Una de las experiencias bellas que me ha concedido el ser profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás es encontrarme con laicos deseosos de profundizar su fe. Hombres y mujeres que, hombro a hombro, con religiosos, seminaristas y religiosas avanzan en los conocimientos de biblia, moral, dogma, derecho canónico, historia de la Iglesia, y en fin, todo aquello que puede darles una base más sólida y una visión más amplia de la Iglesia y su misión.
Debo decir que con frecuencia la participación de estos laicos ha significado un nivel más alto en los estudios y también que sus preguntas e inquietudes a todos nos ayudan a encontrar nuevos puentes y puntos de referencia en la comprensión de nuestra fe. En algunas ocasiones, los primeros puestos, en cuanto a resultados académicos, los ocupan esos laicos, hombres y mujeres.
Otro punto para destacar es la motivación que tienen estos laicos. Su interés inmediato no es de dinero ni de poder, que a veces pasa en asuntos de religión, sino algo más generoso, y a menudo marcado por un gran amor a Dios y su Iglesia.
¡Ejemplo digno de ser imitado!