Santa Rosa de Lima, terciaria dominica (1586-1617)
El suboficial de arcabuceros Gaspar Flores, español cacereño, desposó a María Olvia en 1577. La tercera de nueve hijos, nacida ya en Lima, en 1586, fue bautizada como Isabel, aunque por el aspecto de su rostro fue siempre llamada Rosa. Fue confirmada por Santo Toribio de Mogrovejo en Quives, a unos 70 kilómetros de Lima, donde su padre era administrador de una mina de plata. Y ya desde muy chica dio indicios claros de su futura santidad.
En el Breviario antiguo se decía de ella: «Su austeridad de vida fue singular. Tomado el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo [en 1610], se propuso seguir en su arduo camino a Santa Catalina de Siena. Terriblemente atormentada durante quince años por la aridez y desolación espiritual, sobrellevó con fortaleza aquellas agonías más amargas que la misma muerte. Gozó de admirable familiaridad con frecuentes apariciones de su ángel custodio, de Santa Catalina de Siena y de la Virgen, Madre de Dios, y mereció escuchar de los labios de Cristo estas palabras: «Rosa de mi corazón, sé mi esposa». Famosa por sus milagros antes y después de su muerte, el papa Clemente X la colocó en el catálogo de las santas vírgenes».
Aún se conserva su casa en Lima, la habitación en que nació, hoy convertida en oratorio, la minúscula celda, construida con sus manos, en la que vivió una vida eremítica, como terciaria dominica consagrada al amor de Cristo, y dedicada a la contemplación y a la penitencia. También se conserva junto a la casa la pequeña dependencia en la que ella recogía y atendía a enfermas reducidas a pobreza extrema. Su solicitud caritativa prestó atención preferente a la evangelización de indios y negros, y no pudiendo realizarla personalmente, contribuía a ella con sus oraciones y sacrificios, así como recogiendo limosnas para que pudieran formarse seminaristas pobres.
Ella se negaba por humildad a aceptar el nombre de Rosa, hasta que la Virgen completó su nombre llamándola Rosa de Santa María. Pero también hubiera podido ser su nombre Rosa del Corazón de Jesús, pues el mismo Cristo la llamó «Rosa de mi corazón». Esta santa virgen dominica, aunque conservó su inocencia bautismal, se afligió con terribles penitencias, ayunos y vigilias, cilicios y disciplinas, como si hubiera sido la mayor pecadora del mundo; y cumpliéndose en ella la palabra de Cristo, «los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8), le fue dada una contemplación altísima.
En efecto, según declaró el padre Villalobos, Rosa «había alcanzado una presencia de Dios tan habitual, que nunca, estando despierta, lo perdía de vista». Y el médico Castillo, íntimo confidente de la santa, aseguró que Rosa se inició en la oración mental a los cinco años, y que a partir de los doce su oración fue ya siempre una contemplación mística unitiva. Tuvo éxtasis que duraban del jueves al sábado.
No recibió de Dios Santa Rosa la misión de predicar a los hombres públicamente, pero su corazón ardió en este buen deseo, como se ve en este escrito suyo al médico Castillo: «Apenas escuché estas palabras [de Cristo, estando en oración], experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición: «Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu».
«El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo: «¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos».
Esta es la Rosa mística, la que a los treinta y un años de edad, en 1617, después de pedir la bendición de sus padres y de signarse con la señal de la cruz, invocó tres veces el nombre de Jesús, y diciendo «Jesús sea conmigo», entregó su espíritu. Beatificada en 1668, fue canonizada en 1671, como Patrona de América, Filipinas y las Indias Occidentales.