La educación es obra necesariamente social, no solitaria. Ahora bien; tres son las sociedades necesarias, distintas, pero armónicamente unidas por Dios, en el seno de las cuales nace el hombre: dos sociedades de orden natural, es decir, la familia y la sociedad civil; la tercera, la Iglesia, de orden sobrenatural.
Ante todo, la familia, instituida inmediatamente por Dios para un fin suyo propio, que es la procreación y educación de la prole, sociedad que por esto tiene prioridad de naturaleza y, consiguientemente, cierta prioridad de derechos respecto a la sociedad civil.
Sin embargo, la familia es sociedad imperfecta, porque no tiene en sí todos los medios para su propio perfeccionamiento; mientras la sociedad civil es sociedad perfecta, pues encierra en sí todos los medios para su propio fin, que es el bien común temporal; de donde se sigue que bajo este respecto, o sea en orden al bien común, la sociedad civil tiene preeminencia sobre la familia, que alcanza precisamente en aquélla su conveniente perfección temporal.
La tercera sociedad, en la cual nace el hombre, por medio del Bautismo, a la vida divina de la Gracia, es la Iglesia, sociedad de orden sobrenatural y universal, sociedad perfecta, porque contiene en sí todos los medios para su fin, que es la salvación eterna de los hombres; y, por lo tanto, es suprema en su orden.
Por consiguiente, la educación que abarca a todo el hombre, individual y socialmente, en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, pertenece a estas tres sociedades necesarias, en una medida proporcional y correspondiente a la coordinación de sus respectivos fines, según el orden actual de la providencia establecido por Dios.
[Pío XI, Encíclica Divinus Illius Magistri, n. 9. 31 de Diciembre de 1929.]