y católicos, causaron un daño irreparable a la presencia del cristianismo en Occidente. No solo por los escándalos y odios encendidos, a veces de muy larga duración, sino sobre todo porque cualquier autoridad que tuviera la Iglesia ante la sociedad quedó hundida en el más profundo descrédito. Surgió así la ocasión de que otras maneras de ver y organizar la vida humana cobraran fuerza. Es el tiempo de la Ilustración (sobre todo, siglo XVIII).

* La Ilustración, como fenómeno que llenó el panorama europeo de aquella época, tuvo varias vertientes. Dos de ellas hay que destacar. En el enfoque típicamente ALEMÁN, el exponente más claro es Immanuel Kant con su obra “¿Qué es la Ilustración?” de 1801.

+ Kant anuncia que la humanidad (por lo menos, la europea) ha llegado a la “mayoría de edad” y que no necesita maestros, mentores o predicadores–lo cual, por supuesto, excluye cualquier presencia de efecto real de la Iglesia en el ámbito social.

+ Pero además, Kant asienta las bases de un sólido agnosticismo que en la práctica excluye la discusión religiosa de la esfera pública.

+ Y además, Kant quiere que las cuatro preguntas fundamentales del pensamiento humano queden separadas de toda influencia de la religión. Estas preguntas son: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué puedo esperar? ¿Cómo debo vivir? y ¿Qué es el hombre? La Iglesia, exiliada de estas cuestiones fundamentales, debería entonces limitarse a ejercicios privados de devoción para quienes quieran algo así.

* En el enfoque propiamente FRANCÉS, lo que encontramos es una pugna, parcialmente disimulada al principio, por el poder. En la clasificación, común entonces, de la sociedad francesa (nobleza, clero, pueblo) no hay espacio para una especie de “clase” social que quiere reclamar influencia y poder porque considera que le ha llegado su momento. Son los intelectuales, y lo que traen a la escena pública es precisamente el poder del conocimiento.

+ De la Ilustración francesa viene en buena parte el mito modernista del progreso ilimitado de la humanidad, por vía de conocimiento–un mito que solo empezará desmoronarse cuando, ya entrado el siglo XX, el país más avanzado científica y técnicamente de entonces, Alemania, impulse las dos grandes guerras mundiales.

+ La Ilustración, en cuanto lucha de poder, tomó en Francia un camino clara y rabiosamente anti-clerical, bajo la guía del blasfemo Voltaire. La razón es patente: para abrirse paso por encima del pueblo, y como nuevos líderes del pueblo, frente a la nobleza y el clero, aquellos intelectuales necesitan desacreditar y decapitar al clero y la nobleza. Esa tendencia laicista extrema va a generar, con el paso del tiempo, toda una corriente política que ve a la Iglesia como enemigo natural, que debe ser atacado sin tregua, hasta el exterminio.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y EL SURGIMIENTO DE LA HEREJÍA MODERNISTA

* El mito del progreso ilimitado por vía de la racionalidad encontró su más robusto sustento en los drásticos avances tecnológicos de la revolución industrial. Los nuevos modos de producción, transporte y comunicación fortalecieron un sentimiento prometeico que exaltaba lo humano y despreciaba aquello que Voltaire había llamado “fábulas” (la revelación bíblica) y “supersticiones” (los sacramentos y sacramentales).

* Preocupados vivamente por este estado de cosas (siglo XIX), algunos clérigos sintieron que buscar una especie de “vía media” era lo que convenía en el ambiente enrarecido por el anticlericalismo y el cientificismo positivista (de Comte, por ejemplo). Un sacerdote como Alfred Loisy consideraba que el mensaje de la fe debía transmitirse solamente dentro de los parámetros razonables y socialmente aceptables de la ciencia y el racionalismo de la época. Muy pronto pareció lógico a muchos, tanto protestantes como católicos, que el contenido mismo de la fe podía y debía entenderse despojado de toda carga “mitológica” (Bultmann) y que eso era ser realmente fiel a Dios y al Evangelio.

* La grave consecuencia y herida enconada que dejó la herejía Modernista y que pervive hasta nuestros días fue que DENTRO mismo de la Iglesia se instaló una profunda división que, en lo que atañe a la Iglesia, la ve solo como un elemento más al servicio de la construcción de una sociedad según los ideales de “igualdad, fraternidad y libertad” de la Revolución Francesa. Esta Iglesia, pura institución humana, para ser admitida y no estorbar, tendría que ser plenamente servil a los ideales que el mundo le dicta. Ya no estamos ante el cristianismo sino ante el “buenismo.”

* Nuestro camino, por supuesto, es otro. Si hemos llegado a conocer el amor de Cristo, y hemos llegado a amarle, vemos con lucidez esta historia pero sabemos que el futuro es otra cosa, y que esa nueva realidad empieza y renace siempre de la manera como Cristo ve y ama a su Iglesia.