15. “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). “Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores… El Señor cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros” (Is 53, 4, 6). “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Ga 6, 2).
¿Cuál es la Ley de Cristo? Amar a los enemigos, dar la vida por los amigos, y no devolver mal por mal sino antes bien regresar bien por mal. Y también, ayudarnos mutuamente a llevar nuestras cargas (físicas, morales y espirituales).
La Justicia de Dios no es como la de los hombres. Él siendo Dios y Juez sapientísimo y poderosísimo, ejerce justicia de manera muy extraña: ante el hecho de la trasgresión de su Ley, y ante el merecido castigo del infractor, toma una actitud inédita transformando su Justicia en amor misericordioso, a grado tal que Él toma sobre sí la culpa, el castigo, la iniquidad y todas las consecuencias del mal obrar como si fuera el infractor. Dios, creador de una Justicia sabia, recta y ordenada, sin disminuir su importancia o ignorarla la transforma en una Justicia de amor, sometiéndose Él mismo a su primigenia Justicia asumiendo el oprobio, el castigo y sus consecuencias, para cumplir con toda justicia. Dios por no aniquilar a sus hijos desobedientes, se castiga a sí mismo por ellos dejando a los infractores sólo el deber de participar en su sacrificio, hasta el grado mínimo de adquirir la suficiente conciencia para ya no volver a pecar. Todo esto para dar a conocer su amor de Padre.
La Cruz representa la Justicia del Padre, la Ley de Cristo y el Canon del Espíritu Santo. ¿Cómo quitó el pecado del mundo el Cordero de Dios? Con la Cruz: llevando sobre sí todo mal y pecado reconcilió al mundo con Dios. La Cruz es la Justicia de Dios, ¿debemos rechazarla? En ella está fundido el poder, el amor, la sabiduría y el bien de Dios como un don de sí a sus criaturas. ¿Cómo encontramos pleno, Dios y Hombre, a nuestro Creador? Por medio de la Cruz. Entonces la Cruz no es para castigarnos, sino todo lo contrario para librarnos del castigo y para regalarnos su Espíritu Santo. ¿Debemos temerla o ignorarla? En la Cruz y por la Cruz se nos entrega Dios, y dicha Cruz es garantía de que el demonio no nos arrebate nuestra herencia que es Dios y el cielo.
Debemos pedir la Cruz al Padre junto con la gracia de ser capaces de tomarla y amarla. Es una petición furtiva que agrada a Dios: de la misma manera que quien busca el Reino y su justicia recibe todo por añadidura (cf. Mt 6, 33); así quien pide la Cruz recibe a Dios y su Reino, pues sabemos que con la Cruz viene añadido todo Dios y su amada María y su amada Iglesia. Pedir la Cruz equivale a decirle a Dios: date a mí todo Tú; equivale decirle a Dios: por tu Cruz todo yo soy de ti.
¿Le disgusta a Jesús que al darnos su Cruz, le pidamos más gracia para ayudarle cargando un poco de la cruz de los demás, pues todas las cruces están incluidas en su Cruz? Tan no le disgusta que eso, ayudar con la carga de los hermanos, es lo que nos trata de decir en el Lavatorio de los Pies en la Última Cena:
“Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa,… tomando una toalla… se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla… Y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien porque lo soy. Pues si yo… os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros unos a otros… como yo he hecho con vosotros’” (Jn 13, 2-5, 12-15).
¿Qué significa “Os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros unos a otros”? ¿Hemos comprendido lo que Jesús ha hecho con nosotros? Pensamos que “lavarnos unos a otros” significa servir y ayudar al prójimo, pero ¿eso es todo, o debemos aprender a “cargar -con Jesús- el pecado del prójimo”? “Lavar los pies” significa limpiar con agua los pies, y éstos simbolizan la parte terrena y mortal del ser humano; lo que remite también al Bautismo, por medio del cual se recibe un “baño de regeneración” y la criatura es limpiada de sus pecados y renovada; pero también significa “quitar el pecado” cargando con el pecado del prójimo: “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas” (cf. NM 43), “Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 17).
Jesús ha tomado sobre sí los pecados del mundo, los nuestros y los de los demás. Nosotros debemos tomar la Cruz y seguirlo, o sea, debemos participar con Él, cuando carga con nuestros pecados, pues de esa manera hacemos conciencia de nuestra deuda y del gran amor que nos tiene al pagar por nosotros. Pero, ¿debemos participar con Él cuando carga los pecados del prójimo? Él así lo quiere ya que debemos “lavarnos unos a otros” y “ayudarnos con nuestras cargas”, pues necesitamos ser conscientes de que nuestro pecado también es parte y causa del pecado del hermano. “Lavar y cargar” no significa solamente bautizar y servir, sino también, participar con Jesús en mitigar y quitar el peso del pecado de nuestros hermanos.
Así como hizo Jesús en la Cruz al tomar nuestras iniquidades: las llevó sobre sí al madero y pidió perdón al Padre por nosotros. De la misma manera, nosotros podemos decirle a Dios al ver el mal físico, moral o espiritual que aflige a nuestro hermano: “por mi pecado soy parte del mal de mi hermano, perdónanos y perdónale porque no sabe lo que hace”; y además pedir para él un cambio de corazón y espíritu para que recobrando la conciencia pueda pedir perdón a Dios por sí mismo. Es la petición de un perdón adelantado basado en la culpa compartida, para que no le venga por lo pronto el castigo al hermano, pidiendo un plazo para que después él, renovado por la gracia y con la conciencia de su ofensa, pida perdón al Padre Bueno.
Esto no atenta ni contra la libertad del hermano ni contra la justicia de Dios, más bien es un acto de caridad por medio de la Cruz que Jesús comparte a sus fieles. ¿Podemos ver a Jesús cargando con todas las cruces y no pedirle la gracia de ayudarlo, lo cual repercute favorablemente en el prójimo? La sujeción que muchos hermanos tienen por el demonio hace casi imposible que puedan pedirle ayuda a Dios. Por ello hace falta quien diga unido a Jesús: “su impiedad y su rebeldía son parte de mi pecado, y he colaborado para que esté así mi hermano, perdónanos Señor, perdónale y ayúdale”. ¿Esto ofende a Dios? ¿No más bien es lo que Él hizo al transformar su Justicia en misericordia? Tomar la Cruz también implica misericordia con todo pecador, e implica culpa compartida, es decir, ayudar con su carga de iniquidad al hermano. Y como el que hace un bien a su hermano se lo hace a sí mismo, entonces quien aliviana la carga de su hermano aliviana la propia según la lógica de la Cruz.